Dieciocho

El trayecto hasta el apartamento fue… interesante.

El conductor, un hombre mayor, no dejaba de mirar hacia el asiento trasero, y no me pareció que tuviera mucho que ver con que Zayne fuera sin camiseta o el hecho de que yo estuviera pegada a su costado como si fuéramos trozos de velcro. Los movimientos del hombre y su parloteo, que terminó tan bruscamente como había empezado, reflejaban nerviosismo.

Cuando los ojos del conductor no estaban puestos en la carretera o se dirigían rápidamente al asiento trasero, se posaban en la cruz que se balanceaba con suavidad colgada del retrovisor.

Me pregunté si el hombre sentiría algo… sobrenatural en Zayne. Estaba segura de que no se trataba de mí. Yo no ejercía ningún efecto en los humanos. La gente tampoco parecía darse cuenta nunca cuando se encontraba con los Guardianes en su forma humana, pero sin duda alguna había… una energía alrededor de Zayne que no estaba allí antes.

Resultaba difícil de explicar, pero me recordaba a cómo el aire se cargaba de electricidad y se quedaba inquietantemente inmóvil justo antes de una tormenta espantosa o en el ojo de un huracán. Se parecía a eso. Había una quietud en Zayne incluso mientras deslizaba continuamente las yemas de los dedos arriba y abajo por mi brazo, algo que hacía que el aire que lo rodeaba pareciera estar a punto de estallar y de transformarse en energía violenta. Como si la propia atmósfera estuviera conteniendo el aliento, esperando a ver qué iba a hacer Zayne.

Molaba bastante.

Y daba un poco de miedo.

Por el camino, le envié un mensaje rápido a Dez para hacerle saber que Zayne estaba bien y que lo llamaríamos dentro de poco. Mi teléfono se iluminó de inmediato debido a aproximadamente una docena de mensajes silenciosos a los que no tuve ocasión de responder porque Zayne había inclinado la cabeza y presionado los labios contra mi sien, y el suave beso casi hace que me desmorone por completo.

Me dio la impresión de que el conductor respiró de verdad por primera vez cuando llegamos al edificio de apartamentos y Zayne abrió la puerta. Al bajarme, vi que la mirada del conductor seguía a Zayne cuando se situó debajo de una farola. La marca de las alas era tenue, pero visible para mí, así que no me cabía ninguna duda de que el hombre la vio.

Cerré la puerta mientras el conductor desenganchaba la cruz y se la llevaba a los labios.

—Está claro que tenemos que asegurarnos de que lleves camiseta en público —comenté mientras me reunía con él en la acera.

Se le dibujó una sonrisa irónica mientras entrábamos en el vestíbulo.

—¿Tú crees? —Echó un vistazo por encima del hombro—. ¿Se nota mucho?

—Bueno, yo puedo verlo, así que… —contesté mientras recorríamos el vestíbulo. Por suerte, estaba vacío y, al estar muy iluminado, pude ver la marca con más claridad—. Se parece bastante a un tatuaje hecho con tinta blanca de unas alas de ángel. Te cubre toda la espalda y parece tener un ligero relieve.

Cada pluma curva parecía haber sido minuciosamente grabada en su piel, sin descuidar ningún detalle. El leve relieve le proporcionaba el aspecto sombreado de un tatuaje normal. Volví a experimentar el intenso impulso de tocarlo mientras nos dirigíamos al ascensor. Pero, al recordar cómo había reaccionado en la piscina, me contuve.

—Es precioso, Zayne.

—Tú eres preciosa.

Levanté la cabeza bruscamente y lo encontré mirándome con una sonrisa suave y tierna en los labios. Pude sentir que las mejillas se me ponían coloradas incluso mientras resoplaba de la forma menos atractiva posible.

—He visto el aspecto que tengo ahora mismo y…

—Y estás aún más preciosa que antes. —Llevó la mano despacio hacia mi cara. Me rozó la curva de la barbilla con el pulgar—. Todos y cada uno de los moretones son un símbolo de tu fortaleza.

