Capítulo VIII. Cooperación

 

 

 

En este y en los próximos dos capítulos, me concentraré con una gran determinación en lo que hacen las personas como miembros de los grupos. Obviamente votan, al menos una parte del tiempo; pero quiero extender el análisis más allá de ese procedimiento de la vida del grupo y examinar lo que en realidad hacen las personas en un sentido sustantivo. En este capítulo nuestra atención se centrará en la actividad de la cooperación, fenómeno que tiene lugar en un ámbito muy reducido en el que los individuos tienen que decidir si han de ser pícaros o amables con sus amigos, colegas, compañeros de cuarto, cónyuges, compañeros de trabajo, conspiradores cómplices, aliados, socios o miembros del mismo club. En el capítulo IX examinaré el problema en un ámbito un tanto más amplio: si es cierto que la cooperación es una forma de actividad de los grupos pequeños, entonces la acción colectiva es su análoga en grande. Por último, en el capítulo X, relacionaré todas esas consideraciones con la producción social de lo que los economistas llaman los bienes públicos. Al agrupar estos capítulos, he buscado encontrar un terreno intermedio entre los extremos del “individualismo aislado” de la psicología y la “conformidad del grupo” de la sociología. Junto con la ciencia económica, el análisis político es el estudio de la racionalidad individual y la interdependencia social.

 

VIII.1. ¿Cómo sería un mundo sin cooperación?

 

En el siglo xix y a principios del xx, se atribuyó una gran importancia a la virtud del “individualismo inquebrantable”. Se creía que las personas eran virtuosas si eran independientes, es decir, si desarrollaban la habilidad necesaria para arreglárselas solas y generaban otras formas de “capital humano” que les permitieran sobrevivir y prosperar en un mundo lleno de oportunidades, ciertamente, pero lleno también de dificultades y peligros. Esa ideología adquirió proporciones míticas, y se encarnó en las famosas historias de Horatio Alger, un muchacho que lograba el éxito en un mundo cruel a fuerza de esfuerzo y astucia individuales.

Con todo, una fe perdurable en dos formas de comunidad hizo menos violenta la ideología del individualismo inquebrantable. En primer lugar, no eran realmente los individuos, per se, quienes debían ser inquebrantables e independientes, sino las familias. La responsabilidad por las familias (en ocasiones extensas) y la cooperación en su seno eran valores que se tenían en alta estima en una época pasada, lo que ponía en evidencia los supuestos “valores familiares” del debate político contemporáneo. En segundo lugar, pareciera que la idea de ser buen vecino convivía cómodamente junto con la de ser autosuficiente. Los grupos de vecinos emprendían actividades colectivas que iban desde ayudarse unos a otros en el periodo de la cosecha hasta los grupos de constructores de graneros, pasando por el trabajo voluntario en los departamentos de bomberos y tomar la ley en sus manos (la vigilancia parapolicial).

En cambio, el paisaje urbano moderno, con su combinación de aislamiento social (a pesar de la proximidad física), enajenación y hosquedad entre individuos, se describe a menudo como un mundo carente del espíritu de cooperación de esa época pasada (que alguien trate de hacer señas a un automovilista para que se detenga y lo ayude con su vehículo averiado durante la hora de más tráfico en cualquier ciudad del mundo). Pero incluso este mundo urbano moderno palidece frente a lo que sería el mundo arquetípico sin cooperación alguna: el ficticio “estado natural” inventado por el filósofo inglés del siglo xvii, Thomas Hobbes. Hobbes describía la vida del ser humano antes de la llegada de la sociedad civil como una vida “solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”. En ese mundo, los individuos tenían que economizar y pasar dificultades para sobrevivir en contra, no solamente de los elementos naturales —cazar y recolectar alimentos, proporcionarse abrigo y vestido, etcétera— sino también en contra de otros seres humanos. Es decir, los individuos tenían que hacer previsiones no sólo en cuanto a los peligros que ofrecía la naturaleza sino también para la depredación y los robos que otros seres humanos les infligían. ¡No eran muy felices!

Como Hobbes y muchos otros comentaristas después de él lo hicieron notar, el esfuerzo humano destinado a protegerse de ser asaltados por otros era necesario, sin duda alguna, pero también era un gran desperdicio. Considere dos circunstancias con menor desperdicio de energía y esfuerzo. Si, por una parte, los seres humanos se abstuvieran de andar depredando los bienes de los demás (por ejemplo, si hubiera principios morales) o si, por otra parte, se establecieran mecanismos sociales de algún tipo que restringieran dicho comportamiento (por ejemplo, si hubiera una sociedad civil), entonces sería innecesaria la energía destinada a la protección y ese esfuerzo podría dirigirse hacia las actividades productivas.

Es mucha la energía que se ha dedicado a través de las épocas a crear sistemas de valores, tanto filosóficos como religiosos, que, de ser asimilados, liberarían los recursos humanos destinados a actividades de protección que, de lo contrario, son poco económicas; pero los filósofos como Hobbes no han sido optimistas respecto a esa posibilidad. A lo largo de la historia de la humanidad, los sistemas de valores con frecuencia han entrado en conflicto unos con otros y quizás han matado más gente de la que han salvado: casi todas las cruzadas, guerras santas y conquistas de inspiración ideológica han tenido, en sus raíces, un fundamento filosófico o religioso. Raramente han producido algo que se asemeje a la civilidad y, mucho menos, a la utopía. Además, los seres humanos tienen diversos deseos y necesidades inherentes que, debido a la escasez, no siempre pueden ser satisfechos todos de manera simultánea. La escasez, por lo tanto, engendra el conflicto. Si bien es cierto que los principios religiosos y las máximas morales pueden tener efectos parcialmente restrictivos —la música que aplaca el pecho salvaje, por así decirlo— la historia de la humanidad nos indica que son insuficientes para la tarea.

En consecuencia, la mayoría de los seres humanos ha apostado a la creación de la sociedad civil (en la que se restrinja a los individuos de aprovecharse de sus “conciudadanos”) como la manera de liberar la energía humana para los usos productivos. Estoy hablando de consignas del tipo “No oprimirás a tu prójimo, ni le robarás”, respaldada por la habilidad de detectar las violaciones y castigar a los violadores. Hobbes denominó Leviatán a aquella entidad con esa habilidad de dar consignas, de detectar violaciones y de castigarlas. Y vio dicho Leviatán como la solución que encontró la humanidad a su “problema del orden”.

No cabe duda de que varios aspectos de la sociedad civil han logrado proporcionar orden a la vida de muchas personas; y una gran parte de este libro está dedicada al estudio de las instituciones de la sociedad civil precisamente por esa razón. Pero, antes de pasar al análisis de las instituciones (reservado para la cuarta parte), permítasenos examinar primero la posibilidad de que se haya planteado una falsa dicotomía. Se sugirió antes que los problemas de la protección contra la depredación —lo que denominamos el problema del orden— se pueden resolver ya sea haciendo que los individuos interioricen actitudes e intenciones pacíficas, en forma de principios religiosos o morales, ya sea dotando al Leviatán de la facultad para desarraigar el comportamiento depredador y regular la vida social con fines pacíficos. Sin embargo, ¿no podría haber una tercera opción? El resto de este capítulo ofrecerá una respuesta afirmativa a esta pregunta. Aun cuando las personas no hayan asimilado en su interior actitudes pacíficas o de apertura emocional y contacto físico entusiastas y aun cuando no penda la pesada espada de Leviatán sobre ellas, la cooperación puede surgir y mantenerse. No hay truco de prestidigitador, se trata del implacable interés propio en acción.

