Capítulo II. Elección racional:
El modelo de preferencia

 

 

 

Al analizar la política, adoptaré lo que se ha llegado a conocer como el “enfoque de la elección racional”, el cual también recibe otras denominaciones: “teoría política formal”, “teoría política positiva” y “economía política”. En realidad, en un intento genuino (aunque fallido) de imperialismo intelectual, algunos economistas gustan de considerarlo como el “enfoque económico de la política”.1 Estos economistas tienen razón en cierto sentido: el supuesto de la racionalidad ha sido utilizado de manera más extensa y ha visto su mayor florecimiento en la ciencia económica. Pero, como veremos, el comportamiento racional no tiene nada que sea exclusivamente económico.2

El término “racionalidad” tiene una larga historia y, en lenguaje común, con frecuencia significa algo completamente distinto de lo que tenemos en mente. Si una amiga tuya hace algo que tú no harías si estuvieras en su lugar, como ir al cine la noche anterior a un examen final, podrías decir “cielos, eso es totalmente irracional”. Con lo cual quizá quieres decir: “de acuerdo con lo que mi amiga quiere, ésa no es la mejor manera de obtenerlo”. O tal vez quieres decir algo diferente: “de acuerdo con lo que yo quiero, yo no haría lo que ella está haciendo (y ella debería querer lo que yo quiero)”. En cualquier caso, estás afirmando que lo que tu amiga hace es una locura. Y bien puede ser una locura, pero me reservaré el uso del término “irracional” para algo muy específico.

Como yo lo utilizaré, el término “racionalidad” no significa que quien la posee sea un “genio” o que “todo lo sabe”. Los hombres y mujeres cuyo comportamiento deseamos entender no son dioses, por lo que de ninguna manera queremos caracterizar como irracional una desviación del comportamiento omnisciente propio de las deidades. (Si hiciéramos ese supuesto, prácticamente todo comportamiento humano entraría en la categoría de lo irracional, lo cual no sería muy útil desde el punto de vista analítico.) Los individuos que busco modelar no son sabelotodos ni superhéroes. Al contrario, son gente común y corriente y, como tal, tienen necesidades muy naturales y creencias muy ordinarias que afectan su comportamiento.

 

II.1. Preliminares

 

Las necesidades del individuo, a las que me refiero como preferencias, pueden verse inspiradas por un sinnúmero de fuentes diferentes. Es claro que los humanos venimos equipados con cierto número de necesidades relacionadas con la supervivencia y la reproducción: alimento, protección de los elementos, deseos reproductivos, etc. Otras necesidades pueden adquirirse socialmente y estar relacionadas sólo en forma indirecta con cuestiones tan amplias e importantes como la supervivencia de la especie: la preferencia por la última moda en pantalones de mezclilla o el disco compacto de la banda de hip hop del momento. Los hombres y mujeres modernos son animales sociales y económicos. Aunque no podemos negar la fuerte influencia de las necesidades materiales y económicas en las preferencias del individuo, las demás fuentes de preferencias importantes incluyen los valores religiosos, los preceptos morales, las inclinaciones ideológicas, los impulsos altruistas y un compromiso con su familia, su clan, su tribu, su grupo étnico o algún otro tipo de comunidad.

Asumiremos que los individuos que pueblan nuestro modelo del mundo tienen preferencias derivadas de cualquiera de esas diversas fuentes o de todas ellas. No pretendemos saber por qué las personas quieren lo que quieren —dejamos eso a los biólogos, los psicólogos y los sociólogos— ni necesitamos saberlo para seguir adelante. Para nosotros, las preferencias son uno de los hechos dados de una situación y, para los propósitos de nuestro análisis, supondremos que no cambian mucho en el corto plazo. En resumen, tomamos a las personas como las encontramos.3

Ocasionalmente diré que las personas que actúan de acuerdo con sus preferencias lo hacen por interés propio.4 Para explicar este concepto, Hindmoor (2006: 5) notó de manera acertada que “la gente acepta sin dificultad que algunas personas actúan basadas en su interés propio todo el tiempo y que todos actuamos basados en nuestro interés propio en algunas ocasiones. Sin embargo, la mayoría de nosotros nos rehusamos a decir que todo el mundo actúa basado en su interés propio todo el tiempo”. Como ya dije antes, no requiero hacer el supuesto de que las personas son egoístas en el sentido usual de esa palabra; sino más bien estoy diciendo que las personas son egoístas en un sentido más amplio y menos ensimismado. Suponemos que las personas tratan de obtener las cosas que consideran importantes, las cuales pueden abarcar la empatía por la familia, los amigos, los delfines, los árboles o los niños de la calle. Son estas prioridades las que entenderemos como aquello que el individuo busca maximizar para sí. Lo que entenderé por “egoísmo” en su sentido más débil es la satisfacción de estas preferencias.

El mundo de las preferencias y las prioridades es un mundo “interno” al individuo: la gente no lleva tatuadas sus preferencias en la frente para que el investigador pueda verlas. De hecho, en ocasiones las apariencias de las personas pueden ser sutilmente engañosas, lo cual dificulta que el investigador haga predicciones. Y sin embargo, el análisis debe comenzar en algún lado. Las “corazonadas educadas” y las intuiciones de los expertos pueden ser un punto de partida útil. En otras palabras, los analistas a menudo estamos arrinconados a hacer supuestos acerca de las motivaciones del individuo.

Sin embargo, las preferencias, los gustos y los valores no son todo lo que determina el comportamiento racional. Como complemento de ese mundo interno, existe un “medio ambiente externo” en el que se encuentran las personas. Ese medio ambiente está lleno de incertidumbre acerca de la manera como funcionan las cosas; acerca de las preferencias de los demás; acerca de la información y del control con que cuentan los demás, y acerca de los acontecimientos aleatorios que pueden suceder. Esa incertidumbre nos interesa porque afecta la manera como las personas expresan sus preferencias. Ya se mencionó que los individuos tienen preferencias específicas, pero también hay que mencionar que cuentan con un repertorio o una cartera de comportamientos delimitado. Sólo pueden hacer un número limitado de cosas en la búsqueda de lo que quieren (cosas tales como ir al cine la noche anterior a un examen final en vez de estudiar). A menudo no pueden elegir directamente lo que quieren (como obtener la calificación máxima en el examen final), sino que deben seleccionar un medio, esto es, algo disponible en su menú de comportamientos posibles. Si cada instrumento produce de forma directa un resultado claro, entonces la labor de la persona racional es sencilla: debe simplemente elegir el medio que produce el resultado que más prefiere. Si alguien quiere la calificación máxima posible en el examen final y estudiar la noche anterior produce ese resultado, mientras que ir al cine, no, entonces, por supuesto, elegirá estudiar.

