Seis

Casi había amanecido cuando entré renqueando en el apartamento tenuemente iluminado. Me quedé inmóvil mientras la puerta del ascensor se cerraba detrás de mí, incapaz de moverme mientras miraba a mi alrededor.

Todo lo que vi me recordó a Zayne. No al Zayne caído, sino a mi Zayne.

Las vigas de metal expuestas del techo y las paredes desnudas le daban al apartamento un aire muy industrial. La mayor parte de la sala de estar estaba ocupada por un enorme sofá modular gris lo bastante ancho para que dos Guardianes se tumbaran uno al lado del otro. Las sencillas mesitas auxiliares y la mesa de centro con acabado cromado carecían de cualquier toque personal. Había un saco de boxeo colgando sobre unas colchonetas de entrenamiento enrolladas en la esquina de una zona que supuse que normalmente se usaba de comedor. Al bajar la mirada, vi unas zapatillas de Zayne junto a la puerta, colocadas allí para cuando saliera a correr. Nadie las había tocado en los días posteriores a su muerte. Ni Roth ni Layla. Ni ninguno de los Guardianes que habían estado entrando y saliendo del apartamento. Alcé la mirada con el corazón dolorido.

Bueno, casi todo me recordó a Zayne. El televisor encendido en la habitación vacía no era algo que habría hecho Zayne. Eso era cortesía de Cayman, el demonio negociante, o de Cacahuete, el fantasmal compañero de piso. Las bolsas enrolladas de patatas fritas, las latas de refresco vacías sobre la isla de la cocina y los platos del fregadero sin lugar a dudas no eran cosa de Zayne. El desorden era el resultado de las numerosas personas que habían estado ahí, pero el paquete de galletas Oreo rajado por la mitad era, sin duda, cosa mía.

Si Zayne estuviera ahí para ver esto… probablemente suspiraría y luego se pondría a limpiar como si hubiera que descontaminar el apartamento. Eso hizo que se me dibujara una sonrisa en los labios.

Y me provocó otra punzada en el pecho.

Tras quitarme las zapatillas, me obligué a alejarme de la puerta, me dirigí al sofá arrastrando los pies y encontré el mando a distancia. Apagué el televisor y, al ser incapaz de soportar el silencio, volví a encenderlo cinco segundos después.

Luego me dirigí al pasillo estrecho y corto que conducía a dos dormitorios. El de la izquierda estaba vacío. Zayne había dicho que esa era su habitación para cuando me cabreara con él. Solo había una cama y él la había colocado en mi habitación, pero mi habitación era en realidad «nuestra» habitación. Me quedé mirando la puerta entreabierta. Permanecí allí durante lo que me pareció una eternidad antes de abrir la puerta.

No me atreví a levantar la mirada. No pude hacerlo… no pude mirar directamente las estrellas que Zayne había colocado en el techo. Apenas pude lidiar con el tenue y suave resplandor que emitían. Mantuve la mirada baja mientras exploraba la pared a tientas hasta que encontré el interruptor de la luz, luego pasé junto a la cama sin hacer y rebusqué entre la ropa que se desbordaba de mi maleta hasta que encontré un pijama limpio.

Entré en el cuarto de baño y encendí la luz mientras empujaba la puerta para cerrarla detrás de mí. En el espejo, me vi por primera vez desde que salí del apartamento.

El pantalón del pijama se me escapó de los dedos y cayó al suelo sin hacer ruido. Lo dejé allí mientras avanzaba. Mi reflejo me dejó atónita.

Mi pelo oscuro se había secado formando una masa greñuda, pero eso no era nada nuevo. Ni tampoco los moretones azulados a medio curar que tenía en las mejillas y debajo de los ojos. Lo que me llamó la atención fueron los nuevos, los moretones de un tono más violáceo que me recorrían la barbilla. Los nuevos que se habían unido a los que se me estaban curando alrededor del cuello.