 

VIII.2. El caso más sencillo: cooperación entre dos personas

 

En general, el comportamiento individual comprende cargar con ciertos costos con el propósito de asegurar ciertos beneficios. El alumno estudia mucho en la escuela para asegurarse un buen empleo después de la graduación. El dueño de una casa en los suburbios dedica tiempo y energía el fin de semana a su jardín en la primavera para disfrutar sus bellezas en el verano. El consumidor intercambia parte de su dinero arduamente ganado por un nuevo auto Audi o por una caja de chicles. En cada una de esas situaciones, un individuo racional sopesa los beneficios contra los costos. Él es quien disfruta exclusivamente cualquier beneficio y él es también quien carga exclusivamente con todo costo. Se trata de un problema de optimación individual al que es pertinente la clase de teoría de la decisión que analizamos brevemente en la primera parte (y que se incluye en todo curso de economía común).

Pero, ¿qué pasa con las situaciones de grupo en las que un conjunto de individuos busca lograr algún objetivo? Los miembros del grupo deben soportar las cargas de manera individual —cuotas del club, esfuerzos, inversión de tiempo o lo que sea— pero a menudo los beneficios no son exclusivamente privados (en realidad, algunas de las llamadas situaciones privadas mencionadas en el párrafo anterior pueden tener consecuencias que trasciendan al individuo que llevó a cabo la acción: el hermoso jardín de verano del propietario de la casa, por ejemplo, proporciona placer a sus vecinos).

La ilustración clásica de una interacción en grupo de ese tipo nos la proporciona otro filósofo inglés, David Hume. Él narra la historia de dos granjeros cuyos respectivos terrenos colindan con un pantano común. Si el pantano fuera drenado, se generarían beneficios comunes; por ejemplo, la destrucción de un hábitat de mosquitos. El esfuerzo individual del granjero A por drenar el pantano, una carga en sí, produciría ese beneficio no sólo para él sino también para el granjero B. Sin duda alguna, los dos granjeros están deseosos del beneficio, pero se resisten a pagar el precio, en especial si pueden contar con que ¡el otro haga todo el trabajo pesado!

En esas circunstancias, la clave es lo que los teóricos del juego refieren como interdependencia estratégica. Podemos analizar la situación de forma sistemática como sigue: suponga que cada uno de los dos granjeros de Hume valúa el drenado del pantano en 2 útiles.1 Si cualquiera de los dos emprendiera el proyecto por sí mismo, el costo para él (en función de las cosas de las que tendría que privarse para poder llevar a cabo la molestia del trabajo) sería de 3 útiles. Así, si sólo hubiera un granjero que llevara a cabo la tarea, sin duda alguna valdría la pena para él. Suponga, no obstante, que si cada granjero trabajara “cooperativamente” con el otro, entonces el costo sería tan sólo de 1 útil para cada uno.2 En ese caso, cada granjero disfrutaría 2 útiles de pantano drenado al costo de un solo útil; una verdadera ganga. Con todo, la mejor ganga de todas sería que el pantano fuera drenado completamente por el otro granjero, lo cual puede verse en el esquema VIII.1.3

Esquema VIII.1

Juego del drenado del pantano de Hume*
Decisión del granjero B
Drenar el pantano (cooperar) No drenar el pantano (no cooperar)
Decisión del granjero A Drenar el pantano (cooperar) 1, 1 -1, 2
No drenar el pantano (no cooperar) 2, -1 0, 0

Si ambos deciden drenar el pantano (celda superior izquierda), entonces cada uno obtiene 2 útiles de beneficio a 1 útil de costo, para un beneficio neto de 1 útil. Si ninguno de los dos decide drenar (celda inferior derecha), entonces, no habiendo aventurado nada, no hay ganancia alguna: el beneficio es 0. Si uno de los granjeros hace todo el trabajo (cualesquiera de las celdas diagonales), entonces obtiene 2 útiles de beneficio por tres útiles de costo, es decir, un beneficio neto de -1. Mientras tanto, el granjero que no trabajó obtiene también 2 útiles de beneficio, pero sin costo, es decir, un beneficio neto de 2 útiles. ¿Qué decidiría un granjero individualista y rudo (léase: racional)?

Suponga que usted es el granjero A (recuerde que sus beneficios son los números de la izquierda en cada celda). Si el granjero B decide drenar el pantano (por lo que estamos hablando de la columna de la izquierda del esquema VIII.1), entonces usted obtiene 1 útil si también drena y 2 útiles si no drena. Si el granjero B decide no drenar el pantano (columna de la derecha), entonces usted obtiene -1 útil si usted lo drena y 0 útiles si no lo hace. No importa lo que haga el granjero B, el granjero A siempre obtiene un beneficio más alto si decide no drenar. El razonamiento es precisamente el mismo si usted es el granjero B: no importa lo que haga el granjero A, el granjero B siempre obtiene un mayor beneficio si decide no drenar.

Desde la perspectiva de cualquiera de los dos granjeros, existen dos razones para decidir no drenar. La primera razón es que su beneficio es mayor si no drena, sin importar lo que decida hacer su homólogo. Pero la segunda razón quizá sea más persuasiva desde el punto de vista psicológico, puesto que de todos modos nunca confió mucho en su vecino: precisamente porque su homólogo tiene el mismo patrón de beneficios, es probable que él no drene, lo que hace evidente que tampoco usted lo haga en su interés propio. Es decir, el incentivo del otro granjero refuerza el propio para no drenar, y viceversa ad infinitum. Cada granjero tiene una estrategia “dominante” para no ser cooperativo, no porque alguno de los dos sea mezquino, sino, más bien porque ninguno tiene un incentivo para cooperar y ninguno quiere que se aprovechen de él. Ésa es la paradoja de la cooperación: ninguno de los granjeros levanta un dedo y los mosquitos proliferan, de tal suerte que cada granjero obtiene un beneficio de 0; sin embargo, cada uno de ellos pudo haber obtenido un beneficio de 1 útil si los dos hubieran cooperado. El resultado es que el comportamiento racional, inquebrantablemente individualista, ha producido un estado de cosas menos preferido por ambos granjeros que otra alternativa disponible. Se trata de otra forma del acertijo del individuo racional y la sociedad irracional. Otro ejemplo, también de Hume, quien lo escribió en 1737, tal vez puede ilustrar de manera más emotiva la tragedia que surge al fallar en los intentos por cooperar. Hume escribe acerca de dos agricultores de maíz:

Tu maíz está maduro hoy; el mío lo estará mañana. Es conveniente para ambos que yo trabaje contigo hoy y que tú me ayudes mañana. No siento afecto por ti y sé que tú tampoco lo sientes por mí. Por tanto, no me esforzaré en beneficio tuyo y si trabajara contigo en mi beneficio, sé que me decepcionaría y que no podría depender de tu gratitud. Así sucede que te dejo solo en tu trabajo: tú me tratas de la misma manera. Las estaciones cambian y ambos perdemos nuestra cosecha por falta de confianza y seguridad mutuas.4

Éste no es el final de la historia, aunque deberíamos tomar en serio el ejemplo de Hume, porque es válido como metáfora de una multitud de situaciones sociales que tienen un patrón de incentivos similares. En el caso VIII.1 echamos una rápida mirada a esa posibilidad. Más adelante, complicaremos las cosas un poco más.

Caso VIII.1

La paradoja de la cooperación:
desarme nuclear durante la Guerra Fría y etiquetas presupuestarias en el Congreso

 

Los ejemplos del pantano de Hume abundan en la política. Como hemos visto, el juego de la cooperación se puede caracterizar como un “lo haría si tú lo hicieras, pero no confío en ti, por lo que no lo haré”. Cuando el interés propio pesa más que la confianza, el resultado es menos satisfactorio de lo que podría ser para ambas partes. La Guerra Fría entre la antigua Unión Soviética y Estados Unidos ofrece un excelente ejemplo del juego de la cooperación entre dos jugadores. Ambos países mantenían enormes arsenales de armas nucleares apuntadas de manera recíproca a las principales ciudades y blancos militares de los dos y ambos incurrían en altísimos costos, tanto económicos como psicológicos, para mantener esos arsenales. Como ninguno de los dos era capaz de lograr una ventaja clara en su amenaza nuclear y el empleo de esas armas era suicida, un mejor resultado que ese “empate” era que ambos se deshicieran de sus armas. Si lo hacían, ninguno de los dos sufriría un daño estratégico, pero ambos se ahorrarían los costos de mantenimiento en que estaban incurriendo. Como lo muestra la matriz de beneficios que se ofrece a continuación, no era posible lograr ese resultado deseable. Si ambos se desarmaban, cada uno recibiría un beneficio de 10; si cada uno mantenía sus armas, el beneficio sería 0; si uno se desarmaba y el otro no, entonces el ahora jugador superior obtendría un beneficio de 100 y el inferior un beneficio de -100.

