El amor, la guerra y la religión vertebraron —como temas, como inspiraciones— gran parte de la literatura de la Edad Media. Ciñéndonos a la poesía, del primero se encargaron el tópico del amor cortés [ver capítulo 8] y la poesía trovadoresca y juglaresca, con sus diversas ramificaciones. Y los siguientes se explicaron, respectivamente, con el cantar de gesta y desde el mester de clerecía.
Cronología
Merece la pena desterrar la idea de la Edad Media como una época oscura de la historia: la escritura poética medieval nos parece tan amplia, y tan diversa, como prolongado fue este período. Diez siglos —entre el V, con la caída del Imperio romano de Occidente, y el XV, con la caída del Imperio bizantino y la colonización de América— que abarcan numerosos temas y figuras, y en los que comienzan a distanciarse la poesía cultura y la popular.
Con forma de versos, pero con la voluntad de contar, los cantares de gesta —divulgados sobre todo durante los siglos XI y XII— presentan a un héroe que sirve como inspiración para el pueblo. Los juglares memorizaban estos poemas anónimos, a los que incorporaban anécdotas y versos de cosecha propia; todo se conserva gracias a las tardías copias manuscritas de los mismos. Los cantares de gesta más populares se escribieron en Francia, donde destaca el Cantar de Roldán, y en Alemania, con el Cantar de los nibelungos. Otros cantares que tienen que mencionarse son el Beowulf, de la tradición anglosajona, y el castellano Poema de mio Cid.
La poesía medieval castellana se alejó de la división entre lírica y épica [ver capítulo 3] y se clasifica —en buena parte— según la condición de quien escribía o recitaba, y la vía de difusión de los textos. La palabra «mester» significa «oficio», denotando la profesionalización, o al menos la conciencia de autoría.
El mester de juglaría lo integran los textos interpretados en voz alta por los juglares. A su vez, se distingue entre los juglares épicos —aquellos consagrados a la poesía narrativa— y los líricos, que centraban su recitación en los textos de los trovadores. En estos poemas abundan los versos de arte mayor [ver capítulo 11], en especial el alejandrino, y se utiliza la rima asonante [ver capítulo 13]. Según la temática de los versos, existen —entre otros— los juglares cazurros, con sus poemas humorísticos; de gesta, especialistas en estos cantares; los goliardos, clérigos y estudiantes de vida desordenada; o los zaharrones, que se disfrazaban. También existe una clasificación según el instrumento con el que se acompañaban: de voz —si mezclaban poesía y música—, cedreros, cítolas, tamboreros, tromperos…
«Mester trago fermoso, non es de ioglaría / mester es sen pecado, ca es de clerezía / fablar curso rimado por la cuaderna vía / a sílabas cuntadas, ca es grant maestría.»
Libro de Alexandre, siglo XIII
Por su parte, el mester de clerecía se difunde por escrito y posee una mayor exigencia artística —frente al mester de juglaría, cuyo público era mayoritariamente analfabeto—, optando por la rima consonante y los temas religiosos; agrupaba la producción de los autores con una educación elevada. La estrofa característica es la cuaderna vía [ver capítulo 15], y existe una obra fundamental: el Libro de Alexandre, anónimo, aunque se atribuye a Juan Lorenzo de Astorga o Gonzalo de Berceo. En el siglo XIV, este mester recoge una mayor diversidad de metros y de temas.
La poesía de al-Ándalus
La poesía ocupó un papel central en la escritura de los musulmanes de la península. Se distinguen dos etapas: la más clásica, durante el período del emirato (756-929); la modernista, en la etapa del califato (929-1031) y los posteriores reinos independientes (hasta 1492).
Al margen de quienes escribían por placer —toca reseñar a Ziryab, Ibn Zaydūn, Wallada [ver capítulo 32] o al-Mutamid—, la corte oficializó la existencia de poetas que glosaran las virtudes de los altos funcionarios en los panegíricos madih. Otros de los poemas más recurrentes de la poesía andalusí —según su temática— son los hiya, poemas satíricos; los martiyya, lamentos funerarios; y los muyun, de carácter obsceno.
La forma de mayor relevancia es la casida, sin omitir la moaxaja o el zéjel [ver capítulo 16]. Contenedor para temas diversos, desde las desdichas amorosas a los habituales elogios a un rey o un noble, supera —se compone de pareados— la cincuentena de versos de extensión, y posee una estructura fija: el nasib, a modo de prólogo, y que originaría la gacela, compuesta por coplas y estribillos de carácter amoroso; el rahil, en el que se desarrolla el objeto verdadero del poema; y por último el madih, de nuevo un elogio —en ocasiones envenenado— que se dirige al destinatario del texto.
Esta clasificación —sin contar con el mester de cortesía, que recoge prosas escritas en la corte— presagia, en cierto modo, la división posterior entre una poesía de carácter más popular y la poesía culta.
A diferencia del juglar, el trovador [ver capítulo 5] componía versos y músicas. La figura del trovador, por lo general de origen noble —como Guillermo de Poitiers o Bernart de Ventadorn—, se popularizó en el sur de Francia —escribían en lengua occitana— entre los siglos XII y XIV; también se extendió hacia el sur —en Cataluña— y el este, en el norte de Italia. Contaron con réplicas en el continente: al minnesänger alemán toca sumar el trouvère del norte francés.
En la poesía occitana existieron las trobairitz, trovadoras que cedían sus poemas a las joglaresse, las juglaresas; algunas de las más destacadas fueron Beatriz de Día, Maria de Ventadorn y Garsenda de Proença. En sus versos se escucha una voz masculina que, sin embargo, expresa el deseo de la mujer con respecto al amor. Muchas de estas autoras ejercían también como «patrocinadoras», mecenas de otros trovadores a los que apoyaban económicamente.
Los estilos trovadorescos se clasifican según la complejidad de la escritura. Aquella más sencilla se denomina trobar leu; la que apuesta por un léxico más elaborado se llama trobar clus. Entre ambos se sitúa el trobar ric, con alta exigencia verbal y fuerte sentido de la música. Aunque esta poesía se asocia al tópico del amor cortés, sus textos abarcan temas diversos como la política y la metaliteratura. Según el contenido y la estructura, los géneros más practicados fueron la cançó, de temática amorosa; el sirventés, con un mensaje satírico; y la tensón, que recrea una disputa entre dos trovadores.
La idea en síntesis: una etapa de riqueza temática y formal