Cinco

No hubo manera de convencer a Nicolai ni a los demás de que lo más inteligente y sensato era que se quedaran en casa. A ver, ni que el caos fuera a abatirse sobre la ciudad si lo hicieran. Desde que apareció el Heraldo, la actividad demoníaca había disminuido mucho. Podrían pasarse los próximos días viendo Netflix. Había cosas muy interesantes en ese servicio de streaming, según Cayman, el demonio que era una especie de mando intermedio en el mundo demoníaco. Cuando salí del apartamento esa tarde, se había quedado frito viendo una especie de documental sobre un tipo con un peinado mullet, grandes felinos y un asesinato.

Pero a los Guardianes no les iba ese tipo de vida.

Así que, después de tomarme un momento para lavarme la sangre de la barbilla y debajo de las orejas, me encontré caminando sin rumbo fijo por Rock Creek Park con Dez a mi lado y varios Guardianes más en las inmediaciones. Gideon se había quedado en el complejo para conectarse a las comunicaciones de la Policía por si recibían alguna llamada que pudiera darnos una pista sobre el paradero de Zayne. Nicolai estaba por ahí en algún sitio, aunque había salido después de Dez y yo para «hablar» del tema con Danika. Ella quería ayudar. Nicolai se oponía rotundamente. Yo no tenía la menor idea de quién había ganado la batalla, pero me hubiera atrevido a apostar que había sido Danika.

Antes de ir al parque, pasamos por el apartamento por si acaso Zayne se acordaba de algún modo de la policía y para que yo pudiera avisar a Cayman y a mi fantasmal compañero de piso, Cacahuete, de que estaba vivo.

Ninguno de los tres estaba en el apartamento.

Supuse que Cacahuete estaría con aquella nueva amiga que podía verlo (algo que todavía debía ocuparme de comprobar) o por ahí haciendo lo que fuera que hicieran los fantasmas en su tiempo libre y no muerto, así que Dez y yo nos dirigimos al parque. En realidad, Cayman me había enviado un mensaje justo antes de que llegáramos allí. No tenía ni idea de cómo había conseguido mi número de teléfono, pero me había escrito un mensaje que decía: «¿Sigues viva?». Contesté con un rápido «Sí» y luego recibí una respuesta exigiendo pruebas de que era yo y no un «arcángel gilipollas» con mi móvil.

Respondí con un mensaje en el que ponía «Me tienes miedo».

«Sí. Eres tú. Cuídate. Roth se cabrearía si te matan mientras estoy de guardia».

No tuve ni la más remota idea de cómo responder.

Pero todo eso parecía haber ocurrido hacía una eternidad.

La frustración se había apoderado de mí cuando pasamos, por la que debía ser la centésima vez, por delante del banco en el que estaba sentada cuando llegó Zayne. En esa ocasión me detuve y escudriñé la oscura línea de árboles. Por lo menos había dejado de llover. El aire seguía siendo extrañamente frío para estar en julio.

Dez, que iba apenas unos pasos por delante de mí, se dio la vuelta. En su forma de Guardián, su piel era de color gris oscuro y tan dura como el granito, y los dos gruesos cuernos que le separaban el pelo podrían perforar el acero. Mantenía sus grandes alas parecidas al cuero plegadas por si acaso me chocaba con una y me sacaba un ojo. En ese momento, la mayor parte de su cuerpo se fundía con la noche.

—¿Ves algo?

—Godzilla podría estar escondido entre esos árboles y yo no podría verlo.

—Lo siento. Me refería a si sientes algo.

—No. —Apoyé las manos en las caderas—. O ya no está en el parque o está guardando las distancias.

—¿Te pareció de los que guardan las distancias? —me preguntó Dez, cuya voz sonaba más áspera en su verdadera forma.

