Había un montón de cosas en las que debía centrarme en este momento. Durante la inminente Transfiguración, para la que solo faltaban unas semanas, Gabriel planeaba crear una brecha entre la tierra y el cielo para que el demonio Bael y las almas que pertenecían al infierno pudieran entrar en el cielo. Debía encontrar un modo de detenerlo. Ese era mi deber como Sangre Original (lo que llevaba esperando toda la vida), pero era consciente de que no podría derrotar a Gabriel sola. Por eso Roth y Layla estaban intentando traer a Lucifer a la superficie. Por eso el Trono había dicho que necesitaba a Zayne para derrotar a Gabriel. Debería dedicarme a trazar un plan por si Roth y Layla fracasaban, pero Zayne… era la prioridad ahora.
Mi deber tendría que esperar, y me daba igual que eso cabreara a Dios.
Así que lo primero que hice al salir de la iglesia fue sacarme el móvil del bolsillo trasero. Por suerte, el trasto había sobrevivido a que me zarandearan como si fuera una muñeca de trapo.
La luz de la pantalla me hizo entrecerrar los ojos mientras abría la lista de contactos. En algún momento, Zayne había añadido el número de Nicolai a la agenda de mi teléfono. «En caso de emergencia», me había dicho una noche mientras estábamos cazando al Heraldo y al demonio Bael.
Si eso no era una emergencia, no sabía qué podría serlo.
Debía advertir a Nicolai y al clan sobre Zayne, por si se encontraban con él. Si no me recordaba a mí, dudaba de que los reconociera a ellos.
Tensé los dedos alrededor del teléfono con el corazón apesadumbrado. Nicolai, el líder del clan de Guardianes de Washington D. C., respondió al segundo tono.
—¿Diga?
—¿Nicolai? Soy Trinity —dije, manteniéndome alerta por si acaso Zayne decidía que no dejar que los humanos lo vieran no ocupaba un puesto destacado en su lista de prioridades—. Necesito que nos veamos. Es una emergencia.
—¿Va todo bien? —me preguntó. La preocupación era evidente en su voz.
Nicolai me había visitado más de una vez, junto con Danika, mientras me curaba. Danika y él estaban… ¿saliendo? En realidad, los Guardianes no tenían citas. Se conocían y se emparejaban, pero Nicolai y Danika estaban rompiendo con esa tradición.
—Mierda —añadió un momento después—. Qué pregunta tan estúpida. ¿Las cosas van todo lo bien que es posible?
—Bueno… —Alargué la palabra mientras observaba las caras borrosas de la gente que pasaba y que sostenía sus paraguas como si tuviera la esperanza de detener la lluvia que caía de lado. Lo que necesitaba decirle no era algo de lo que se pudiera hablar por teléfono—. Más o menos. Y más bien no. Necesito hablar contigo en persona.
—¿Estás en el apartamento? Puedo llegar en veinte minutos.
—No estoy allí. Estoy en la iglesia de San Patricio, creo.
Ese comentario fue recibido con un momento de silencio.
—¿Quiero saber qué estás haciendo ahí?
—Probablemente no, pero te lo contaré todo.
—Vale. Dame un segundo. —Oí crujir unos papeles y luego me dijo—: Dez debería estar cerca de ahí. Le diré que te recoja en coche. —Se produjo una pausa mientras me preguntaba si Nicolai tenía anotados los horarios de los Guardianes—. ¿Estás sola?
—Estoy libre de demonios —contesté, manteniendo la voz baja.
—¿Es sensato que andes por ahí sola?
Tenía la mente demasiado ocupada como para que esa pregunta me irritara, así que respondí:
—Probablemente no. Dile a Dez que lo estaré esperando.
Terminé la llamada y me mantuve bajo una hornacina mientras sopesaba cómo iba a contarle a Nicolai que Zayne estaba vivo y todo lo que implicaba eso. No creí que él supiera la verdad sobre lo que era Zayne, pero el Trono no había dicho que fuera algo que debía permanecer en secreto.
Me apoyé contra la pared y noté que me empezaban a doler las sienes mientras vigilaba. Recorrí rápidamente y con mirada recelosa el flujo constante de personas y vehículos, esperando que Dez recordara que mi vista no era demasiado buena. No me apetecía nada acabar subiéndome al coche equivocado.
Tras unos diez minutos, un todoterreno de color oscuro se detuvo junto al bordillo y, un momento después, la ventanilla del acompañante bajó. No pude ver dentro del vehículo, pero reconocí la voz.
—¿Trinity? —me llamó Dez.
