Para muchos lectores de este libro, la década de los sesenta parecerá muy lejana, historia antigua. Aparte de los Beatles, los pantalones acampanados, los lentes de abuelita, los peinados afro, los bigotes caídos y los collares de cuentas, esa década se recuerda quizá más vívidamente (a través de ese laberinto de memorias imprecisas, en el caso de los que tenemos edad suficiente, o de collages de documentales, en el de los más jóvenes) como un periodo de intensas protestas en masa y acciones colectivas. A principios de esa década, primero en la Universidad de California en Berkeley y después en todo Estados Unidos, los estudiantes protestaban en contra de la autoridad, aparentemente arbitraria y caprichosa, de los funcionarios universitarios. El Movimiento por la Libertad de Expresión y el Movimiento para Salvar el Parque Público fueron dos tipos de protesta importantes destinados a forjar un espacio tanto personal como físico dentro del cual poder “hacer lo suyo” (“movimiento” era el sustantivo colectivo de la época).
Esto no fue un disparate pueril como lo quisieron describir algunos observadores adultos; fue política seria con una agenda seria. En realidad, a medida que la década avanzaba, la acción en masa se extendió más allá de los campus universitarios y la agenda de las protestas se hizo explícitamente política:
• La protesta a favor de los derechos civiles, que culminó con una marcha a Washington de cientos de miles de participantes y a la larga produjo una legislación histórica sobre los derechos civiles y el derecho al voto;
• La protesta en contra de la guerra de Vietnam, que culminó con una marcha al Pentágono (también de cientos de miles de personas, descrita brillantemente por Norman Mailer en su libro Los ejércitos de la noche) y que a la larga provocó que un presidente en ejercicio desistiera de buscar la reelección;
• La protesta en contra de la degradación del medio ambiente, que culminó con una manifestación en masa en Washington el Día de la Tierra y, a la larga, en la histórica elaboración de reglamentos para la protección del medio ambiente y la creación de una agencia de nivel ministerial encargada del medio ambiente.
Las semillas de las protestas en masa fueron cultivadas con amoroso cuidado durante ese periodo y produjeron sus retoños en los años setenta, ochenta, noventa y ahora, en el siglo xxi. Éstas han concernido los derechos de la mujer, la discriminación contra los homosexuales y las lesbianas y perennes causas ambientales (calentamiento global, reducción de la capa de ozono, destrucción de los bosques tropicales, minería a cielo abierto, energía nuclear, disposición de los desperdicios tóxicos y especies en peligro de extinción, por sólo nombrar algunas). Quizá la más destacada de ellas en el presente es la que abarca ambos lados de la cuestión del aborto: los movimientos provida y proelección.1
Estando acostumbrados a leer acerca de la acción en masa en nuestros campus y en las calles de nuestras ciudades, tal vez lo hemos considerado como algo habitual y no hemos logrado apreciar que, en realidad, es un fenómeno desconcertante. La acción en masa entraña enormes cantidades de individuos que deciden participar. Sin embargo, ¿qué importancia puede tener una persona para el resultado final al asistir a una de esas reuniones? Inevitablemente, su contribución individual será mínima, mientras que el costo de emprender la acción está lejos de ser insignificante: la participación entraña tiempo, posiblemente gastos y quizás poner en riesgo la vida. Sumado todo eso, parecería que el beneficio instrumental es pequeño y el costo potencial, alto. La participación parece una locura, ¿no es cierto? En las próximas páginas exploraré esta cuestión.2
También quiero examinar otras manifestaciones de la participación colectiva y tratar de entender por qué ocurre. ¿Por qué los individuos de una comunidad parecen seguir ciertas convenciones, como que todos conduzcan por la derecha del camino (con excepción de ingleses y japoneses, que conducen a la izquierda)? ¿Cómo puede un gran número de personas coordinar su comportamiento, como cuando todos los miembros de una gran orquesta sinfónica se las arreglan para tocar juntos? ¿Cómo nos aseguramos de que las personas hagan lo que les corresponde en las tareas colectivas, como limpiar la habitación o el cuarto del televisor comunes en el dormitorio universitario? En resumen, mucho de lo que hacemos en la vida lo hacemos en grupo, tanto que a menudo cometemos el error de la falsa personificación y hablamos como si los grupos tuvieran vida propia. De hecho, durante la mayor parte de este siglo, el estudio de la política se formuló como el estudio de los grupos.
No es un accidente que la mayor parte del discurso político se exprese desde el punto de vista de los grupos. En toda sociedad numerosa, es simplemente imposible pensar en individuos. Por el contrario, pensamos en una cuestión desde el punto de vista de los grupos que se interesan en ella y en un conflicto desde el punto de vista de los grupos que se alinean a uno u otro lado de la línea divisoria. Los granjeros presionan a las legislaturas para que apoyen los precios de sus cosechas y que impongan aranceles altos para mantener fuera de sus mercados nacionales las cosechas de otros países. Los consumidores, por supuesto, se encuentran al otro lado de esa ecuación. Los sindicatos presionan por aumentos a los salarios mínimos obligatorios y mejoras de sus prestaciones, a lo que se oponen los grupos de patrones. Los grupos minoritarios urgen la aprobación de leyes sobre derechos civiles, mientras que aquellos cuya ventaja competitiva se ve reducida por esas leyes se oponen. Las organizaciones de productores de insumos buscan diversas protecciones contra la competencia comercial, a expensas también de los consumidores. Los grupos de profesionales quieren autoridad para regular, mientras que quienes utilizan los servicios profesionales quieren que se regule esa autoridad. Las asociaciones de colegios y universidades buscan grandes asignaciones para la ayuda a los estudiantes y vastos presupuestos de investigación gubernamentales, tan sólo para que se les opongan a los que quieren que esas limitadas asignaciones presupuestarias se destinen a sus propias actividades. La lista es interminable.
En un sistema político plural, esos grupos se conocen como cabilderos, grupos de interés o, de forma más peyorativa, como grupos de presión. En el plano de agregación más alto, éstos son en realidad conjuntos de grupos, las llamadas asociaciones cumbre o cúpula, que van desde las federaciones de organizaciones de trabajadores (cuyos miembros son sindicatos), a las de organizaciones patronales (cuyos miembros son sociedades anónimas), pasando por las federaciones rurales (compuestas por agencias agrícolas locales). En planos menores, los grupos simplemente representan conjuntos de individuos que comparten un interés común: el Club de Cacería y Pesca, el Club de Usuarios de Computadoras de Bolsillo, la Sociedad de Beneficencia de la Policía, la Federación de Entrenadores de Basquetbol de Escuelas Secundarias o la Asociación de Ciencia Política de Nueva Inglaterra.
La ubicuidad misma de los grupos en los sistemas políticos plurales explica por qué, durante la mayor parte de la primera mitad del siglo xx, el estudio de la política fue el estudio de los grupos. Se consideraba que los resultados políticos eran el resultado de las luchas entre los grupos. De hecho, en su interpretación más conocida, Arthur Bentley (1908) escribió casi como un físico acerca del “paralelogramo de fuerzas” que constituyen las interacciones y luchas intestinas de los grupos.3 Se imaginaba el statu quo en cualquier dominio político como un punto en una página: los cambios se dan cuando las diversas fuerzas que influyen en ese punto lo desplazan por la página. Bentley consideraba que cada grupo participante en la refriega consiste en una “dirección” y una “magnitud”. La dirección indica los cambios que un grupo quiere hacer en el statu quo; la magnitud mide el poder político del grupo. Un grupo puede “empujar” el statu quo —el punto en la página— hacia el extremo derecho; otro, un poco hacia abajo y a la izquierda (lo que revelaría su débil influencia política); un tercero, hacia arriba, con una magnitud diferente. El efecto neto de ese forcejeo en uno y otro sentido —la resultante de las diversas fuerzas aplicadas al statu quo— es un nuevo statu quo de la política. Desde ese punto de vista, la política se vuelve como la física, cada grupo es un “vector de fuerza”, y el resultado político de la lucha es simplemente la resultante de las diversas fuerzas actuantes.
Para los observadores del siglo xix, como Alexis de Tocqueville, el forcejeo de las luchas intestinas de los grupos era la característica definitoria de la vida política estadounidense. En realidad, admiraban el pluralismo político voluntarista, inexistente en las sociedades menos liberales.4 Con todo, ya fuera en su forma pluralista o en la menos liberal, la formulación de la política basada en el grupo consideraba que dichas entidades eran fundamentales y daba por sentada su existencia. El axioma fundamental era: el interés común, comoquiera que se defina y comoquiera que se llegue a él, genera de manera natural organizaciones coherentemente motivadas para satisfacerlo; la política trata sobre cómo dichas organizaciones se apoyan y oponen unas a otras.
Caso IX.1
¿A quién se representa?
Los pluralistas creen que los grupos se forman de manera natural a partir de intereses comunes. Si tal creencia fuera correcta, los grupos se formarían prácticamente en proporción a los intereses de la gente; encontraríamos un mayor número de organizaciones en torno a intereses comunes a un mayor número de personas. Las pruebas de tal hipótesis pluralista son muy débiles. Kay Schlozman y John Tierney (1986) analizaron los grupos de interés que representan las ocupaciones de las personas y las funciones de estas últimas en la actividad económica. Basándose en datos del censo y en listados de grupos de interés, compararon el número de personas en Estados Unidos que tienen actividades económicas específicas y el número de organizaciones que representan esos papeles en Washington. Descubrieron que, a mediados de la década de los ochenta, por ejemplo, 4 por ciento de la población buscaba trabajo, pero sólo un puñado de organizaciones representaba en realidad a los desempleados en Washington.*
Existe una disparidad considerable de la representación en Washington entre las categorías de individuos de la población, como lo sugiere el siguiente cuadro. Schlozman y Tierney destacan, por ejemplo, que hay al menos una docena de grupos que representan a los ciudadanos de mayor edad, pero ninguna para los de mediana edad. Ducks Unlimited es una organización que se dedica a la conservación de los patos en su hábitat; los pavos, por otra parte, no tienen a nadie que trabaje a favor suyo. La incapacidad de los pluralistas para explicar por qué los grupos se forman en torno a ciertos intereses y no en torno a otros llevó a algunos especialistas a investigar la dinámica de la acción colectiva. La obra de Mancur Olson, que examinaremos más adelante, es la impugnación más conocida a los pluralistas.
Función del individuo en la economía | Porcentaje de adultos en EU | Porcentaje de organizaciones | Tipo de organización en Washington, D.C. | Proporción organizaciones /adultos |
Gerencial/Administrativa | 7 | 71.0 | Asociaciones comerciales | 10.10 |
Profesional/Técnica | 9 | 17.0 | Asociaciones profesionales | 1.90 |
Estudiantes/Maestros | 4 | 4.0 | Organizaciones educativas | 1.00 |
Granjeros/Trabajadores agrícolas | 2 | 1.5 | Organizaciones agrícolas | 0.75 |
Imposibilitados para trabajar | 2 | 0.6 | Organizaciones de incapacitados | 0.30 |
Otros trabajadores no agrícolas | 41 | 4.0 | Sindicatos | 0.10 |
En el hogar | 19 | 1.8 | Organizaciones de mujeres | 0.09 |
Jubilados | 12 | 0.8 | Organizaciones de la tercera edad | 0.07 |
Buscando empleo | 4 | 0.1 | Organizaciones de desempleados | 0.03 |
Los grupos de individuos que persiguen algún interés común o algún objetivo compartido —el mantenimiento de un hábitat de caza y pesca, la creación de una red para compartir programas de computadora, el cabildeo por una legislación favorable, la interpretación de una sinfonía de Beethoven, o lo que sea— consisten en individuos que corren con algún costo o hacen alguna contribución en beneficio de la meta común. Cada miembro del Club de Cacería y Pesca, por ejemplo, paga una cuota anual y destina un fin de semana al año a limpiar los ríos y bosques del coto de caza propiedad del club.