Cerré los ojos y apreté la mandíbula, contuve el grito que iba creciendo en mi interior. Quería gritar hasta que me doliera la garganta y me zumbaran los oídos. Quería gritar hasta que no pudiera volver a sentir nada nunca más, porque eso no estaba bien. No era justo. Ni para mí ni para Zayne. Si no era demasiado tarde, si podía hacerlo volver y Zayne se acordaba de esto, él se…

Esto mataría una parte de él.

Dios mío. Echaba de menos a Zayne.

Echaba de menos a Jada.

Echaba de menos a Thierry y a Matthew.

Echaba de menos al tonto de Cacahuete.

Pero sabía que, si hablaba con Jada o con Thierry y Matthew, se preocuparían por mí, por todo esto, y no quería hacerles eso. Sobre todo cuando no había nada que pudieran hacer. A fin de cuentas, no podían venir. Con Gabriel merodeando por ahí, era demasiado peligroso.

Sin embargo, había una parte pequeña e infantil de mi ser que quería no solo rebobinar el tiempo, sino también cambiar el pasado por uno en el que todos estuviéramos en… una barbacoa o algo así. Incluso Cayman estaría allí y Cacahuete estaría haciendo algo raro, como fingir comerse el perrito caliente que alguien se estaba comiendo de verdad.

Pero no podía rebobinar el tiempo ni cambiar el pasado.

Me aparté del espejo, notaba un peso en el corazón y el pecho, abrí el grifo de la ducha y dejé que el agua se calentara. Me quité la ropa sucia y entré. El aire escapó entre mis dientes apretados cuando el chorro caliente alcanzó raspones viejos y nuevos. Lo soporté mientras observaba cómo el agua rosada y marrón giraba en el desagüe hasta que se aclaró. Me lavé el pelo dos veces y sobrecargué la esponja con tanto gel de baño que el líquido con aroma a piña y mango me bajó por el brazo. Cuando terminé, el cuarto de baño era una cesta de frutas llena de vapor.

Después de ponerme el pijama, cogí el peine de Zayne y me desenredé el pelo, con la esperanza de que existiera la posibilidad de que eso le molestara más adelante. Salí del cuarto de baño, agarré la almohada y la manta y las llevé a la sala de estar. Convertí la esquina del sofá en una cama y me acomodé, envolviéndome con la manta. La manta tenía un olor dulce, como a chocolate y al vino dulzón que a Matthew le gustaba beber. Olía a Bambi, la familiar de Roth. La serpiente de casi dos metros se había pasado los últimos días acurrucada a mi lado, con la cabeza apoyada sobre mi pierna mientras me curaba. Supuse que lo hizo porque la ayudé a regresar con Roth. La almohada, sin embargo…

Giré la cabeza y apreté la mejilla contra la almohada. Olía a menta fresca. Me ardieron los ojos cuando cerré los párpados con fuerza.

Todavía había esperanza.

Zayne estaba vivo.

No era demasiado tarde.

Eso fue lo que me repetí a mí misma una y otra vez hasta que empecé a quedarme dormida. Tuve la impresión de que solo habían transcurrido unos minutos antes de que me despertara de repente.

—¡Trinnie! —me gritó una voz directamente en la cara.

Me incorporé bruscamente y mi corazón salió disparado hasta algún lugar en las inmediaciones del techo mientras abría los ojos de golpe. La forma fantasmal de Cacahuete flotaba a un metro del suelo.

—Dios mío —dije con voz ronca, parpadeando varias veces. La atenuada luz del día entraba por las ventanas—. Creo que me has provocado un infarto.

—¿A ti? ¿Que te he provocado un infarto a ti? —chilló y menos mal que el 99,5 por ciento de la población no podía oírlo—. ¿Dónde has estado toda la noche? Volví a casa y te habías ido. Seguí regresando una y otra vez y luego pasó aquello.

Me aparté el pelo de la cara y esperé a que se me aclarara la vista. Cacahuete tenía el pelo oscuro alborotado, como si hubiera estado dentro de un túnel de viento. La camiseta del concierto de Whitesnake era tan vintage como sus zapatillas Chuck Taylor rojas; pero, cuando me fijé en sus pies, me di cuenta de que su cuerpo era completamente transparente de rodillas para abajo.