      Unión Soviética
    Sin desarme Con desarme
Estados Unidos Sin desarme 0, 0 100, -100
Con desarme -100, 100 10, 10

Dados sus incentivos, ambos países preferían mantener sus fuerzas antes que desarmarse, independientemente de las acciones del otro. Cada lado consideraba que el desarme unilateral equivalía a la rendición. El espectro de este suceso, indicado por el beneficio mencionado de -100, impedía el resultado preferido por ambas partes del desarme bilateral. La dinámica del juego de la cooperación mantuvo las armas nucleares en su lugar, a pesar de las intenciones y preferencias en contrario.*

Si bien es sustancialmente diferente, la práctica de etiquetar el presupuesto en el Congreso estadounidense es teóricamente otro ejemplo de la paradoja de la cooperación. El término “etiquetar el presupuesto” se refiere a la apropiación de fondos federales para proyectos locales electoreros.** Con esto nos referimos a proyectos ineficientes que benefician a los distritos electorales particulares, pero ofrecen pocos beneficios a la nación como un todo. El incentivo de los legisladores para participar en este etiquetado es la oportunidad que les ofrece de ganar puntos electorales en sus distritos por llevarles proyectos vistosos subsidiados con fondos federales. Las etiquetas se centran a menudo en subsidios agrícolas, contratos de defensa y proyectos de transporte público. El subsidio de 180 millones de dólares anuales para los productores de lana y angora, la estación espacial de la nasa de 31 000 millones de dólares, el sistema de transporte colectivo del centro de Búfalo y el túnel del puerto que enlaza la ciudad de Boston con su aeropuerto han sido tachados todos de ser proyectos locales electoreros. Esta política de etiquetado comenzó a ser vigilada con una gran minuciosidad recientemente, porque las presiones presupuestarias obligan a los políticos a reexaminar sus gastos programados.

El fenómeno de las etiquetas presupuestarias tiene su origen en la paradoja de la cooperación. Dado que un proyecto local electorero beneficia sólo al distrito o área geográfica que lo recibe, mientras que los costos para los contribuyentes de todo el país son muy superiores a sus beneficios, todos los legisladores resultarían beneficiados de no practicar este etiquetado. Sin embargo, cada legislador tiene un fuerte incentivo para seguir tratando de obtener fondos especiales para su distrito. En consecuencia, a pesar de saber que todos resultarían beneficiados en un mundo sin proyectos locales electoreros, todos seguirán luchando por obtener dichos proyectos para su distrito. Es decir, el “dividendo de la cooperación” de abolir las etiquetas presupuestarias —con la que un distrito perdería sus propios proyectos, pero obtendría una compensación superior al no tener que financiar los proyectos del resto de los distritos— es inestable. Los políticos siguen teniendo un incentivo para utilizar toda la influencia que puedan para obtener proyectos ineficientes, pero particulares, para sus estados o distritos.***

VIII.3. Complicando el caso sencillo: Cooperación entre dos personas con jugadas repetidas

 

En el ejemplo de Hume, la cooperación entre los dos granjeros implica trabajar de manera conjunta para drenar el pantano. La oportunidad de que haya un beneficio neto para cada uno existe únicamente si ambos “sudan” para conseguirlo, por decirlo de una forma. Esto es, existe un dividendo de la cooperación que esa sociedad de dos personas puede obtener, siempre y cuando sus miembros puedan estructurar las relaciones apropiadas para captarlo. Pero la relación, como se describe en el esquema VIII.1, no es adecuada para captar el dividendo. Si esa fuera la totalidad de la relación entre el granjero A y el granjero B, entonces lo triste del asunto sería que el dividendo de la cooperación permanecería sin ser captado y la vida para cada uno de ellos sería ligeramente más pobre de lo que podría haber sido de otra manera.

Así, se puede pensar que es mejor considerar el ejemplo de Hume como una situación independiente en la que existe la posibilidad de obtener un dividendo de la cooperación en esa única circunstancia. Es un trato único. No obstante, la mayoría de las sociedades, incluida la que consiste en los dos granjeros de Hume, son más duraderas. Por lo general, no suelen materializarse para esa única oportunidad de asegurar un dividendo de la cooperación; ni se desintegran inmediatamente después. Más bien, esta semana, el pantano es el que necesita el drenado; la próxima semana, la cerca común entre los terrenos de los granjeros es la que necesita reparación; la semana siguiente, se necesita el trabajo de los dos hombres para reemplazar el techo del granero de uno de los granjeros, y la semana posterior, el estanque del otro granjero es el que necesita ser impermeabilizado. En resumen, las sociedades consisten en una serie de encuentros repetidos (o aun continuos), no en jugadas únicas de un juego.

El hecho de la repetición cambia las cosas marcadamente, pero sólo si se satisfacen otras condiciones. Para ver esto, imagínese que la interacción estratégica descrita en el esquema VIII.1 se juega, no una, sino dos veces —exactamente dos veces— y que ambos granjeros lo saben. Suponga, por ejemplo, que hay dos pantanos que necesitan drenado. Si tal es el caso, entonces cada granjero sabrá que la segunda jugada de la interacción estratégica será la última: será un asunto único. Así, en esa última interacción, por las razones antes dadas, cada granjero hará su jugada estratégica de no cooperar. Entonces, volviendo a la jugada anterior (la primera), los granjeros comprenderán que, en efecto, ésa es la última jugada, puesto que la segunda quedará determinada sin importar lo que ocurra en la primera. Así, una vez más, cada uno hará su jugada estratégica de “no cooperar”. De manera más general, aun cuando una interacción estratégica como el juego del drenado del pantano de Hume se juegue repetidamente, si el número de jugadas repetidas es finito y conocido comúnmente por los miembros de la sociedad, entonces cada encuentro se jugará como si fuera un asunto único. En este ejemplo, la repetición no es más que una cadena de juegos únicos y, en cada caso, se pierde el dividendo de la cooperación.5

Ahora bien, la idea de un número finito de repeticiones conocido parece casi tan artificial como el ejemplo único con el que comenzamos. Las sociedades son continuas. Los granjeros A y B pueden no vivir para siempre, pero no saben cuándo llegará a su fin su sociedad en miniatura. Por lo tanto, no saben cuándo se presentará la última jugada para obtener un dividendo de la cooperación. En consecuencia, bien podrían proceder como si su sociedad fuera interminable. Esta forma de la repetición de jugadas es la que permite la captación de dividendos de la cooperación... en algunas ocasiones.

Si cada granjero supone que la cadena de oportunidades para la cooperación es muy larga, entonces cada uno de ellos puede estar dispuesto a arriesgarse en la primera ocasión. Lo peor que podría pasar es que sería explotado una vez, aprendería su lección y, simplemente, se rehusaría a cooperar en ocasiones subsecuentes. Dada la simetría de la situación, ambos granjeros pueden arriesgarse en ese primer encuentro, lo que arrojaría el resultado de la celda superior izquierda del esquema VIII.1 y el beneficio de un útil. En la siguiente ocasión, cada granjero recordaría que el encuentro anterior había provocado la cooperación del otro, lo cual alentaría a cada uno de ellos a tratar una vez más. En resumen, un pequeño refuerzo positivo muy bien puede embarcarlos por una “senda de cooperación” durante un buen tiempo. Es la “sombra del futuro” —la perspectiva de generar dividendos de la cooperación no sólo ahora sino de extenderla en el largo plazo— lo que hace que las jugadas cooperativas parezcan muy atractivas.