Aquí entra la incertidumbre. Con mucha frecuencia, los individuos no tienen una idea exacta de cómo el medio o comportamiento que podrían adoptar se relaciona con los resultados que valoran. Es decir, pueden tener tan sólo una idea vaga de cómo “funciona el mundo”; pueden no apreciar muy bien cómo las decisiones de los otros influyen en el resultado final; y pueden no ser capaces de anticipar los acontecimientos aleatorios (como el virus que de la nada nos ataca la mañana del examen). En muchas ocasiones, la efectividad de los instrumentos para obtener las cosas que un individuo quiere sólo se conoce de manera imperfecta. Y sin embargo, aunque nuestro propio entendimiento y conocimiento de las cosas sea sólo parcial, debemos apoyarnos en todo lo que tenemos a nuestra disposición. A las corazonadas que un individuo tiene respecto a la efectividad de un comportamiento dado para obtener lo que quiere se les llama creencias. Las creencias relacionan los medios con los resultados. Actuar de conformidad con nuestras preferencias así como con nuestras creencias es lo que denominamos racionalidad instrumental.

Las creencias provienen de una gran variedad de fuentes y no necesitamos saber sus orígenes para incluirlas en aquello que define al individuo en un momento dado. De hecho, las creencias pueden cambiar a medida que el individuo adquiere experiencia en su medio ambiente externo. El individuo aprende acerca de la efectividad de un medio específico para lograr su objetivo; y conforme ocurre dicho aprendizaje el individuo modifica sus opiniones iniciales. Estar en la parte “inclinada” de una curva de aprendizaje significa encontrarse en una situación relativamente nueva de gran incertidumbre; ahí cada nueva vivencia nos hace modificar nuestros puntos de vista acerca de cómo funciona el mundo en esa situación. A medida que se acumulan las vivencias, nuestras creencias comienzan a asentarse, nuestras opiniones empiezan a reafirmarse y modificamos nuestro punto de vista con menor frecuencia y de forma menos radical. Entonces nos encontramos en la parte “plana” de la curva de aprendizaje: hemos aprendido la mayor parte de lo que necesitamos saber y hemos eliminado casi toda la incertidumbre que se podía eliminar.

Hasta ahora he avanzado un buen trecho en aclarar conceptos. Para resumir este análisis preliminar, el concepto de la racionalidad que utiliza este libro comprende tanto las preferencias como las creencias. Un individuo racional es aquél que combina de manera congruente sus creencias sobre el medio ambiente externo con sus preferencias respecto a las cosas que se encuentran en ese medio ambiente. Como no tenemos tiempo que perder, sólo puedo comentar de pasada que el enfoque de la elección racional es una forma de individualismo metodológico puesto que se considera que el individuo es la unidad básica de análisis.5 En contraste, muchas teorías sociológicas consideran que el grupo es el elemento básico. Los modelos en el enfoque marxista parten de las clases económicas como los actores relevantes. La mayoría de las teorías en relaciones internacionales se van hasta el Estado-nación como unidad de análisis. Incluso algunas teorías económicas consideran agrupaciones como unidad de análisis: una empresa o toda una industria, por ejemplo. Lo más importante que se necesita saber sobre el individualismo metodológico es lo siguiente: su fundamento es considerar que los tomadores de decisiones tienen creencias y preferencias. Ambas son la materia prima del entendimiento y el comportamiento humanos. Los grupos, las clases, las empresas y las naciones no tienen mente propia y, por lo tanto, no puede decirse que tengan preferencias o que sostengan creencias por sí mismos. Es momento de precisar aún más estas ideas.

 

II.2. Motivación

 

Para hallar los motivos de un modelo racional de comportamiento político, comencemos con un vistazo a la manera en que los economistas practican su oficio. Hago una simplificación vergonzosa, pues planteo el punto de vista de que la ciencia económica trata primordialmente sobre la manera como cuatro diferentes clases de actores deciden distribuir lo que les pertenece. Para el consumidor, la decisión consiste en cómo gastar su capital monetario con el propósito de lograr la máxima satisfacción (o utilidad, como la denominan los economistas). Los productores, por otra parte, poseen varios insumos productivos y deben determinar la mejor manera de combinarlos para elevar al máximo sus ganancias. El presupuesto de un trabajador consiste en tiempo, por lo que, para no complicar las cosas, suponemos que los trabajadores laboran duro por una tasa de salarios fija, de manera que, una vez que deciden cuánto tiempo gastan en el trabajo, quedan determinados tanto sus salarios totales (y, por ende, la dote monetaria de la que derivan la satisfacción cuando se transforman en consumidores) como la cantidad de tiempo que les sobra para el ocio. Consecuentemente, los trabajadores escogen una cantidad de tiempo para trabajar con el propósito de adquirir poder de compra y tiempo de ocio, cada uno de los cuales contribuye a su satisfacción. Por último, los inversionistas son proveedores de capital y distribuyen su riqueza en varias oportunidades de inversión alternativas, con la mira puesta en los rendimientos económicos de largo plazo. Resumimos lo anterior en el esquema II.1.

Esquema II.1

Actor Recursos Objetivo
Consumidores Presupuesto Satisfacción
Productores Insumos Utilidades
Trabajadores Tiempo Poder de compra / Ocio
Inversionistas Riqueza Rendimientos en el largo plazo

 

Sin duda alguna, cada una de las ideas anteriores contiene cierto grado de ambigüedad, pero se puede decir que, de una manera u otra, los economistas creen con firmeza en lo que anima a los diversos actores económicos. Y esto no es porque ellos crean que sus supuestos —y el esquema II.1 es un conjunto muy simple de supuestos— sean perfectamente verificables como afirmaciones descriptivas. Si comenzáramos a hacer algunas preguntas obvias, muy rápido determinaríamos que tales supuestos tienen graves fallas como afirmaciones descriptivas. ¿Acaso los consumidores no se interesan en nada más que en el consumo? ¿Los productores son únicamente impulsados por las ganancias? ¿U otorgan cierta importancia a otras cosas, tales como el bienestar de sus trabajadores o la calidad de sus productos, aun cuando éstos disminuyan las ganancias? ¿Los trabajadores no obtienen ninguna satisfacción del trabajo en sí mismo? ¿Sólo les interesa minimizar esfuerzo que deben invertir (e, indirectamente, sus salarios)? ¿Invertir para obtener rendimientos en el largo plazo es lo único que un inversionista puede hacer con su riqueza? ¿No puede destinar parte de ella a financiar unas vacaciones en el trópico en lo más crudo del invierno? ¿O en construir filantrópicamente una nueva ala de algún hospital infantil?

