Este libro pretende ser modesto, pero en realidad no lo es. Aunque la prosa estará salpicada de reservas tales como “por un lado esto, pero por el otro aquello”, lo que haré será describir un parteaguas en el estudio de la política. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, las transformaciones que han experimentado los estudios políticos han sido numerosas y por demás asombrosas. Aquí sólo me concentraré en dos de estas transformaciones que representan cambios significativos de énfasis: el paso de la descripción a la explicación, y el del juicio al análisis.
Considérese este ejemplo: todos estamos acostumbrados a los reproches que se hacen a los “políticos” en la prensa y en conversaciones cotidianas a la hora del café. Se hace una descripción rutinaria de sus pecados, a menudo se les desprecia, y regularmente se aduce que sus acciones rayan en lo venal, lo inmoral o lo repugnante. En casi todas las culturas se considera a los políticos como bribones de uno u otro tipo, en ocasiones simpáticos e incluso encantadores, males necesarios en el mejor de los casos, pero bribones al fin y al cabo.1 Tales caracterizaciones, tanto en la tradición oral como en la prensa sensacionalista, son ricas en descripciones e implacables en sus juicios. Sin embargo, rara vez van más allá de contar anécdotas y darse golpes de pecho.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, la ciencia política ya consistía en mucho más que las simples anécdotas moralistas de los periódicos y los cafés. En esa época, la disciplina consistía sobre todo en descripciones detalladas de la política contemporánea o bien en estudios históricos de la política del pasado. Los libros principales sobre el Congreso, por ejemplo, eran tanto un compendio de hechos sobre las prácticas legislativas en vigor como una narrativa de cómo esas prácticas habían evolucionado a través del tiempo. Lo mismo podría decirse acerca de los doctos tomos sobre los partidos políticos, las elecciones, la presidencia, los tribunales, los grupos de interés, las instituciones estatales y municipales; en resumen, sobre los estudios de casi todas las facetas de la vida política estadounidense. El antropólogo Clifford Geertz se refiere a ese tipo de análisis como una “descripción densa”.2 Por lo general, una descripción densa es cuidadosa, exhaustiva y detallada en extremo, a diferencia de una “mera” narración de anécdotas; pero también puede ser indiscriminada, puesto que la acumulación de detalles muchas veces no llega a ser más que un montón de hechos y datos sin orden alguno.3
La ciencia política de la posguerra también fue más allá de darse golpes de pecho por la inmoralidad de los políticos. El énfasis valorativo de la ciencia política de la posguerra estaba animado sobre todo por sentimientos reformistas. Por ello, en los mismos libros sobre el Congreso densamente descriptivos, por lo general se encontraban también críticas al statu quo. Estas críticas incluían la excesiva autoridad del presidente de la Cámara de Diputados,4 la preocupación por el peso de las comisiones en el Congreso, un descontento generalizado por la naturaleza antidemocrática del filibusterismo5 en el Senado, la influencia desmesurada de los grupos de presión, la intolerancia del partido mayoritario hacia la diversidad de opiniones entre sus filas, para no hablar del total desdén del partido mayoritario por la opinión del partido minoritario. Las reformas estaban destinadas a curar a la legislatura de esos males.
Ahora bien, en esas descripciones, juicios y sugerencias de reformas, los académicos y los comentaristas no prestaban atención a la explicación de los males descritos ni hacían algún análisis del impacto de las reformas propuestas. Para empezar, una típica sistematización de las minutas históricas de las comisiones del Congreso no iba acompañada de consideración alguna sobre “por qué” se utilizaban dichas comisiones en la legislatura. Es decir, no contemplaban por qué existe en los cuerpos legislativos una división del trabajo y por qué ésta adopta una forma particular. De manera similar, quienes abogaban por reformar diversas prácticas con las que no estaban de acuerdo, prestaban escasa atención a por qué existían esas prácticas en primer lugar, por qué la reforma propuesta habría de resolver los problemas, y por qué el nuevo arreglo institucional no se vería sujeto también a ajustes futuros (o, incluso, a ser revertido al arreglo previo a las reformas).