Podemos reflexionar sobre esto de una manera analítica, alejándonos un tanto de los ejemplos específicos, como en un ejemplo de la cooperación en gran escala entre dos personas. De acuerdo con esto, en la situación más sencilla, cada uno de los individuos de un grupo numeroso tiene dos alternativas en su repertorio de comportamientos: “contribuir” o “no contribuir” a la tarea grupal.5 Si el número de quienes contribuyen es lo suficientemente grande, entonces se logra un objetivo del grupo. Sin embargo, al igual que en el juego del drenado del pantano de Hume del capítulo anterior, hay un giro inesperado. Si se alcanza la meta del grupo, entonces cada uno de los miembros del grupo disfruta de sus beneficios, sin importar si contribuyó o no a su logro. Si se drena el pantano, los mosquitos no molestan a ninguno de los granjeros, beneficio completamente independiente de los grados de contribución. En el próximo capítulo me referiré a la meta de ese tipo como un bien público, puesto que, una vez que se provee, queda a la disposición de todos, sin importar si participaron o no en su provisión.6
Aunque lo anterior puede parecer una simple extensión del problema de la cooperación entre dos personas del capítulo anterior, existen varias complicaciones en las cuales debemos detenernos. En primer lugar, necesitamos definir si la situación es dicótoma (en cuyo caso la meta del grupo se alcanza o no) o continua (en cuyo caso el resultado varía cuantitativamente con el número de contribuyentes). Casi siempre es imposible transformar una situación dicótoma en una continua, aunque a menudo es más fácil pensar en función de un resultado dicótomo. Por ejemplo: considérese el comportamiento de las alianzas durante los tiempos de guerra (o el comportamiento en equipo durante el Súper Tazón). Dependiendo del número de contribuciones individuales (en comparación con las contribuciones obtenidas por el otro lado), los aliados pueden ganar la guerra o, bien, perderla (resultado dicótomo); pero sin dudar, se puede pensar en la “victoria” como en algo que varía desde el éxito total hasta algo mejor que un empate (o, peor aún, una victoria pírrica) y en la “derrota” como en algo que va desde una ligera pérdida de último momento hasta la humillación total. Para no complicar demasiado las cosas, en el resto de este capítulo, me quedaré con la circunstancia dicótoma: la meta del grupo se alcanza o no se alcanza.
En segundo lugar, en una situación en la que intervienen múltiples personas, necesitamos especificar cuántos contribuyentes son necesarios para alcanzar la meta del grupo. Dicho de otra manera, necesitamos especificar la relación entre las decisiones de contribuir o no contribuir de los individuos y el resultado final (lo que los economistas denominan la función de producción). En uno de los extremos, se requiere la participación unánime: a menos que cada persona del grupo contribuya, la meta del grupo sigue siendo elusiva. Se trata de una situación particularmente interesante que debemos analizar. Supongamos que cada individuo del grupo evalúa la meta del grupo en cierto grado, digamos B útiles (donde B es el “beneficio”), y asumamos que B > 0.7 Supongamos también que el valor de utilidad de la contribución al proyecto del grupo es –C útiles (C es el “costo”), donde es C > 0 también. Si C > B, entonces nadie contribuiría, sin importar cuántos otros lo hicieren. Simplemente, no valdría la pena, puesto que el beneficio neto de los costos, B – C , sería negativo. Aun cuando todas las demás personas del grupo hubieran contribuido por alguna razón extraña, la última persona no lo haría, porque el costo excedería al beneficio. Por otra parte, si B > C , entonces afirmamos que todos los miembros del grupo contribuirán. ¿Por qué?
En realidad, existen dos resultados posibles cuando B > C , pero afirmamos que sólo aquel en el que todos contribuyen tiene sentido. Supóngase que todos decidieron no contribuir y, por supuesto, que la meta no se alcanza. ¿Sería tan insensato alguno de los miembros del grupo como para reconsiderar su decisión? Difícilmente, porque, si, digamos, la señora j decidiera contribuir, entonces su beneficio sería –C (el costo que paga) y todavía no habría beneficio compensatorio (puesto que este último se produce únicamente si todos contribuyen). En consecuencia, es posible que un grupo se quede atorado en una “trampa de equilibrio” en la que nadie contribuya, aun cuando todos se beneficiarían más si todos contribuyeran.
Ahora bien, no creemos que eso sea muy probable. Todos se darán cuenta de que todos los demás se beneficiarían del hecho de alcanzar la meta del grupo y de que la única manera de que eso ocurra es que todos contribuyan. Así, como todos los demás miembros del grupo, la señora j hace el cálculo siguiente:
Si no contribuyo, entonces obtengo un beneficio de 0. Si contribuyo y todos los demás lo hacen, entonces obtengo un beneficio de B –C > 0. Si contribuyo, pero alguno otro no lo hace, entonces obtengo –C . Todos los demás hacen el mismo cálculo. Todos los demás se dan cuenta de que, por un lado, cada uno de los miembros del grupo evalúa su posición fundamental y, por el otro, no se gana nada con no contribuir (además de que se evita el ponerse uno mismo en peligro).
Es decir, sospechamos que los individuos se las arreglarán para coordinarse o para contribuir porque en comparación con el resultado de la trampa de equilibrio, hay un beneficio en hacerlo; porque la participación de cada persona es absolutamente esencial; y porque cada uno de ellos sabe eso y sabe que todos los demás lo saben. En resumen, existe cierto número de factores de refuerzo que causan que los individuos consideren la contribución como la acción razonable en esas circunstancias y crean que todos los demás la considerarán, también, como la acción razonable. El caso en el que “todos contribuyen” es lo que Thomas Schelling denominó el punto focal.8
Supongamos, ahora, que ya no es necesaria una tasa de contribución unánime; en realidad, de las n personas de nuestro grupo, supongamos que sólo son necesarios k contribuidores para que se alcance el objetivo del grupo (donde k es un número mayor que 0, pero menor que n). En ese caso, el cálculo de la señora j es considerablemente diferente, como puede verse en el esquema IX.1. Si menos de k–1 de sus colegas contribuyen, o más de k–1, entonces contribuir no es rentable para ella. En cualquiera de esos dos casos, cosecha un mayor beneficio si no contribuye (0, en lugar de –C, y B, en lugar de B–C, respectivamente). La contribución de la señora j es fundamental sólo si contribuyen exactamente k–1 miembros del grupo, en cuyo caso, ella obtendría B –C > 0, en lugar de 0, al contribuir. La señora j no sabe con claridad qué acción emprender, porque no puede anticipar si van a contribuir menos de k–1, más de k–1 o exactamente k–1 de sus colegas.
Esquema IX.1
Número de otros miembros del grupo que contribuyen | ||||
---|---|---|---|---|
Menos de k–1 | Exactamente k–1 | k o más | ||
Decisión de la señora j | Contribuir | –C | B – C | B – C |
No Contribuir | 0 | 0 | B |
Esta evolución sugiere que existen dos posibles resultados racionales, o de equilibrio: o nadie contribuye o exactamente k miembros lo hacen. En cualquiera de los dos casos, ninguno de los miembros del grupo tendrá una razón para reconsiderar su acción. Si nadie contribuye, entonces para la señora j (o cualquier otro miembro) sería absurdo sí contribuir. Por otra parte, si exactamente k personas contribuyen, entonces las que no contribuyan no tienen necesidad de contribuir (y no sería aconsejable que lo hicieran, puesto que disfrutará del beneficio del grupo aun cuando no hayan contribuido), mientras que los k miembros que contribuyen saben que todos y cada uno de ellos son absolutamente fundamentales.
En consecuencia, para que se logre el objetivo del grupo, es evidente que debe prevalecer una especie de condición muy “grave” para que tenga lugar una contribución suficiente: exactamente k individuos necesitan creer que lo más probable es que ellos, y sólo ellos, contribuirán. Yo afirmo que esto plantea un problema mucho más complejo para los miembros del grupo que el caso en el que se requería la unanimidad. En realidad, sugerimos que el “punto de equilibrio”, k, es una determinante crucial de si ese grupo es capaz o no de actuar unido.
Tomemos un ejemplo concreto. Supongamos que n = 100. Ya analicé el caso de k = 100, el requisito de la contribución unánime, y llegué a la conclusión de que esta última es un suceso verosímil. ¿Qué pasaría si k fuera un número relativamente grande, pero menor que 100, digamos k = 95? En su gran mayoría, los miembros del grupo, incluida la señora j, pensarán con toda seguridad que, si quieren alcanzar la meta del grupo, muchísimos de ellos van a tener que contribuir. El grupo no puede soportar demasiados desertores sin perder la meta por completo. Nos parece que, al igual que entre el resultado de que ninguno de los miembros contribuya y k de ellos lo hagan, habrá una tendencia a que k (o posiblemente aún más que k) miembros termine contribuyendo. ¿Qué pasaría si k = 85? Una vez más, habría una considerable presión psicológica sobre las personas para que contribuyeran, aunque no tanta como cuando k es igual a 95 o a 100. A medida que k se reduce, la presión también lo hace.
Consideremos el caso de k = 25. En este ejemplo, habrá con toda seguridad un enorme número de miembros del grupo que calculará que su contribución simplemente no se necesita. Esto no quiere decir necesariamente que sean mezquinos, sino más bien que se sienten liberados para emplear sus esfuerzos en otras cosas, sin poner en riesgo el logro de la meta del grupo. En lugar de ir con otros 24 miembros del Club de Cacería y Pesca a recoger la basura a lo largo del río, por ejemplo, la señora j llega a la conclusión de que es mejor destinar esa tarde de sábado en particular para llevar a sus hijos a comprarles ropa de primavera. Nos parece que la cooperación es especialmente difícil de obtener de los miembros de un grupo cuando es por completo evidente que no es esencial; y esa evidencia aumenta a medida que k se reduce en comparación con n.
Cuando k se reduce mucho, casi todos los miembros del grupo se escabullen para dedicar sus energías a actividades que no tienen que ver con el grupo. El pronóstico “racional” es que el objetivo del grupo simplemente no se alcanzará. Sin embargo, sospechamos que, en esas circunstancias, pueden entrar en juego otros factores, factores que no incorporamos en el análisis que se presenta en el esquema IX.1. En todo grupo hay siempre algunas personas que “hacen lo correcto” sin importar nada más. En primer lugar, pueden asegurarse útiles directamente de su participación misma (recorrer el río del club de arriba abajo en una hermosa tarde de primavera es agradable). En segundo lugar, como lo hicimos notar en el capítulo anterior sobre la cooperación entre dos personas, es posible que hayan interiorizado un sistema de valores que las alienta a contribuir a la vida en grupo. Sin duda alguna, a medida que disminuyan las presiones psicológicas y estratégicas a las que antes aludí, las personas abandonarán la participación; pero quizá no todas y, si sólo son necesarias unas cuantas para asegurar la meta del grupo, entonces ésta muy bien se puede alcanzar.
La conclusión general de este análisis es que la combinación de las presiones estratégicas y psicológicas que alientan a la contribución se incrementa a medida que k aumenta en comparación con n. Si n se mantiene fijo (como lo hicimos en el ejemplo anterior), las probabilidades de que haya una contribución suficiente decrecen a medida que k disminuye; lo cual es, sin duda alguna, una conclusión nada obvia, puesto que parecería que, a medida que k disminuye, es “más fácil” asegurar la meta del grupo. No obstante, como salvedad, sugerimos que, en el caso de un k muy reducido, puede haber un aumento de las probabilidades de éxito del grupo, puesto que con frecuencia hay unos “cuantos dignos de confianza” que contribuyen por razones no estratégicas.
Argumento que esas tendencias generales se hacen más pronunciadas a medida que n, C o (B – C ) aumentan, manteniendo fijo k. Cuando n aumenta, la conclusión general consignada en el párrafo anterior sigue siendo válida; es prácticamente equivalente a mantener fijo n y dejar que k disminuya. Aunque no del todo. Nos parece que, a medida que n aumenta, la identificación psicológica con el grupo, una identificación que bien puede afectar los útiles de beneficio que uno disfruta cuando se alcanza la meta del grupo, se vuelve más tenue. Es difícil sentirse parte de un grupo de diez millones de personas. Es cierto que todos los residentes de Nueva York tienen la obligación de mantener libres de basura las calles y parques de su ciudad, pero es difícil apelar a un sentimiento de pertenencia a un grupo cuando se urge a los colegas a que salgan en una hermosa tarde de sábado a limpiar las riberas del río Hudson.
A medida que C aumenta, si n, k y B – C se mantienen fijos, habrá una tendencia a que el grupo no logre asegurar su objetivo. El equilibrio del “nadie contribuye” parece especialmente imperioso en el caso en que C sea grande, aun cuando B – C permanezca fijo, debido a que el riesgo psicológico de contribuir (pagar el costo de –C ) y de que el grupo no logre el número k de contribuidores es inhibidor.