—Ya estás otra vez, diciendo lo correcto —murmuré.

—¿Y qué te parece este ejemplo de no decir lo correcto? —Trazó la línea de mi mejilla con un dedo y se detuvo donde yo sabía que la piel seguía teniendo un bonito tono morado azulado—. Voy a hacerle daño a Gabriel. Cada moretón que dejó, cada daño que infligió, se lo devolveré multiplicado por diez. Quiero que siga vivo y respirando cuando le despegue la carne de los huesos y le arranque los órganos del cuerpo, y luego, antes de que exhale su último aliento, quiero que seas lo último que vea antes de que tú misma lo mates.

Oh.

Caray.

El corazón me dio un vuelco. No por la fría promesa que reflejaba su voz y que aseguraba que planeaba hacer justamente eso o por la violencia que quería cobrarse, sino porque él se enfrentaría a Gabriel de nuevo. Los dos nos enfrentaríamos al arcángel, ¿y si le pasaba algo a Zayne? ¿Otra vez? Se me helaron las entrañas y el pánico comenzó a arraigar. ¿Podría convencerlo de que se tomara unas vacaciones? ¿De que no participara en eso…?

Me interrumpí allí mismo mientras lo miraba a los ojos. Todos los días existía el riesgo de que uno de nosotros sufriera una muerte prematura. Eso no había cambiado. En todo caso, en ese momento Zayne sería menos fácil de matar. Esa era una buena noticia, algo que me hacía falta recordar, pero él no me había pedido que no participara en eso.

De forma innata, estaba segura de que no me lo pediría.

También estaba segura de que necesitaba a Zayne a mi lado cuando me enfrentara a Gabriel, aunque Roth y Layla lograran reclutar a Lucifer. Y, de todas formas, Zayne no iba a hacerle caso a una petición como esa. No lo había hecho cuando se lo pedí antes y tal vez, haberse lanzado al ataque cuando lo hizo, atraído por el dolor que le transmitía el vínculo, había desempeñado un papel que había acabado conduciéndolo a la muerte.

No podría pedirle a Zayne que no permitiera que la culpa se interpusiera en nuestra forma de vivir. Y yo no podía permitir que el miedo hiciera lo mismo.

No lo haría.

Realicé una breve inspiración.

—Decir eso también fue lo correcto.

Él arqueó una ceja.

Me encogí de hombros.

—A ver, probablemente no para la mayoría, pero a mí no me supone ningún problema en absoluto que hagas justamente eso.

Esbozó una leve sonrisa.

—No debería sorprenderme que digas eso. Siempre has sido sanguinaria.

—Cierto —contesté mientras entraba en el ascensor.

Aunque tuve que admitir que no creía que el Zayne de antes hubiera dicho todo eso. Sí, habría querido herir y matar a Gabriel, pero ¿todo eso de desollarlo y arrancarle los órganos? Eso era diferente.

Lo observé mientras el ascensor subía. Con mejor iluminación, pude comprobar que tenía el mismo aspecto.

Pero no del todo.

—¿Sabes?, veo tus facciones más nítidas, más definidas. Como si enfocaran una imagen en alta resolución —le expliqué—. Ha sido así desde que regresaste.

Él se disponía a responder cuando noté que una sensación de reconocimiento se me arremolinaba en la nuca. Zayne dirigió rápidamente la mirada hacia las puertas del ascensor mientras daba un paso al frente y me obstaculizaba un poco el paso.

—Hay un demonio cerca.

—Probablemente sea Cayman. Decidió esperar aquí hasta que tuviera noticias mías. Brillas.

—¿Qué?

Me echó un vistazo mientras el ascensor disminuía la velocidad hasta detenerse.