—No especialmente, pero ¿qué sé yo? Es el primer ángel caído que conozco. —Sacudí la cabeza mientras mi mirada se posaba en el contorno del banco—. Creo que tenemos que buscar en otros sitios. —O yo debía estar aquí sin Guardianes que me hicieran de niñeros, porque podría existir una pequeña posibilidad de que Zayne no se acercara por eso—. ¿Dónde? No tengo ni idea.

—Podría estar en cualquier parte de la ciudad.

—Señalar lo evidente no resulta demasiado útil —respondí.

Dez se rio entre dientes mientras caminaba hacia mí. Para ser tan grande, se movía con tanto sigilo como un fantasma. Zayne también era así.

Una aguda punzada de dolor me atravesó el corazón.

«Él también es así».

—Pero podríamos intentar pensar como Zayne —propuso, y se detuvo lo bastante cerca de mí como para dejar de ser un borrón de sombras. Ahora era una masa oscura con la forma de un Guardián. Eso estaba mejor—. Y ya sé que no tenemos ni idea de lo que podría estar pasándole por la cabeza, pero sabemos lo que se le pasaría por la cabeza si alguna parte de él todavía estuviera operativa, y sabemos dónde suele congregarse el mal.

Clavé la mirada donde debía estar aproximadamente su cara mientras meditaba esa sugerencia.

—Buena idea. —Solté un suspiro—. Está bien. Si todavía hay una parte de Zayne operativa, creo que iría… iría al apartamento, pero ya estuvimos allí y no había ni rastro de él. Creo que iría a… —Me froté la cadera dolorida con la palma de la mano—. ¡La casa del árbol! La que está en el complejo. Era importante para él.

—Le diré a Gideon que lo compruebe. —Se sacó el móvil del bolsillo trasero de los pantalones de estilo militar que, de algún modo, no se hicieron trizas cuando se transformó—. ¿Algún otro sitio?

—¿Un lugar en el que vendan bocadillos sin pan? —sugerí, y el tirón que noté en el corazón amenazó con hacer que me desplomara—. ¡La heladería! Pero no estará abierta. Aunque supongo que podría colarse. —Me devané los sesos—. Creo que solía gustarle pasear por el parque que rodea la Explanada Nacional.

—Le acabo de enviar un mensaje a Gideon para que compruebe la casa del árbol. Nosotros podemos peinar los otros sitios.

—¿No crees que también deberíamos comprobar la casa del árbol?

—Gideon comprobará la zona con sensatez. Lo hará sin dejarse ver —me aseguró Dez—. Y, si Zayne está allí, nos avisará.

Supuse que iba a tener que fiarme de su palabra. Otro lugar me vino a la mente.

—Mierda. ¿Y Stacey? Son muy amigos. ¿Crees que la buscaría?

—Si no pareció reconocerte del todo, dudo que fuera a por ella —dijo, lo cual fue un alivio—. Pero haré que vigilen su casa.

—¿Y los lugares adonde… adonde van los malvados? —pregunté mientras nos dirigíamos hacia la salida del parque—. No es que Zayne sea malvado. Pero podría ser… malvado de forma inconsciente.

—No creo que Zayne sea malvado. Si lo fuera, no sé si seguirías en pie.

No me hizo falta concentrarme para sentir las manos de Zayne alrededor de mi cuello, apretando… Unas manos frías. No estaba segura de si me habría matado si no lo hubiera tocado, pero se había detenido. Si ya fuera un caso perdido del todo, no habría pasado nada cuando lo toqué.

—Irían adonde hay gente. A esta hora de la noche, estarían por los bares y las discotecas —añadió Dez—. Hay una discoteca a la que van muchos de ellos. Roth tiene o tenía un apartamento encima. Él podría echar un vistazo, pero no tengo ni idea de si un Caído iría allí… Si los demonios pueden sentir lo que es o lo que podría hacerles.

Teniendo en cuenta que ninguno de los Guardianes tenía ni idea de dónde se encontraban Roth y Layla en este momento, murmuré algo por el estilo de que le diría a Roth que comprobara esa discoteca.