Enarqué las cejas.

—¿Qué hora es?

—No lo sé. Estoy muerto. ¿Tengo pinta de llevar reloj o necesitar uno?

—Bueno, crees que necesitas tu propio cuarto de baño, así que ¿por qué no ibas a creer que necesitas un reloj? —mascullé.

—Eso es diferente —arguyó mientras descendía. Fue como si la mesa de centro devorase la mitad de su cuerpo—. El hecho de que esté muerto no significa que no necesite privacidad.

—Como si tú respetaras la privacidad de los demás.

Cogí mi teléfono, que estaba sobre la mesita auxiliar. Toqué la pantalla y comprobé que solo habían pasado unas pocas horas desde que me había quedado dormida. Ni por asomo las necesarias para descansar de verdad.

Pero el tiempo suficiente para que Zayne se metiera en todo tipo de problemas.

—¿A quién le importa la privacidad en este momento? Has estado fuera toda la noche y pasó… pasó algo. —Cacahuete, que no era dado a atenuar el dramatismo, se golpeó las mejillas con las manos—. Pasó aquello.

—¿Qué pasó? —le pregunté mientras apartaba la manta y me ponía de pie.

Conociéndolo, lo que sea que lo tenía agobiado probablemente fuera algo normal. Por ejemplo, «aquello» podía ser el ruido de la nevera funcionando.

—Algo superraro, tía.

Noté los huesos y los músculos rígidos cuando me dirigí a la cocina arrastrando los pies y con la sensación de que tenía cien años.

—¿Qué pasó, Cacahuete?

Abrí la puerta de la nevera y cogí una Coca-Cola.

El fantasma se apartó flotando de la mesa de centro y se giró hacia la cocina. La parte inferior de su cuerpo se volvió más sólida.

—No sé qué era —contestó mientras yo abría la lata y me la llevaba a la boca—. Pero fui arrastrado hacia la nada.

La burbujeante delicia carbonatada me bajó por la garganta y me provocó un agradable ardor, al mismo tiempo que él hablaba. Casi me atraganto al tragar con dificultad.

—¿Qué? ¿La nada?

Cacahuete se acercó lo suficiente para darme cuenta de que tenía los ojos como platos.

—Sí. Eso es justo lo que he dicho. Yo estaba abajo, pasando el rato con Gena —me explicó y tomé nota mental de que ahora sabía que la niña vivía en una de las plantas inferiores… una de las numerosas plantas inferiores. Por alguna razón preocupante, Cacahuete se mostraba muy evasivo cuando se trataba de esa niña—. Y, luego, fue como si una cuerda invisible me atrapara y vi un intenso destello de luz blanca, pero fue como si la luz estuviera… ¿cayendo? Pensé: vaya por Dios, voy a ir al más allá, lo quiera o no.

Lo miré fijamente y di otro sorbo mientras me preguntaba si era posible que los fantasmas se drogaran. Y, si era así, iba a tener que hablar con él.

—Pero no era el más allá. No. De repente, me encontré en un lugar supergris y estancado, con toda esa gente a la que no había visto nunca. Y me refiero a un montón de gente. —Atravesó la isla de la cocina y se situó a mi lado, a cinco centímetros de distancia—. ¿Ves lo cerca que estamos?

—Eh… Sí.

—Así de abarrotado estaba ese sitio. Estábamos todos apretujados en este mundo de nada, invadiendo el espacio personal los unos de los otros. Estaba muy confundido y acojonado… superacojonado. Dondequiera que estuviera, no molaba nada. Luego, un momento después, me mandaron de vuelta a aquí. Pero ese sitio estaba… —Flotó hacia atrás, sacudiendo los hombros—. Estaba vacío, Trinnie. Estaba lleno de gente, pero vacío.

La niebla de sueño y agotamiento se despejó mientras lo observaba. Esa no era una de sus habituales reacciones exageradas ante algo sumamente normal y corriente. Cacahuete estaba hablando en serio y…

Bajé la lata de refresco.

—¿Dices que viste un estallido de luz brillante que caía? ¿Más o menos a qué hora?