En resumen, la ciencia política que un estudiante universitario podía encontrar al final de la Segunda Guerra Mundial era primordialmente descriptiva y sentenciosa; se inclinaba mucho menos por la explicación y el análisis. Durante los siguientes veinte años, los politólogos se concentraron aún más en sus narraciones, mejorando sus técnicas descriptivas y adquirieron habilidades de recolección de datos que les permitieron llevar a cabo mediciones más precisas. Pero fue sólo hasta la década de los sesenta cuando la atención comenzó a centrarse de manera sistemática en las cuestiones del “porqué”. “¿Por qué?” es la principal interrogante de la ciencia. Las respuestas a esa pregunta son explicaciones y, para obtener explicaciones, es necesario el análisis.
La transformación del estudio de la política constituye un movimiento notable a lo largo de una trayectoria de corte científico: primero de simples historias y anécdotas a la descripción densa e histórica, después a la medición sistemática, y en un tiempo más reciente a la explicación y el análisis. Hoy en día, la narración y el intercambio de anécdotas forman parte de una tradición oral que es más común encontrar en los círculos periodísticos, entre los comentaristas de asuntos públicos y entre los aficionados a la política; es decir, entre aquellos coloquialmente llamados los “opinólogos”. Es estos casos, es muy poca la veracidad que se presume más allá de la “sabiduría” asociada (a veces) a este tipo de comentaristas con la capacidad de arrojar detalles jugosos. Mientras que para el narrador casi todo es anecdótico e idiosincrásico, quienes miden de manera cuidadosa y describen de forma sistemática están comprometidos con la realización de investigación esencialmente científica. De la descripción sistemática surge la posibilidad de identificar regularidades empíricas. Ello requiere separar el grano de la paja, por así decirlo, pero eso no es posible sin antes haber llevado a cabo con mucho cuidado la medición y la descripción.
Las regularidades empíricas, en especial las robustas en el sentido de que parecen presentarse a menudo y en una variedad de circunstancias diferentes, son las que despiertan nuestra curiosidad. ¿Por qué parecen tener tanta ventaja los legisladores en funciones para reelegirse venciendo a sus contrincantes sin cargo? A esta ventaja que suelen tener los servidores públicos para reelegirse se le llama ventaja del cargo.6 ¿Por qué, en las democracias modernas, los países con representación proporcional tienen tantos partidos políticos, mientras que aquellos con métodos electorales distintos (por ejemplo, un sistema de distritos en los que se elige a un candidato por mayoría de votos) tienen menos partidos? A esto se le conoce como la ley de Duverger. ¿Por qué los Estados democráticos rara vez van a la guerra contra otras democracias? A esto se le conoce como la hipótesis de la “paz democrática”. ¿Por qué los países de la Cuenca del Pacífico han desarrollado sus economías con mayor éxito que los de África, América Latina o el sudeste asiático, cuando no existen ventajas en recursos u otras diferencias sobresalientes?
Obviamente, en este corto libro no daré respuesta a la amplia gama de regularidades empíricas que ha sido identificada por toda una generación de académicos haciendo mediciones y descripciones cuidadosas. Sin embargo, sí centraré mi atención de manera muy minuciosa en las preguntas de tipo “¿por qué?” y en cómo reflexionar para llegar a las respuestas. Ésta es una de las principales maneras de hacer ciencia política en el siglo xxi y es el preludio a una ciencia social madura. La ciencia política no es una ciencia exacta pero su actual énfasis en la explicación y el análisis la acerca más, en su forma, a las ciencias físicas y naturales que en épocas anteriores.
Hagamos ahora una pausa y veamos hacia dónde nos dirigimos. El propósito principal de este libro no es exponer a los estudiantes a los detalles específicos de la vida política los cuales, sin duda, estudian en sus cursos de historia, política y sociología. Más bien, mi objetivo es presentarles varias herramientas teóricas que les serán útiles para explicar los detalles vistos en sus otros cursos. Prestaré especial atención a familiarizarlos con modelos sencillos. Los “modelos” son estilizaciones que tienen la intención de asemejarse de manera muy rudimentaria a una situación real de interés. Son versiones expresamente simplificadas de la realidad. Los acontecimientos del mundo real son conjuntos de características complejos, a menudo demasiado complicados como para comprenderlos de manera directa. Dependemos de un modelo estilizado que nos brinde intuición y guía para darle forma a nuestro análisis de esos acontecimientos.7
Por ejemplo, en el capítulo siguiente elaboraremos un modelo sencillo de decisión humana. Con toda honestidad, el modelo que presentaré contiene poco más que la sombra de un ser humano de carne y hueso. Más bien, de manera abiertamente simplista, se considera a una mujer o a un hombre exclusivamente en función de las cosas que quiere y de aquellas en las que cree. Queremos darnos una idea de cómo una persona elige o selecciona cuando se enfrenta a diferentes alternativas. Dado que el comportamiento político a menudo tiene que ver con alguien que toma decisiones acerca de algo, la teoría que presentaré será útil porque proporciona corazonadas e intuiciones acerca de cómo un individuo “genérico” o “representativo” enfrenta esas circunstancias en abstracto.