Dez volvió a adquirir su forma humana mientras nos acercábamos al todoterreno aparcado. Cuando se puso una sencilla camiseta de color oscuro que había cogido de algún sitio de la zona del asiento trasero, me pregunté cuántas exactamente tendría guardadas.

Luego nos pusimos en marcha y me dije que no debía hacerme ilusiones. Lo cual era más o menos lo mismo que decirme que no me comiera toda la bolsa de patatas fritas.

Aunque ya hacía mucho tiempo que la mayoría de la gente se había ido a la cama, todavía había tráfico, pero llegamos a la heladería en un tiempo récord y redujimos la velocidad para que Dez comprobara el edificio. No había luces encendidas. Ni indicios aparentes de allanamiento. Mi esperanza sufrió un duro golpe, pero solo estábamos dando palos de ciego al ir allí. Diez minutos después, llegamos a nuestro segundo destino.

La Explanada Nacional.

Había una sorprendente cantidad de gente por allí a esas horas de la noche. Dez permaneció en su forma humana cuando echamos a andar y no tardé mucho tiempo en sentir un intenso cosquilleo de reconocimiento en la nuca.

Mis sentidos se agudizaron mientras observaba a un grupo apiñado debajo de un árbol. No pude distinguir las facciones de ninguno, pero sabía qué estaba sintiendo.

—Hay demonios aquí.

Dez siguió mi mirada.

—Ya los veo.

No parecieron fijarse en nosotros al pasar.

—Creo que son Esbirros —opiné.

Se trataba de demonios de nivel inferior que eran prácticamente los bromistas del mundo demoníaco, la encarnación viviente de la ley de Murphy. A los Esbirros les gustaba trastear con las cosas, sobre todo con los aparatos electrónicos. Aunque, si alguien se quedaba atrapado en un atasco porque uno de ellos se aburría y había decidido toquetear los semáforos de varias manzanas, supuse que algunas personas no los considerarían simples bromistas inofensivos.

—Los mantendré vigilados —me informó Dez.

Lo miré.

—¿No quieres enviarlos a los ardientes círculos del infierno?

Él resopló mientras la brisa le apartaba el pelo de la frente.

—Si no le están haciendo daño a nadie, no tengo nada contra ellos. ¿Y tú?

Volví la mirada hacia ellos y apenas pude distinguirlos de las sombras de los árboles.

—Ya sabes que crecí en la comunidad de las tierras altas del Potomac. Evidentemente. —Dez había ido con Zayne cuando Nicolai llegó antes de la Investidura, donde los Guardianes que habían estado entrenándose se convertían en los guerreros que protegían las ciudades—. Siempre me educaron para creer que todos los demonios eran malos, pero Zayne…. me hizo ver que ese no era siempre el caso. Es curioso que un Guardián fuera la fuente de esa actitud progresista, pero luego conocí a Roth y a Cayman y…

¿Cómo diablos podía describir al mismísimo Príncipe Heredero del Infierno y a un demonio negociante que cumplía los anhelos y los deseos de los humanos a cambio de fragmentos del alma de dichos humanos? No eran precisamente ciudadanos respetables ni nada por el estilo.

—No son buenos per se, pero son… cuidadosamente malvados —añadí. ¿Cuidadosamente malvados? Puse los ojos en blanco—. Eso probablemente me convierte en una Sangre Original muy mala.

Dez se rio entre dientes.

—Nunca había oído a nadie describirlos así, pero entiendo a qué te refieres. Hay maldad necesaria en el mundo, ¿verdad? Un equilibrio entre el bien y el mal que debe mantenerse para que se cumpla el acuerdo entre Dios y Lucifer. Mientras nadie se pase de la raya, es lo que hay.

Dez tenía razón. Los demonios eran necesarios y también cumplían una función. Eran la encarnación del fruto prohibido. Sus susurros, regalos y manipulaciones eran pruebas a las que se enfrentaban todos los humanos. Los demonios hacían que los humanos ejercieran el libre albedrío. Hacer el bien o hacer el mal. Hacer limonada con los limones o armar la de Dios es Cristo. Perdonar o buscar venganza. Ser el que echa una mano o el que golpea. Educar o desinformar. Amar u odiar. Ser parte de la solución o parte del problema. Mantenerse en la senda de la rectitud eterna o descarriarse hacia la condenación eterna.