—Tienes la piel más brillante. —Le di un golpecito en el brazo con el dedo—. Es como si tuvieras una luz tenue debajo de la piel, y creo que por eso puedo verte mejor que antes.

—¿Parezco una bombilla andante? —me preguntó mientras alzaba las cejas.

Esbocé una amplia sonrisa.

—No creo que se note demasiado. A ver, si yo puedo verlo, estoy segura de que otros también podrán, pero no creo que sean capaces de identificar de qué se trata. Probablemente pensarán que cuentas con un bonito y saludable resplandor.

Zayne abrió la boca mientras se giraba de nuevo hacia la parte delantera del ascensor y su atención se centró en el interior de la habitación al abrirse la puerta. Lo que estaba a punto de decir, fuera lo que fuese, quedó relegado al olvido cuando el demonio de pelo oscuro apareció contoneándose en nuestro campo visual. Cayman permanecía de espaldas a nosotros mientras meneaba la cabeza y balanceaba las caderas. Llevaba una bolsa de patatas fritas en una mano, y en la otra, una lata de refresco. La música que brotaba de sus auriculares tenía un ritmo conocido.

¿Eso era… Hey Mama?

De repente, Cayman se dobló por la cintura. Levantó el culo en el aire y lo sacudió como… como si le pagaran por ello. Y mucho dinero, además.

Me quedé boquiabierta.

—Esto no era lo que me esperaba —murmuró Zayne.

—Creo que nadie se esperaría esto.

Cayman se enderezó rápidamente, con un movimiento fluido y sinuoso, al mismo tiempo que se metía una patata frita en la boca.

El demonio sabía bailar.

Salí del ascensor sin saber si deberíamos interrumpirlo o no. Parecía estar pasándoselo muy bien mientras bailaba hacia atrás…

Cayman se giró hacia nosotros. Soltó un chillido agudo que me hizo dar un respingo. Se le escapó la bolsa de los dedos y rodajas de patatas fritas se desparramaron por el suelo.

—Ojalá se nos hubiera ocurrido grabar esto —comentó Zayne.

Se me dibujó una sonrisita de suficiencia.

—Oh, vaya. —Cayman se metió la mano en el bolsillo y el sonido de la música cesó. Se quitó los auriculares despacio mientras miraba fijamente a Zayne—. ¿Debería salir pitando ya mismo?

—¿En lugar de salir bailando? —le pregunté.

—Este no es el momento para bromas —repuso el demonio.

—Pero tengo bromas para dar y tomar.

Cayman me ignoró y bajó la voz como si Zayne no pudiera oírlo.

—No me apetece nada que se repita lo del sábado por la noche.

—Sí, lo siento —se disculpó Zayne—. No era yo mismo del todo.

—Joder, no me digas —susurró el demonio—. ¿No sientes el impulso incontrolable de darme caza y hacerme gritar como un niño pequeño?

Zayne se agachó para recoger las patatas fritas del suelo.

—No tengo ganas de hacer eso ni de escucharte gritar de nuevo. —Le echó un vistazo a la cocina y tuvo que mirar dos veces para asimilar el desorden—. Pensándolo bien…

Me mordí el interior de la mejilla.

—Lo limpiaré todo —dijo Cayman mientras levantaba las manos—. Incluso el desastre que dejó Trinity.

Miré al demonio con los ojos entornados.

Él me guiñó un ojo antes de volver a centrar su atención en Zayne.

—Vaya, angelito, qué bajo has caído. Literalmente. —Lo dijo como si acabara de hacerle a Zayne uno de los mayores cumplidos—. Me alegro de que hayas vuelto.

—Gracias —respondió el aludido—. Creo.

—Temía tener que venirme a vivir con Trinity si esto no funcionaba. Ya sabes, para mantenerla cuerda. —Hizo una pausa—. Y sedada.

Entrecerré los ojos.

—¿Quieres volver a gritar como un niño pequeño?

—Quizá luego. Ya te avisaré.