Considere la siguiente estrategia de comportamiento: voy a ser “amable” la primera ocasión, y luego, en cada ocasión sucesiva voy a hacer exactamente lo que el otro me hizo la vez anterior. En su célebre obra sobre este tema, Robert Axelrod (1984) llama a esta estrategia tit-for-tat, que podría traducirse al castellano como la estrategia del “ojo por ojo” o de “pagar con la misma moneda”. 6 Bajo esta estrategia, la primera vez coopera. La siguiente vez, coopera si tu colega cooperó la última vez. Pero no cooperes si él no lo hizo la última vez ni vuelvas a cooperar hasta que él cambie sus malos modales. Es decir, coopera condicionalmente después de la primera jugada.

Regresemos al juego del drenado del pantano de Hume o, como lo llamamos en una nota al pie, el dilema del prisionero. Si cada granjero decidiera jugar la estrategia tit-for-tat, sería la más ligera de las exageraciones decir que en esta sociedad ha surgido una norma de reciprocidad. Los granjeros no han interiorizado un principio religioso (como la Regla de Oro), aunque su comportamiento parece mostrarlo; ni existe un Leviatán blandiendo su espada para obligarlos a cooperar. Por el contrario, en virtud de estar insertos en una relación social continua, cada uno de los dos egoístas racionales, inquebrantablemente individualista, encuentra que es en su interés propio cooperar con su homólogo.

Antes de descorchar la botella de champaña, permítasenos apresurarnos a señalar que la norma de la cooperación recíproca tiene un “doble malvado”. Si la relación tuviera un mal comienzo —con uno o más granjeros no siendo “amables” desde el principio— entonces la estrategia tit-for-tat haría eco de este paso en falso. En cada jugada, cada granjero “castigaría” al otro por no haber cooperado la vez anterior. Esa interacción social se parecería más a una enemistad encarnizada o a una guerra civil que a un ágape fraternal.7 Y, sin duda alguna, el mundo está lleno de hostilidades étnicas, tribales, raciales e interpersonales que se parecen a un tit-for-tat vuelto loco.

El aspecto más feliz de nuestro ejercicio es demostrar que es posible obtener los dividendos de la cooperación como una respuesta razonable y racional de los individuos a las circunstancias en las que se encuentran. Los dogmas religiosos y filosóficos, así como la presión de otras personas, bien pueden reforzar este tipo de resultados. Pero creemos que les sería mucho más difícil si no pudieran depender del interés propio de los cooperadores. Lo que hemos demostrado es que hay circunstancias en las que existe ese tipo de interés.

 

VIII.4. Mecanismos alternos para provocar la cooperación

VIII.4.1. Valores interiorizados

 

Por más que creo que las respuestas racionales a las relaciones continuas son el origen de una gran parte de los dividendos de la cooperación que la mayoría de nosotros hace efectivos en la vida diaria, evidentemente no son lo único que existe. Examinemos con brevedad algunas opciones.

Es muy cierto que las personas asimilan valores que las predisponen a cooperar, aun cuando sólo sea para causar que sean “amables” en un primer encuentro, de tal suerte que puedan desarrollarse normas recíprocas; pero no puedo decir mucho acerca de la razón que las lleva a interiorizar un conjunto de principios morales o religiosos antes que otro. Por lo demás, observamos que, como antes lo señalé, esos principios suelen fracasar con una frecuencia desafortunada, pues vemos que los mejores cristianos o musulmanes o judíos se las arreglan para masacrarse unos a otros en nombre de su religión favorita. Sobre lo que sí puedo comentar, de una manera un tanto superficial, es sobre el mecanismo mediante el cual parecen funcionar los principios interiorizados.

Para ello, volvamos al esquema VIII.1, pero démosle ahora el nombre de dilema del prisionero (el lector debería releer la nota 3 al pie, sobre la reinterpretación del drenado del pantano de Hume como otro famoso juego llamado el dilema del prisionero). Supongamos que los dos prisioneros son miembros de la mafia que han jurado omerta (silencio): los dos compinches habían jurado callar en sus tratos con cualquiera fuera de la “familia”.8 La matriz de beneficios de la figura no parece captar muy bien ese valor asimilado. No cooperar en esa situación —es decir, delatar al otro tipo— no es visto con buenos ojos por la “familia”. En realidad, si ésta lo descubriera, lo normal sería que el delator fuera encontrado yaciendo en un oscuro callejón con la garganta cercenada y un canario metido en la boca. ¡Parece ser que interpretamos mal los beneficios del esquema VIII.1! Más bien, deberían ser los que aparecen en el VIII.2.

Esquema VIII.2

El (no) dilema del mafioso*
  Decisión del mafioso B
  No delatar (cooperar) Delatar (no cooperar)
Decisión del mafioso A No delatar (cooperar) 1, 1 -1, -k
Delatar (no cooperar) - k, -1 0, 0

Transformé el esquema VIII.1 en el VIII.2, cambiando uno de los beneficios en cada una de las celdas diagonales. Así, si uno de los compinches de la mafia implica a su cómplice, pero el otro no lo hace, su beneficio es ahora -k, un número negativo muy grande y muy desagradable. (El símbolo k se refiere al ca-stigo.) Un análisis de esta situación basado en la teoría de juegos, del que sólo consignaremos la conclusión, sugiere que existen dos posibles resultados de este juego: o los dos delatan y reciben 0 útiles cada uno o ninguno lo hace y reciben 1 útil por cabeza. Cada uno de esos resultados es un “punto de equilibrio”, en el sentido de que, en cada uno de ellos, ninguno de los jugadores tiene un incentivo para cambiar su estrategia si cree que el otro tipo no va a cambiar la suya. Por ejemplo: si ambos mafiosos A y B están planeando delatar (la celda inferior derecha), entonces el mafioso A carece de incentivo alguno para quedarse callado (para no delatar), puesto que ello cambiaría su beneficio de 0 útiles a -1 útil; y de manera similar en el caso del mafioso B. Por otro lado, si ambos están cooperando al mantenerse callados (celda superior izquierda), entonces ninguno de los dos sería tan bobo como para delatar, cambiando su fortuna de 1 útil a -k útiles.

Con todo, desde nuestro punto de vista, la teoría de juegos no da suficiente peso psicológico a ese gran beneficio negativo de -k. Sospechamos que ninguno de los compinches se arriesgaría a ser el único en hablar (sin importar lo bueno que sea el Programa Federal de Protección a Testigos). Omerta, tengo la sospecha, es frecuentemente la vencedora, los compinches de la mafia cooperan y algún ambicioso fiscal de distrito se queda sin muchas convicciones posibles. En consecuencia, es cierto que los valores interiorizados pueden provocar la cooperación, aun en los juegos únicos; pero lo hacen cambiando el juego.

 

VIII.4.2. Obligación externa al cumplimiento

 

En el análisis anterior sobre los valores interiorizados, las decisiones de no cooperar reciben un “castigo”. Algo (la conciencia) o alguien (un tercero) transforma el beneficio del juego original por la circunstancia en la que uno se comporta de forma impropia. Cuando es muy obvio que alguien más está haciendo trampa con la matriz de beneficios, entonces probablemente sea más adecuado pensar en ello como en un caso de obligación externa al cumplimiento, que es el tema de esta sección.9

La idea de la obligación al cumplimiento por un tercero de los acuerdos hechos por dos individuos que los subscriben (o cooperan) es el principal mecanismo sobre el que descansa la totalidad de la economía neoclásica. En los ámbitos económicos, se supone que, normalmente, los individuos que subscriben contratos están seguros de que un juez, una corte o un jefe de policía los hará cumplir y que, además, dicha obligación al cumplimiento se hará sin costo y de una manera libre de errores. En este ejemplo, la obligación al cumplimiento por un tercero es precisamente la clase de seguridad que se requiere para consumar muchos tratos (esto es, para captar los dividendos de la cooperación).