Gracias a Dios que se había acordado. Eché a andar a toda prisa, pero reduje la velocidad ya que nunca podía calcular la distancia entre escalones con poca luz. Logré bajar la escalera sin caerme y partirme la cara, aunque me di de bruces con una persona mientras me abría paso por la acera abarrotada. Me había acostumbrado a caminar por las calles con Zayne, que despejaba la acera como si fuera una especie de Moisés sexi. De alguna manera, se las arreglaba para guiar la marcha a pesar de que permanecía a mi lado en lugar de caminar delante de mí.
Abrí la puerta del todoterreno con el corazón en un puño y subí. «Lo recuperaré. Lo lograré», me prometí mientras ocupaba el asiento de cuero con un sonido húmedo.
—Lo siento. —Hice una mueca al cerrar la puerta—. Estoy empapada.
—No te preocupes —contestó él.
Le eché un vistazo al Guardián. Era joven, apenas unos cuantos años mayor que Zayne. Tenía los gemelos más monos que había visto en mi vida. La niña, Izzy, estaba aprendiendo a transformarse. También tenía la manía de morderle los dedos de los pies a la gente, lo cual resultaba extrañamente adorable.
—Nicolai me dijo que necesitabas hablar con él. Que era una emergencia.
Asentí con la cabeza mientras me abrochaba el cinturón.
—Gracias por recogerme… —Me interrumpí al mirar por la ventanilla del acompañante.
Había un hombre mayor en el bordillo. A primera vista parecía normal. Vestido con pantalones oscuros y una camisa blanca de botones, podría haber sido cualquiera de los numerosos hombres de negocios que se encontraban a su alrededor, esperando para cruzar la calle. Salvo porque él no sujetaba un paraguas y la lluvia parecía no tocarlo mientras permanecía allí, mirándome a través de la ventanilla. La mitad de su cabeza tenía un aspecto… hundido, era una masa ensangrentada de huesos y carne. El hombre me miraba fijamente con una expresión de horror absoluto grabada en el lado de su cara que no estaba destrozado.
Lo reconocí.
Era Josh Fisher: el senador que había ayudado a Gabriel y a Bael al comprar Cumbres en la Colina con el pretexto de renovar el instituto para convertirlo en un centro para atender a niños con enfermedades crónicas. En realidad, el terreno en el que se encontraba ese instituto era básicamente una Boca del Infierno salida directamente de Buffy y situada justo en medio de un nudo de poder espiritual donde se cruzaban varias líneas ley poderosas. Gabriel necesitaba tener acceso al instituto para acceder a lo que aguardaba en el suelo debajo del edificio. Ya había creado allí el portal que, con el tiempo, se convertiría en la entrada al cielo.
Y Gabriel y Bael habían encontrado a la persona perfecta para ayudarlos. El senador Fisher se había apuntado de inmediato, todo ello en un intento desesperado por reunirse con su difunta esposa. Nunca quise sentir lástima por aquel hombre, pero, ahora más que nunca, me compadecí de él. Ahora entendía cómo esa clase de pérdida y pena empujarían a alguien a hacer lo impensable.
Pero ahora el senador estaba muerto. O bien había saltado por la ventana de su ático o lo habían arrojado.
—Mierda —susurré.
—¿Qué? —Dez se apartó del bordillo—. ¿Qué estás mirando?
Retorcí el cuello, a punto de pedirle que detuviera el vehículo; pero, en un abrir y cerrar de ojos, el senador Fisher había desaparecido. Maldita sea. Me recosté contra el asiento. Fisher había delatado al Heraldo y a Bael tras unos minutos de «charla» con Zayne, pero podría haberse guardado información… Información que podría estar más dispuesto a compartir ahora que estaba «supermegamuerto».
—Era el senador Fisher —contesté.
Solo unos pocos Guardianes sabían qué era yo: Dez y Nicolai eran dos de ellos. Gideon, otro Guardián, solo sabía que podía ver fantasmas; pero, después de todo lo que había pasado con Zayne, estaba convencida de que todo el clan estaba al tanto de que era una Sangre Original.
—¿No está muerto…? Un momento. —Me miró cuando llegamos a un semáforo—. ¿Quieres decir que has visto su fantasma?
—Sí y no… no tenía muy buen aspecto.
Me pegunté si el senador me habría estado buscando al mismo tiempo que mantenía la mirada pegada a las ventanillas en busca de algún indicio de un ángel caído que tal vez estuviera pirado. No podría verlo venir hasta que ya fuera demasiado tarde, pero eso daba igual.