Había todo un mundo de grises entre cada una de esas opciones y lo que la gente hacía en esa zona gris era lo que determinaba dónde acababan.

El problema era que muchos demonios se pasaban de la raya. Estaban aquellos a los que les habían ordenado quedarse en el infierno, pero subían a la superficie, como los demonios Feroces y los Trepadores Nocturnos y otros que nunca podrían hacerse pasar por humanos. Luego estaban los demonios de Nivel Superior, que casi nunca respetaban ese equilibrio.

Tampoco estaba muy segura de que Roth o Cayman no se pasaran de la raya.

Pero qué más daba.

No me encontraba ahí por ellos.

Se suponía que debía estar ahí por el Heraldo. El arcángel Gabriel, que había lanzado una bomba nuclear sobre ese frágil equilibrio. Pero ¿en ese momento? Estaba ahí por Zayne.

Dez y yo recorrimos la Explanada Nacional durante bastante rato, pero no fue precisamente un paseo por el parque. Me dolía pensar que Zayne tenía planeado enseñarme ese lugar, llevarme a los museos y esas cosas, pero así fue como visité por primera vez la Explanada Nacional.

Pero eso todavía podía ocurrir y, además, tampoco podía ver nada más allá de unos metros por delante de mí y formas imprecisas. Podía fingir que no había ido, porque, con cada minuto que se convertía en diez, quedaba claro que Zayne no estaba ahí.

Lo cual dejaba únicamente los bares y las discotecas… donde se habrían reunido los humanos. Según Dez, nos quedaba menos de una hora antes de que cerraran.

Ni siquiera me apetecía preguntarle a Dez por qué creía que un Caído buscaría humanos, pero tuve que hacerlo cuando llegamos a Dupont Circle, donde las calles estaban iluminadas con letreros y el brillo constante de los focos.

—¿Por qué crees que un Caído se sentiría atraído por la misma zona que un demonio?

Me mantuve cerca de Dez mientras pasábamos por delante de varios bares abarrotados, vigilando continuamente por si una puerta se abría de repente o me cruzaba con algún borracho tambaleante al que le costara más que a mí caminar por la acera.

—No hay mucha información sobre los Caídos —contestó Dez mientras yo me fijaba en un grupo de chicas que avanzaban riéndose por la acera—. Pero sí recuerdo qué hizo que Dios los persiguiera.

—¿Aparte de tener hijos nefilim cada cinco segundos? Y, sinceramente, no me parece que sea para tanto, porque aquí estoy.

—Creía que no te gustaba ese término.

—No me gusta.

Supuse que sonrió, porque las risitas de las chicas con las que nos cruzamos se interrumpieron por completo mientras se lo quedaban mirando. Dez no pareció darse cuenta.

—No puedo responder a eso, pero los Caídos se sentían atraídos por los humanos de la misma forma que les ocurre a los demonios. Cuando todavía eran ángeles celestiales con todas las de la ley, trabajaban codo con codo con los hombres para lograr un modo de vida mejor; sin embargo, en cuanto cayeron, usaron su carisma y encanto para… bueno, deleitarse en el pecado.

Se me revolvió el estómago. Ni siquiera quería plantearme la idea de Zayne deleitándose en el pecado.

—¿Los ángeles caídos poseían la misma clase de talentos que algunos demonios de Nivel Superior?

Él vaciló y supe que esa era mi respuesta.

—Eso creo.

Ay, Dios.

Los demonios de Nivel Superior podían convencer a las personas para que hicieran todo tipo de cosas perturbadoras empleando solo palabras.