Imagínese a un vendedor cuyo producto es lo bastante complejo como para que a un prospecto de comprador le sea imposible decir, con sólo mirarlo o patear los neumáticos, si el producto es muy bueno o si durará mucho tiempo. Aunque en todo grupo existen personas a las que les gusta arriesgarse (y personas crédulas), sería difícil que ese vendedor consumase una venta, aun con un comprador que, de lo contrario, se interesara en el producto si éste cumpliera con sus expectativas. No obstante, si el vendedor pudiera convencer al comprador de que el producto es como él lo describe, uno y otro podrían distribuirse un dividendo de la cooperación. Para facilitar el convencimiento, suponga que el vendedor afirma: “Yo lo garantizo. Si el producto no resulta a su satisfacción en una semana, le devolveré el dinero en su totalidad. Si el producto no se desempeñase durante todo un año como lo he manifestado, le devolveré una cantidad prorrateada de su dinero”. El problema es: ¿qué valor tiene la garantía? El vendedor podría desaparecer (como ocurre con las operaciones clandestinas); o podría afirmar que la garantía no cubre lo que el comprador reclama (“la letra chiquita dice que sólo el botoncito izquierdo está garantizado de no fallar, mas no el botoncito derecho”). Si los incentivos del vendedor para romper su promesa son fuertes, entonces es probable que el comprador se diga que la garantía “no vale el papel en que está escrita”. Como vemos, por sí mismas, las garantías no necesariamente facilitan las cosas.

No obstante, si una garantía fuera fidedigna porque existe un tercero dispuesto a obligar al otro a cumplir con su promesa, entonces el comprador bien podría estar dispuesto a hacer la compra. Tanto el comprador como el vendedor se alegrarían de que exista esta institución que obligue al cumplimiento. Al haber una institución que lo coaccione para que cumpla, la promesa del vendedor se hace creíble. La credibilidad de la promesa del vendedor es la que lo induce a comprar. Así, la institución de la “obligación al cumplimiento por un tercero” permite la cooperación (Comprador: “compraré tu producto”. Vendedor: “te garantizo su calidad”). La inexistencia de una institución exógena que obligue al cumplimiento reduce los beneficios tanto para el comprador como para el vendedor.10

En el dilema del mafioso, por ejemplo, imagínese que los beneficios son los originales del esquema VIII.1. El mafioso A dice al mafioso B: “No voy a hablar”; y el mafioso B dice al mafioso A: “Yo tampoco”. Estas promesas son creíbles porque existe un tercero ejecutor, es decir, una persona externa que obliga al cumplimiento de los compromisos. En este caso es Don Corleone el que impone sanciones a quienes rompen sus promesas: el Padrino funge el rol de tercero ejecutor. En efecto, la presencia de Don Corleone transforma el esquema VIII.1 en el VIII.2. Lo particularmente interesante de este ejemplo es que, mientras el mafioso A y el mafioso B crean que están jugando al juego del esquema VIII.2, el Padrino nunca tendrá que mostrar su poder. En realidad, en el caso de aquellos que ignoran la existencia del Padrino Don Corleone, se podría creer que los dos prisioneros son simplemente ¡hombres honestos que cumplen con sus promesas! Ingenuamente se podría pensar que hay “honor entre ladrones” (un principio moral).

Mediante la introducción de un tercero ejecutor, de manera muy semejante a lo que hizo Hobbes con la invención de su Leviatán, hemos coaccionado realmente a las personas para que se comporten de tal manera que les produzca un dividendo de la cooperación. Pero nuestro análisis estaría deplorablemente incompleto si no investigásemos más la naturaleza del ejecutor. Para ser precisos, necesito abordar tres materias: la obligación costosa al cumplimiento, la obligación imperfecta al cumplimiento y los incentivos del ejecutor.

 

Obligación costosa al cumplimiento. Cuando el procesador de alimentos se avería y el comerciante a quien se lo compramos nos dice que no es responsabilidad suya, sino del fabricante, ¿hasta qué grado estamos dispuestos a molestarnos para obtener la reparación del agravio? Podríamos asumir una carga de bajo costo, como escribir una carta de queja al fabricante; pero es muy probable que no contrataríamos a un abogado para llevar al fabricante ante un tribunal de primera instancia. La verdad del asunto es que la obligación al cumplimiento no carece de costos y que es probable, cuando menos la mayor parte del tiempo, que los “pequeños” alejamientos de los acuerdos de cooperación (de tal manera que el garante se vea obligado a hacer honor a su garantía únicamente si la parte garantizada carga con un costo sustancial) queden sin castigo. En ocasiones, surgen instituciones para hacerse cargo de esos problemas. Un abogado emprendedor podría iniciar una “demanda colectiva” a nombre de todas las víctimas.11 Quizá cada víctima hubiera sufrido un costo pequeño, pero si hay un número lo suficientemente grande de víctimas, entonces la cantidad total en juego podría ser más bien grande, lo suficiente como para interesar a un abogado cuya comisión ¡es un porcentaje del acuerdo!12 Con todo, antes de invocar el Leviatán de Hobbes como una solución al problema de la captación de los dividendos de la cooperación, deberíamos tomar en cuenta los costos probables de la puesta en práctica de la obligación al cumplimiento. Podrían no valer la pena.

 

Obligación imperfecta al cumplimiento. Aun cuando los costos sean lo suficientemente reducidos como para permitir que la obligación al cumplimiento funcione, puede no hacerlo a la perfección. Podría no ser mucha molestia, por ejemplo, llevar al comerciante local o al casero al tribunal de primera instancia por habernos engañado, pero no existen garantías de que el juez haga un juicio “correcto”. La obligación al cumplimiento está destinada a ser siempre imperfecta, por un lado, porque los juicios humanos son falibles y, por el otro, porque el enjuiciado puede ser el cuñado del juez. El asunto es que, a pesar de lo que se dice a los estudiantes de leyes de primer año sobre la superioridad de la ley, el litigio no está menos sujeto al error humano y la corrupción que cualquier otra acción que emprendan los seres humanos. Con mucha frecuencia se apela a jueces, policías, agentes de libertad condicional, investigadores y otros “jugadores” del sistema judicial para que hagan juicios en circunstancias menos que ideales. Y comenten errores.

 

Incentivos del ejecutor. Si la obligación al cumplimiento no es demasiado costosa y los errores no son ni demasiado frecuentes ni demasiado mayúsculos, entonces no disminuye el valor de la intervención por un tercero. Dicho de una manera más constructiva: en muchas circunstancias, ni el costo ni las imperfecciones son tan excesivas como para reducir el valor de la obligación externa al cumplimiento. No obstante, el problema de los incentivos de los ejecutores no es fácil de eludir. ¡Atención!, la mayoría de los economistas hace precisamente eso: dan por hecho, por decreto, que la obligación al cumplimiento entraña un procedimiento de descubrimiento honesto, en el que se determina la falta y se ordena la compensación. Esto, a su vez, ofrece incentivos para que, en primer lugar, las personas no abandonen los convenios de cooperación, pero plantea la cuestión de cuáles son las características institucionales que ofrecen los incentivos para que los agentes de la obligación al cumplimiento la lleven a cabo. ¿Por qué el agente de tránsito del pueblo, por ejemplo, no habría de dejar ir a su cuñado por exceso de velocidad, pero sí agarrar al “abogado radical” del pueblo que ha sido un fastidio tan grande para el departamento de policía? Pensemos en los proverbiales rabinos en los pueblos polacos sobre los que escribió el premio Nobel Isaac Bashevis Singer: ¿quién dudaría de que el rabino, quien era el tercero ejecutor de la comunidad, se aseguraba de que su propio hijo obtuviera pequeños privilegios en la vida del pueblo? ¿Qué puede impedir que un gobernante negro recién electo en Sudáfrica aplaste la inconformidad entre la comunidad blanca (algo que le preocupa mucho)? En resumen, aunque muchas comunidades —desde los pequeños poblados estadounidenses hasta las aldeas de Europa Oriental, pasando por la comunidad blanca de Sudáfrica— confían en las instituciones de la obligación al cumplimiento por un tercero, todas son vulnerables a las dificultades que surgen de que los incentivos sean inadecuados. El agente de tránsito mencionado no sólo responde a sus obligaciones oficiales, también quiere que su esposa lo deje en paz y quitarse de encima a sus colegas del departamento. Todos vemos por los nuestros.