—No lo sé. ¿Unas horas después del atardecer? No estaba prestando demasiada atención. —Empezó a elevarse—. Estaba viendo «Ejercicios para caniches con humanos» en YouTube.

Fruncí el ceño y me dispuse a preguntarle qué era eso, pero sacudí la cabeza para librarme de esa idea.

—¿Y no sabes adónde fuiste?

—No, Trinnie. A ver, no estoy seguro de que fuera justo ese sitio —contestó mientras se acercaba mucho a uno de los ventiladores del techo.

—¿Qué sitio crees que era?

—Ya sabes, ese sitio. —Llegó al ventilador. Las aspas le atravesaron la parte superior de la cabeza—. El purgatorio. Fui arrastrado hacia el purgatorio.

Vale. No me esperaba que dijera eso.

—¿Estás seguro?

—Nunca he estado allí, así que podría equivocarme. No tiene pinta de ser un lugar nada guay —contestó mientras el ventilador seguía girando a través de su cabeza. Ver eso resultaba muy perturbador—. Pero así es como me imagino que debes sentirte en un lugar tan chungo. Como si no hubiera esperanza y solo hubiera… nada.

—Eso suena… raro —murmuré, preocupada.

Era muy poco probable que lo que le había sucedido tuviera algo que ver con Zayne, pero ¿que una luz brillante que caía lo arrastrara hacia lo que podría ser el purgatorio más o menos al mismo tiempo que llegó Zayne? Aunque no estuviera relacionado, ¿podría volver a ocurrir? Cacahuete podía ser un plasta de mucho cuidado, pero… bueno, yo lo quería como imaginaba que uno acababa queriendo a un hermano pesado o algo así.

Supuse que tendría que añadir eso a la lista cada vez más larga de cosas por las que agobiarme.

—En fin, evidentemente me quedé superacojonado y vine a buscarte, pero no estabas aquí. —El ventilador del techo le estaba atravesando ahora la cara—. ¿Qué estabas haciendo? ¿No estarías cazando demonios o al Heraldo de las gilipolleces?

¿El Heraldo de las gilipolleces? Casi suelto una carcajada.

—No, no estaba cazando. Solo necesitaba salir, despejarme la mente y… —Fruncí el ceño—. Ya sé que tengo mala vista, pero puedo verte. ¿Puedes hacer el favor de apartarte del ventilador? Creo que no te das cuenta de la pinta tan rara que tiene eso.

—Oh, perdona. —Volvió a descender e incluso se sentó en el taburete, cruzando una pierna sobre la otra, adoptando una pose muy formal y correcta—. Así que ¿necesitabas un poco de paz mental? ¿Encontraste la paz que buscabas?

—Eh… Sí y no.

Rodeé la isla y me senté a su lado. Entonces me di cuenta de que se había hundido en el asiento, hasta la cintura. Aparté la mirada de esa imagen, coloqué el refresco sobre el posavasos y me preparé para las ciento una preguntas con las que, comprensiblemente, estaba a punto de bombardearme.

—Anoche vi a Zayne.

—¿En seriooooo? —dijo Cacahuete, alargando la palabra antes de que yo pudiera continuar.

—Ya sé cómo suena, pero es verdad. —Lo miré a los ojos, que resultaban visibles en cierto sentido—. Está vivo, Cacahuete, y es un ángel caído.

Ahora el fantasma me estaba mirando como supuse que yo lo había mirado a él momentos antes. Se lo conté todo, lo cual me llevó como una hora más o menos, porque tuve que repetir algunas cosas constantemente. Empecé a comerme las Oreo que habían quedado sobre la isla aproximadamente al llegar a la parte de que Zayne no me había reconocido y casi me había terminado todo el paquete cuando llegué a lo de que debía apuñalarlo en el corazón. Cacahuete estuvo alucinando todo el tiempo, desapareciendo y reapareciendo. Volvió a flotar hacia el techo y atravesó el ventilador. Luego dio tumbos por el apartamento, pero por fin había regresado a la isla y parecía haberse calmado.