Por último, a medida que B – C aumenta, manteniendo fijo todo lo demás, crece la importancia de la meta del grupo y, en esas circunstancias, las personas están dispuestas a correr riesgos psicológicos. Dado cualquier tamaño n del grupo y un grado de contribución k decisivo, las perspectivas de que el grupo obtenga suficientes contribuidores se incrementan a medida que B – C aumenta.9
En cierto sentido, acabo de abordar la clase más fácil de cooperación entre múltiples personas, puesto que el grupo sólo busca una cosa —lo que hemos estado llamando la “meta” o el “objetivo” del grupo— y cada uno de sus integrantes comparte un interés en obtenerla. Ahora quiero añadir a este estofado analítico una cucharada de complejidad y una pizca de conflicto de intereses.
La multiplicidad. Supongamos que hay muchas cosas que un grupo podría querer, que a los miembros del grupo les es indiferente cuál de ellas se obtiene, siempre y cuando se obtenga una de ellas. Los miembros de un club social, por ejemplo, podrían disfrutar juntos una velada en el ballet o una noche de ópera. Les es indiferente cuál de las dos, siempre y cuando lo hagan juntos. Supongamos entonces que un miembro típico del grupo, de nuevo la señora j, tiene esas dos alternativas: ir a la ópera o ir al ballet. Si todos los miembros del grupo deciden lo mismo, entonces cada uno recibe un beneficio de B útiles (se requiere la asistencia de todos para obtener esos útiles, porque el grupo cumple con los requisitos del precio especial para grupos y obtiene asientos de primera). No lograr coincidir en una decisión común produce un beneficio positivo menor que B, digamos b útiles (donde b < B), aunque con una excepción: si todos logran coordinarse en una decisión común, pero la señora j no lo hace, entonces el beneficio de ella es de 0. La situación que enfrenta la señora j se muestra en el esquema.
Esquema IX.2
Decisiones de los otros | ||||
---|---|---|---|---|
Todos los demás eligen la ópera | Todos los demás eligen el ballet | No hay consenso | ||
Decisión de la señora j | Ópera | B | 0 | b |
Ballet | 0 | B | b |
La última columna de la figura es irrelevante para la señora j: su beneficio es el mismo, sin importar lo que haga, puesto que ya existe la división entre sus posibles acompañantes. Así, para los propósitos del análisis, sólo es necesario examinar las primeras dos columnas y las primeras dos filas del esquema. El análisis teórico del juego nos dice lo obvio: que hay dos resultados “racionales” o “de equilibrio” de la actividad de ese grupo. Así, casi lo único que la teoría de juegos puede decirnos es que el grupo debe coordinarse. No nos dice cómo ni tampoco qué debe hacer la señora j. Para ser más precisos, lo único que nos dice es que cada persona debe “arrojar una moneda al aire”.
En esas circunstancias, entonces, la multiplicidad de metas deseables del grupo significa que en realidad será difícil que el grupo alcance una de ellas. Si sólo hubiera dos personas, por ejemplo, y cada una de ellas lanzara una moneda al aire, entonces habría 50 por ciento de probabilidades de que coordinaran sus decisiones: una posibilidad entre cuatro de que ambas fueran a la ópera, una posibilidad entre cuatro de que ambas fueran al ballet y dos posibilidades entre cuatro de que fueran por caminos diferentes. En el caso de tres personas, las posibilidades de que todas se coordinaran se reducen a 25 por ciento y, en el de cuatro personas, a 12.5 por ciento. Por lo general, en el caso de un grupo de n personas, las posibilidades de que todas elijan el ballet o de que todas elijan la ópera son de (1/2)n-1, un número que rápidamente se acerca a cero a medida que n aumenta (si n = 10, por ejemplo, las probabilidades de que tenga lugar una coordinación exitosa son de 0.00195). Como pronto lo demostraremos, si no existe una especie de mecanismo de coordinación, es difícil que los grupos obtengan los dividendos de la cooperación cuando hay direcciones alternas por las cuales pueden optar sus miembros.
Aunque no me extenderé en el análisis, parecería que la repetición de jugadas puede tener la misma clase de efecto saludable en este tipo de interacción de grupo que la que tiene entre dos personas. Las personas probablemente se coordinarían para ir por el mismo lado de la calle al conducir, aun a falta de un agente de tránsito, tan sólo en virtud de hacerlo una y otra vez. Si un extraterrestre cayera en medio de la calle Beacon, en Boston, espero que aprenda a permanecer a la derecha muy rápido (habría toda clase de conductores de Boston que se lo harían saber si hiciera lo contrario). De manera similar, puedo imaginar que, después de algunos ensayos y errores, nuestro grupo social se coordinaría implícitamente, yendo, por ejemplo, a la ópera en los meses pares y, al ballet, en los impares.10
Esquema IX.3
Decisiones de los otros | ||||
---|---|---|---|---|
Todos los demás eligen la ópera | Todos los demás eligen el ballet | No hay consenso | ||
Decisión de la señora j | Ópera | B1, B2, …, Bn | 0 | b |
Ballet | 0 | β1, β2, …, βn | b |
El conflicto de intereses. Consideremos ahora la situación, probablemente típica, en la que existen varias metas diferentes que un grupo podría perseguir, las cuales son valuadas de manera distinta por los miembros del grupo. Esa situación se describe en el esquema IX.3: la señora j, el miembro típico del grupo, obtiene Bj útiles si todos los miembros del grupo se coordinan para ir a la ópera y βj útiles si todos van al ballet. No es necesario que esos dos beneficios sean el mismo y, dependiendo de su magnitud relativa, la señora j tendrá preferencias muy específicas en cuanto al concierto respecto al cual preferiría que sus colegas se coordinaran, aun cuando tanto Bj como βj sean mayores que b. Desde luego, si todos los miembros del grupo clasifican en el lugar más alto la misma alternativa, entonces no habrá problema, pero entonces tampoco habrá conflicto de intereses. Sin embargo, en el interesante caso en que sí hay conflicto de intereses —cuando Bj > βj, pero Bk < βk para los miembros del grupo j y k, respectivamente— el problema de la cooperación entre los miembros del grupo se ve exacerbado. En efecto, no sólo tienen que superar las dificultades normales de la coordinación asociadas a la complejidad (como acabamos de ver), sino también las inherentes diferencias de opinión al interior del grupo sobre adónde ir.
Es concebible que, en ciertas situaciones específicas, el conflicto de intereses se pueda resolver de una manera relativamente indolora. Si, por ejemplo, cinco de los seis miembros de un grupo prefieren por mucho la ópera al ballet, entonces es fácil para el único aficionado al ballet darse cuenta de que, si el grupo ha de alcanzar una u otra de sus metas, va a terminar en la ópera. Pero, ¿qué ocurre en la situación en que un grupo de quince personas está dividido sin remedio en cinco apasionados amantes de la ópera, cinco apasionados amantes del ballet, tres miembros ligeramente inclinados por la ópera y dos miembros ligeramente inclinados por el ballet? Tal situación es lo bastante compleja como para requerir una especie de solución institucional, como lo es en realidad la mayoría de las situaciones que entrañan tanto la complejidad como el conflicto de intereses. No estoy afirmando que los grupos, aun los numerosos, no se las arreglen para superar esas dificultades de maneras interesantes, a menudo idiosincrásicas. La repetición de jugadas, por ejemplo, podría ayudar en este ejemplo, como fue el caso en algunas otras situaciones que hemos examinado. Pero la realidad es que, más que depender de que el problema se resuelva por sí mismo de alguna manera, lo típico es que un grupo institucionalice alguna solución. Ésta, me parece, es la importante observación que hace Mancur Olson en su fundamental obra La lógica de la acción colectiva (The Logic of Collective Action).
Sin exagerar, en 1965, Olson retó con su libro a la élite misma de la ciencia política. Argumentó que el supuesto pluralista de esa época, en el sentido de que los intereses comunes entre los individuos se transforman automáticamente en la organización de grupos y en acciones colectivas, era por demás cuestionable. Los individuos se ven tentados a aprovecharse del esfuerzo de los demás sin pagar (i. e. hay un problema del polizón o del gorrón); tienen dificultades para coordinarse respecto a múltiples objetivos (i. e. no hay un equilibrio único), e incluso pueden tener diferencias de opinión sobre el interés común que deben perseguir (hay conflictos de preferencias). En resumen, la idea del grupo como base de la política tiene un sustento tan sólido como una gelatina. No se puede simplemente dar por sentado que los grupos se forman y se mantienen; más bien, la formación y el mantenimiento son los problemas medulares de la vida en grupo y de la política en general.
Olson es de lo más persuasivo cuando habla de los grupos numerosos y de la acción colectiva de las masas. En esas situaciones, como muchas de las manifestaciones y reuniones de la década de los sesenta, n es muy grande y k es relativamente reducido. Lo cual no es sino otra manera de afirmar que ningún individuo es muy importante, y mucho menos esencial, para el logro de una meta colectiva. En esas circunstancias, el mundo de la política es un poco como el juego del drenado del pantano de Hume en gran escala, en el que la estrategia predominante de cada individuo consiste en no contribuir.
Olson afirma que esa dificultad es más grave en los grupos numerosos por tres razones. Primera, los grupos numerosos tienden a ser anónimos. Cada hogar de una ciudad es una unidad contribuyente y puede compartir el deseo de ver que se reduzca el impuesto predial, pero, más allá de eso, es difícil forjar la identidad de un grupo sobre esa base. Segunda, en el del contexto colectivo, es particularmente plausible afirmar que ninguna contribución de un solo individuo significa una gran diferencia. ¿Debe el jefe de un hogar pasar la mejor parte de la mañana escribiendo una carta al concejal de su ciudad en apoyo a la disminución del impuesto predial? ¿Significaría una gran diferencia? Si no hay alguien más que escriba, entonces es improbable que el concejal preste atención a esa única carta; por otra parte, si el concejal se ve inundado de cartas, ¿tendría algún efecto significativo adicional una más? Por último, tenemos el problema de la obligación al cumplimiento. En un grupo numeroso, ¿castigarían al negligente los otros miembros del grupo? Por definición, no pueden impedir que el negligente reciba los beneficios de la acción colectiva, si tales beneficios se materializan (si disminuye el impuesto predial de alguno, disminuye el de todos). Pero, lo que es más importante, en un grupo numeroso y anónimo, a menudo es difícil saber quién ha contribuido y quién no y, debido a que la identidad del grupo es muy limitada, es difícil que los contribuyentes identifiquen a los negligentes, ya no digamos que emprendan acciones en su contra. En consecuencia, muchos grupos numerosos que comparten intereses comunes fracasan por completo en movilizarse; sólo permanecen latentes.
Ese mismo problema acosa, también, a los grupos pequeños, como lo revela el juego del drenado del pantano de Hume del esquema VIII.1. Pero Olson argumenta, así como yo lo he hecho en este texto, que los grupos pequeños se las arreglan para superar el problema de la acción colectiva con mayor frecuencia y en mayor medida que los grupos grandes. Los grupos pequeños son más personales y, por ende, sus miembros son más vulnerables a la persuasión interpersonal. En los grupos pequeños, la contribución de los individuos puede significar una diferencia más notable (k es grande en comparación con n), de tal manera que los individuos sienten que su contribución es esencial. Además, los contribuidores de los grupos pequeños saben, con frecuencia, quiénes son ellos y quiénes los negligentes. En consecuencia, el castigo, que va de la sutil mirada de reproche hasta el completo ostracismo social, es más fácil de aplicar. Finalmente, los grupos pequeños recurren a menudo a la repetición de jugadas y, por lo tanto, pueden emplear estrategias de represalias para provocar la contribución.
A diferencia de los grupos numerosos que con frecuencia permanecen latentes, a los grupos pequeños Olson los llama “privilegiados” debido a su ventaja para superar los problemas de abuso por polizones o gorrones, de coordinación y del conflicto de intereses inherentes a la acción colectiva. Quizá sea por esas razones irónicas y contrarias a la intuición por lo que a menudo los grupos pequeños prevalecen sobre los numerosos o disfrutan de beneficios relativos a estos últimos: los productores sobre los consumidores, los dueños del capital sobre los dueños de la mano de obra, las élites de los partidos sobre la masa de miembros comunes.