El hecho de que los terceros ejecutores puedan responder a sus propios valores es particularmente perturbador cuando se les presenta, como lo hizo Hobbes, como una solución al problema del orden en el estado natural. Es decir, la obligación al cumplimiento por un tercero se ofrece a menudo como la razón de la existencia misma del Estado. Ante todo, se considera al Estado como el mecanismo de la comunidad para permitir que los ciudadanos eviten desperdiciar sus recursos en su propia protección y, de manera más general, para permitir que se produzca la cooperación; pero, como la historia lo ha registrado con frecuencia, esa cura puede en ocasiones ser peor que la enfermedad. Con su monopolio de la fuerza, el Estado empodera a sus funcionarios no sólo para proveer las garantías que permitan que la cooperación tenga lugar entre los ciudadanos sino también para emplear esa fuerza para sus propios propósitos. Como dice el antiguo dicho: “¿Quién vigila a los vigilantes?”. Hasta que podamos estar satisfechos de que el problema de los incentivos de los terceros ejecutores ha sido resuelto, no deberíamos adoptar acríticamente esa solución al problema de la cooperación.13

 

VIII.5. Conclusión preliminar

 

Al final de este capítulo ofrezco sólo la más preliminar de las conclusiones, porque seguiré adelante con el análisis en los próximos dos. He establecido el problema de la cooperación y examinado varias manifestaciones de ésta en la más simple de las sociedades: el mundo de dos personas. Hemos visto que ese mundo no es siempre un mundo feliz, puesto que puede no haber medios efectivos con los cuales captar los posibles dividendos de la cooperación. Los sistemas de valores interiorizados y los terceros ejecutores son promisorios en cierta medida, pero no carecen de peligros. La repetición de las interacciones sociales puede permitir que se desarrolle la cooperación, porque las perspectivas de las relaciones continuas en el largo plazo pueden ser demasiado valiosas como para ponerlas en peligro haciendo trampa en alguna oportunidad. Mas la repetición tiene su lado oscuro, con los celos, la enemistad y la venganza como secuelas. La cooperación es un asunto complejo y no es sorprendente que la humanidad se haya levantado con tanta lentitud del estado natural y, en el mejor de los casos, lo haya hecho con tanta imperfección.

En el siguiente capítulo ampliaré el análisis. Una sociedad de dos, como la que considero en este capítulo, es muy artificial y sólo se debería pensar en ella como un elemento o módulo básico de la sociedad en su conjunto. Hacia esta última volveremos la vista en lo sucesivo, al igual que hacia los temas de la cooperación entre n personas y de la acción colectiva.

 

 

Rincón experimental

El altruismo y la confianza en el dilema del prisionero

 

Se ha visto que las circunstancias sociales modeladas en el dilema del prisionero (dp) se adaptan extraordinariamente a una gran variedad de situaciones políticas —desde la decisión de oponentes políticos de llevar a cabo una campaña de publicidad negativa hasta acuerdos ambientales internacionales—. No obstante, esta adaptabilidad a situaciones de la vida real es sólo una parte del atractivo del juego. El dp también comprende temas centrales de la vida emocional de los seres sociales, y los humanos, después de todo, somos animales sociales. Tal vez los temas más importantes son las cuestiones de altruismo y confianza que este ubicuo juego toca. Así, un gran número de científicos sociales ha buscado evaluar mediante experimentos el grado en el que estas virtudes sociales contribuyen a la cooperación, obteniendo algunos resultados que podrían ser sorprendentes.

Primero, algo de contexto: el dp fue uno de los primeros juegos puestos a prueba por científicos sociales en experimentos de laboratorio y, debido a las amplias aplicaciones del juego, fue considerado una prueba importante para la teoría del comportamiento en equilibrio. Recuerde que el equilibrio en el dp típico jugado en una sola ocasión es que ninguno de los jugadores coopere, lo cual resulta en una peor situación que el caso en el que ambos hubieran encontrado una manera de cooperar. ¿Respalda el comportamiento en los laboratorios esta predicción? En un estudio de 1960, Minas et al. encontraron que, entre sus sujetos experimentales, 38 por ciento de los jugadores cooperó en cualquier juego dado, mientras que 62 por ciento no cooperó. Esto condujo a cooperación mutua en sólo alrededor de 16 por ciento de los juegos. Se obtuvieron resultados similares alrededor del mundo —aunque ajustados hacia arriba o hacia abajo dependiendo de factores como los pagos, el número de rondas, la comunicación entre los participantes y el género y la nacionalidad de los mismos—. La conclusión obvia de estos experimentos es que la frecuencia de la cooperación en juegos del dp jugados en una sola ocasión repetidos de forma finita es consistentemente mayor que cero (en oposición a las predicciones de los análisis de equilibrio) pero consistentemente mucho menores que uno. La pregunta obvia es: ¿por qué? ¿Por qué cooperaría algún jugador con un oponente —sobre todo uno que no tiene nombre ni rostro— en un juego del dp que no se va a repetir?

Por supuesto, existen en principio varios factores personales, culturales y contextuales, pero el pensamiento sistemático en torno a la cooperación en los años posteriores se concentró cada vez más en dos valores sociales distintivos que el DP combina de manera exquisita: el altruismo y la confianza. ¿Por qué el altruismo? Suponga que, en la versión sin repetición del dp, un jugador tiene la certeza de que su compañero cooperará. Si decide corresponderle cooperando, una interpretación de su comportamiento es que ha internalizado de alguna manera los deseos del otro jugador y toma en cuenta el daño que le haría si no cooperara, aunque esto resultara ventajoso para él. Una pregunta inmediata es cómo compararía un jugador altruista sus propios pagos ante los de los demás. Pero una pregunta relacionada y más directa se refiere al nivel de certidumbre que en principio tiene el jugador de que su compañero cooperará, lo cual nos dirige hacia la cuestión de la confianza. Un jugador podría ser muy altruista y por ende no estar dispuesto a “verle la cara” a su compañero. Sin embargo, a menos de que uno sea un santo, en algún punto el altruismo caerá presa de la desconfianza, e incluso el jugador más amable se rehusará a sacrificar el bienestar propio por un compañero que, si bien podría corresponderle, probablemente no lo hará.

Desafortunadamente, como el dp combina ambas cuestiones de una manera tan interesante, evaluar la importancia relativa de estos factores en las interacciones entre personas que se conocen de manera imperfecta no puede lograrse mediante experimentos. Si en una ronda del dp observamos que un jugador no coopera con un compañero que coopera, ¿deberíamos concluir que dicha persona no tiene corazón o que simplemente se sentía insegura de la confiabilidad de su contraparte? Nunca encontraríamos la respuesta sin meternos en su cerebro y, aunque las resonancias magnéticas podrían hacer esto posible algún día, por el momento los experimentadores han innovado con dos juegos para poner a prueba por separado la presencia de la confianza y el altruismo. Estos son ahora clásicos en la literatura experimental de juegos.

