Capítulo XVII. Lecciones finales

 

 

 

Resumir esta obra de manera detallada es tal vez más de lo que el lector estaría dispuesto a tolerar; por lo que lo haré de manera superficial. La primera parte proveyó los elementos básicos para analizar política: los individuos, sus preferencias y sus creencias. Ahí enfaticé la importancia de ser analíticos, y revelé mis propias preferencias al proponer el paradigma de la elección racional como enfoque analítico.

En la segunda parte, centré mi atención en la decisión en grupo mediante la votación. Demostré que, a diferencia de los individuos, no siempre se puede tratar a los grupos como unidades porque las preferencias agregadas de los miembros del grupo no siempre cuadran. Ni el método de la regla de la mayoría, del teorema de Arrow, ni ningún otro método “razonable” de agregación de preferencias puede garantizar que las preferencias del grupo sean racionales. Este hecho, a su vez, implica que los individuos que controlan la propuesta de mociones y otros mecanismos del orden del día pueden manipular estratégicamente las cosas a su conveniencia. Si se combina eso con el hecho de que existen muchas maneras de orquestar unas elecciones o estructurar una votación, el balance final es que el resultado de la deliberación del grupo es, en muchos sentidos, artificioso. Sin duda depende de las preferencias y creencias individuales de los miembros del grupo, pero también depende de quién hace las mociones, cómo se ordenan, del reglamento para realizar la votación y de muchos otros factores. Es claramente deseable que la decisión de un grupo dependa de las preferencias y creencias de cada uno de sus miembros. Pero es mucho menos claramente deseable que la decisión del grupo dependa de las muchas vicisitudes arbitrarias de los distintos procesos de agregación de preferencias y creencias.

En la tercera parte examiné los grupos como entidades dinámicas, las cuales adoptan muchas de sus decisiones y acciones mediante métodos diferentes del de la votación. Consideré como fundamental la noción de la “cooperación”, y pasé de la negociación entre dos personas (sobre cosas como drenar o no un pantano) a los problemas de la coordinación y la acción colectiva entre múltiples personas. Vimos que muchas de las dificultades que enfrentan las sociedades modernas son, en realidad, manifestaciones de la incapacidad de los grandes grupos para coordinar el comportamiento individual de manera que sea mutuamente ventajoso. En consecuencia, aun en equilibrio, la vida no es miel sobre hojuelas: la producción de bienes públicos es escasa, mientras que la de “males” públicos es excesiva; existen demasiadas externalidades negativas y muy pocas positivas; y se hace un mal manejo, un uso excesivo y un mal patrullaje de los recursos comunes. ¡Pero anímense! Todo esto nos sirvió para darnos cuenta de que las sociedades humanas no son utopías y que siempre hay espacio para mejorarlas.

En la cuarta parte examiné algunas de las maneras como las sociedades humanas emprenden dichas mejoras: inventan instituciones, algunas de las cuales permiten un desempeño más eficiente (aprovechando la división y especialización del trabajo) mientras que otras mejoran la coordinación, la estandarización y la “racionalización” de las expectativas. Algunas de esas instituciones están destinadas a hacer selecciones (las legislaturas y los parlamentos), otras, a poner en práctica las opciones seleccionadas (las burocracias) y otras más, a la orquestación (las instituciones de liderazgo) y la validación (los tribunales y los jueces).

La metodología implícita en nuestras diversas incursiones en el “análisis de la política” es portátil: se puede llevar consigo, por así decirlo, para analizar nuevas situaciones políticas a medida que se presentan. Una gran parte de nuestras experiencias de vida tienen lugar en el marco de un grupo, las cuales van desde las relaciones emocionales entre dos personas hasta las grandes asociaciones (como las congregaciones religiosas o las ligas de deportes de aficionados), pasando por las asociaciones en pequeña escala (como los amigos o las familias que viven juntos, por ejemplo). Como me esforcé por demostrar en el primer capítulo, la política es inherente a todas esas interacciones grupales. Para analizar esas situaciones, es necesario evaluar aquello que los individuos quieren y creen, las acciones que les son factibles y las reglas de interacción, es decir, los mecanismos mediante los cuales las acciones individuales (escogidas por motivos racionales) se transforman en resultados. Con frecuencia, también es útil conocer un poco de historia sobre lo que ocurrió para que se produjeran las circunstancias que nos interesa analizar. Esta historia es a menudo ilustrativa cuando buscamos entender lo que la gente quiere, lo que cree y lo que cree que otros quieren y creen.

Otra lección que espero que el lector haya extraído de este libro es que la metodología de análisis que he descrito en estas páginas aplica a la política con “p minúscula” de la vida privada de la misma manera que a la Política con “P mayúscula” de la vida pública. La política aplica a todos los fenómenos de la vida en grupo; no sólo aquellos que tienen lugar en los foros de deliberación oficial. No se necesitan togas, uniformes o procedimientos formales para que haya política. La política de la mesa de cocina es tan interesante y compleja como la de la mesa del gabinete.

Finalmente, el análisis de la vida social mediante la metodología de la elección racional ha sido adoptado en ciencia política, en sociología, en economía, en derecho, en filosofía y probablemente también en otras disciplinas. En la ciencia política, el enfoque de la elección racional no se limita al estudio de la política en Estados Unidos, aunque yo haya tomado muchos de mis ejemplos e ilustraciones de esa región. Como me esforcé por ilustrar en el capítulo XVI, los enfoques de la elección racional sobre el estudio de la política parlamentaria están bien desarrollados; así como lo están otros aspectos de la política comparada. Las relaciones internacionales, ya sea en el estudio de la seguridad nacional, el comercio u otras formas de interacción estratégica, también han sido sometidas al análisis de la elección racional desde hace ya muchas décadas. Incluso la filosofía política se presta al enfoque de la elección racional. Es difícil imaginar un examen completo de lo que es justo, bueno o equitativo, sin recurrir a la consideración de lo que es racional para los interesados.

Si la lectura de este volumen ha conseguido que el lector adopte algunas de las lecciones mencionadas, entonces la aventura de escribirlo ha valido la pena para mí (y la aventura de leerlo para usted). Si no es así, vuelva al capítulo I ¡e inténtelo nuevamente! En cualquier caso, lo animo a hojear la cada vez más voluminosa literatura sobre el tema, de la que he mencionado algunas de las contribuciones más importantes en las notas a lo largo del libro. El enfoque que he enseñado en estas páginas, en mi opinión, ha enriquecido el estudio de la política. Con este volumen, créame, usted sólo ha visto la punta del iceberg.