Olson sugiere que la asimetría entre lo grande y lo pequeño también sucede en el seno de los grupos. Si los miembros de un grupo son desiguales en aspectos importantes, las desigualdades pueden en realidad ayudar al grupo a alcanzar sus metas. Pero, al hacerlo, a menudo provocan la desigualdad en el plano de la contribución y los miembros menos numerosos y más débiles explotan a sus colegas más numerosos o más poderosos. Debido a que es probable que uno de los miembros del sector más numeroso y poderoso de un grupo “haga la diferencia” en muchas situaciones, estará sometido a una fuerte presión para contribuir. Si uno de los miembros más débiles opta por no contribuir, el proyecto aún puede tener éxito; pero, si uno de los miembros poderosos no contribuye, el proyecto tenderá a fracasar. Es sabido que algunos países pequeños se desentienden de su seguridad militar abusando de la protección provista por sus fuertes aliados. ¿Pero podría Estados Unidos desentenderse contando únicamente con la defensa militar de sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (otan)? ¿O hubiera podido la antigua Unión Soviética hacer lo propio con el Pacto de Varsovia? De hecho, existe evidencia de que tanto Estados Unidos como la Unión Soviética pagaban más de su “cuota” correspondiente dentro de sus respectivas alianzas y que muchos de sus aliados pequeños pagaban mucho menos de su cuota correspondiente.
Caso IX.2
Lo grande y lo pequeño
En el caso de la otan y el Pacto de Varsovia, los grandes participantes, Estados Unidos y la Unión Soviética, respectivamente, subsidiaban a los otros miembros de sus alianzas (Olson y Zeckhauser, 1966). Su gran tamaño y su creencia en la necesidad de la estructura de la alianza los perjudicaban en la negociación con los otros aliados sobre una división más equitativa de los costos de la alianza.
La investigación de David Marsh (1976) sobre las sociedades anónimas de Gran Bretaña pertenecientes a la Confederación de la Industria Británica (cbi, por sus siglas en inglés) sugiere una explotación similar de los grandes por los pequeños. Las empresas grandes son más dependientes del grupo, mientras las empresas pequeñas son más propensas al oportunismo “viajando gratis”. Según el director administrativo de una gran empresa: “Si la cbi no existiera, necesitaríamos crearla, pues requerimos a alguien que se levante y hable por la industria” (Marsh, 1976: 264). Mientras que, según un ejecutivo de una pequeña empresa: “Ya sea que fuésemos miembros de la cbi o no, derivaríamos algún beneficio de la parte que actúa a favor de la industria. Ese tipo de beneficio se obtiene sin importar que se sea miembro o no” (Marsh, 1976: 264). Como vemos, en apoyo a la teoría de Olson, los miembros pequeños de los grupos suelen abusar de manera oportunista de los esfuerzos de los miembros grandes cuya participación es fundamental para la existencia del grupo.
En lo que concierne a la política, las convincentes conclusiones de la argumentación de Olson son, primera, que los grupos son difíciles de crear y mantener y, segunda, que los grupos reducidos parecen menos afligidos por esas dificultades que los grupos numerosos. Al rechazar la idea del grupo como base de la política que la mayoría de la ciencia política del siglo xx tomó como su cimiento, Olson ofrece una explicación contundente del poder de los números pequeños, incluso en la democracia política, que pasan lista nominalmente y recompensan el tamaño.
Con todo, no pasemos por alto la realidad de la acción colectiva en gran escala. El movimiento por la libertad de expresión, el movimiento por los derechos civiles y otras actividades en masa realmente tienen lugar y, en ocasiones, modifican el curso de la historia. Olson no quería negar esos hechos de masas. Sin embargo, afirmaba que requerían una explicación. La existencia de los grupos no puede simplemente darse por supuesta. La explicación de Olson de la acción colectiva en gran escala se conoce como la teoría del producto derivado.
Olson argumenta que los grupos numerosos pueden provocar la contribución de sus miembros proporcionándoles algo más que el sólo logro exitoso de los objetivos del grupo. Recuérdese que los individuos disfrutan de las metas grupales alcanzadas con éxito, ya sea que contribuyan o no. Por lo tanto, la perspectiva de la meta misma a menudo no es lo bastante persuasiva como para provocar la contribución. Pero, ¿qué pasa si se da a los miembros otras cosas, condicionadas a que contribuyan? Es decir, ¿qué pasa si una de las razones por las que los individuos se unen a los grupos son los regalitos que reciben únicamente si hacen su contribución? Si tal fuera el caso —si la fuerza motivadora de la contribución fueran los bienes privados además de las metas colectivas— entonces las metas grupales se alcanzarían, por así decirlo, como “productos secundarios”. Las contribuciones a los grupos numerosos estarían disponibles, debido a los beneficios de que gozaran los contribuidores, y sólo ellos. Esos beneficios funcionarían como incentivos selectivos para contribuir.
¿Por qué, por ejemplo, quienes ganan el salario mínimo habrían de contribuir con tiempo y dinero para que se cabildee en la legislatura estatal con el propósito de que se aumente dicho salario? Si se aumenta el salario, todos se benefician, ya sea que contribuyan o no y, de todos modos, ninguna contribución única implica una gran diferencia. El problema para un grupo numeroso con un interés común es que no puede negar las ganancias a los que no contribuyen. Supongamos, no obstante, que sólo los contribuidores (los que contribuyen al unirse al grupo y pagan sus cuotas anuales) reciben beneficios selectivos, como seguros de vida de bajo costo, tarifas grupales para los miembros en una organización de cuidado de la salud, tarifas aéreas especiales a Florida en el invierno, servicios de asesoría sobre drogas y alcohol y una liga de boliche los miércoles por la noche; esos incentivos selectivos podrían ser suficientes para motivar la contribución. Además de todos esos beneficios tangibles que se pueden negar a quienes no contribuyen, cada uno de los miembros del grupo puede reivindicar también que lo que realmente valúa es la solidaridad que significa formar parte del grupo, otro incentivo selectivo.
En resumen, la teoría del producto derivado sugiere que un grupo que sólo proporciona metas grupales puede tener dificultades. En particular, si el grupo es numeroso y anónimo, es posible que la meta por sí sola no provoque una contribución suficiente de los miembros que permita que se alcance dicha meta. El grupo, de hecho, permanece latente. Por lo tanto, los grupos buscan cosas diferentes de su misión principal que puedan negar a los miembros que no contribuyen:
• los grupos de trabajadores, organizados nominalmente para el aumento de los salarios y el mejoramiento de las condiciones de trabajo, ofrecen sesiones de boliche los miércoles por la noche;
• los que organizan campañas de donativos para la Radio Pública Nacional dan a los donadores tarros para café y camisetas que los identifican como participantes;
• las asociaciones comerciales, organizadas oficialmente para cabildear en el Congreso a favor de políticas benéficas para toda la industria, ofrecen a sus miembros (compañías que contribuyen a la industria, en este caso) acceso especializado a las estadísticas del gremio y a otros datos pertinentes para esta industria;
• los grupos de ambientalistas, que hacen campañas por la acción pública a favor del medio ambiente, ofrecen a los que contribuyen descuentos en la compra de equipo para acampar, tarifas baratas a destinos turísticos únicos en lugares exóticos protegidos y rebajas en libros sobre el medio ambiente.
La lista podría multiplicarse interminablemente, lo cual es una prueba más de la factibilidad y capacidad de persuasión de la teoría del producto derivado de Olson. La mayoría de las asociaciones y organizaciones en masa hace precisamente ese tipo de cosas para atraer y retener a sus miembros. No obstante, la teoría del producto derivado parece incompleta en muchos aspectos. Para algunos, no toma lo suficiente en cuenta la función que desempeñan los dirigentes. Para otros, falla en incorporar motivaciones genuinamente no materialistas, y por lo tanto pulsa más bien la cuerda del cinismo. ¿No es cierto que algunas personas se unen a un grupo y hacen contribuciones a él porque creen en la causa del grupo y no necesitan sino el buen sentimiento de haber hecho su contribución? En la sección que sigue abordaré cada uno de esos temas por separado.
En el mundo académico es muy raro que la reseña crítica de un libro llegue a formar parte importante de la literatura sobre el tema que aborda, pero eso fue exactamente lo que le ocurrió a la reseña que hizo Richard Wagner (1966) del libro de Olson. Wagner hizo notar que la argumentación de Olson sobre los grupos y la política en general y sobre su teoría del producto derivado en particular tenía muy poco qué decir acerca del funcionamiento interno de los grupos. Según la experiencia de Wagner, a menudo los grupos se forman y luego se mantienen en buen funcionamiento no sólo debido a los incentivos selectivos sino también a los esfuerzos extraordinarios de ciertos individuos específicos: los líderes, en el lenguaje común, o los “emprendedores políticos”, en la expresión más colorida de Wagner.
Wagner se sintió impulsado a plantear la cuestión de los líderes de los grupos porque, en su opinión, la teoría de Olson era demasiado pesimista. Los sindicatos, las asociaciones de consumidores, los grupos de la tercera edad, las organizaciones defensoras del medio ambiente, etcétera, existen todos en el mundo real y algunos de ellos persisten y prosperan durante largos periodos. Asimismo, las actividades en masa como las descritas al comienzo del capítulo parecen arrancar a empujones de alguna manera en el mundo real. Wagner sugiere que se necesita una clase especial de teoría del producto derivado. Afirma específicamente que ciertos beneficios selectivos pueden acumularse para quienes organizan y mantienen grupos que, de lo contrario, estarían latentes.
El senador Robert Wagner (sin relación con el anterior), en la década de los treinta, y el congresista Claude Pepper, en la década de los setenta, tuvieron razones personales —incentivos electorales — para tratar de organizar a los trabajadores y los ancianos, respectivamente. Wagner, representante demócrata por Nueva York, tenía un numeroso electorado de trabajadores y trabajadoras que lo recompensarían reeligiéndolo —un pago condicionado personal— si asumía el costo de organizar a los trabajadores (o al menos de facilitar su organización). Y eso hizo. La ley que lleva su nombre, la Ley Wagner de 1935, hizo mucho más fácil que se organizaran los sindicatos en el sector industrial del monte.11 De manera similar, Claude Pepper, representante demócrata con un gran número de electores ancianos en su distrito del sur de Miami, consideró como un beneficio para sus propios intereses electorales proporcionar la inversión inicial de esfuerzos para la organización de los ancianos como fuerza política.
En general, un emprendedor político es alguien que distingue un dividendo adicional de la cooperación que no está siendo aprovechado. Dicho de otra forma, hay un grupo latente que, si se hiciera manifiesto, disfrutaría los beneficios de la acción colectiva. Por un precio, ya sea en votos (como en los casos de Wagner y Pepper), ya sea un porcentaje de los dividendos, ya sea la gloria inmaterial y otros privilegios de los que disfrutan los dirigentes, el emprendedor corre con los costos de la organización, hace esfuerzos por vigilar que los individuos no sean apáticos y, en ocasiones, incluso impone castigos a los negligentes (como expulsarlos del grupo y negarles todos sus beneficios selectivos).
Para ilustrar ese fenómeno, existe una historia (sin duda apócrifa) sobre una dama británica muy correcta que visitó China a finales del siglo xix. Se escandalizó y consternó al observar a los grupos de hombres que tiraban de las barcazas a lo largo del río Yang-Tsé, vigilados por capataces que empuñaban látigos. Hizo notar a su guía que tal estado de cosas tan incivilizado nunca sería tolerado en las sociedades modernas como las de Occidente. El guía, preocupado de que su empleadora llegara a una conclusión en extremo errónea, respondió rápidamente: “Distinguida dama, creo que malinterpreta las cosas. El hombre que empuña el látigo ha sido empleado por los que tiran de la barcaza. Él se dio cuenta de que, si tú estás jalando duro a lo largo del sendero, por lo general es difícil detectar si alguno de los miembros de tu grupo está haciendo lo suyo o, en lugar de ello, está abusando gratuitamente del trabajo de los otros. Convenció a los trabajadores de que sus servicios empresariales eran necesarios y debían contratarlo. Por una compensación acordada, él vigila la intensidad de los esfuerzos de cada miembro del grupo, azotando a los que eluden sus responsabilidades. Observe, distinguida dama, que casi nunca usa el látigo. Su mera presencia es suficiente para lograr que el grupo cumpla con su tarea”.
