Resumen de la segunda parte

 

 

 

En los cinco capítulos anteriores he escrito sobre la decisión en grupo: la manera de reflexionar respecto a ella y la forma de analizarla. Lo segundo que podemos afirmar es que apenas he arañado la superficie. Existe una vasta y fascinante literatura sobre todas y cada una de las facetas de la decisión en grupo y hay muchos aspectos que ni siquiera hemos tocado en el libro. He centrado nuestra atención en la decisión en grupo como algo que se logra a través de la votación y, en esa esfera, me he enfocado principalmente en la regla de la mayoría, esto es, la mayoría relativa. He destinado poca tinta a las votaciones por mayoría calificada (las votaciones de dos tercios, por ejemplo); la votación simple “sí-no” (en la que se propone una sola alternativa y el grupo vota mediante su aprobación o rechazo); la unanimidad (como en las votaciones de los jurados); o los sistemas bicamerales (en los que las mayorías de dos cuerpos deben llegar a algún acuerdo común). Además, desde luego, está la democracia participativa (como los concejos municipales de vecinos de Nueva Inglaterra) y la sugerencia de una democracia municipal electrónica (en la que cada ciudadano se siente ante la consola de su computadora y vote sobre las grandes cuestiones del día). Cualquiera de esos temas, o todos, generaría magníficas discusiones en grupo, ensayos o investigación en el largo plazo.

El teorema de Arrow, con el que comenzamos nuestro análisis, se aplica a muchas de esas formas de decisión en grupo (en realidad, tan sólo la manera como funciona sería un interesante tema de investigación). De hecho, con el material de la segunda parte hemos transmitido un importante mensaje general que es aplicable al amplio ámbito de la decisión en grupo: la adopción de decisiones en grupo depende de las preferencias individuales y puede reflejar estas últimas, pero, además, depende de muchos factores más y refleja muchas cosas más. En primer lugar, como lo he mencionado a lo largo de estos capítulos, las preferencias individuales no se anuncian por sí mismas. No son transparentes ni evidentes. Más bien, dependen de la disposición de cada individuo a revelarlas sincera o estratégicamente. En segundo lugar, aun cuando la disposición a revelar las preferencias honestamente o no careciese de consecuencias, sigue siendo cierto que existen muchos procedimientos para revelarlas y combinarlas en resultados sociales: procedimientos que producen resultados sociales marcadamente diferentes.

A las anteriores consideraciones debo añadir una más: las colectividades a diferencia de los individuos no suman sus “preferencias” de una manera coherente. En casi todos los casos de los métodos de toma de decisiones en grupo que, basados como mínimo en la equidad, nos parecerían aceptables, el resultado viola a menudo la idea fundamental de la coherencia (transitividad). En muchos sentidos importantes, el resultado real de la decisión grupal es arbitrario. Es mucho lo que depende de las fricciones de las minucias institucionales: el orden de la votación, quién puede hacer mociones y quién decide cuándo se han hecho suficientes mociones, etcétera.

Todo ello, a su vez, causa cierto grado de angustia filosófica. Por mucho que quisiéramos dar al grupo características antropomórficas, dotándolo de una voluntad, un interés, una preferencia, etcétera, difícilmente podemos concebir de esa manera las decisiones grupales. Simplemente, carecen de la coherencia de las decisiones individuales y dependen mucho de la idiosincrasia y de las circunstancias.

Podríamos incluso ser escépticos acerca de la idea de un interés público. El “público” no tiene un interés identificable si sus preferencias son incoherentes o demasiado idiosincrásicas. La decisión de un electorado, la política de una legislatura, la opinión de una corte (de múltiples miembros) son definitivamente resultados. Pero el material de los cinco últimos capítulos podría ponernos a pensar antes de impregnar esas decisiones de algo más trascendental. Como la voluntad general de Rousseau, el interés público es un ideal normativo al que no se le puede dar concreción en la mayoría de los contextos reales. En los contextos reales por lo general hay demasiadas mayorías, demasiados métodos para decidir, demasiada estrategia, demasiada incoherencia. Los modelos de la segunda parte proporcionan los medios para analizar la política y, al mismo tiempo, frustran la tendencia a juzgar la política. En el último de los casos, nos obligan a aceptar nuestra incapacidad para atribuir características antropomórficas a los grupos y las instituciones. Cuando juzgamos un resultado político, debemos entender que con frecuencia es producto de una coordinación instantánea lograda por alguna mayoría temporal que mostró coherencia durante un milisegundo, antes de “transformarse” en alguna entidad política nueva; cimientos difícilmente firmes sobre los cuales construir una filosofía del interés público.

Lo anterior es en verdad algo bastante constructivo. Al plantear interrogantes sobre la voluntad general y al arrojar dudas sobre algo como el interés público, los materiales de la segunda parte han echado unos cimientos revisionistas. Han causado que suspendamos, cuando menos por un rato, ciertos métodos para reflexionar sobre la política que muchos de nosotros probablemente habíamos dado por sentados. No es posible personalizar los grupos: pueden adoptar decisiones, sin embargo, difícilmente constituyen mandatos u otros reflejos de una conciencia colectiva. El vacío filosófico que dejan el teorema de Arrow y los otros materiales sólo sugiere que todavía hay mucho trabajo por hacer.

Los materiales de la segunda parte son constructivos en otro sentido quizás más importante. Proporcionan herramientas de análisis para la comprensión, la explicación y tal vez el pronóstico de la política. Los teoremas y formulaciones que hemos presentado son herramientas de descubrimiento e investigación. Nos ayudarán a estudiar de forma sistemática las instituciones políticas, tema de la cuarta parte, pero, primero, volvamos la vista hacia la “política en grande”: la de la acción colectiva y del comportamiento político de las masas.