Mi mirada se dirigió despacio hacia una cafetería que permanecía abierta toda la noche. Había unas cuantas personas sentadas en las mesitas del interior y un puñado haciendo cola. Dos hombres jóvenes se dirigían hacia la puerta con vasos desechables en las manos. Detrás de ellos, un niño demasiado pequeño para estar en la calle a esa hora de la noche los seguía. El crío se encontraba demasiado lejos para poder distinguir sus facciones, pero supe que se trataba de un espíritu. ¿Quizás era su hijo? ¿Un hermano menor? No estaba segura, pero comprendí que había cruzado y ahora había regresado.

Reduje la velocidad cuando los jóvenes salieron al húmedo aire nocturno. El pequeño espíritu se lanzó de repente hacia delante, rozando al pasar al que tenía la piel muy morena. El tipo tropezó y bajó la mirada mientras el espíritu pasaba de largo y desaparecía en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Estás bien, Drew? —le preguntó el otro, tocándole el brazo.

—Sí. Eh… —Drew clavó la mirada en el lugar donde había desaparecido el niño—. Sí, claro. Todo va bien.

Me los quedé mirando mientras me preguntaba cuánto habría sentido Drew o de cuánto podría ser consciente. Las personas solían ser capaces de sentir la presencia de un fantasma, sobre todo si hacían eso espeluznante y molesto de atravesar a la gente. Y, dependiendo de lo activo y fuerte que fuera el fantasma, incluso podrían entreverlo. Los espíritus, sin embargo, eran diferentes. La gente solía captar ese aroma familiar. A veces, sentían una calidez repentina o se acordaban de manera inexplicable de la persona que había fallecido. Sentir a uno de forma tan intensa como el hombre llamado Drew me hizo pensar que debía tener un poco de sangre angelical corriéndole por las venas.

Dez se había detenido, así que me puse en marcha de nuevo. Mi estómago vacío rugió y me di cuenta de que no tenía ni idea de cuándo había comido por última vez. Por lo general, durante estas patrullas, ya me habría zampado el equivalente a la comida de tres días y la mitad de lo que fuera… lo que fuera que hubiera elegido Zayne.

Perdí el apetito de inmediato.

El tráfico peatonal aumentó en cuanto los bares comenzaron a cerrar, lo que complicó mucho la labor de caminar por las aceras, pero me mantuve cerca de los negocios. Aproximadamente al mismo tiempo, sentí la presencia de demonios. Sin embargo, no fue nada serio como un demonio de Nivel Superior y la creciente frustración se estaba convirtiendo rápidamente en desesperación.

¿Dónde podría estar Zayne? Alcé la mirada hacia el cielo, pero no vi nada más que oscuridad. ¿Que estaría haciendo? Seguí caminando penosamente, negándome a reconocer los dolores y las molestias que no había sentido antes, pero que ya estaban dejando notar sus horribles efectos. ¿Y si se marchaba de la ciudad? Me invadió el pánico, que dio paso a una sensación de impotencia. Dios, ni siquiera podía plantearme eso. No podía. No lo haría.

Los minutos se convirtieron en otra hora. Las calles se quedaron en silencio. El tráfico se redujo. Cada paso se volvió más lento.

Dez se detuvo por fin.

—Trinity —dijo con voz cansada y apesadumbrada—. Ya es la hora.

Yo sabía a qué se refería, pero aun así le pregunté:

—¿De qué?

—De volver a casa. —Se acercó y se detuvo a mi lado—. Podemos retomarlo mañana, pero, si Zayne está por aquí, no quiere que lo encuentren. —Hizo una pausa—. Necesitas descansar, Trinity. Encontrarlo cuando estás muerta de agotamiento no le hará ningún favor a nadie.

Él tenía razón, pero yo quería oponerme. Quería quedarme ahí hasta encontrar a Zayne, pero asentí con la cabeza y seguí a Dez de regreso al todoterreno. Me subí al asiento del acompañante, cerré los ojos y le rogué a quienquiera que estuviera escuchando que Zayne siguiera todavía en la ciudad, que estuviera a salvo y que no fuera demasiado tarde.