—Si alguien es un fantasma, eso significa que no ha avanzado, ¿verdad? Y los espíritus son los que han cruzado —dijo Dez, cuya hipótesis era correcta.
—Así es. —Me apreté las rodillas con los dedos helados—. No puedo decir que me sorprenda que Fisher no haya avanzado.
—Probablemente porque le da miedo adónde va a ir.
—Sin duda.
Se hizo el silencio entre nosotros mientras Dez conducía. Las titilantes luces de la ciudad dieron paso a tramos de oscuridad a medida que cruzábamos el Potomac. El silencio no duró mucho.
—¿Vas bien? —me preguntó.
Asentí con la cabeza.
—¿Cómo están tus heridas?
—Bien —contesté, apretándome las rodillas con los dedos mientras reprimía el estallido de irritación. Dez no estaba siendo simplemente amable. Él era amable, como Zayne. No debería molestarme que mostrara preocupación—. Parece peor de lo que es.
—Qué alivio, porque tengo que ser sincero contigo: parece doloroso.
—No fue muy… divertido al principio.
En realidad, había sido un infierno. No solo el proceso de que la piel desgarrada se cerrara o los huesos destrozados se soldaran, sino que la peor parte había sido despertar y recordar que Zayne de verdad se había ido. Soportaría con mucho gusto mil horas de mi cuerpo sanando una y otra vez para no tener que experimentar la fría y desgarradora realidad de la muerte de Zayne.
Y existía la posibilidad de que tuviera que pasar por eso de nuevo.
Inspiré bruscamente y me aflojé las rodillas.
—Sé… sé que Zayne significaba mucho para ti —dijo Dez un momento después, y yo cerré los ojos con fuerza. El movimiento me provocó un tirón en la piel sensible y aún a medio curar—. Sé que tú significabas mucho para él. Zayne significaba mucho para todos nosotros. —Realizó una inspiración temblorosa y tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para no contarle justo entonces lo que estaba pasando, pero solo quería tener que explicarlo todo una vez—. Él era…
Zayne lo era todo.
Dez se aclaró la garganta.
—Era el mejor de nosotros. Creo que nunca se dio cuenta de eso, y estoy seguro de que no entendía que todos lo habríamos apoyado si hubiera asumido el mando después de su padre. Nos daba igual lo que hubiera ocurrido en el pasado. Puede que le faltara una parte de su alma, pero él… él tenía más alma que la mayoría de nosotros.
Lo miré, y deseé que Zayne estuviera ahí para oír eso, pero Dez tendría la oportunidad de decírselo. Solo me hacía falta… apuñalarlo en el corazón con la espada de Miguel.
Dios mío.
Aparté la mirada y dejé escapar un suspiro entrecortado.
—A Zayne le molestó eso durante un tiempo, lo de no asumir el papel de líder del clan, pero había acabado aceptándolo. Se… se dio cuenta de que la persona en la que se estaba convirtiendo no encajaba con muchas de las cosas en las que creían los otros Guardianes. Y le parecía bien. De verdad.
—¿Te dijo eso?
—Sí.
—¿Se refería a la postura de «matar a todos los demonios en el acto» que tienen la mayoría de los Guardianes? No todos opinamos así. Yo no. Ni tampoco Nicolai.
Ya me lo había imaginado, teniendo en cuenta que habían trabajado con Roth y Cayman en el pasado.
—Pero lo entiendo —continuó Dez—. Sobre todo, después de lo que pasó con Layla. No hubo vuelta atrás después de eso.
No, no la hubo. No cuando el padre de Zayne y casi todo el clan habían estado dispuestos a matarla después de que ella le arrebatara por accidente una parte de su alma. Ellos la habían criado y deberían haber sabido que los actos de Layla no eran malintencionados, solo reflejaban estupidez tanto por parte de ella como de él.
Los celos por la relación anterior de Zayne y Layla habían desaparecido hacía mucho tiempo. Al igual que la extraña mezcla de amargura que rodeaba el hecho de saber que se suponía que debería haber sido yo quien se criara junto a él.
Nada de eso importaba ya y me fastidiaba haber malgastado tiempo en eso.
—Por cierto —comentó Dez—. Estas sangrando.
—¿Qué? —Levanté la mano y me toqué la barbilla. Se me mancharon los dedos. Así que sí era mi sangre. Me limpié los dedos en los vaqueros—. No es nada.
—Ajá —murmuró él.
Por suerte, Dez no volvió a hablar después de eso, pero el trayecto hasta el complejo de los Guardianes pareció durar una eternidad. Cuando por fin nos detuvimos delante de la enorme casa, casi salgo disparada del todoterreno. Dez hizo lo mismo. Empecé a avanzar.