Cayman tomó un sorbo de refresco mientras Zayne lanzaba la bolsa de patatas fritas sobre la encimera.

—¿Te parezco una bombilla andante?

Me volví hacia él, poniendo los ojos en blanco.

—Ya te dije que no.

—Solo quiero asegurarme.

Me lanzó una sonrisa que no debería haber hecho que me repiqueteara el corazón, pero lo hizo.

Cayman negó con la cabeza.

—No, pero tienes un… trasfondo luminoso, ahora que lo mencionas.

—¿Lo ves?

La sonrisa de Zayne se ensanchó un poco.

—Tengo una pregunta para ti, Cayman. ¿Sientes algo cuando estás cerca de mí?

El demonio bajó la lata de refresco.

—Depende de a qué te refieras.

Al recordar cómo había reaccionado Purson ante Zayne, comprendí adónde quería llegar con esa pregunta.

—Creo que se refiere a si puedes sentir lo que es.

—¿Aparte de que las alas lo delatan? —Frunció el ceño—. ¿Dónde están, por cierto?

—Todavía las tengo.

Zayne se giró y le enseñó la espalda a Cayman. El demonio dejó escapar un silbido bajo al ver las marcas.

—De incógnito. Genial. No había visto eso desde que los ángeles trabajaban codo con codo con los hombres.

Alcé las cejas bruscamente.

—¿Cuántos años tienes?

—Los bastantes para haber visto caer civilizaciones enteras y luego renacer —contestó Cayman.

—Pues vale —murmuré.

—Pero, para responder a tu pregunta, desde luego no transmites la misma sensación que un Guardián. —Arrugó la frente mientras observaba a Zayne—. La sensación es diferente. —Ladeó la cabeza, lo que hizo que una cortina de pelo negro le cayera sobre el hombro—. Pero, si no hubiera visto las alas, no habría sabido lo que eres.

—¿Como es posible? —pregunté mientras cambiaba el peso del cuerpo de un pie al otro.

El cansancio se estaba apoderando de mis músculos. Los últimos días habían sido largos y pasarme un día durmiendo no me había ayudado tanto como pensé.

—Supongo que es lo mismo que evita que la mayoría de los demonios sientan que eres una Sangre Original. Imagino que debe tratarse de algún tipo de escudo celestial ligado a la gracia.

—¿Podrías sentir a un Caído normal… a uno sin su gracia? —quise saber, preguntándome si yo podría sentirlo.

Cayman asintió con la cabeza.

—Se parecen a… a un demonio muy poderoso. La sensación no es exactamente la misma, pero similar. —Se apoyó contra el respaldo del sofá—. Cualquier demonio digno de denominarse así será capaz de captar el aura de poder que te rodea, pero sus mentes nunca atarían cabos y llegarían a la conclusión de que el motivo sea un Caído. No ha habido ninguno deambulando por ahí desde… bueno, desde que los Guardianes salieron de sus cascarones. Evidentemente.

—Qué interesante. —Zayne me miró—. Eso podría resultar beneficioso.

—Sí, si no fuera porque tu momentito «quemadlos a todos» en plan Targaryen el sábado por la noche dejó claro que había un Caído en el lugar de los hechos… Uno con alas y gracia. Estoy seguro de que ese rumor se ha propagado por todas partes más rápido que una noticia falsa evidente en las redes sociales —explicó Cayman. Supuse que Purson no estaba incluido en el grupo de Facebook «Demonios de D. C.» o algo así—. Sobre todo, teniendo en cuenta que la sensación que transmites me recuerda solo a otro ser.

El estómago me dio un vuelco. Supe a quién se refería. A Lucifer.

—Pero ¿qué se siente? —preguntó Cayman—. Al saber de dónde vienes de verdad.

—¿Sinceramente? No me parece bien ni mal. Simplemente… tiene sentido. —Le dedicó una breve mirada al demonio—. Quién soy o incluso quién era no tiene nada que ver con unos antepasados que vivieron hace unos cuantos miles de años.