Para determinar la magnitud del comportamiento altruista, los teóricos de juegos innovaron con un modelo que permite la oportunidad de comportarse de forma altruista sin la necesidad de confiar en el otro jugador. La solución: una elegante interacción social llamada el juego del dictador, el cual funciona de la siguiente manera. Se da un pequeño presupuesto al jugador A y se le dice que puede ceder la parte que quiera al jugador B y quedarse con el resto. El jugador B no hace nada más que recibir un sobre con la cantidad que A haya decidido compartir (después de todo, A es el dictador). Forsythe et al. (1994) fueron de los primeros en poner este juego a prueba de manera sistemática y encontraron que cuando el jugador A recibía $10, en promedio compartía $2.33 con B. Adicionalmente, sólo 21 por ciento de quienes estuvieron en el rol de A dio $0 a B; por otra parte, 21 por ciento dividió el presupuesto a la mitad y cedió $5. Los demás cedieron alguna cantidad entre $1 y $4. Varias otras pruebas del juego del dictador con distintas condiciones experimentales —incluyendo un mayor riesgo al variar el nivel de anonimato entre el experimentador y el otro jugador— han confirmado que, en promedio, los dictadores ceden entre 15 y 30 por ciento del presupuesto a sus compañeros, y que siempre existen personas egoístas (que no ceden nada) y personas generosas (que ceden mucho) en todas las sociedades.1

Estos experimentos confirman que el altruismo es muy común pero para nada llega a ser universal en muchas sociedades. Pero, ¿qué forma toma este altruismo? Evidentemente, muy pocos están dispuestos a sacrificarlo todo por un compañero. Al mismo tiempo, el razonamiento detrás de ceder 20 por ciento versus 40 por ciento tampoco está muy claro. Andreoni y Miller (2002) buscaron desenmarañar distintas formas de altruismo de la siguiente manera. Como en el experimento del dictador convencional, un participante recibió el presupuesto a repartir; sin embargo, se le dijo que el dinero que cediera a su compañero sería multiplicado por un factor p. En los experimentos de Andreoni y Miller, el valor de p iba de un tercio a tres, dependiendo de la pareja. ¿De qué nos sirve esto? Bueno, sería de esperar que un individuo cuyo altruismo está basado en nociones de justicia tienda a aumentar la cantidad que cede a su compañero si sabe que el valor de p es pequeño y a disminuir la cantidad si sabe que p tiene un valor grande. Por otro lado, sería de esperar que una persona interesada en maximizar el bienestar colectivo tienda a quedarse casi todo el dinero si p es menor que 1 y a ceder la mayor parte si p es mayor que 1. Por supuesto, hay quienes son egoístas pase lo que pase. Andreoni y Miller encontraron que distintos sujetos pusieron en práctica distintas formas de altruismo, y que una mayoría saludable de los individuos se comportó de manera consistente en diferentes rondas. Alrededor de 40 por ciento de los sujetos podía ser considerado “plenamente egoísta”, puesto que siempre se quedaba todo o casi todo el dinero. Alrededor de otro 25 por ciento encajaba en el modelo de justicia, dado que calculaba cuidadosamente que las ganancias fueran similares para asegurar una igualdad entre el dictador y su compañero. Otro 11 por ciento parecía maximizar el bienestar social en general, y el restante 24 por ciento se comportaba de manera idiosincrásica entre rondas. Esto sólo es una pequeña parte de una literatura muy diversa e interesante, pero espero haber ilustrado que si bien no es omnipresente, el altruismo existe en las interacciones sociales.

Regresando entonces a nuestra otra pregunta, ¿cómo podría un participante en el dilema del prisionero decidir si confiar o no en que su compañero cooperará? Ha surgido un cuerpo distinto de literatura en las ciencias sociales experimentales para medir la magnitud de la confianza que existe entre jugadores anónimos por medio de otro juego sencillo. Se otorga una cantidad de dinero determinada al Jugador A y se le dice que puede quedársela o invertir alguna parte con el jugador B. Cualquier parte que ceda al jugador B crecerá de acuerdo con un porcentaje i (al estilo de una tasa de interés). Después B podrá decidir, de manera unilateral, cuánto regresar al jugador A. La confianza se mide aquí mediante la proporción de fondos que A cede a B. En un mundo de maximizadores perfectos de utilidad, uno pensaría que A no daría nada a B, pues B podría huir con todo el dinero de A a la menor oportunidad. En una serie de experimentos internacionales, Croson y Buchan (1999) encontraron que se invirtió un promedio de 67 por ciento del presupuesto inicial,2 mientras que los experimentos conducidos en Estados Unidos generalmente han encontrado menores tasas de confianza, más cercanas a la inversión de 50 por ciento del dinero.

¿Cómo es que estas dos facetas de la investigación nos ayudan a entender el dilema del prisionero? Bueno, resulta que mucha gente con la que interactuamos es aceptablemente generosa, al menos en términos de interacciones uno a uno con extraños. Por supuesto, un número considerable de personas no es tan generoso, por lo que no esperaríamos ver exclusivamente cooperación en pruebas experimentales del dilema del prisionero. Esta manifestación de altruismo explica la mitad de nuestro dilema —por qué existe la cooperación entre individuos, aunque podría irles mejor si tomaran ventaja de sus ingenuos compañeros—. Pero, ¿cómo llegan las personas al punto en el que creen que su compañero cooperará en primer lugar? Por alguna razón, parece que la confianza es generalizada, incluso en relación con extraños anónimos en un laboratorio. En consecuencia, un buen número de individuos entra a estos experimentos convencido de que su compañero cooperará con ellos y algunos, dada su naturaleza altruista, actúan de manera recíproca, lo cual conduce en el dilema del prisionero a una tasa de cooperación más alta de lo que predice la teoría (¡aunque se trate sólo de un modesto 16 por ciento!). 

 

 

Problemas y preguntas de discusión

1. Explique cómo las reflexiones del juego del drenado del pantano de Hume podrían utilizarse para entender las siguientes situaciones: (1) dos políticos que compiten por el mismo puesto deben decidir si utilizarán campañas negativas o no; (2) dos grupos de interés opuestos consideran si deben contribuir a la campaña de reelección de un senador o no; y (3) las más grandes potencias industrializadas deciden el grado al que deberán reducir sus emisiones de gases invernadero.

 

2. Este capítulo propone la repetición como una solución a los dilemas de cooperación. Explique la intuición que se encuentra detrás de esta propuesta y señale algunas características de un juego de cooperación (por ejemplo, pagos específicos, número de repeticiones, y valor de pagos presentes versus pagos futuros) que conduzcan, a su juicio, a la cooperación. ¿Se consigue siempre la cooperación en contextos de repetición en teoría?, ¿en la práctica?

 

*3. El juego de la cacería de venado provee una visión alternativa del problema de cooperación social. Se trata de dos cazadores que pueden cooperar para cazar un venado conjuntamente o bien pueden cazar una liebre cada uno de manera individual. Como bien lo notó Rousseau en su momento, el aspecto crítico es que si los dos cazadores se ponen de acuerdo para cazar un venado, uno de ellos podría estar tentado a abandonar este proyecto cuando una liebre pase frente a sus ojos; en ese caso podría decidir cazar la liebre para sí y dejar al otro cazador a su suerte. Los pagos son los siguientes:1

  Cazador B
  Venado Liebre
Cazador A Venado 3, 3 0, 1
Liebre 1, 0 1, 1

¿Cuál es la alternativa favorita? ¿Existe alguna otra alternativa en la que ningún jugador tiene incentivos para alterar su estrategia (asumiendo que la de su compañero se mantiene fija)? ¿Es conveniente para algún jugador jugar “liebre” o “venado” sin importar lo que su compañero decida, como en el juego del drenado del pantano? ¿Qué tan seguro debe estar A de que B jugará “venado” para hacer lo mismo? Explique la manera en que esto ilustra el papel de la confianza en la cooperación.

 

4. El juego del drenado del pantano de Hume involucraba un problema de cooperación, mientras que generalmente se considera que el siguiente juego involucra un problema de coordinación. El planteamiento es el siguiente: dos amigos no logran ponerse de acuerdo acerca de si deberían ir al cine o jugar basquetbol, aunque ninguno quiere estar solo, incluso si realiza su actividad favorita:

  Amigo B
  Basquetbol Cine
Amigo A Basquetbol 3, 1 0, 0
Cine 0, 0 1, 3

¿Conviene a algún jugador jugar “basquetbol” o “cine” sin importar lo que su amigo elija, como en el juego del drenado del pantano? ¿Cuáles son las alternativas en las que ningún jugador tiene incentivos para alterar su estrategia (asumiendo que la estrategia del otro jugador permanece fija)? Explique por qué este juego ilustra un problema de coordinación.