Es evidente que la exactitud descriptiva no es el tema o el propósito de los supuestos del economista. La razón es científica, no sustantiva. La idea es ésta: ¿podemos explicar las variaciones y regularidades del rendimiento, los resultados y el comportamiento económicos con un conjunto simple de supuestos? La teoría económica moderna es un gran edificio intelectual precisamente porque, como ninguna otra ciencia social, ha tenido éxito en elaborar explicaciones de manera lógica, rigurosa y empíricamente relevante. Los cimientos de ese edificio los forma un compromiso científico con la explicación, no con la descripción.6

Lo anterior no significa que no existan controversias en economía. En realidad, tal vez ni siquiera haya grandes consensos (puesto que, casi en todas las épocas, los economistas parecen encontrarse en bandos enfrentados). Aunque sí significa que, durante los dos últimos siglos, se ha acumulado un corpus de conocimiento científico, un corpus que es diferente tanto de una enciclopedia llena de detalles descriptivos como de un conjunto de sabiduría (con lo que no referimos a nociones prácticas llenas de sentido común). Se trata, en cambio, de una colección de principios lógicamente integrados, de un conjunto de herramientas de investigación —una metodología, si se quiere— para el pronóstico y la explicación. De gran importancia es el hecho de que ese conocimiento científico sea acumulativo, algo que lo distingue de la sabiduría, que es intuitiva, implícita y, a menudo, no transferible (muere con su poseedor).

¿Es posible, de manera exactamente análoga a como ha ocurrido con la ciencia económica, crear una ciencia de la política? Es decir, ¿es posible comenzar con un conjunto simple de premisas o supuestos y, a partir de ellos, derivar principios de rendimiento, resultados y comportamiento políticos? Se trata de un reto de proporciones enormes, pero la atención de este libro se centra en el objetivo que ha motivado el conjunto de obras sobre la teoría política positiva.

 

II.3. La lógica sencilla de las preferencias y las decisiones

 

Nuestro primer elemento fundamental es la noción de preferencia. Debemos comenzar por definir los términos, explicar la notación y elaborar los supuestos. Como deseamos que el aparato conceptual que estamos construyendo sea útil en una gran variedad de ámbitos, nos vemos obligados a desarrollar nuestros elementos fundamentales de una manera abstracta y general (por lo que suplico al lector que sea indulgente). Sin embargo, para ofrecerle algo concreto a qué asirse, consideremos primero el dilema que enfrentó Claire McCaskill, auditora estatal de Missouri, después de la elección de 2004.

Caso II.1

Las opciones electorales de Claire McCaskill

 

Claire McCaskill se graduó de la escuela de leyes en 1978 y se convirtió en una exitosa política estatal en Missouri. Después de varios años trabajando como asistente judicial y litigando de manera privada, fue fiscal local del condado, representante del condado, representante estatal y, en 1998, fue electa como auditora estatal, cargo para el que fue reelecta en 2002. A su paso, McCaskill rompió todo tipo de barreras para las mujeres en el conservador Missouri. En 2004, derrotó al gobernador Bob Holden en las primarias del Partido Demócrata para la candidatura para gobernador, convirtiéndose en la primera persona en la historia de Missouri en derrotar a un gobernador electo en una elección primaria. No obstante, con 48 por ciento del voto McCaskill perdió la elección general ante el secretario de Estado Matt Blunt, un republicano, quien obtuvo 51 por ciento. Ésta fue su primera derrota política en una carrera de veintidós años.

¿Cuál debería ser su siguiente paso profesional? Los intelectuales públicos y las élites políticas enteradas (es decir, los así llamados “opinólogos”) asumían que su estrecha derrota en la contienda por la gubernatura en un año en el que las circunstancias favorecían a los republicanos impulsaría su candidatura por la gubernatura dentro de cuatro años —una revancha contra Blunt, el único político que jamás la había vencido—. No obstante, existía otra posibilidad en 2006: Jim Talent, el senador republicano que ocupaba el cargo, tenía que competir para reelegirse. Talent llegó al Senado en 2000 de una manera ciertamente peculiar. Mel Carnahan, el entonces gobernador demócrata de Missouri, murió durante su campaña senatorial en un accidente aéreo tan sólo unos días antes de la elección. Su nombre permaneció en la boleta y resulta que ¡ganó la elección! Se convocó entonces a una elección especial y Talent venció a la viuda de Carnahan, Jean.

McCaskill tenía que tomar una decisión. Podía competir contra Talent por el escaño en el Senado en 2006 o podía esperar a retar a Blunt por la gubernatura en 2008. Si competía por el escaño en el Senado en 2006 y ganaba, no podría postularse para la gubernatura en 2008. Si competía por el escaño en el Senado en 2006 y perdía, sus posibilidades de ganar la contienda por la gubernatura, tras haber perdido dos veces, serían poco favorables.

En consecuencia, McCaskill se enfrentaba a estos tres desenlaces políticos:

 

x: un periodo como senadora

y: un periodo como gobernadora

z: estar fuera de la política en el corto plazo

 

Podemos asumir razonablemente que McCaskill prefería x a y e y a z (y, como se mostrará más adelante en este capítulo, si ella no fuera “incoherente” preferiría x a z). Sin embargo, ella no podía escoger entre {x, y, z}. Sus opciones de comportamiento eran “entrar a la contienda por el escaño en el Senado”, “entrar a la contienda por la gubernatura” y “entrar a ambas contiendas”. Dado que he asumido que ella no se postularía para gobernadora en el caso de ser electa como senadora, y que no se presentaría a la contienda por la gubernatura si perdiese durante la elección senatorial, es razonable suponer entonces que McCaskill unicamente contempló dos opciones {“postularse para senadora en 2006”, “postularse para gobernadora en 2008”}.

Podemos pensar en su dilema como la decisión entre dos loterías. Si McCaskill eligiera postularse para senadora en 2006, obtendría el resultado x con una probabilidad p o el resultado z con una probabilidad 1-p. Por otra parte, si decidiera esperar y postularse para gobernadora en 2008, obtendría el resultado y con la probabilidad q o el resultado z con la probabilidad 1-q. Las claves para su decisión son, primero, qué tanto prefiere x a y; segundo, qué tan buenas son las probabilidades para la primera (p) y para la segunda (q).

McCaskill terminó por postularse (y ganar) para el escaño del Senado en 2006 porque su clara preferencia por x sobre y fue reforzada por una creencia sobre sus probabilidades de victoria. En cualquier caso ella estaría postulándose contra una persona que ocupaba el cargo, por lo que este factor era más o menos irrelevante. La razón por la que ella pensó que 2006 era un mejor año que 2008 fue su miedo a que Hillary Clinton ganara la nominación presidencial del Partido Demócrata en 2008. (Recuerde que, en 2005 y 2006, todos creían que la nominación demócrata de Clinton era un fait accompli). McCaskill creyó que ningún demócrata podría ganar las elecciones estatales en el conservador Missouri si Clinton encabezara la boleta.*

 

En el resto de esta sección, haré una abstracción de las características específicas de este caso, con el propósito de desarrollar una lógica general de la elección racional. Comenzamos con una situación en la que existen tres objetos por los que un actor típico, llamado señor i, tiene preferencia. Llamamos a esos objetos alternativas y les damos las denominaciones x, y, z. De una manera que precisaremos más adelante, el señor i tiene la capacidad para hacer afirmaciones como: “prefiero x a y” o “soy indiferente entre y y z”. Las alternativas pueden ser bifurcaciones en su carrera (como el problema de McCaskill respecto a las elecciones) o candidatos políticos, o posibles cónyuges con quien casarse, o computadoras portátiles por comprar. Para nuestros propósitos en este momento, no importa cuáles sean las alternativas disponibles o el conjunto de alternativas. Tampoco nos importa cómo llegó el señor i a establecer sus preferencias. Lo que sí importa es que el señor i es racional, en el sentido de que sus preferencias son coherentes y de que su decisión final guarda una relación lógica con sus preferencias.