En los capítulos III y IV, para poner otro ejemplo, nuestra atención pasará de centrarse en el individuo a centrarse en un grupo de individuos. Aunque la política se refiere a menudo al hecho de elegir, sólo en un mundo como el de Robinson Crusoe los individuos pueden elegir en completo aislamiento de los demás; y eso difícilmente se puede considerar una situación política. En consecuencia, extendemos nuestro modelo básico de la decisión individual mediante la construcción de un modelo más elaborado en un marco de decisión grupal. En los capítulos restantes de la segunda parte, mejoramos aún más el marco del grupo al tomar en consideración un número cada vez mayor de características del contexto de su toma de decisiones. Nuestro modelo comienza siendo sencillo, pero, paulatinamente, empieza a adoptar parte de la complejidad de los grupos reales y de las decisiones que enfrentan. A lo largo del camino, nuestro entendimiento acerca de la manera como funciona el mundo real se hace cada vez más sofisticado.
La tercera parte exige recurrir a algunos modelos nuevos, aunque todavía básicos. Algunos de los grupos que estudiamos en la segunda parte adoptan sus decisiones mediante el voto, al menos en algunas ocasiones; tal sería el caso de las comisiones legislativas y el Congreso. Pero otros tipos de grupos funcionan de manera distinta. Por ejemplo, unos agricultores que enfrentan el problema de un pantano infestado de mosquitos, adyacente a sus respectivas propiedades, pueden decidir cooperar entre sí para deshacerse de la molestia. La interrogante que surge aquí es por qué habría de cooperar un agricultor específico. Si los otros se las arreglan para erradicar la población de mosquitos, entonces el que no coopera también se beneficia (y no tiene que pagar ninguno de los costos ni hacer ningún esfuerzo). Si, por otra parte, los otros no lograran resolver el problema, y sólo quien en ese momento no estuviera cooperando pudiera resolver el problema por sí mismo, entonces él sí se animaría a cargar con parte del costo. (El análisis es aún más sutil de lo que acabo de decir, como veremos en el capítulo correspondiente.) La cuestión en este ejemplo depende menos de la manera en la que el grupo adopta las decisiones —ya sea mediante una votación o mediante algún otro método— que de los mecanismos a través de los cuales esos individuos obtienen los dividendos de la cooperación mediante la creación del grupo como una colectividad. Necesitamos un modelo que nos permita estudiar la lógica de la participación y de la acción colectiva. En los capítulos de la tercera parte abundaré sobre este tema.
En las dos primeras partes del libro me esfuerzo por animar un poco las cosas con casos ad hoc tomados del mundo real. En ocasiones, se trata simplemente de ejemplos concretos del tema que estamos tratando. Así, en el capítulo II, para ilustrar la función de la incertidumbre en la decisión que adopta el individuo, hablo de manera breve sobre el riesgo para los políticos que representan sus decisiones cuando éstas se relacionan con su carrera. En otras ocasiones, estiraré un poco los hechos históricos a fin de dar una explicación simplificada de un suceso real que ilustre una idea importante de la teoría que estoy presentando. De esta forma, en el capítulo III ofrezco algunos ejemplos concretos de la manipulación de las decisiones grupales y analizo la manera como las maniobras estratégicas de los líderes del Congreso influyeron en la política fiscal durante la Guerra de Secesión, la Gran Depresión y los años de Reagan. Mi presentación de dichos casos difícilmente contaría con la aprobación de un historiador, ya que de manera muy consciente he abreviado su presentación y simplificado las historias, despojándolas de todo, salvo de lo esencial para ilustrar un punto teórico específico. Recuérdese que aquí no buscamos la descripción densa, si no el descubrimiento de principios teóricos generales.
