La poesía española del siglo XX tiene muchos nombres. Se llama Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, se llama Luis Cernuda y Jaime Gil de Biedma, se llama Gloria Fuertes y Alfonsa de la Torre, se llama —sobre todo— Federico García Lorca. Nuestro poeta más universal reconcilió tradición y vanguardia, cultura popular con libros y escenarios, y cantó más alto que nadie.
Cronología
No demasiados poetas merecen un adjetivo propio: «lorquiano», en su caso. Federico García Lorca es poeta de entusiasmos y veneraciones, icónico y equivalente a pasión y a visión: un mito en parte por su muerte trágica, pero también por su personalidad arrolladora y por la singularidad de una poesía que fue muchas a la vez.
Hijo de un terrateniente y una maestra, Lorca nace el 5 de junio de 1898 en Fuente Vaqueros, un pueblo de la Vega. Con la mudanza a Granada de la familia —el futuro poeta apenas ha cumplido los once años— se despierta en él la pasión por la música, que desplaza en sus intereses a la lectura. No retomará su contacto con la literatura hasta su época universitaria, en 1914, cuando se matricula en las carreras de Derecho y Filosofía y Letras: debe —debemos— este cambio tanto a su implicación en la tertulia del café Alameda como a los viajes por España con el profesor Martín Domínguez Berrueta. Inspirarán su primer libro, Impresiones y paisajes (1918), la recopilación de prosas que le convierte en escritor.
La vida de Lorca cambia de escenario en la década de los veinte: de Granada a la Residencia de Estudiantes de Madrid, uno de los ejes de la modernización del país, desde su fundación en 1910 hasta el final —en 1939— de su primera etapa. En la Residencia conoce a las principales figuras del pensamiento internacional, pero sobre todo se relaciona con nombres clave para su formación vital —y para la cultura española, de paso— como el cineasta Luis Buñuel o el pintor Salvador Dalí. Ya para entonces, Lorca prefiere la poesía y el teatro a la prosa.
«Ni yo ni ningún poeta sabemos lo que es la poesía.»
Federico García Lorca, 1898-1936
Las tres contraseñas para acceder al universo creativo de Federico García Lorca se definirán en estos años. Escritura, viajes, amistad: el conocimiento, al fin y al cabo. Lorca regresa a Granada y estrecha lazos con el músico Manuel de Falla, visita a Dalí en su Cadaqués natal, junto a Vicente Aleixandre o Rafael Alberti se implica en el homenaje generacional a Luis de Góngora en el Ateneo de Sevilla. Escribe, escribe y escribe: Romancero gitano (1928), por ejemplo. En él, Lorca actualiza nuestra tradición y se sirve de las formas clásicas y los tópicos de la cultura popular andaluza, recurriendo a símbolos ya propios: la luna, los colores… La durísima reacción de sus amigos a esta obra, unida al fracaso de la revista Gallo y a la ruptura sentimental con Emilio Aladrén, precipitan el viaje más importante de su vida.
En el buque Olympic viajarán a Nueva York el poeta y su amigo, el político Fernando de los Ríos. Lorca confía en aprender inglés, sanar sus heridas y encontrar nuevos rumbos para su escritura. Lo conseguiría… aunque de una forma inesperada. La ciudad en la que «no duerme nadie», deshumanizada y capitalista, ingrata con sus hijos más pobres, enciende los versos de Poeta en Nueva York: un libro que continuará ardiendo en La Habana, a la que se traslada nueve meses después. Del río Hudson, Lorca extrae las imágenes y la poesía; en el mar Caribe se le ocurren la música y la escena. En junio de 1930, justo un año después de su partida, García Lorca vuelve a Madrid con varios manuscritos bajo el brazo: el de Poeta en Nueva York no se publicará hasta después de su muerte. Un libro visionario, que conjuga la fiera crítica social con la inmensa altura estilística, en la que las imágenes brotan del surrealismo y el versículo se derrama por la página, heredero del inmenso Walt Whitman.
Yo he nacido poeta.…
Hace unos meses que Lorca vive en Madrid, en la Residencia de Estudiantes: allí escribe sus primeros libros de poemas y sienta las bases de su pensamiento intelectual. Sus padres accedieron a dejarle marchar de Granada tras la mediación de Fernando de los Ríos, que haría lo propio en el viaje neoyorquino del poeta, pero los García Lorca se impacientan ante los malos resultados académicos de su hijo, y le exigen que regrese a casa.
Ante esto, Federico envía a su padre una carta que contiene una de las más hermosas reflexiones sobre la figura del poeta. Fechada el 10 de abril de 1920, a pocas semanas de cumplir los veintidós años, el poeta escribe: «Yo te suplico de todo corazón que me dejes aquí hasta fin de curso y entonces me marcharé con mis libros publicados y la conciencia tranquila de haber roto unas espadas luchando contra los filisteos para defender y amparar el Arte puro, el Arte verdadero. A mí ya no me podéis cambiar. Yo he nacido poeta y artista como el que nace cojo, como el que nace ciego, como el que nace guapo. Dejadme las alas en su sitio que os respondo que volaré bien».
Con la instauración de la Segunda República, Federico García Lorca se implica en diversos proyectos que buscan acercar la cultura al pueblo. El nuclear, La Barraca: un grupo de teatro universitario que representaba por todo el país las obras de los escritores del Siglo de Oro [ver capítulo 37]. Su éxito teatral le permitiría residir durante varios meses en Buenos Aires y Montevideo, donde se representan sus obras y conoce a los más prestigiosos autores del momento. A su regreso a España da los últimos retoques a Poeta en Nueva York o Diván del Tamarit, compone el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías y entrega a la escena títulos como Yerma (1934) o La casa de Bernarda Alba (1936).
El poeta llega a la Huerta de San Vicente, la finca de veraneo de los García Lorca, el 14 de julio de 1936. Ha rechazado diversas invitaciones para viajar a Latinoamérica, propiciadas en parte por su fama y prestigio crecientes, también por la inestable situación del país. Sin embargo, cree que todo se solucionará pronto y que Granada le ofrecerá la seguridad que no percibe en Madrid. Busca refugio en la casa de Luis Rosales, poeta amigo suyo, donde la Guardia Civil le detendrá el 16 de agosto. Dos madrugadas más tarde, un mes después del golpe de Estado, fusilarán al poeta y enterrarán su cadáver en una fosa común.
La idea en síntesis: nuestro poeta más universal