De manera simbólica, escribimos “x Pi y” para representar el hecho de que el señor i (cuyo nombre aparece como subíndice) prefiere x a y. Dicho con palabras, los símbolos entre comillas afirman que “x es mejor que y de acuerdo con las preferencias del señor i”. De manera similar, escribimos “x Ii y” para representar el hecho de que el señor i es indiferente entre x e y. Así, Pi es la relación de preferencia estricta de i, e Ii es la relación de indiferencia de i.7

Si al señor i se le da la oportunidad de elegir entre x, y y z, entonces decimos que su decisión es racional si va de acuerdo con sus preferencias. Así, una decisión es racional si el objeto elegido es al menos tan bueno como cualquier otro objeto disponible de acuerdo con las preferencias del tomador de decisiones. Dicho de otra manera, aunque equivalente, un objeto es una decisión racional si ningún otro objeto disponible es mejor según las preferencias de quien elige.

Hasta ahora, lo expuesto es bastante sencillo y, una vez que uno se acostumbra a la notación, vemos que es muy lógico. Ahora debemos determinar lo que debe ser verdad acerca de las relaciones de preferencia e indiferencia que acabamos de describir, de tal modo que decidir de acuerdo con ellas esté en conformidad con nuestras percepciones de la elección racional. Lo que buscamos, en efecto, son propiedades de las relaciones de preferencia que permitan al tomador de decisiones “ordenar” las alternativas con respecto a sus preferencias (y, dado que es un alma racional, que le permitan elegir la alternativa clasificada en el primer lugar de su orden jerárquico). Resulta que las propiedades fundamentales que incorporan nuestra noción lógica de la racionalidad como ordenadora de las cosas en función de las preferencias son dos:

Propiedad 1: Comparabilidad (completitud). Se dice que las alternativas son comparables en términos de las preferencias (y que la relación de preferencia es completa) si, dadas dos alternativas posibles, digamos x e y, tenemos ya sea x Pi y, y Pi x o x Ii y. Es decir, las alternativas son comparables si, dado cualquier par de ellas, el tomador de decisiones prefiere la primera a la segunda, la segunda a la primera o es indiferente entre una y otra.8

Propiedad 2: Transitividad. Se dice que la relación de preferencia estricta es transitiva si, dadas tres alternativas posibles (digamos x, y y z), si x Pi y e y Pi z, entonces x Pi z. Es decir, si el señor i prefiere estrictamente x a y, e y a z, entonces prefiere x a z. De igual manera, la relación de indiferencia es transitiva si x Ii y, e y Ii z implican x Ii z (esto es, si el señor i es indiferente entre x e y, y entre y y z, entonces también es indiferente entre y y z).9

Como nos lo aclara el caso, la auditora McCaskill tenía preferencias completas y transitivas respecto a las alternativas {x, y, z}. Prefería un escaño en el Senado (x) a un periodo como gobernadora (y); un periodo como gobernadora (y) a salir completamente de la política (z) y, por supuesto, el escaño en el Senado (x) al páramo político (z).

Si las preferencias de i satisfacen la comparabilidad y la transitividad, se dice entonces que i tiene un orden de preferencias. Como se mencionó anteriormente, la decisión racional es la alternativa de más importancia en el orden. Obsérvese que Pi e Ii son exactamente como los símbolos > e =, que quieren decir “mayor que” e “igual a”, respectivamente. Pi e Ii se usan para alternativas de la manera como > e = se usan para números reales. En el caso de los números reales x e y, tenemos necesariamente que x > y, o y > x, o x = y. Por ende, x e y son comparables. De manera similar, dados tres números, x, y y z, si x > y, e y > z, entonces x > z. También es cierto que si x = y e y = z, entonces x = z. Por ende, estas relaciones son transitivas. En consecuencia, los números reales pueden ser ordenados desde el punto de vista de la magnitud. (El lector o lectora pueden comprobar por sí mismos que la relación de preferencia débil, Ri, es similar a ≥, que quiere decir “mayor o igual que”, aplicada a los números reales.)

Todo lo anterior es muy sencillo. En esencia, las preferencias que permiten las decisiones racionales no son más que principios de ordenamiento, los cuales son personales: Pi es la manera particular del señor i de ordenar las alternativas, que puede diferir de Pd , la manera particular de la señora j de ordenar las alternativas. Dichos principios de ordenamiento permiten la comparación de alternativas, un par a la vez (comparabilidad), y las comparaciones que permiten son consistentes internamente (transitividad).

Antes de llegar a la conclusión de que todo va bien y sigamos avanzando, debemos estar satisfechos respecto a qué es exactamente lo que suponemos. Necesitamos preguntarnos si todas las relaciones satisfacen las propiedades 1 y 2. Si es así, entonces no hemos sido exigentes en absoluto. Por lo tanto necesitamos saber con precisión qué es lo que nuestros supuestos excluyen de la consideración.

De hecho, no todas las relaciones son completas o transitivas (o ambas cosas). Algunas relaciones satisfacen la transitividad, pero no la completitud.10 Otras satisfacen la completitud, pero no la transitividad.11 Otras más no satisfacen ninguna de las dos.12

He dicho algo consistente al adoptar las propiedades 1 y 2. Ahora, la cuestión radica en si puedo defender mis afirmaciones. Respecto a la comparabilidad, resulta claro que es posible exagerar hasta un grado tal en el que una comparación en términos de las preferencias resulte absurda. El autor William Styron escribió la novela Sophie’s Choice (La decisión de Sophie) para ilustrar ese absurdo. En su invención literaria, a una prisionera de un campo de concentración en Polonia se le permite salvar a uno de sus dos hijos de la cámara de gas, pero debe elegir a cuál de los dos salvar; si decide no elegir, ambos morirán. Es una decisión horrible, inhumana. Sin embargo, Sophie sí elige (pues el no hacerlo es mucho peor), aun cuando no considera que sus hijos sean comparables. Tomar una decisión horrible puede ser doloroso y a algunos de nosotros podría finalmente faltarnos el valor para hacer lo que debemos. Pero, como en el caso de Sophie, aun esto último es una decisión que entraña sus propias consecuencias.