Como vemos, se puede considerar que los emprendedores políticos son los complementos de los incentivos selectivos de Olson en la motivación de los grupos para alcanzar los objetivos colectivos. En efecto, si los incentivos selectivos resuelven la paradoja de la acción colectiva, entonces los emprendedores políticos disuelven la paradoja. Unos y otros son útiles y, en ocasiones, unos y otros son necesarios, para iniciar y mantener la acción colectiva. A este respecto, los grupos que se las arreglan, tal vez por sí solos, para organizarse en un grado de actividad menor a menudo dan el siguiente paso, el de la creación de líderes e instituciones de liderazgo, con el propósito de aumentar el grado de actividad y los dividendos resultantes de la cooperación. En otras palabras, Wagner tomó la teoría del producto derivado de Olson y sugirió una explicación alternativa, en la que hubiera espacio para las soluciones institucionales al problema de la acción colectiva.
Justo antes de la sección anterior noté, como lo hice en mi análisis anterior sobre la cooperación entre varios individuos, que algunas personas contribuyen a las tareas colectivas, no porque existan incentivos selectivos o dirigentes que estén a sus espaldas, vigilándolas, sino porque esas personas han interiorizado un sistema de valores que hace de la contribución a la vida en grupo una prioridad, ya sea que vaya acompañada o no de incentivos materiales o capataces. A ese sistema de valores se le denomina comúnmente ideología o sistema de creencias.
Las explicaciones que ofrece la teoría de la elección racional sobre los fenómenos del grupo —de los que son ejemplos nuestro análisis de la cooperación entre múltiples personas, la teoría del producto derivado de Olson y la teoría de los emprendedores políticos de Wagner— tienden a desestimar las explicaciones ideológicas, sobre todo porque eluden la cuestión del origen de una ideología en particular. Es decir, ¿por qué una ideología o sistema de creencias que lo predispone a uno al comportamiento cooperativo/contribuyente habría de sobrevivir en una población y ser lo suficientemente fuerte como para superar todos los problemas de la cooperación entre múltiples personas que he examinado? Se trata de cuestiones importantes, tan importantes que, en mi opinión, toda explicación ideológica está destinada a fracasar a menos que pueda resolverlas de manera satisfactoria.
Con todo, debo señalar (y lo haré de una manera más detallada en la siguiente sección) que se puede pensar en el comportamiento en cualquiera de dos maneras. La mayoría de los análisis racionales consideran que el comportamiento es instrumental: está motivado por algún propósito u objetivo y que a ello se dirige. Pero el comportamiento también puede ser vivencial: la gente hace cosas, en este caso, porque le gusta hacerlas; se siente bien interiormente, se siente libre de culpa, experimenta placer con la actividad por la actividad misma. Quisiera sugerir que este segundo punto de vista del comportamiento es perfectamente compatible con las explicaciones racionales. El comportamiento instrumental puede considerarse como una “actividad de inversión”, mientras que el comportamiento vivencial puede considerarse como una “actividad de consumo”. Todavía no respondo a la interrogante sobre el origen de tales creencias y valores ni sobre cómo sobreviven. Sin embargo, los economistas tampoco nos dicen dónde se originan los gustos de los consumidores y, no obstante, hacen un uso medular de esos gustos para construir su teoría de los precios. El aspecto clave del que debemos darnos cuenta en este caso es que todavía podemos hacer declaraciones precisas sobre la manera en que la disposición tanto a la inversión como al consumo afecta las posibilidades de la acción colectiva. Lo haré cuando analice con más detalle el voto, nuestro próximo tema.
Ahora bien, antes de terminar esta sección, permítanme hacer notar brevemente otro aspecto del comportamiento orientado hacia la experiencia: lo que genera la utilidad es el comportamiento en sí mismo, antes que las consecuencias provocadas por el comportamiento. Para dar un ejemplo específico de la acción colectiva, muchas personas asistieron a la marcha a Washington de 1964 sin duda alguna porque se preocupaban por los derechos civiles, pero es improbable que muchas se engañaran pensando que su participación individual significaba una gran diferencia para el destino de la legislación sobre derechos civiles en apoyo de la cual se organizó la marcha. Esas personas asistieron porque querían formar parte de un movimiento social, oír hablar a Martin Luther King e identificarse con los cientos de miles más que sentían de la misma manera. Asimismo, y esto no debería menospreciarse, participaron porque esperaban que la marcha fuera divertida, una especie de aventura.
Por lo tanto, el comportamiento vivencial es una actividad orientada hacia el consumo basada en la creencia de que, trátese de lo que se trate, esa actividad es satisfactoria, independientemente de sus consecuencias. Los individuos, entidades complejas, están dispuestos a animarse tanto por el valor de consumo de un comportamiento en particular similar al que acabo de describir como por su valor instrumental, la explicación racional (de inversión) que he empleado a todo lo largo de este libro. Insistir únicamente en una de esas formas complementarias de la racionalidad, y excluir la otra, significa proporcionar sólo una explicación parcial. Y en ninguna actividad es más evidente eso que en la de votar, el meollo de la política democrática.
Caso IX.3
¿Qué dice la evidencia?
¿Qué dicen las pruebas sobre esas diferentes explicaciones de la acción colectiva: la teoría del producto derivado de Olson, la teoría de los emprendedores políticos de Wagner y la racionalidad de la ideología y el comportamiento vivencial? En varios estudios se ha investigado a los miembros de ciertos grupos para determinar por qué se unen a ellos. Los resultados de las investigaciones indican que esto se debe a una combinación de razones. En apoyo de la teoría de Olson, es más probable que los miembros de los grupos económicos se unan por beneficios materiales selectivos que por beneficios colectivos. Los grupos económicos abarcan sindicatos, grupos agrícolas y asociaciones comerciales. Sus miembros discrepan a menudo de las metas políticas del grupo, lo cual sugiere que éstas no son la principal razón para unirse (Moe, 1980).
En oposición a la teoría del producto derivado, en algunos estudios se ha descubierto que lo que motiva a los miembros de los grupos no económicos son más que nada los beneficios colectivos. Los individuos se unen a menudo a esos grupos, como Causa Común o el Sierra Club, principalmente porque están de acuerdo con sus metas políticas (Hansen, 1985). En general, las pruebas indican que la motivación para hacerse miembro de los grupos de interés es una combinación de beneficios selectivos y colectivos, combinación que difiere ligeramente entre los grupos económicos y los no económicos: los miembros de los grupos económicos se unen, de manera primordial, por los beneficios selectivos (comportamiento instrumental), mientras que los miembros de los grupos no económicos se unen sobre todo por los beneficios colectivos (comportamiento vivencial).
Ya sea que se unan por los beneficios selectivos o por los colectivos, los miembros parecen estar comportándose racionalmente. En un estudio de los miembros de 35 organizaciones nacionales de Estados Unidos se descubrió que “los miembros buscan y son atraídos por aquellos alicientes de una organización que se relacionan de manera más estrecha con sus intereses personales” (Knoke, 1988: 311-329). El estudio es importante porque muestra que es posible incorporar la ideología en una explicación de la elección racional del comportamiento político. Los individuos comprometidos con la salvación de las especies en peligro de extinción, un ejemplo de beneficio colectivo, pueden “comparar” los diferentes grupos que tienen esta finalidad con el propósito de encontrar el que crean que cumple mejor sus objetivos.
La teoría de los emprendedores políticos de Wagner también se apoya en la investigación de las ciencias sociales. En dos estudios se descubrió que el apoyo desde el exterior es a menudo vital para formar y mantener un grupo. Además de Hansen, citado antes, Walker (1991) descubrió que las instituciones grandes y saludables, como las de beneficencia, son las que apoyan la mayor parte de la acción política. Como vemos, en el caso de algunos grupos de interés, el problema de la acción colectiva es resuelto por los emprendedores políticos en forma de instituciones patronales. Pero, ¿qué ocurre con esas instituciones?, ¿cómo resuelven su problema de la acción colectiva? Robert H. Salisbury (1992) señala que, en palabras de Olson, esas instituciones son grupos privilegiados lo bastante pequeños como para superar los obstáculos de la acción colectiva que enfrentan. Si extendemos el concepto del emprendedor político para incluir a las instituciones patronales, el argumento de Wagner sigue siendo muy válido.
El tipo de acción colectiva con el que casi todos los ciudadanos de las democracias están familiarizados es el de la elección de líderes. En realidad, los estadounidenses eligen a más funcionarios de todas las jerarquías de gobierno que ninguna otra democracia en el mundo. Es raro que pase un año para el estadounidense promedio con derecho a votar sin que haya elecciones de diputados a la Cámara de Representantes o de senadores al Senado, de presidente, de legislaturas estatales o de gobernadores o incluso un concurso para elegir al proverbial perrero del pueblo. La participación en el proceso electoral, ya sea al asistir a los mítines de campaña, contribuir con dinero a la campaña del candidato preferido, distribuir su propaganda de puerta en puerta, ayudar a “sacar los votos” o votar uno mismo, es la acción colectiva por excelencia. La participación en la actividad de las elecciones, por lo tanto, como cualquier otra actividad en grupo, no puede darse por supuesta, sino que debe explicarse. ¿Por qué participar?, ésa es la cuestión. Un análisis estrictamente instrumental es el punto de partida adecuado, pero, como veremos, no ofrece la última palabra. En uno de los artículos más famosos de la literatura de la ciencia política sobre el voto, William Riker y Peter Ordeshook (1968) ofrecen el siguiente análisis.
Suponga que hay dos candidatos a un puesto público, Jackson y Kendall. Un ciudadano típico con derecho a votar en esa elección, la señora j una vez más, debe decidir si va a votar y, si lo hace, por quién va a votar. El acto de votar cuesta a la señora j C útiles, que representan el tiempo y la energía, y quizás el gasto financiero, de informarse y asistir a la casilla. Supóngase, sin perder la perspectiva general, que la señora j prefiere que se elija a Jackson en lugar de a Kendall. Es decir, u( J ) > u(K ), donde u es la función de utilidad de la señora j, y J y K representan la elección de Jackson y Kendall, respectivamente. Suponiendo que hubiera equivalencia, si Jackson gana, entonces la señora j obtiene un beneficio B = u( J ) – u(K ) > 0. Si la señora j fuera el único votante, entonces la respuesta a la cuestión de la participación sería simple. Si el beneficio de elegir al vencedor, B, excede al costo de hacerlo, C, entonces es lo que debe hacer, elegir a Jackson. Si, por otra parte, C > K, entonces no debe molestarse en ir a votar; más bien debe dejar que la elección se haga al azar puesto que la diferencia de utilidad entre los dos candidatos sería demasiado pequeña para que valga la pena el costo de ir a tomar la decisión. Pero, claro, la señora j no es el único votante, por lo que debe considerar las intenciones y aptitudes de los otros.
Supongamos que la señora j vive en un distrito en el que hay n ciudadanos con derecho a votar en total, cada uno de los cuales tiene una preferencia entre los dos candidatos, todos ellos corren con costos si ejercitan su sufragio y, por ende, deben hacer el mismo tipo de análisis que la señora j. Incluso con una n de tamaño moderado la tarea puede parecer abrumadora: por todos y cada uno de los demás votantes con derecho a sufragar, la señora j debe tratar de adivinar quién va a votar y por qué candidato lo hará. No obstante, en la práctica, la tarea se simplifica de manera muy natural. En realidad, sólo son cinco las circunstancias que la señora j (o cualquier otro votante) necesita considerar; circunstancias que abarcan la manera en que los otros n – 1 votantes (excluida la señora j) se comportan en el conjunto y que es posible dividir en cinco “situaciones de los demás votos” (expresadas como S1 a S5 ). Debemos poner énfasis en que dichas “síntesis” son los resultados que se obtendrían si la señora j se abstuviese:
S1: Jackson pierde ante Kendall por más de un voto.
S2: Jackson pierde ante Kendall por exactamente un voto.
S3: Jackson y Kendall empatan.
S4: Jackson vence a Kendall por exactamente un voto.
S5: Jackson vence a Kendall por más de un voto.