Y, de inmediato, tropecé con el primer escalón, que no había visto.
Recobré el equilibrio con un suspiro y luego eché a andar con cuidado. Dez me rodeó para abrir la puerta y entramos. Mis ojos tardaron un momento en adaptarse a la luz brillante del vestíbulo mientras seguía a Dez hacia el despacho de Nicolai. Por el camino, nos cruzamos con unos cuantos Guardianes que salían a patrullar de noche o regresaban. La forma en la que nos rehuyeron me indicó que probablemente se habían enterado de la verdad sobre mí.
Debería sentirme preocupada. Había algunos Guardianes a los que no les hacía demasiada gracia que hubiera una Sangre Original por ahí. En gran medida, se debía a una historia que había caído en el olvido en su mayor parte, una historia que yo ni siquiera conocía hasta que Thierry (el líder del clan de las tierras altas del Potomac al que consideraba más mi padre que a Miguel) me la contó. Por lo visto, tuvo que ver con un vínculo y condujo a una rebelión. Un montón de Guardianes murieron, los vínculos con los Guardianes se cortaron y los Sangre Originales se extinguieron.
Hasta que llegué yo.
Y hasta que llegó Sulien.
Pero él estaba muerto, así que, en fin, hasta que llegué yo.
Cuando Dez abrió la puerta, vi primero a Nicolai. El líder más joven que había tenido el clan estaba sentado detrás del mismo tipo de escritorio que solía utilizar Thierry. Una cicatriz bastante impresionante le recorría la cara, lo que aumentaba su aire de tío duro. La Guardiana de cabello oscuro y brillante que permanecía de pie a su lado también lo hacía parecer más imponente. Danika no se parecía a ninguna Guardiana que yo conociera. Ni siquiera podía compararla con Jada, que también era audaz. Danika sencillamente no seguía las normas arcaicas que rodeaban a las mujeres de su raza y el hecho de que Nicolai no intentara volver a encerrarla en esa jaula dorada hacía que el líder del clan me cayera aún mejor.
Gideon también estaba presente, de pie al otro lado de Nicolai, y sostenía su móvil en la palma de la mano. Zayne siempre se refería a él como el experto en tecnología del clan, mientras que yo lo consideraba el hacker y manitas del clan.
Gideon me observó avanzar y me pregunté si estaría pensando en aquella vez, estando aquí con Nicolai y Zayne, cuando se enteró de que yo podía ver fantasmas. Entonces creyó que me corría una pizca de sangre de ángel por las venas. Basándome en el pequeño paso atrás que dio, supuse que ahora sabía que contaba con muchísima.
Nicolai levantó la cabeza y el pelo castaño, que le llegaba hasta los hombros, le cayó hacia atrás. Se dispuso a hablar, pero Danika se le adelantó.
—¿Estás herida, Trinity? —me preguntó con la voz cargada de preocupación mientras se enderezaba.
Negué con la cabeza, deseando haber hecho una pausa para limpiarme la sangre de la cara.
—Es leve.
—Puedo avisar a mi hermana —me ofreció, y se apartó del escritorio—. Te sangran los oídos. No soy médico, pero eso no parece leve.
Mierda.
También me había olvidado de eso.
—No hace falta. —Le eché un vistazo a la silla e hice ademán de sentarme, pero recordé que estaba empapada. Ya había estropeado bastante tapizado hoy—. Estoy bien.
Me dio la impresión de que Danika quería oponerse.
—Si estás segura… —Miró a Gideon—. Estábamos a punto de irnos…
—No pasa nada. No tenéis que marcharos. —Me crucé de brazos—. Probablemente sea mejor que todos oigáis esto de primera mano.
—¿Lo que sea que tienes que decirnos explica por qué tienes peor aspecto que la última vez que te vi? —me preguntó Nicolai.
Fruncí los labios. A mí me parecía que tenía mucho mejor aspecto que la última vez. Aunque, pensándolo bien, no me había mirado en un espejo.
—Pues sí.
—Vale. —Nicolai señaló la silla con un gesto de la cabeza—. Por lo menos, siéntate. Me da igual que la mojes.
Me senté, dándole las gracias con un murmullo. El alivio que me invadió de inmediato supuso un indicio de que el comentario de Nicolai sobre mi aspecto probablemente no se alejaba demasiado de la realidad.
—No sé cómo decir esto aparte de soltarlo sin más —anuncié mientras Dez se apoyaba contra la pared—. Zayne está vivo.