El verdadero problema para la propiedad de comparabilidad surge en situaciones en las que la comparación no tiene sentido para quien decide. Si los objetos no tienen relación en la mente de éste como alternativas sustitutas, entonces es probable que se encoja de hombros, se muestre perplejo y, si tiene la opción, responda con un “no sé”. Si, a finales de 2007 o principios de 2008, los encuestadores hubieran tenido que preguntar a una muestra al azar de votantes si preferían a John McCain o a Barack Obama en las elecciones presidenciales de 2008, habrían obtenido una alta proporción de respuestas “no sé”, pues la mayoría de los pares de candidatos realmente no tienen relación en la mente del votante medio con tanta anticipación en unas elecciones. Lo anterior no constituye tanto una crítica a los modelos basados en la racionalidad cuanto una nota de advertencia como consejo para su uso apropiado. Si han de estar basadas en consideraciones de principios, como los asociados a la racionalidad, las decisiones deben tener algún significado para quienes deciden.13

La transitividad exige que quien decide no se confunda con un sentido diferente. Demanda consistencia, algo que no es muy frecuente. Desde hace mucho tiempo, los profesores de psicología imponen a los alumnos de segundo grado los experimentos de solución salina y tonos de gris en las clases introductorias de psicología. El experimento típico comienza con diez botellas de agua con un contenido variable de sal (o diez imágenes de un triángulo de color blanco, negro o algún tono de gris). Cuando se pide al estudiante que pruebe el agua de dos botellas (o se le pone frente a dos triángulos), se le pregunta cuál sabe más salada (o cuál es más oscuro), se registra su respuesta y después se le presenta otro par. El experimento continúa durante cierto tiempo, a lo largo del cual se presentan pares opcionales y se registran las respuestas (hay 45 pares distintos). Debido a que las diferentes soluciones salinas se confunden una con otra (como se funden los triángulos grises uno con otro), en algún momento durante el experimento, invariablemente, el estudiante, hombre o mujer, responde que el agua de la botella número 2 es más salada que la de la botella número 9, que la de ésta es más salada que la de la botella número 7, pero que la de esta última es más salada que la de la botella número 2, lo cual constituye una clara violación de la transitividad. Cuando las comparaciones son tan difíciles, cuando se presentan acontecimientos aleatorios de consecuencias potenciales sobre los cuales el que experimenta no ejerce control (como cuánta sed tiene el sujeto o cuánta luz entra en el cuarto), cuando hay muy poco en juego y cuando no es probable que las respuestas de un sujeto en particular tengan mayores consecuencias, es difícil lograr la coherencia que exige la propiedad número 2.

Lo anterior, de nuevo, no es tanto una crítica a la racionalidad como una advertencia respecto a la esfera en la que probablemente sea de mayor o menor pertinencia y utilidad. Cuando es poco lo que está en juego, cuando la incertidumbre es grande y cuando cada una de las decisiones tiene pocas consecuencias para quien decide, entonces es probable que las inconsistencias abunden, es probable que el comportamiento sea más aleatorio que racional, más arbitrario que basado en principios. Pero, cuando lo que elige importa al tomador de decisiones, es probable que éste se concentre más en ser coherente. Como en el caso de la comparabilidad, el hecho de que la transitividad sea apropiada o no es una cuestión de opinión que el investigador debe formarse. La clase de consistencia que esta propiedad exige es demandante, sin duda alguna, incluso en las situaciones que más cuentan. Sin embargo, la necesitamos para seguir adelante con nuestro propósito y debemos contentarnos con saber que, como en otras ciencias, para poder avanzar, los supuestos simplificadores son necesarios.14

 

II.4. Paradigma de la maximización

 

Los supuestos de comparabilidad (completitud) y transitividad dan como resultado un “principio de ordenación”: permiten que un individuo tome un conjunto de objetos y los coloque en cierto orden, del más alto al más bajo (se da cabida a los empates), que refleja sus gustos y valores personales. La racionalidad se vincula tanto con la capacidad para ordenar como con el deseo de elegir el primer lugar de este ordenamiento.

El hecho de que exista un “máximo” o un “primer lugar” en un orden de preferencias, y de que los individuos con suficiente sentido sin duda lo tratarán de escoger, nos lleva a los que trabajamos en esta disciplina en interpretar la racionalidad como un comportamiento maximizador. Se considera que, en las situaciones sociales, los individuos persiguen cierta meta, buscan cierto objetivo y tratan de hacer el mejor esfuerzo posible de acuerdo con lo que entienden. En realidad, en lugar de describir a un individuo en función de sus preferencias, podemos anotar el principio que llevó al individuo, hombre o mujer, a ordenar sus alternativas como lo hizo. Dicho de otra manera, podemos plantearnos cuál es la meta o qué busca maximizar esa persona.

De hecho, en nuestro ejemplo sobre la economía (esquema II.1), eso fue lo que hicimos. Dijimos que los consumidores buscan maximizar su satisfacción. Los productores buscan maximizar sus rentas y minimizar sus costos. Los trabajadores buscan la división óptima de su tiempo entre trabajo y ocio. Y los inversionistas buscan el máximo rendimiento de su inversión en el largo plazo. En los diversos modelos políticos que examinaré en las tres partes del libro, veremos que los actores políticos tienen la misma intención de esforzarse por alcanzar lo óptimo. Los políticos electos, por ejemplo, buscan maximizar los votos para sí o para su partido en la siguiente elección. Los legisladores buscan la mayor cantidad de proyectos, servicios y demás recompensas que puedan distribuir a los electores en sus distritos correspondientes. Los burócratas buscan maximizar su presupuesto o su poder de acción. El lenguaje del resto de este libro reflejará a menudo esta perspectiva maximizadora.

 

II.5. Incertidumbre ambiental y creencias

 

Los individuos racionales eligen a partir de lo que consideran más importante en una jerarquía ordenada de acuerdo con sus preferencias. En muchas circunstancias, no obstante, el individuo no puede elegir los resultados directamente, sino que elige un instrumento que influye en cuál será realmente el resultado que se presente. Claire McCaskill, por ejemplo, no podía simplemente elegir convertirse en senadora por Missouri en 2006. Lo único que podía elegir era la alternativa de contender por ese escaño. En consecuencia, debemos modificar nuestra idea de racionalidad, diciendo ahora que un individuo racional, mujer u hombre, elige el instrumento que cree que producirá el mejor resultado.

En nuestra definición reformulada de racionalidad introduje disimuladamente el término “creer”. Así como antes fui preciso acerca de las preferencias, ahora necesito ser preciso acerca de las creencias. Para mí, una creencia es una declaración de probabilidad relacionada con la efectividad de una acción específica (o un instrumento específico) para obtener diversos resultados. Si un individuo tiene una gran confianza en que sabe lo que ocurrirá si hace cierta cosa en particular (por ejemplo: “si doy vuelta a la perilla, la puerta se abrirá”), entonces decimos que está actuando en condiciones de certidumbre. La decisión de un político de buscar reelegirse cuando sabe que su rival es un “chivo expiatorio” se hace en condiciones de (práctica) certidumbre. Si, por otra parte, una persona no tiene confianza en que sabe lo que pasará, pero tiene una idea muy clara de las posibilidades y sus probabilidades (“si doy vuelta a la perilla, existe una probabilidad de 50 por ciento de que la puerta se abra o esté con llave”), esa persona actúa en condiciones de riesgo. Así, la decisión de McCaskill de oponerse a Talent era una apuesta con 50 por ciento de probabilidades hecha en condiciones de riesgo. Finalmente, si la relación entre las acciones y los resultados es tan imprecisa en la mente del tomador de decisiones que éste no puede atribuirle probabilidades, entonces actúa en condiciones de incertidumbre.