Si la señora j cree que prevalecerá S1, entonces su voto no tendrá ningún efecto en el resultado final, sin importar por quién vote, puesto que Kendall ganará en cualquier caso. Si cree que la situación que prevalecerá es S2, entonces sabe que puede emitir su voto por Jackson y que ello producirá un empate. En el caso de S3, ella puede romper lo que de otra manera sería un empate. En la situación S4, su voto por Kendall produciría un empate (aunque el por qué querría hacer eso nos es incomprensible, puesto que prefiere a Jackson). Finalmente, si la situación prevaleciente es S5, entonces, como en el caso de S1, su voto no tendrá ningún efecto, puesto que Jackson ganará, pase lo que pase. En el esquema IX.4 presentamos todo el cuadro.
Esquema IX.4
Situación de los demás votos | ||||||
---|---|---|---|---|---|---|
S1 | S2 | S3 | S4 | S5 | ||
Decisión de la señora j | Votar por Jackson | u(K ) – C | u(L ) – C | u(J ) – C | u(J ) – C | u(J ) – C |
Votar por Kendall | u(K ) – C | u(K ) – C | u(K ) – C | u(L ) – C | u(J ) – C | |
Abstenerse | u(K ) | u(K ) | u(L ) | u(J ) | u(J ) |
Cada celda de la figura muestra el beneficio de utilidad de la señora j, que depende tanto de la situación por los demás votos (i. e. cómo votará el resto del electorado) como de su propia decisión. Obsérvese que, si la señora j vota, entonces su utilidad por el resultado, cualquiera que sea, se reduce siempre en C, el costo de utilidad de su participación. Desde luego, si se abstiene, entonces no paga ese costo. El único término del esquema que exige más explicación es L, que interviene una vez en cada fila. L significa “lotería” y representa el hecho de que la elección termina en un empate. En ese caso, suponemos que se emplea alguna estratagema aleatoria para determinar al vencedor; la lotería representa una probabilidad de 50 por ciento de que gane uno u otro candidato. El teorema de la utilidad esperada (véase el capítulo II) implica que u(L) = 1/2 u(J ) + 1/2 u(K).
Una mirada al esquema IX.4 nos revela que la señora j nunca debería votar por Kendall, puesto que, en cada situación de los demás votos, el beneficio de la fila de “votar por Jackson” es al menos tan alto como su contrapartida en la fila de “votar por Kendall”.12
Sin duda alguna, el lector estará pensando que no necesitaba un análisis tan elaborado para saber eso. En realidad, debería ser obvio que, cuando sólo hay dos candidatos, o se vota por el candidato preferido o bien no se molesta uno para nada en votar; nunca se gana nada votando por el candidato menos preferido. No obstante, el análisis puede decirnos algo que no es tan obvio cuando planteamos la pregunta fundamental: ¿el beneficio de votar por Jackson supera al beneficio de la abstención? Esto exige que comparemos la primera fila de la figura con la tercera. Sin embargo, a diferencia de la comparación entre las filas 1 y 2, en algunas situaciones, “votar por Jackson” produce el beneficio más grande, mientras que, en otras, “abstenerse” es más interesante. Para poder aclarar esto, debemos incorporar al análisis las creencias de la señora j sobre las probabilidades de las diversas situaciones. Después, debemos emplear un poco de álgebra sencilla para determinar lo que debería hacer la señora j.
Esquema IX.5
Situación de los demás votos | ||||||
---|---|---|---|---|---|---|
S1 | S2 | S3 | S4 | S5 | ||
(p1) | (p2) | (p3) | (p4) | (p5) | ||
Decisión de la señora j | Votar por Jackson | –C | 1/2 – C | 1 – C | 1 – C | 1 – C |
Abstenerse | 0 | 0 | 1/2 | 1 | 1 |
Para simplificar las cosas, establezcamos u(J ) = 1 y u(K ) = 0.13 Además, representemos las creencias de la señora j mediante cálculo de probabilidades. En particular, la señora j cree que S1 tiene lugar con la probabilidad p1; S2 con p2; S3 con p3, S4 con p4 y S5 con p5 (donde cada cálculo de probabilidades es 0 o más y, juntos, suman 1). Esta información se proporciona en el esquema IX.5, que es simplemente el esquema IX.4 sin la fila de “votar por Kendall” y con la incorporación de las revisiones anteriores: u(J ) = 1, u(K) = 0 y u(L) = 1/2.14 Podemos aplicar el teorema de la utilidad esperada (UE ) del capítulo II a esa figura como sigue:
UE (votar por Jackson) = p1 (–C ) + p2 (1/2 –C ) + p3 (1 –C ) + p4 (1 –C ) + p5 (1 –C )
= 1/2 p2 + p3 + p4 + p5 –C
UE (abstenerse) = p1 (0) + p2 (0) + p3 (1/2) + p4 + p5
= 1/2 p3 + p4 + p5
En vez de abstenerse, la señora j debería votar por Jackson si y sólo si UE(Jackson) > UE(abstenerse). Con un poco más de álgebra, lo anterior significa que la señora j debería votar por Jackson si y sólo si p2 + p3 > 2C. En otras palabras, debería votar si la suma de las probabilidades de que provoque un empate (votando por Jackson en S2) o rompa un empate (votando por Jackson en S3) es superior al doble del costo que implica votar.
Sin duda alguna, lo anterior no es obvio, y es mucho más complejo de lo que el lector podría haber pensado al comienzo. ¿Qué significa esta implicación para la participación de la señora j? En realidad, es una deducción muy rica en consecuencias. En primer lugar, nos dice que cuanto más costoso sea participar tanto menos probable será que la señora j lo haga. Se llega a esta conclusión porque la desigualdad de p2 + p3 > 2 C es más difícil de satisfacer a medida que C aumenta. En realidad, si C es muy grande (específicamente, si C ≥ 1/2), no debería participar nunca. En segundo lugar, nos dice que la señora j debería estar más dispuesta a participar si cree que la elección va a ser cerrada. Se llega a esta conclusión porque p2 + p3 es una definición práctica de una elección cerrada: son las probabilidades de “provocar o romper un empate”. Cuanto mayores sean estas probabilidades, más posible será que se satisfaga la desigualdad.
En resumen, el cálculo Riker-Ordeshook del voto proporciona una razón para la participación basada, primero, en el costo de dicha participación y, segundo, en las probabilidades de que un participante eventual implique una diferencia. Mas este análisis posee una tercera implicación, más perturbadora. Suponga que C fuera muy pequeño en comparación con u(Jackson) – u(Kendall) = 1; digamos, C = 1/1000. No se trata de un supuesto irrazonable en elecciones importantes como las presidenciales, ya que afirma que, para el ciudadano promedio, el costo de votar es muy reducido en comparación con la diferencia que significa para ellos que gane ya sea, digamos, el Partido Demócrata o el Republicano. Así, la desigualdad p2 + p3 > 2 C nos dice ahora que la señora j debería votar si y sólo si sus probabilidades de provocar o romper un empate (p2 + p3) fueran mayores que 2/1000. ¿Cuáles son las probabilidades de provocar o romper un empate en unas elecciones nacionales en Estados Unidos, donde hay aproximadamente 125 000 000 de votantes potenciales? Infinitesimales y, sin duda alguna, mucho menores que 2/1000. Por lo que es muy improbable que una persona razonable, como la señora j, crea que p2 + p3 es superior a 2/1000. Por lo tanto, una vez dicho y hecho todo, vemos que, de acuerdo con este análisis, las personas más razonables llegarán a la conclusión de que no deben votar.
Una interpretación de este análisis estrictamente instrumental de Riker y Ordeshook es que los cálculos instrumentales son insuficientes para provocar la participación en gran escala en las elecciones como se presentan en la mayoría de las democracias modernas. El hecho de que en el mundo real de las elecciones en masa haya una participación considerable resulta embarazoso. Al notar esto, Riker y Ordeshook salvan su propio análisis, concediendo que es muy diferente calcular el voto que computar las consecuencias de votar en contra de las de abstenerse. Sugieren, aunque no con las mismas palabras, que hay una base vivencial, así como una instrumental, para votar: que votar tiene un valor de consumo, así como de inversión.
En primer lugar, los individuos de las sociedades democráticas poseen un sistema de creencias o ideología en el que se atribuye una gran importancia a la participación. La abstención es muy mal vista —por nuestros vecinos, por nuestra esposa, incluso por nuestros hijos.15
En segundo lugar, a menudo hay castigos que se imponen a los que no participan. En algunas sociedades se impone una multa. En otras, hay “guardianes”: el vecino que va de puerta en puerta o se apoya en su cerca para implorar a los vecinos que voten; el encargado del taller que deja claro a todos los trabajadores que será mejor que busquen el tiempo para votar a la hora del almuerzo; los activistas del partido que, ya por la tarde, verifican con los vigilantes de la casilla para ver quién no ha votado todavía.
Finalmente, debe decirse que los individuos participan en las actividades electorales no sólo para evitar los sentimientos de culpabilidad o para evitar los “castigos” que otros imponen sino también porque puede ser divertido. Un votante puede encontrar satisfacción en pararse en la cola de la casilla y charlar con sus vecinos. Otro disfruta las conversaciones del día siguiente en la oficina o durante el café con los vecinos, no sólo sobre las elecciones sino sobre su participación en ellas.
Riker y Ordeshook explican esa fuente vivencial de utilidades alterando los beneficios de los esquemas IX.4 y IX.5, a los que agregan un beneficio adicional de consumo en las filas de participación, (es decir “votar por Jackson” y “votar por Kendall”), mas no en las de abstención (es decir “abstenerse”). Pues, aunque sin duda existen costos asociados con la participación (medidos por –C), también hay beneficios como los que acabamos de mencionar. Estos pueden ser lo suficientemente importantes como para inducir a algunos que de otra manera no participarían sobre bases puramente instrumentales.16
Existe ahora una vasta bibliografía sobre las teorías del voto racional.17 Como en este caso mi interés primordial en el voto es mostrarlo como un ejemplo de la acción colectiva, no analizaremos el tema con mayor detalle —salvo para destacar una característica que el lector perspicaz ya debe de haber discernido—. En mi examen de la acción colectiva, principalmente tomé en consideración a un grupo aislado frente a los posibles beneficios de la cooperación. En realidad, fui más allá al centrar mi atención en un individuo aislado, buscando determinar las condiciones en las que ese individuo decidiría contribuir a la misión de un grupo. El ejemplo del voto, no obstante, sugiere que muchas situaciones de acción colectiva enfrentan a los grupos uno contra otro. La señora j bien puede ser partidaria de Jackson, y la cuestión para ella es si ha de contribuir, junto con los otros partidarios de Jackson, a la causa de este último; pero en alguna parte allá afuera se encuentra un señor k, un partidario de Kendall, con un problema similar. Con todo, sus respectivos problemas son interdependientes y no se debe aislar uno del otro para analizarlos.
Lo anterior quiere decir que muchos problemas de la acción colectiva no son sólo de los individuos que comparten un objetivo común y buscan superar los incentivos que desalientan la contribución; también comprenden las interacciones estratégicas de los grupos en competencia. El destino de los grupos cuando tratan de asegurar sus objetivos respectivos depende a menudo no sólo del éxito de cada grupo en alentar la participación sino también del éxito de otros grupos en la acción colectiva. En resumen, la vida es compleja, y nuestro análisis sólo ha rascado la superficie. Para poder analizar esa manifestación más compleja de la acción colectiva, tendría que examinar las cuestiones de la estrategia con mucho mayor detalle, entrando al dominio de la teoría de juegos. Desde luego, no puedo hacerlo todo en un solo libro de texto, pero aliento al estudiante a continuar con esta materia de manera independiente.18
Rincón experimental1
En ocasiones nos referimos al análisis del voto de Riker y Ordeshook como la paradoja del voto. La mayoría de los modelos teóricos sobre el cálculo electoral en elecciones de masas predicen una tasa de participación relativamente baja (i. e. menos de 10 por ciento o, incluso, 1 por ciento). Sin embargo, la participación en las elecciones presidenciales en Estados Unidos, por ejemplo, excede casi siempre 50 por ciento del padrón. Esta inconsistencia es por supuesto paradójica para aquellos que suscriben una teoría racional e individualista del comportamiento político, y da paso a dos preguntas. Primero, ¿podría divisarse alguna teoría racional del voto que prediga tasas de participación al menos cercanas a aquellas que observamos empíricamente? ¿Qué características tendría dicho modelo? Segundo, asumiendo que la meta anterior no es posible, ¿podemos al menos sustraer algunas implicaciones empíricas acerca del comportamiento individual (dejando de lado el asunto de las tasas de participación) de las teorías racionales del voto para ver si nos permiten entender mejor la decisión individual de votar? Una serie de experimentos de David Levine y Thomas Palfrey (2007) pretende responder a ambas preguntas. Primero pondremos atención a la segunda.