Estos casos históricos simplificados nos acercan a transformar un modelo específico en una teoría de algo real. Una “teoría”, como pienso utilizar el término, es el mejoramiento de un modelo en el siguiente sentido: las características que sean un tanto vagas y abstractas del modelo se harán más concretas y específicas en la teoría. Para pasar de la formulación abstracta de la decisión en grupo a una aplicación más concreta que se refiera a un grupo específico (e. g. el Congreso de Estados Unidos), en un momento específico del tiempo (e. g. 1862, 1932 o 1986), sobre un tema específico (e. g. el incremento del ingreso nacional), se requiere que tomemos partido en toda una variedad de cuestiones: ¿Cuál es el tamaño específico del grupo? ¿Cuántos miembros son necesarios para aprobar una moción? ¿Puede enmendarse la moción? ¿Quién tiene derecho a hacer mociones? Si una moción es derrotada, ¿puede hacerse una nueva propuesta? Una teoría, entonces, es una elaboración especializada de un modelo destinado a una aplicación específica.8
En los capítulos de la cuarta parte nos acercamos aún más a hacer teoría. En ellos examinamos algunas instituciones, a menudo en abstracto, pero ocasionalmente también en sus detalles concretos. Nuestro análisis de las legislaturas y sus relaciones con los agentes burocráticos, por ejemplo, se basa en la conducción de diversos tipos de relaciones intergubernamentales. Para ser concretos, estudiaremos por un lado la relación entre el Congreso estadounidense y sus comisiones, y por el otro entre el Congreso y los funcionarios de las dependencias y órganos reguladores del Ejecutivo. De manera similar, nuestro examen de los gobiernos ministeriales se basa en experiencias del mundo real, sobre todo de la Europa continental, con parlamentos multipartidistas y gobiernos de coalición.
En esta nueva edición he añadido dos características que ayudan a dar más vida a las abstracciones asociadas con los modelos y las teorías. La primera característica es la adición de ejercicios y preguntas de discusión. En la mayoría de los capítulos proporciono una serie de problemas a resolver para que el lector adquiera más experiencia con el material. Dichos ejercicios ponen en práctica —algunas veces con asuntos de la vida real, otras con interesantes enigmas abstractos— los principios expuestos en el capítulo.9 La segunda característica es el Rincón experimental. En varios capítulos describo con cierto detalle un experimento de ciencia social, extraído de la reciente pero creciente literatura experimental en economía y en ciencia política, que busca descubrir cómo se comportan sujetos reales (por ejemplo, estudiantes universitarios) o contrastar alguna teoría propuesta sobre el comportamiento individual o grupal contra datos recabados mediante un experimento. Espero que encuentren estas adiciones enriquecedoras para el libro.
Ahora que ya se sabe adónde me dirijo, llegó la hora de emprender el camino. Mi propósito al escribir este libro es proporcionar algunas herramientas que permitan al lector llevar a cabo su propio análisis de los acontecimientos políticos que afectan su vida. Creo que la comprensión y la aplicación de los conceptos contenidos en este libro ayudarán al lector a pronosticar y explicar los acontecimientos políticos. Mi tarea consiste en presentar esos conceptos con claridad y en explicar cómo pueden ser empleados en situaciones del mundo real. Su tarea como lector es abordar el material, comprender los conceptos, observar cómo pueden usarse en contextos reales y ponerlos a prueba frente a los acontecimientos de su propia vida y el mundo a su alrededor. Si llevamos a cabo adecuadamente nuestras respectivas tareas, creo que el lector comenzará a ver el mundo de una manera diferente. Comprenderá por qué ciertos grupos tienen dificultades para cooperar o adoptar decisiones. Comprenderá por qué la gente se queja de los problemas, pero no hace nada para resolverlos. Comprenderá por qué los candidatos y los líderes políticos cometen algunas de las locuras que hacen. Y comenzará a apreciar por qué algunos problemas pueden resolverse y otros no. En resumen, estará en posibilidades de hacer análisis político.