Para entender lo que queremos decir, considérese el siguiente ejemplo, en el que hay tres resultados posibles: x, y y z; y tres acciones: A, B y C. Nuestra tomadora de decisiones tiene ciertas preferencias sobre los resultados: supóngase que ordena x en primer lugar, luego y y después z (xyz), pero debe escoger entre las tres acciones. Si supiera con certeza que C lleva a y, que B lleva a z y que A lleva a x, entonces su decisión sería de certidumbre (y, como el lector puede confirmarlo, muy simple: elegir A). Si, por otra parte, supiera que A conlleva 50 por ciento de probabilidades de que sea x o z, B conlleva 50 por ciento de probabilidades de que sea y o z y C tiene la misma probabilidad de que sea x, y o z, entonces la decisión entrañaría riesgos (y sería un poco más complicada). Finalmente, si no estuviese segura de cómo distribuir las probabilidades a partir de acciones específicas en la proporción de los diversos resultados, entonces tendría incertidumbre (y, sin contar con más información, la decisión sería un albur).

Cuando hay certidumbre, el comportamiento racional es muy obvio: simplemente, elegir la acción o instrumento que lleve a la alternativa clasificada en el primer lugar. Cuando las creencias acerca de las relaciones entre las acciones y los resultados son más complejas, el principio del comportamiento racional requiere una explicación más amplia. Es necesario asignar a cada resultado un valor numérico, denominado número de utilidad. Los números de utilidad para x, y y z son u(x), u(y) y u(z) y reflejan el valor relativo que se asocia a cada resultado. Si a alguien le gusta x mucho más que y y z, y no existe una gran diferencia en su mente entre los dos últimos, entonces u(x) será un número muchísimo más grande que u(y) y que u(z), mientras que estos dos últimos números serán de una magnitud parecida. Por ejemplo: u(x) = 1, u(y) = 0.2 y u(z) = 0. Por otra parte, si x es su alternativa favorita por una diferencia muy pequeña, mientras que z está muy rezagada, entonces los números de utilidad serían del orden de: u(x) = 1, u(y) = 0.9 y u(z) = 0.

En efecto, hemos “cuantificado” las preferencias, pasando de la información sobre las preferencias ordenadas a la información sobre las numéricas. No hay nada de mágico en los números particulares que hemos escrito, el lector puede asignarlos para que reflejen mejor su propia evaluación de las alternativas.15 Hagamos ahora lo mismo para el caso de las creencias. Por cada acción o instrumento, podemos establecer la probabilidad de que producirá uno de los resultados finales. En el ejemplo anterior, la acción A conlleva 50 por ciento de probabilidades de que sea x o z, esto es, PrA(x) = 1/2, PrA(y) = 0 y PrA(z) = 1/2. Los números asignados a las probabilidades deben estar entre cero y uno y deben sumar uno en su conjunto. Como puede verse, estas creencias acerca de la acción A efectivamente hacen de A una lotería, en la que y es una imposibilidad y x y z son igual de probables. Podemos escribir A = (1/2 x, 0 y, 1/2 z). Cada una de las otras acciones es una lotería diferente respecto a los resultados finales.

Adoptar una decisión en condiciones de riesgo implica elegir entre loterías alternas. Una decisión racional entraña elegir la “mejor” lotería. La regla de la elección racional se conoce como el principio de la utilidad esperada. Proporciona un método para asignar un solo número a cada posible lotería y después elegir la que tiene el número más grande. La utilidad esperada de la acción A del ejemplo anterior es:

 

Utilidad esperada de A: EU(A) = PrA(x)∙u(x) + PrA(y)∙u(y) + PrA(z)∙u(z)

 

En pocas palabras, la utilidad esperada de la acción A es la suma de las utilidades de todos los resultados que pueden provenir de A, ponderada por la probabilidad de que se presente cada resultado. Si hacemos el mismo cálculo para las acciones B y C, entonces tendremos una base para compararlas. La racionalidad requiere que quien decide elija la acción que lleva la utilidad esperada a su situación óptima.

En condiciones de incertidumbre, el hombre o la mujer que debe decidir está demasiado confundido como para siquiera imaginar las probabilidades de los diversos resultados asociados con cada acción. Obviamente es difícil ser racional, como quiera que se desee definirlo, cuando uno está completamente confundido. No obstante, resulta que muchas personas tienen alguna intuición sobre las probabilidades que pueden asociar con diversas acciones. Así que, si se les presiona un poco, pueden dar cierta precisión cuantitativa a sus creencias. Por lo tanto a dichas personas también se las puede tratar como si su comportamiento cumpliera el principio de utilidad esperada.16

 

II.6. Conclusión

 

En este capítulo y el anterior, he avanzado bastante terreno, pero puedo resumir todo en unas cuantas conclusiones. Primero, queremos explicar tanto los acontecimientos como los fenómenos sociales y políticos. Segundo, utilizamos al individuo como nuestro elemento básico explicativo. Tercero, como lo que nos interesa es pronosticar y explicar, antes que describir, caracterizamos a los individuos de una manera muy abreviada; a saber, en función de sus preferencias y sus creencias. Cuarto, en nuestro análisis los individuos son racionales, lo cual significa que actúan de acuerdo con sus preferencias para obtener resultados finales y según sus creencias en lo que respecta a la efectividad de las diversas acciones que tienen a su disposición. Las relaciones de causa y efecto entre las acciones y los resultados pueden estar bien definidas (certidumbre), ser probabilísticas (riesgo) o ser conocidas sólo de forma rudimentaria (incertidumbre). Quinto, actuar racionalmente requiere clasificar los resultados finales; asignarles números de utilidad, si es necesario; determinar la utilidad esperada de las acciones, ponderando las utilidades del resultado por las probabilidades de la acción y, por último, seleccionar la acción que produce la utilidad esperada más alta. Sexto, y quizá lo más controvertido de todo, las decisiones políticas racionales —ya sea que se trate de políticos eligiendo el siguiente paso de su carrera, de votantes eligiendo candidatos, de reyes o presidentes decidiendo si entrar en guerra o no, o de algo tan banal como un grupo de amigos escogiendo los ingredientes de una pizza— tienen como premisa la misma base de comparabilidad y transitividad. Aristóteles, Hobbes, Rousseau y otros grandes pensadores y filósofos políticos sugerían que existe algo especial en la política: que las decisiones colectivas de una nación, por ejemplo, son completamente distintas a escoger los ingredientes de una pizza. Tal vez. En efecto, esto debe ser cierto. No obstante, el proceso de una elección racional tiene las mismas características en todos estos contextos, por lo que puede ser analizado utilizando el mismo marco teórico.