—Así que eso fue lo que estuve haciendo anoche. —Me terminé la Coca-Cola—. Lo estuve buscando con Dez. Evidentemente, no lo encontramos.

Cacahuete me miró fijamente.

—Y yo que pensaba que Gabriel era el peor de tus problemas.

Se me escapó una risa ahogada.

—Ya somos dos. —Me estiré para coger la caja de barritas de muesli. No las había comprado yo, pero tampoco creía que lo hubiera hecho Zayne, porque eran de esas poco saludables con trocitos de chocolate—. Ni siquiera puedo pensar en el Heraldo en este momento ni en cómo diablos se supone que debo detenerlo antes de la Transfiguración.

—O seguir viva hasta entonces —comentó Cacahuete.

Lo fulminé con la mirada mientras le daba un mordisco a la barrita.

—¿Qué pasa?

—Eso no me ayuda —dije con la boca llena de muesli y chocolate.

—Solo represento el papel de capitán Obvio, ¿vale? Ya sé que no es útil, pero es que no sé cómo ser útil. ¡Ah! Un momento. Tal vez podría preguntarles a los otros fantasmas si lo han visto —propuso mientras se lanzaba hacia delante y se adentraba hasta la mitad de la isla.

Clavé la mirada en las migas con un suspiro y mis temores más sombríos escaparon de mis labios.

—No tengo ni idea de dónde está, ni si sigue siquiera en la ciudad. Qué estará haciendo o si es demasiado tarde.

—Tiene que estar en la ciudad —afirmó Cacahuete—. Y no puede ser demasiado tarde. Ni siquiera lo pienses. No te ayudará ni a ti ni a él.

Al principio no reaccioné ante la respuesta sorprendentemente tranquila y comedida del fantasma. Luego asentí con la cabeza.

—Ya lo sé, pero me cuesta mucho no pensar así. Me es imposible no pensar en encontrarlo y tener que pelear con él de verdad. No porque sea tan fuerte, sino…

—Sino porque estás enamorada de él —añadió Cacahuete en voz baja.

Hice un gesto afirmativo con la cabeza.

—Ni siquiera… —Inspiré bruscamente por la nariz y lo intenté de nuevo—. Ni siquiera puedo pensar en cómo será usar la espada de Miguel contra él, aunque funcione.

Transcurrió un momento y luego el fantasma me preguntó:

—¿Qué vas a hacer? No hace falta que respondas. Ya sabes lo que tienes que hacer. Tienes que encontrarlo.

Extendió el brazo y colocó la mano sobre la mía, que estaba apoyada sobre el mármol gris y blanco. Su mano atravesó la mía, haciendo que se me pusiera la carne de gallina.

—Lo sé. —Y así era—. Pero si no funciona… si lo hago y eso lo mata…

—Si pasa eso, en el fondo de tu ser sabes que será lo correcto. Dolerá una barbaridad. Dolerá más que electrocutarse, y lo digo por experiencia. Pero Zayne… no debería ser malo. Él no es así. Es excepcional. Es un buen tío. Demasiado bueno para ti.

Me reí, porque era verdad.

—Pero tienes que intentarlo, Trinnie.

Me dispuse a responder mientras bajaba la mirada hacia donde su mano se encontraba junto a la mía. Ya no estaba hundida en el mármol. Estaba sobre la mía, como una mano normal, y no debía haber dormido lo suficiente, porque habría jurado que podía podía sentir su mano. Eso era imposible, pero notaba un roce fresco que parecía muy sólido. Tangible. Alcé los ojos despacio hacia los suyos.

—Tienes que encontrar a Zayne. Tienes que ocuparte de él —me dijo y, durante un momento, se volvió completamente corpóreo. Fue casi como si se tratara de una persona de carne y hueso sentada a mi lado y no se parecía… a Cacahuete. Su piel era casi… luminosa y sus ojos eran demasiado brillantes, como si hubiera una luz blanca detrás de ellos—. Y luego, después de eso, tienes que detener al Heraldo. Si no, nada de esto importará. Ni ahora ni incluso después de la muerte.