Todavía no me he aventurado a proponer una definición exacta de aquello que estoy analizando cuando analizo la “política”. Por lo tanto, como una última nota preliminar, necesito delimitar nuestro tema de alguna manera. En una de las definiciones más famosas, David Easton (1953) describió la “política” como “la asignación autoritaria de valores para una sociedad”. Esta útil definición ha sobrevivido durante más de cuarenta años, pero deja fuera más de lo que quisiéramos. Imagínese al exhausto jefe de una familia que regresa a casa agotado por un monótono día de “política de oficina”. No hay nada de “autoritario” en, digamos, el hecho de que el señor Fulano estuviese tratando de impresionar al jefe con el propósito de mejorar sus posibilidades de obtener el puesto de gerente regional que pronto estará disponible. Además, tenga por seguro que las intrigas del lugar de trabajo no abarcan la “asignación de valores” para toda la sociedad. La política de oficina, la política universitaria, la política religiosa, la política sindical, la política del club, y (¿debo atreverme a decirlo?) la política familiar, así como muchos otros ejemplos implican todo lo que, en lenguaje común, incluimos bajo la rúbrica de “política”. Sin embargo, parecen estar excluidos de la definición de Easton. Para los propósitos de nuestra exposición, consideraré que la política es completamente indistinguible de los fenómenos de la vida grupal en general. La política, en este libro, consiste en individuos que interactúan, maniobran, disimulan, siguen estrategias, cooperan y mucho más, en la medida que buscan lograr sus metas, cualesquiera que éstas sean, dentro de la vida en grupo.
Uno de los beneficios reales de atribuir a la política todas las facetas de la vida en grupo es, creo yo, su desmitificación. Nuestro objeto de estudio se refiere no sólo a la Política con “P mayúscula” que se lleva a cabo en la Casa Blanca, el Kremlin, el número 10 de Downing Street, Capitol Hill, Whitehall, la Suprema Corte y otros lugares de actividad oficial. También comprende la política con “p minúscula” del lugar de trabajo, de las reuniones del cuerpo docente, del comité de gobierno estudiantil, del salón de asambleas del sindicato, de la mesa de cocina, de la sala de juntas de la compañía, de la reunión de ministros de la iglesia y de otros ámbitos menos formales de los grupos. Lo anterior difícilmente define nuestro tema de manera exhaustiva, pero me contento con dejarlo así. Si el lector puede aceptar esa pizca de ambigüedad, entonces lo invito a seguir leyendo.
1 ¿Por qué, si no, es tan corto el libro de John F. Kennedy, Profiles in Courage [Perfiles de coraje] (1956), acerca de políticos que sacrificaron su propio bienestar personal por un bien mayor?
2 Hay que añadir que, en esa época, la descripción densa y los estudios históricos no fueron exclusivos del estudio de la política “estadounidense” en específico. También fueron los métodos principales de análisis de la política de casi todos los países del mundo.
3 Esto es cierto en lo que respecta tanto a los datos cuantitativos como a los cualitativos. Un censo detallado de alguna población en particular es tan sólo un montón de números hasta que es analizado. Los números no hablan por sí mismos. De hecho, un humorista describió alguna vez la estadística como una herramienta de análisis con la que se agarra a los números por la garganta y se les implora: “¡Háblenme! ¡Háblenme!”.
4 A dicha figura en la Cámara de Representantes de Estados Unidos se le llama Speaker of the House, quien tiene particular ascendencia sobre los demás legisladores [Nota del traductor].
5 El “filibusterismo” se refiere a una táctica dilatoria en el Senado de Estados Unidos y en ciertos parlamentos llamada filibuster en inglés. Es una técnica de obstruccionismo mediante la cual una minoría de legisladores toma la palabra en tribuna de forma indefinida para postergar o frustrar el voto a una iniciativa de ley [Nota del traductor].
6 Por “ventaja del cargo” traduzco lo que se conoce en inglés como incumbency effect o incumbent advantage [Nota del traductor].
7 Así es como usaré la palabra “modelo” en este libro: un modelo es algo que es reconocible (o debería serlo) como una simplificación altamente estilizada de lo real. Un buen ejemplo de modelo es usar una esfera perfecta para representar un planeta o el núcleo de un átomo.
8 “Modelo” y “teoría” son términos que se utilizan de diversas maneras, dependiendo del filósofo de la ciencia que se consulte. Como no existe uniformidad en su uso, lo único que yo puedo hacer es definir con claridad mi propia práctica, sin ninguna pretensión de superioridad ni para buscar adeptos a mi uso de estos términos.
9 Una clave de respuestas para los instructores está disponible en www.norton.com/nrl