En los siguientes capítulos haremos un uso constante de este mecanismo de racionalidad, al tiempo que reduciremos las cuestiones técnicas a un mínimo absoluto. Dado que hemos cubierto los temas preliminares, ahora pasemos al estudio de los grupos y su política.

 

 

Problemas y preguntas de discusión1

 

1. ¿Cómo se define la racionalidad en este capítulo? Responda haciendo referencia tanto a preferencias como a comportamiento y luego formule un ejemplo de violación a cada uno de estos aspectos del modelo del actor racional, explicando cuidadosamente qué supuesto se ha violado.

 

2. En general, los modelos de acción racional comienzan con un conjunto de actores bien definido N = {1, 2, . . ., n}, un número de resultados sobre los cuales cada actor tiene una preferencia X = {x, y, z, . . .}, un conjunto de comportamientos o instrumentos mediante los cuales se pueden lograr los resultados preferidos I = {A, B, C, . . .} y alguna regla que vincula las decisiones instrumentales de los actores con los resultados (R). Por ejemplo, cada uno de n votantes puede votar por A, votar por B o abstenerse. Un candidato gana si obtiene más votos que los demás. Por tanto, N = {1, 2, . . ., n}, X = {gana A, gana B, empate} y I = {votar por A, votar por B, abstenerse}. La regla, R, es la regla de la mayoría, que implica que un voto por A (o por B) incrementa la probabilidad de que A (o B, respectivamente) gane. Dé una caracterización simple de cada una de las bases de este modelo para los siguientes actores políticos: contribuyentes a las campañas, activistas políticos y candidatos. ¿De qué manera enfrentan estos actores la incertidumbre al tomar decisiones y escoger su comportamiento?

 

3. La elección racional es una metodología definida por una acción instrumental dirigida hacia un fin, en la cual el fin mismo está determinado por valores individuales. Dada esta definición, ¿es posible que los individuos racionales emprendan acciones altruistas? Provea una respuesta afirmativa al estilo de un acérrimo defensor de la elección racional y otra más desde la perspectiva de un crítico.

 

4. El señor i tiene las siguientes preferencias en relación con los resultados w, x, y y z: xPw, xPy, zPx, yPz, wPy, y wPz. Si se le pide elegir sobre cualquier subconjunto de estos resultados (por ejemplo entre dos eventos específicos, o entre tres de ellos, o entre los cuatro), ¿en qué casos podría el señor i identificar un resultado favorito? ¿Existe intransitividad en las preferencias de todos los resultados de algún subconjunto? Considere ahora a la señora j, cuyas preferencias son: xIy, xPz, xPw, yPz, yPw, wIz. Responda las mismas preguntas que en el caso anterior. ¿Qué sugiere este ejercicio acerca de la relación entre las preferencias transitivas y el comportamiento maximizador?

 

5. En noviembre de 2008, un par de semanas tras la elección de Barack Obama, ofrecieron la Secretaría de Estado de Estados Unidos2 a Hillary Clinton. En general, se asumía que ella enfrentaba la siguiente disyuntiva: aceptar esta oferta y con ello unirse así a la nueva administración en lo que muchos consideran el puesto de gabinete de mayor perfil, lo que le ofrecía la posibilidad de acentuar su propio prestigio e influir sobre la formulación de políticas públicas en la rama ejecutiva, o bien continuar en el Senado, lo cual le otorgaría un menor grado de poder (al ser sólo una más de entre cien senadores) pero le ofrecía mayor autonomía. Una sutileza adicional era que tomar un puesto en la administración federal le impediría competir en las elecciones primarias contra Barack Obama en 2012 y, por ende, significaría renunciar a su sueño de toda la vida de presidir Estados Unidos —o cuando menos eso asumía la mayor parte de los comentaristas en 2008—.3 En consecuencia, Hillary Clinton enfrentaba tres posibilidades: permanecer en el Congreso y no ganar la presidencia en 2012 (C ), permanecer en el Congreso y ganar la presidencia en 2012 (G) o unirse a la administración de Obama como Secretaria de Estado (S ). ¿Cuál cree que era el ranking de preferencias de Hillary Clinton en ese momento? Llame C, G y S a la utilidad recibida en cada caso y diga el orden de dichos pagos. Con esos valores, exprese la utilidad esperada de cada una de las dos decisiones que podría tomar Clinton si p es la probabilidad de ganar la Casa Blanca en 2012 al permanecer en el Senado, y (1 – p) es la probabilidad de perder dicha elección. Determine el valor mínimo de p que habría inducido a Clinton a permanecer en el Senado para competir en 2012. En su opinión, ¿la decisión de Hillary Clinton fue la más lógica?

 

6. Imagine que usted se confronta con dos pares de loterías, es decir cuatro loterías, relacionadas con los siguientes tres eventos: x = $2.5 millones, y = $0.5 millones y z = $0. El primer par compara L1 con L2, donde L1 = (p1(x), p1(y), p1(z)) = (0, 1, 0) (i. e. es seguro que usted ganará $500,000) y L2 = (p2(x), p2(y), p2(z)) = (.10, .89, .01). ¿Usted cuál preferiría? El segundo par consiste en una decisión entre L3 = (p3(x), p3(y), p3(z)) = (0, .11, .89) y L4 = (p4(x), p4(y), p4(z)) = (.10, 0, .90). ¿Usted cuál preferiría? Empíricamente, la mayor parte de los individuos expresa una preferencia estricta por L1 frente a L2, por un lado, y por L4 frente a L3 por el otro. ¿Es este comportamiento consistente con la teoría de la utilidad esperada? Para resolver este problema, replantee cada una de estas preferencias mencionadas en términos de la utilidad esperada de cada lotería (por ejemplo EU(L3) = 0.11u(y) + 0.89u(z)) y utilice operaciones básicas en las desigualdades resultantes para averiguar si emerge alguna contradicción. (No se requiere conocimiento alguno acerca de la función de utilidad para resolver este problema.)

 

1 Peter C. Ordeshook (1990) ofrece un excelente ensayo sobre la teoría política positiva como fracaso del imperialismo económico en “The Emerging Discipline of Political Economy”.

 

2 Incluso en la ciencia económica, la racionalidad está siendo revisada bajo la lente de la “economía psicológica” o behavioral economics. Frohlich y Oppenheimer (2006) ofrecen una notable reseña de la interpretación revisionista en “Skating on Thin Ice: Cracks in the Public Choice Foundation.

 

3 Metodológicamente, esto es muy similar al enfoque de los economistas que consideran que los gustos por los bienes, los servicios, el trabajo y el ocio son fijos en el corto plazo y han sido determinados fuera de los límites de su ámbito de investigación. Sin embargo, es importante poner énfasis de nuevo en que en nuestro análisis interpretamos las preferencias de forma más amplia que en los modelos económicos convencionales: no las equiparamos únicamente con el bienestar material.

