Nada de lo humano se presenta ajeno a la poesía, y tampoco nada de lo divino le permanece al margen. También la religión —las religiones— se explican y se cantan en este género, con un tono que suele tener más relación con la espiritualidad —y el amor— que con el dogma.
Cronología
La teología, la ciencia que trata de Dios —y de los dioses, además del contacto que los pobres humanos anhelan—, distingue entre dos maneras de acercarse a él: el ascetismo, por una parte, que niega los placeres materiales y busca las virtudes por la vía de la abstinencia; y el misticismo, que promueve la cercanía con Dios —la llamada «perfección religiosa»— mediante los éxtasis, reacciones en las que se confunden los elementos físicos con los espirituales. Aca-so el éxtasis más célebre lo retrató el escultor barroco Gian Lorenzo Bernini a mediados del siglo XVII, y lo vivió la escritora y mística española santa Teresa de Jesús [ver destacado]. La poesía mística, por tanto, se vincula a este segundo camino que la teología contempla: el de la revelación y el carácter visionario [ver capítulo 4].
Aunque la relación de la poesía mística con la religión es muy directa, su motor individual —el poema recrea el encuentro con Dios, o su búsqueda, de quien escribe— permite una mayor libertad para quien crea: muchos poemas místicos se abordan desde el paganismo —desde creencias animistas, chamánicas, etcétera— o ensanchan su tono hasta la filosofía, firmados por seglares o agnósticos. Fernando Rielo, uno de los máximos estudiosos de la poesía mística, ha afirmado que este subgénero «empieza donde termina la poesía religiosa».
Por así decirlo, en la poesía mística colisionan lo inefable y lo terrenal, en cierto modo también el de lo carnal; de ahí que muchos poemas de la tradición mística propicien también una lectura amorosa e incluso erótica. El éxtasis que se describe en algunos de los poemas de este tipo de escritura tiene que ver con una iluminación que reproducirán poetas tan alejados de estos credos como Arthur Rimbaud [ver capítulo 40].
En nuestro recorrido por la poesía mística nos centraremos en la producida desde las tres principales religiones monoteístas —el cristianismo, el islam y el judaísmo—, es decir, las que practican la fe en un solo dios, obviando la producción literaria de prácticas politeístas —creyentes en varios dioses— como el hinduismo o no-teístas como el budismo, esta última tan próxima a la filosofía.
Los poetas místicos cristianos más relevantes escriben durante la Edad Media, antes del movimiento luterano o el protestantismo, con la excepción de los posteriores ejemplos españoles; fuera de esa época tiene especial relevancia William Blake, cuyas visiones plasmaría en su obra literaria y pictórica. Este hipotético canon incluiría nombres como los de la abadesa alemana Hildegarda de Bingen, Francisco de Asís y su Cántico de las criaturas (c. 1224-1225) o la fértil escuela española. En ella se distinguen varias místicas según la orden monástica del autor, y no conviene olvidar nombres como los de Teresa de Cartagena, fray Luis de León o Miguel de Molinos. Este último preconizó el quietismo: a Dios se le alcanzaba no haciendo nada.
«Vivo ya fuera de mí, / después que muero de amor, / porque vivo en el Señor, / que me quiso para sí.»
Santa Teresa de Jesús, 1515-1582
Santa Teresa de Jesús
En la vida de Teresa de Cepeda se rastrean aspectos de película, como los éxtasis que la paralizaban durante años —en los que muchos estudiosos han identificado ataques epilépticos—, las obsesivas oraciones para lograr encontrarse con Dios o la persecución sufrida al fundar la orden de las carmelitas descalzas. Al margen de sus logros biográficos, auténticos hitos para una mujer del siglo XVI, en el aspecto literario refunda en castellano el género de la autobiografía, con el Libro de la vida —se conserva la segunda versión, de 1565—, y aporta a nuestra literatura otros dos títulos fundamentales: los ensayos Las moradas (1588) y Camino de perfección (1598). Su obra poética no se recogió en un único volumen hasta después de su muerte.
La poesía mística más difundida del islam —que no la única— se conoce como «sufismo», un término que alude al hábito austero de quienes la practicaban. Su origen coincide con la conquista de Persia en el siglo VII, cuando se adoptan el nuevo idioma y la nueva religión. Los sufíes defienden que la búsqueda de Dios no se sustenta en aspectos racionales, y sus clásicos utilizaron formas como la casida [ver capítulo 35] o el gazal, para las odas de amor a Dios. La leyenda presenta a Rabia al Adawiyya como la primera gran poeta sufí, aunque no se conservan textos suyos, y suma a dos escritores cuya obra sí se nos ha legado: Rumi, nacido en la actual Turquía, y Hafez, en lo que hoy conocemos como Irán.
San Juan de la Cruz
Cántico espiritual, la cumbre de la poesía mística castellana —y uno de los libros más importantes en este subgénero, sin importar la lengua de escritura—, tuvo que publicarse de manera póstuma después de sufrir un triste proceso de censura. La relación de Juan de Yepes (1542-1591) con Teresa de Cepeda, y su complicidad en la reforma de la orden de los carmelitas, provocaron su encarcelamiento. Durante ese período escribiría los primeros poemas de su Cántico, influidos por cuatro lecturas bien distintas: el Cantar de los cantares, la poesía popular española [ver capítulo 35], la poesía italiana [ver capítulo 36] y la mística sufí. Le debemos dos grandes poemas más, entre otros textos de carácter menor: «Noche oscura» y «Llama de amor viva».
A la mística judía nos referimos también como «cábala», voz que significa «tradición», o la interpretación alegórica —y casi esotérica— de los textos del Antiguo Testamento, que los judíos llaman Tanaj. Su estudio alcanza su mayor repercusión en la época de la Alta Edad Media, dilatándose hasta el siglo XVIII, y estableciendo un nuevo vínculo entre el misticismo y la religión: se trata de un estado posterior al de la fe. A diferencia de otras poéticas místicas, la judía elimina cualquier alusión personal —aquí se diluye la primera persona— y aboga por un lenguaje claro, contrario a las oscuras imágenes de las visiones. Destaca la obra de Ibn Gabirol, poeta y filósofo de la Edad Media.
La idea en síntesis: el camino hacia Dios, su amor y su búsqueda