Levine y Palfrey toman en consideración tres estáticas comparativas sobre el comportamiento electoral que son consistentes con varios modelos de elección racional acerca del voto. Recordemos que una estática comparativa es una predicción respecto a cómo un cambio en un factor explicativo en particular tiene una probable influencia sobre cierto resultado observable. Haciendo esto, los autores ponen momentáneamente de lado la magnitud de la participación que los modelos racionales no han podido explicar y se concentran, más bien, en formular argumentos probabilísticos inspirados por los modelos de votación racional.
Por ejemplo, la primera hipótesis de Levine y Palfrey es que un aumento en el tamaño del electorado reducirá la probabilidad de que un individuo dado participe en una elección. Llaman a éste el “efecto tamaño”, que parte de la idea de que el voto de un individuo tiene más probabilidad de ser decisivo en una elección pequeña que en una grande y los votantes responden a la probabilidad de que su voto tenga influencia en el resultado de la elección. Su segunda hipótesis es el “efecto competencia”: las elecciones reñidas deberían motivar una mayor participación electoral, con base de nuevo en el supuesto de que la probabilidad de tener un impacto en la elección está vinculada con el comportamiento individual. En una competencia reñida, cualquier voto tiene mayor probabilidad de ser decisivo (aunque la probabilidad sea pequeña), así que habrá participación de más votantes cuando se perciba que una elección es reñida. La tercera hipótesis de los autores es el “efecto del candidato en desventaja”2 la cual dice que los votantes que apoyan al candidato menos popular (en una elección con dos candidatos) son más propensos a participar que aquellos que apoyan al candidato más popular. Dicho efecto sería posible si quienes apoyan al candidato que va detrás en las encuestas creen que es posible obtener ventaja del problema de acción colectiva entre quienes apoyan al otro candidato, que quizá están confiados en su victoria.
Para poner a prueba estas hipótesis, los autores llevaron a cabo una serie de elecciones experimentales. Repartieron a cada individuo una serie de preferencias entre dos candidatos en una elección bajo la regla de la mayoría. En los experimentos, si el candidato predilecto de una persona gana, dicha persona recibe 105 puntos; si no, recibe sólo 5. Votar no es requisito para obtener los puntos que correspondan. No obstante, cada individuo enfrenta un costo para votar cuyo valor es un número aleatorio entre 0 y 55. En consecuencia, el cálculo de votación para cada votante tiene más o menos la siguiente forma: el beneficio neto de que el candidato predilecto gane es de 100 puntos, pero el voto propio hará la diferencia sólo si puede generar o romper un empate. Así, votar es racional si, siguiendo el cálculo Riker-Ordeshook (desarrollado en el texto), la probabilidad sumada de estos eventos (referida como p = p2 + p3 en el modelo de Riker y Ordeshook) es mayor que 2C/100. Es claro que, para los votantes con C > 50, votar no es racional incluso si la probabilidad de tener el voto decisivo es 1, puesto que los costos exceden el beneficio esperado. No obstante, para una C escogida al azar, la probabilidad de que p sea mayor que 2C/100 aumenta conforme p aumenta. La primera y segunda hipótesis de Levine y Palfrey prueban si la probabilidad de que un individuo vote aumenta conforme p aumenta.
Levine y Palfrey diseñaron cuatro electorados de distintos tamaños (n = 3, 9, 27 y 51) y cada uno recibió uno de dos tratamientos. En el tratamiento de “la moneda al aire”, (n+1)/2 de los votantes preferían a un candidato y (n-1)/2 al otro. En el tratamiento de la “victoria aplastante”, 2n/3 de los votantes preferían a un candidato y n/3 al otro. Se dio información completa a los votantes acerca de la distribución de preferencias entre los votantes, de manera que todos tuvieron suficiente acceso a “encuestas pre-electorales”, por así decirlo. Además, se asignó a cada votante un costo aleatorio por el acto de votar. ¿Qué sucedió?
Se comprobaron las tres hipótesis de comportamiento individual. La participación electoral fue significativamente mayor en las elecciones pequeñas que en las grandes y mucho más grande bajo el tratamiento de la moneda al aire que bajo el de la victoria aplastante. Además, también se encontró apoyo para el efecto “del candidato en desventaja”, puesto que la probabilidad de participar fue más alta entre aquellos que apoyaban al candidato menos favorecido por las encuestas de opinión.
Estos resultados sugieren que, al decidir si incurrir en los costos de votar o no, los individuos actúan de manera débilmente racional —responden en la dirección predicha conforme cambia la probabilidad de tener un voto decisivo, incluso si la decisión en general parece difícil de justificar por la muy baja probabilidad de que el voto determine la elección—. Pero, además, los experimentos de Levine y Palfrey confirman una regularidad empírica entre las magnitudes; a saber, que la tasa de participación en elecciones grandes es mayor que lo que predice el análisis de Riker y Ordeshook. Por ejemplo, entre las elecciones con 51 votantes que recibieron el tratamiento de la moneda al aire, en promedio cerca de 38 por ciento de los electores estaba dispuesto a pagar el costo de votar, mientras que una teoría puramente racional sugeriría un número mucho más bajo.
¿Tienen los autores alguna explicación para este resultado? Sí, pero no es una que resuelva la paradoja de la participación electoral (no sería una gran paradoja si se pudiera resolver con tanta facilidad). Levine y Palfrey sugieren un modelo alternativo para la alta tasa de participación que no se basa en los beneficios psicológicos de votar (que es la explicación en la que se basan Riker y Ordeshook). De los datos reunidos a partir de muchos experimentos, los autores encontraron que un número considerable de personas votó incluso cuando un análisis racional indicaría que votar era una estrategia sub óptima. Aun así, encontraron que los votantes que enfrentaban altos costos tenían menor probabilidad de votar que aquellos que enfrentaban bajos costos. Así, pudieron estimar qué tan responsivo era cualquier votante típico a los costos de votar (en relación con la probabilidad de que su voto fuera decisivo). Encontraron que esta respuesta era mucho menor que lo que predice una teoría puramente racional del voto. Palfrey y Levine imaginan un proceso probabilístico según el cual los votantes son menos propensos a votar conforme C aumenta pero donde su decisión no está determinada por este cálculo. Esto es, un votante que enfrenta un valor muy alto de C probablemente no votará (pero podría hacerlo) y un votante que enfrenta un valor muy bajo podría no votar (aunque es probable que lo haga). Sugieren que esta teoría podría armonizar las altas tasas de participación en elecciones masivas sin utilizar nociones de un deber hacia la sociedad ni considerar el voto como intrínsecamente disfrutable, sin importar el resultado.3
¿Qué sucede con el comportamiento electoral si los individuos se conducen de esta manera? Utilizando la estimación de la respuesta a los incentivos discutida arriba, Levine y Palfrey predicen que la tasa de participación electoral en una elección pública masiva debe rondar 17 por ciento. No obstante, consideran que su diseño experimental resta importancia a los beneficios que resultan de ver a un candidato favorito ganar, i. e. los costos propuestos de votar son muy altos en relación con los beneficios de influir en el resultado. En circunstancias con un menor valor de C, con votantes que actúan de la manera observada en el experimento, la tasa de participación podría acercarse a 50 por ciento.
Este modelo de comportamiento electoral podría no ser atractivo para todos, pero es un claro ejemplo en el que un ejercicio experimental ha facilitado la comprensión de un fenómeno enigmático. Recordemos que las tasas de participación fueron mucho más altas aquí que en las predicciones del típico análisis racional. Sin embargo, se trata de un árido contexto de laboratorio, donde los participantes tuvieron que elegir entre A y B sin saber que formaban parte de un estudio sobre el comportamiento electoral ni enfrentar la típica carga emocional e ideológica que acompaña a las campañas políticas y al tema del voto. ¿Por qué, ante la ausencia de estos marcadores culturales y políticos, fueron tan altas las tasas de participación? La explicación de Levine y Palfrey es un primer paso de lo que podría convertirse en una reconsideración muy fructífera de la teoría racional del voto.
Problemas y preguntas de discusión
1. Para entender los verdaderos rounds de boxeo que a veces se observan en la política democrática, podemos interpretarlos como la pugna entre grupos de interés. Así, para comprender el resultado del debate de cualquier tipo de política, deberíamos enfocarnos principalmente en los grupos políticos que tienen un interés particular en el tema y el poder de cada uno frente a los demás. ¿Podemos dar por sentada la existencia de grupos de interés organizados para intentar entender la política? ¿Por qué sí o por qué no? ¿Qué variables deberíamos considerar para cuantificar el poder de los grupos políticos de interés? Por ejemplo, ¿qué papel juegan el tamaño del grupo (latente o activo), la estructura de los intereses en su interior o la calidad de su organización y liderazgo para determinar su fuerza?
2. Cuatro amigos comparten un departamento universitario y deben colaborar para limpiar las áreas comunes antes de que lleguen sus padres en el Fin de Semana para Padres de Familia. Por simplicidad, suponga que el resultado es dicótomo (el departamento está completamente limpio o no está limpio en absoluto) y tiene las características del problema de acción colectiva descrito en el esquema IX.1 y el texto que lo rodea. Asuma para cada individuo que B > C.
• ¿Cuáles son los posibles equilibrios si los cuatro amigos deben contribuir a la limpieza del departamento? ¿Cuáles cree usted probables?
• ¿Cuáles son los posibles equilibrios si sólo dos de los cuatro amigos deben contribuir a la limpieza del departamento (i. e. k = 2)? ¿Puede usted predecir cuál de ellos ocurrirá sin más información?
• ¿Cambiaría su predicción para k = 2 si B aumenta o C disminuye? ¿Qué pasaría si B tiene un valor distinto para cada miembro del grupo?
3. La mayoría de las industrias (por ejemplo, la acerera, la azucarera o la automotriz) tienden a organizarse en asociaciones de comerciantes para cabildear con el Congreso en cuestiones relacionadas con la política regulatoria, comercial o fiscal, entre otras. Para cada una de las situaciones siguientes, describa la probabilidad de que las industrias se organicen exitosamente para cabildear en cuestiones de política favorables para cada sector y obtener resultados ventajosos para todos los individuos de la industria (hayan o no contribuido). Si existe una respuesta clara, explique el razonamiento tras esa predicción.
• Una industria tiene un alto número de pequeñas empresas productoras mientras que otra tiene un bajo número de grandes empresas productoras.
• Ambas industrias tienen un número mediano de empresas, pero, en una, el cabildeo sólo podrá tener éxito si existe un apoyo casi universal mientras que, en otra, el cabildeo sólo tendrá éxito con la contribución de alrededor de 50 por ciento de las empresas.
• Todas las empresas en una industria están de acuerdo en las prioridades políticas que deben tener, pero en otra industria hay amplio desacuerdo acerca de los objetivos de los esfuerzos de cabildeo.
• Una industria tiene empresas de similar tamaño, mientras que otra tiene unas cuantas empresas grandes (cuyas contribuciones son proporcionalmente eficaces) y una gran cantidad de empresas pequeñas.
4. aarp es una organización política que representa los intereses de personas mayores de cincuenta años mediante cabildeo, la negociación de descuentos para sus miembros e investigaciones relacionadas con temas de interés.1 Los miembros deben pagar una pequeña cuota anual y, a cambio, tienen acceso a los descuentos mencionados y a planes de seguro especiales para afiliados. Dichas recomendaciones de seguros a sus afiliados resultaron muy rentables. De hecho, el cofundador de aarp, Leonard Davis, tuvo que abandonar la organización en 1979 por el descontento que surgió con los vínculos entre esta organización, oficialmente sin fines de lucro, y la aseguradora Colonial Penn, propiedad del mismo Davis (Los Angeles Times, 2001). aarp cuenta hoy con alrededor de 40 millones de miembros, es uno de los grupos de cabildeo más importantes para el Congreso estadounidense y tiene un papel preponderante en la legislación relacionada con personas mayores. Su cabildeo tiene el respaldo de un enorme número de miembros inscritos, y de esfuerzos impresionantes para movilizar el voto en cada ciclo electoral, a pesar de que aarp sea en sí misma apartidista.