 

4 El “interés propio” se refiere a la expresión self-interest, muy común en habla inglesa [Nota del traductor].

 

5 Para los lectores interesados en este tema, véase Brennan y Gillespie (2008).

 

6 Para un análisis más profundo de este tema como un problema filosófico véase Lovett (2006).

 

7 Si se cumplen de manera simultánea la preferencia estricta junto con la indiferencia obtenemos la relación de preferencia débil de i, Ri. De esta manera, “x Ri y” significa, ya sea que el señor i prefiere estrictamente la alternativa x a la alternativa y, o que le es indiferente una a la otra. Expresado con palabras:“x es al menos tan buena como y, de acuerdo con las preferencias del señor i”.

 

8 De manera equivalente, las alternativas son comparables si, dado cualquier par de alternativas x y y, tenemos ya sea x Ri y o y Ri x. Dicho con palabras, una persona tiene preferencias completas si ya sea que x es al menos tan bueno como y; o bien y es al menos tan bueno como x; o ambas son ciertas de tal forma que cada alternativa es tan buena como la otra. En este último caso tenemos que x I i y.

 

9 Finalmente, la relación de preferencia débil es transitiva si x Ri y, y y Ri z, entonces x Ri z.

 

10 La relación “es hermano de” aplicada al conjunto de todos los varones satisface la transitividad, pero no la completitud. Ni “John es hermano de Bob” ni “Bob es hermano de John” son verdad si... bueno, ¡si no son hermanos! No obstante, si John es hermano de Bob y Bob es hermano de Charles, entonces John y Charles también son hermanos, por lo que la relación es transitiva.

 

11 Suponga que la señora i prefiere Clinton a Bush (C Pi B), Bush a Perot (B Pi P ) y Perot a Clinton (P Pi C ). Las alternativas satisfacen claramente la comparabilidad, pero violan la transitividad. Se puede pensar que, en este caso, la señora i está completamente chiflada, pero conocemos a gente como ella... y esperamos que el lector también. Por ejemplo: siempre que la señora i piensa en la comparación entre Clinton y Bush, en su mente se desencadenan las ideas relacionadas con la política nacional (después de todo, el grito de guerra de la campaña de Clinton en 1992 fue “¡Es la economía, tontos!”) y, tratándose de esas cuestiones, prefiere al candidato demócrata. Siempre que piensa en la comparación entre Bush y Perot, las cuestiones de política exterior dominan sus pensamientos y le preocupa que la nave del Estado quede en manos de un hombre de negocios sin experiencia diplomática o política. Finalmente, siempre que la señora i hace la comparación entre Perot y Clinton, le es imposible no pensar en la cuestión del carácter, en la que el hombre de negocios sin esqueletos políticos en el armario supera al ex gobernador de Arkansas, quien durante toda su vida adulta sólo ha sido un político. La intransitividad o la incongruencia pueden surgir cuando se emplean criterios diferentes para formar pares diferentes. Cuando ello ocurre, no es posible ordenar las tres alternativas respecto a las preferencias. La señora i pone a Clinton antes que a Bush, a Bush antes que a Perot y a Perot antes que a Clinton.

 

12 La relación “es padre de” no satisface ni la completitud ni la transitividad. Tomemos la población de hombres y seleccionemos dos al azar. Es completamente posible, altamente probable en realidad, que ninguno de los dos sea el padre del otro. Consecuentemente, no todos los pares de alternativas son comparables conforme a esa relación. Por otra parte, si son tres los hombres seleccionados, aun cuando el primero fuera el padre del segundo y el segundo el padre del tercero, hasta para un niño de tres años de edad es obvio que el primero no es el padre del tercero, sino el abuelo, lo cual elimina la transitividad.

 

13 Aunque secundario para nuestro argumento principal, resulta interesante preguntarnos lo que decir “no sé” significa para alguien cuando un encuestador lo enfrenta a alguna de esas decisiones desconcertantes. Podría significar ya sea “esta comparación es disparatada y no puedo elegir entre una y otra cosa” o bien “las opciones son tan semejantes en mi mente desde el punto de vista de la preferencia que me son indiferentes una u otra”; de cuál se trata es una cuestión de opinión que el investigador debe zanjar. Desde el punto de vista de la predicción del comportamiento, no obstante, podría no significar ninguna diferencia. Aunque una persona sea indiferente o esté confusa, es probable que, si se le obliga a decidir, su comportamiento sea producto del azar.

 

14 La transitividad me parece un supuesto como el de las partículas atómicas perfectamente esféricas en la física de las partículas, los planetas perfectamente esféricos en la astronomía y los planos carentes de fricción en la mecánica: se sabía que todos esos supuestos eran contrarios a los hechos, aun cuando se siguió usándolos. No obstante, todos resultaron ser fundamentales para lograr que la ciencia avanzara. A la larga, todos se relajaron a medida que las siguientes generaciones de científicos fueron descubriendo cómo despojarlos de las características controvertidas.

 

15 Este tipo de información lo transmiten los valores numéricos relativos, no sus valores absolutos. En consecuencia, es común “normalizar” los números de utilidad, atribuyendo a la alternativa que más se prefiere un valor de utilidad de uno; a la que menos se prefiere un valor de cero; y a las alternativas intermedias grados de utilidad entre cero y uno. Hubiera sido igual de útil atribuir a la alternativa que más se prefiere y a la que menos se prefiere los valores de cien y cero, respectivamente, o mil y menos mil, respectivamente. Los valores de normalización son arbitrarios. Consignamos todo esto sólo para el lector que desee ahondar más en ello. Una referencia común y accesible para obtener más detalles es Raiffa (1968). El lector no necesita muchos detalles para comprender los materiales del resto del libro, así que, ¡respire tranquilo!

 

16 Existen muchas teorías sobre la decisión en condiciones de incertidumbre que cubren las circunstancias en las que quienes deciden no pueden asignar probabilidades de resultados a las acciones opcionales. No las analizamos en esta obra. Sin embargo, una de las mejores presentaciones de este material se encuentra en Luce y Raiffa (1957).

 

1 En este capítulo y en los subsecuentes proveo algunos problemas y preguntas de discusión para profundizar sobre las ideas del capítulo y permitir al estudiante poner a prueba su dominio de las mismas. Las preguntas difíciles están marcadas con un asterisco.

 

2 En el gobierno estadounidense, se llama Secretario de Estado (Secretary of State) al miembro del gabinete encargado de la política exterior, equivalente a un canciller o un ministro de relaciones exteriores [Nota del traductor].

 

3 Ahora sabemos que efectivamente Hillary Clinton no compitió en 2012 pero eso no le impidió competir en 2016. Una de las razones por las cuales esto parecía improbable para muchos comentaristas en 2008 era la avanzada edad de Clinton [Nota del traductor].

 

* Para un excelente ensayo sobre la toma de decisiones de Claire McCaskill, véase Goldberg (2006).