 

*5. Una alternativa a castigar la no cooperación, comúnmente empleada por bandas delictivas en Estados Unidos, es premiar la cooperación; por ejemplo, proteger a la familia de un individuo mientras éste está en prisión. Suponga, utilizando los pagos en el esquema VIII.1, que se otorga un bono de 𝛽CD a un criminal que coopera y cuyo compañero no coopera, mientras que se otorga un pago de 𝛽CC a un criminal que coopera y cuyo compañero también coopera. Reescriba la matriz de pagos con el nuevo régimen. ¿Para qué valores de 𝛽CD y 𝛽CC es la cooperación un equilibrio? ¿Para qué valores es éste el único equilibrio?

 

6. Este capítulo ha discutido varias soluciones a los dilemas de cooperación que tienen lugar en las instituciones del Estado, la sociedad civil y la religión. Discuta cómo cada una de estas instituciones sociales ha ido creando características que buscan facilitar la cooperación, con referencia a la obligación externa al cumplimiento, la obligación interna al cumplimiento y las interacciones repetidas.

 

1 Un útil es una unidad de valor inventada. Lo único que importa para nuestros propósitos es que más útiles significan más valor para una persona. Si eso lo facilita, el lector puede pensar en las unidades como miles de pesos, de manera que cada granjero valúe el drenado del pantano en 20 000 pesos.

 

2 Esto es, los rendimientos del esfuerzo de drenar el pantano son crecientes. Una persona, trabajando sola, terminaría gastando 3 útiles de energía, mientras que dos personas, trabajando juntas, gastarían en conjunto sólo 2 útiles.

 

3 Es probable que algunos lectores reconozcan esta matriz de beneficios. En la teoría de juegos, se le conoce como el dilema del prisionero. Dos ladronzuelos son arrestados por un robo con escalamiento. Si ambos cierran el pico, el fiscal tiene que liberarlos (beneficio de 1 útil). Si ambos “cantan’’, ambos van a dar a la cárcel, aunque con una reducción por el acuerdo con el fiscal (beneficio de 0 útiles). Pero si uno delata al otro y éste se queda callado, entonces el delator recibe una recompensa, mientras que sobre el “delatado” se arroja todo el peso de la ley (beneficios de 2 y –1, respectivamente). Esta historia genera la misma matriz de beneficios que el esquema VIII.1, por lo que nuestro análisis será el mismo.

 

4 Véase Hume (1975). Agradezco al doctor Mark Yellin por traer esto a mi atención.

 

5 Este párrafo proporciona la respuesta teórica a la pregunta de qué pasaría cuando se presenta un número finito comúnmente conocido de repeticiones del juego del esquema VII.1. Si ese número finito es pequeño, entonces la lógica que transmite el párrafo es, en nuestra opinión, muy convincente. Si, por otra parte, el número es muy grande, aun cuando siga siendo finito y siga siendo conocido comúnmente por todos los miembros de la sociedad, la lógica se vuelve menos convincente. A mi parecer, existe un fuerte incentivo para que los miembros de la sociedad busquen algún medio para pretender que su propia racionalidad ha sido inutilizada, con lo que se permitiría, al menos por un tiempo, que se captaran algunos de los dividendos de la cooperación. Ésta es una cuestión muy compleja en teoría de juegos que no pretendo analizar con más detalle.

 

6 Un análisis anterior al de Axelrod, y también de mucha influencia, es el de Taylor (1976).

 

7 Avinash Dixit y Barry Nalebuff, en Thinking Strategically, analizan muy bien esta situación en el capítulo IX. Para el lector interesado, este volumen es quizás el libro disponible más accesible y, sin duda alguna, el más agradable sobre la teoría de juegos.

 

8 Obviamente, la sociedad en su conjunto obtendría un mayor beneficio si ninguno de los dos prisioneros pudiera captar los dividendos de la cooperación; pero ésa no es nuestra preocupación en este caso. Lo que queremos es permanecer neutrales por el momento respecto a si la cooperación que estamos investigando es buena o mala en un sentido más amplio.

 

9 En cierto sentido, no obstante, no todo el tiempo puede haber una distinción clara entre esos dos mecanismos. En presencia de la obligación externa al cumplimiento, los individuos asumen a menudo ese hecho y actúan como si hubieran interiorizado algún valor: en efecto, ya han previsto la sanción externa que llegará en poco tiempo y la evitan con anticipación mostrando un comportamiento apropiado.

 

10 Un comprador puede comprar de todos modos en esas circunstancias, pero, debido a que el vendedor no puede comprometerse de forma creíble a hacer honor a su garantía, el comprador exigirá un descuento en el precio. La prima de seguro que el comprador requiere es, en efecto, esa diferencia entre el precio que pagaría con una garantía completamente creíble y una que no lo fuera.

 

11 Por “demanda colectiva” se entiende lo que en inglés se conoce como class action suit, que también se traduce en algunos países hispanoparlantes como “acción de clase” [Nota del traductor].

 

12 En realidad, eso fue precisamente lo que ocurrió en la década de los ochenta con un procesador de alimentos fabricado por el Consorcio Cuisinart. Se entabló un juicio colectivo en contra de la empresa y, gracias a un acuerdo, la empresa indemnizó a todos y cada uno de los compradores de su procesador de alimentos. ¡El autor de este libro fue uno de los beneficiarios! Según recuerdo, cada beneficiario recibió un catálogo de productos Cuisinart del que podíamos elegir alguno. Mi gruesa sartén sigue en uso una década después.

 

13 La obligación externa al cumplimiento de las leyes que conciernen al estacionamiento podría parecer un ejemplo raro. Sin embargo, el problema de los incentivos para los ejecutores se demuestra gráficamente con el caso de los parquímetros de la ciudad de Nueva York. En 1993, según Road and Track (1994:15), la mitad de todos los recolectores de monedas de los parquímetros de la ciudad fueron acusados de robar dinero de la recolección. El valor total de sus robos era de más de un millón de dólares.

 

1 En una excelente comparación de este tipo de juegos a lo largo de quince distintas sociedades del mundo (algunas industrializadas, algunas agrícolas, algunas cazadoras, algunas sedentarias y algunas nómadas), Henrich et al. (2001) señalan que sólo entre los participantes universitarios estadounidenses sucede que el resultado más frecuente es la cesión de $0. Entre los orma, una tribu en Kenia, la oferta más frecuente es 50 por ciento.

 

2 Es interesante que también encontraron que no hay diferencias significativas entre el nivel de confianza de los hombres y el de las mujeres, pero que existen diferencias significativas en confiabilidad. En promedio, las mujeres devolvieron una mayor parte de la inversión que los hombres.

 

1 El pago de A es el número a la izquierda en cada celda, mientras que el pago de B siempre es el número de la derecha.

 

 

* El primer número de cada celda es el beneficio neto en útiles para el granjero A. El segundo número es el beneficio neto en útiles para el granjero B.

 

* Resulta interesante destacar que el desarme se ha dado a lo largo de las últimas dos décadas, pero no ha sido unilateral ni ha sido un todo-o-nada. Se ha llevado a cabo, de alguna forma, paso a paso: “Ustedes se deshacen de una parte de su arsenal y nosotros nos desharemos de una parte del nuestro”. El resultado ha sido una reducción en las reservas de armas nucleares, pero no su eliminación absoluta.

 

** A esta práctica de etiquetar el presupuesto, Shepsle la llama pork-barreling. La expresión muy popular en Estados Unidos del pork barrel para referirse a este tipo de proyectos legislativos no tiene un equivalente exacto en habla hispana, salvo en algunas localidades bilingües como Puerto Rico donde los llaman “barriles de tocino”. Aquí me referiré al pork barrel legislativo como “proyectos locales electoreros” [Nota del traductor].

 

*** Una forma moderna de financiar proyectos locales electoreros es conocida como etiquetado de fondos (o earmarking en inglés). Para su análisis, véase Shepsle et al. (2009).

 

* El primer número del par de cada celda es el beneficio neto en útiles para el mafioso A. El segundo número es el beneficio en útiles para el mafioso B. ¡Recuerde que k es un número muy grande!