Con base en la anterior reseña, ¿cómo es que aarp ha tenido tanto éxito para organizar a las personas mayores, lo cual ha permitido asegurar una membresía masiva y un alto grado de involucramiento político? Utilice las ideas presentadas en este capítulo para argumentar al respecto.
5. ¿Cuál es la paradoja de la participación? Explique por qué puede considerarse el voto como un problema de acción colectiva y por qué el comportamiento electoral basado estrictamente en la utilidad de los posibles resultados da pie a esta paradoja.
Ahora considere una complicación adicional: cada distrito tiene cuando menos algunos votantes, pero la participación electoral es considerablemente mayor en algunos lugares, y esto varía con el tiempo. ¿Qué explica estos cambios en las tasas de participación? ¿Sugiere el análisis de Riker y Ordeshook alguna implicación posible o son más convincentes otras explicaciones? Para contestar esta pregunta, sería útil considerar la existencia de leyes que permitan votar por correo; empadronarse el día mismo de la elección; solicitar de manera simultánea la licencia de manejo y la credencial para votar; y otros programas diseñados para reducir C.2 También considere los beneficios psicológicos y vivenciales que se podrían experimentar con el acto de ir a votar.
*6. Esta pregunta se basa en un modelo discutido por McCarthy y Meirowitz (2007) que, a su vez, se basa en trabajo de Palfrey y Rosenthal (1983). Suponga que n individuos están interesados en un bien que daría el beneficio B a todos ellos. La provisión del bien depende de que un único individuo (k = 1) incurra en el costo C (B > C).
• Muestre que existen n posibles conjuntos de equilibrios de estrategia pura (cada jugador i puede “contribuir” o “no contribuir” con una probabilidad de 1).3
• Suponga ahora que todos los participantes juegan bajo una estrategia mixta idéntica; en otras palabras, eligen probabilísticamente si deben jugar contribuir o no contribuir. Llame p a la probabilidad de que cualquier jugador opte por contribuir. Muestre primero que, para cualquier jugador i, la probabilidad de que otra persona provea el bien si él decide no contribuir es 1 – (1 – p)n-1. Después, iguale la utilidad esperada para i de contribuir a la utilidad esperada de no contribuir. Note que cuando ambas utilidades esperadas son iguales i estaría dispuesto a optar por contribuir con probabilidad p, como todos los demás. Ahora, resuelva la expresión que ha encontrado para hallar el valor de p. Finalmente, muestre que p decrece si C aumenta, crece si B aumenta y decrece si n aumenta.
7. En Política (libro II, capítulo 3), Aristóteles (2000: 70) escribió lo siguiente:
El sistema propuesto ofrece todavía otro inconveniente, que es el poco interés que se tiene por la propiedad común, porque cada uno piensa en sus intereses privados y se cuida poco de los públicos, sino es en cuanto le toca personalmente, pues en todos los demás descansa de buen grado en los cuidados que otros se toman por ellos, sucediendo lo que en una casa servida por muchos criados, que unos por otros resulta mal hecho el servicio.
En otras palabras, “los asuntos de todos resultan ser asuntos de nadie”. ¿Cómo afecta este fenómeno a los grupos que tienen intereses políticos, y por qué es esto especialmente problemático para los que Olson denomina “grupos grandes y latentes”?
8. El capítulo II sugirió una concepción relativamente estrecha de lo que es la racionalidad, definida en términos de la habilidad para discernir entre distintos resultados posibles y dirigir las acciones propias para asegurar los resultados preferidos. Bajo esta perspectiva, ¿es irracional (o paradójico) votar? ¿Provee la idea de beneficios vivenciales o psicológicos una explicación satisfactoria, en términos de elección racional, para el acto de votar? ¿Pone en duda la paradoja del voto el intento de explicar el comportamiento político con un modelo de actores racionales? Proporcione argumentos a favor y en contra para esta última pregunta.
1 El movimiento provida apoya el derecho del feto a vivir; el movimiento proelección apoya el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo. En inglés se les conoce como los movimientos pro-life y pro-choice [Nota del traductor].
2 Puede encontrarse un tratamiento excepcionalmente sutil del comportamiento instrumental y la acción colectiva en Richard Tuck (2008), un filósofo político, trata estos temas en términos tanto de filosofía como de historia de las ideas.
3 Las famosas obras de mediados del siglo que acompañaron la de Bentley fueron Key (1952) y Truman (1951).
4 Aun en el caso de las sociedades menos liberales, se solían describir los conflictos entre los grupos como luchas entre grandes agregados sociales: burguesía versus proletariado; aristocracia versus comerciantes; diversos grupos raciales, religiosos, lingüísticos o regionales en oposición unos con otros; etcétera.
5 Una versión más compleja de esa situación, que no analizaremos aquí, incrementa el repertorio de comportamientos de cada persona. En lugar de tener una opción dicótoma, existe cierta aportación continuamente variable, como esfuerzo o dinero, con la que el individuo puede decidir contribuir.
6 Sin duda alguna, existen situaciones en las que realmente se niega a los individuos los beneficios de un grupo si no contribuyen a su producción. Si se valora mucho el beneficio, entonces la facultad para negarlo facilita al grupo la obtención de contribuciones. Si se quiere viajar por la autopista de Massachusetts, por ejemplo, se debe hacer una contribución llamada peaje. Si se quiere pescar en el río del Club de Cacería y Pesca, hay que pagar las cuotas del club. Si se quiere oír a la Sinfónica de Boston interpretar una sinfonía de Beethoven, se debe comprar un boleto. Esas actividades no son precisamente bienes públicos y dejo su análisis para el siguiente capítulo. En el presente análisis, examino el caso extremo de la disponibilidad para todos de un bien o meta de un grupo una vez producido.
7 Podría hacer más compleja la historia individualizando las evaluaciones, de tal suerte que el señor i valúa la meta del grupo en B(i) útiles, mientras que la señora j la valúa en B(j), donde B(i) ≠ (B(j). Pero esta complicación no cambia la tendencia de mi historia, por lo que no la emplearé en este caso. El conflicto de intereses entre los miembros de un grupo —esto es, la evaluación diferencial de las metas del grupo— se analizará más adelante.
8 Esta idea la desarrolló por primera vez en su famoso libro The Strategy of Conflict (1960).
9 En un primer intento, creemos que este análisis es plausible, pero no es satisfactorio en cuanto análisis estratégico completo. Por ejemplo: afirmo en el texto que, a medida que B – C aumenta, las perspectivas de que se alcance la meta de un grupo aumentan con cualquier tamaño n del grupo y un grado de contribución decisiva k. Sin duda alguna, es correcto creer que la presión para que cualquier miembro específico del grupo contribuya se incrementa a medida que aumenta el beneficio neto de la provisión del grupo (B – C). Por otra parte, es casi igualmente seguro que ese mismo individuo se dará cuenta de que la presión también será creciente sobre todos sus colegas del grupo. Así, el mayor beneficio neto lo impele a contribuir, pero con la certeza de que también otros se sentirán así puede permitirle racionalizar la idea de dejar que ellos hagan todo el trabajo pesado. La ponderación de la fuerza relativa de esos efectos compensatorios es el tipo de consideración que forma parte de un análisis más profundo basado en la teoría de juegos.
10 No he dicho nada sobre la comunicación, por lo que el lector curioso podría comenzar a preguntarse por qué los miembros de ese supuesto grupo social parecen incapaces de ¡hablar uno con otro! Sin duda alguna, la comunicación es una opción, pero agrega una capa adicional de complejidad que preferiríamos no abordar. En primer lugar, la comunicación puede ser costosa. En segundo lugar, puede ser asimétrica (algunas personas tienen la facultad de transmitir, otras, de recibir, otras más, de hacer ambas cosas y, finalmente, algunos pobres diablos no pueden hacer ni una ni otra cosa). En tercer lugar, abre toda clase de posibilidades estratégicas (por ejemplo: una persona deja un mensaje para todos los demás de que va a la ópera y no podrá recibir llamadas a partir de ese momento, un fait accompli). En Signaling Games in Political Science, Jeffrey Banks (1991), se puede encontrar un análisis riguroso de la comunicación estratégica.
11 La Ley Wagner hizo posible que se organizaran los sindicatos, legalizando el llamado taller cerrado o sindicalización obligatoria. Si un trabajador tomaba un empleo en una empresa o planta “cerrada”, se le exigía que se afiliara al sindicato de la empresa. El “no contribuir” ya no era una opción, de tal suerte que los trabajadores de esas empresas no podían “viajar gratis” aprovechándose de los esfuerzos hechos por otros para mejorar los salarios y las condiciones de trabajo.
12 En la primera y quinta situaciones, los beneficios son idénticos. En la tercera situación, dado que u(J) > u(K), sigue siendo válida la afirmación hecha en el texto. Los únicos casos en los que puede haber cierta confusión es cuando interviene L. En la segunda situación, una probabilidad de 50 por ciento de que triunfe su candidato es sin duda alguna mejor que la certidumbre de obtener el peor resultado. En la cuarta situación, la certidumbre de que venza su mejor candidato es sin duda alguna mejor que una lotería en la que sus probabilidades de hacerlo ganar son sólo de 50 por ciento. Así, sigue siendo válida la conclusión de que a la señora j le va al menos tan bien votando por Jackson como haciéndolo por Kendall.
13 En nuestro examen de las funciones de utilidad del capítulo II, mencionamos que a menudo es conveniente “normalizar” el análisis, sin hacer ningún daño lógico, estableciendo la utilidad de la alternativa preferida en primer lugar como la unidad y la de la menos preferida como 0.
14 Dada la normalización, la lotería que da 50 por ciento de probabilidades a Jackson o a Kendall significa 50 por ciento de posibilidades de que se obtenga la utilidad de 1 o de 0. Así, la utilidad esperada de esta lotería es igual a 1/2.
15 El autor recuerda con gran claridad lo doloroso que fue enfrentar a sus hijos después de regresar a casa del trabajo la tarde de un día de elecciones y confesar que “simplemente, no tuvo tiempo para votar”. Esa experiencia, grabada en su memoria, ha sido para él parte fundamental de toda decisión subsecuente de participación.
16 No agobio más al lector con una demostración analítica. Los lectores interesados pueden consultar el análisis original de Riker y Ordeshook. En cuanto a un análisis amplio del tema, incluida una crítica del enfoque de Riker y Ordeshook, se alienta al lector a examinar la obra de Berry (1970).
17 Referimos al lector ambicioso a dos volúmenes complementarios: Enelow y Hinich (1984) y Enelow y Hinich (1990). También véase Merrill III y Grofman (1999).
18 Un punto de partida excelente es un libro al que ya referí antes al estudiante: Dixit y Nalebuff (1991). Otros dos análisis excelentes de la teoría de juegos en el contexto de la política son los de Ordeshook: Game Theory and Political Theory: An Introduction (1986) y A Political Theory Primer (1992).
1 Este rincón experimental es material nuevo que no existe en las ediciones en inglés y que Kenneth Shepsle nos ha dado para la edición en español [Nota del traductor].
2 Originalmente, Levine y Palfrey lo llamaron efecto underdog, que no tiene una traducción exacta al español. En deportes y en política, underdog se suele referir a un competidor que si bien no está totalmente descartado, en ese momento parece tener menores probabilidades de ganar que otros competidores [Nota del traductor].
3 Todavía queda abierta la pregunta de por qué el voto es probabilístico. Una explicación podría ser que los votantes son fundamentalmente proclives al error, sin pensar o calcular con absoluta precisión los costos y beneficios de votar antes de hacerlo.
1 Anteriormente, estas siglas se referían al nombre original en inglés de dicha organización, la Asociación Americana de Personas Jubiladas. Posteriormente, la organización decidió simplificar legalmente su nombre a aarp, Inc., para indicar que ya no está dirigida únicamente a jubilados [Nota del traductor].
2 En Estados Unidos, a estas leyes se les conoce como mail-in ballots, election-day registration y motor-voter acts, respectivamente [Nota del traductor].
3 Recuerde la definición de equilibrio que se ha utilizado hasta ahora. Tomando las estrategias de los demás jugadores como dadas, ningún jugador tiene incentivos para cambiar la suya. En consecuencia, un equilibrio es un punto de estabilidad en el que nadie tiene interés en cambiar su “jugada”.
* Desde luego, el número de organizaciones es sólo una medida aproximada del grado en que las diversas categorías de ciudadanos están representadas en el mundo de los grupos de interés de Washington.