—Qué decepcionante eres —masculló Cayman.

—¿En serio? —dijo Zayne.

—Sí, porque te has adaptado muy bien. —El demonio hizo un mohín—. No es divertido meterme contigo por tus orígenes poco divinos si no te molesta.

—Lo siento. —Zayne se acercó a mí con paso decidido. Me cogió la mano y tiró de mí hacia el sofá—. ¿Te sientas conmigo?

—Por supuesto —murmuré, y agradecí no seguir de pie en cuanto mi culo se hundió en el cojín.

—Pero ahora entiendo por qué Roth dijo algunas de las cosas que dijo —añadió mientras se sentaba a mi lado—. Y también me sorprende que haya logrado guardarse esa información.

—Ya somos dos.

—Incluso Roth cumple algunas normas —dijo Cayman.

Entonces se me ocurrió algo.

—¿Sabes lo que no entiendo?

—¿Cómo es que los humanos siguen pensando que el cambio climático es una pseudociencia? —sugirió el demonio.

—Sí, eso también, pero…

—¿Los bitcoins? —ofreció a continuación—. Porque ni siquiera yo entiendo los bitcoins y eso que he visto toda clase de dinero.

Fruncí el ceño.

—No. No me refiero a los bitcoins. ¿Cómo acabaron creándose los futuros Guardianes? No había ninguna Caída, ¿verdad? No hay ángeles femeninos.

—¿Quién dice que no hay ángeles femeninos? —preguntó Cayman mientras se giraba hacia nosotros.

Parpadeé rápidamente.

—Nunca he visto ni oído mencionar a ninguna.

—Hay ángeles femeninos —me confirmó Zayne—. He visto algunas.

—Un momento. ¿En serio? ¿Qué aspecto tenían?

—Parecían… ángeles femeninos.

—Eso es muy útil. —Me volví hacia Cayman—. ¿Por qué es la primera vez que oigo hablar de esto? ¿Por qué no se menciona a un ángel femenino en ninguna…? Un momento. —Levanté la mano—. La verdad es que ni siquiera necesito una respuesta a eso. El patriarcado.

—Pues sí. —Cayman asintió con la cabeza—. Y eso es un constructo humano. No puedes echarnos la culpa a los demonios.

—Vale. Entonces ¿había ángeles femeninos que cayeron?

—Apuesto que no te sorprenderá oír que nunca han expulsado a un ángel femenino del cielo —dijo Cayman—. No porque nunca cuestionaran nada. En realidad, simplemente cuestionaban las cosas de una forma lógica y reflexiva en lugar de comportarse como una panda de idiotas.

—No —mascullé—. No me sorprende en absoluto.

—En fin, ¿te acuerdas de cuando Dios inundó la tierra para librar al mundo de la descendencia nefilim que resultó de la época de traviesa diversión antes de que los Caídos acabaran convertidos en piedra? Bueno, pues resulta que Dios no los atrapó a todos.

Zayne me colocó la trenza sobre el hombro y dijo:

—Solo había unas pocas humanas cuya genética encajaba con la de los Guardianes, lo que les permitió quedarse embarazadas de un Guardián. Resulta que todas esas mujeres eran descendientes de los hijos de los que cayeron.

—Nefilims descafeinados —añadió Cayman.

—Sangre Original descafeinados —farfullé, mientras pensaba que todo eso sonaba potencialmente incestuoso.

Solo me cabía esperar que la primera generación de Guardianes se hubiera liado con mujeres que no fueran descendientes suyos y dejarlo así.

Además, debía preocuparme más por la funcionalidad de mi propio útero.

—Bueno, ¿y cómo fue? —preguntó Cayman. Cogió una cajita de galletas con forma de animales antes de pasar prácticamente rodando por encima del respaldo del sofá y acomodarse en la esquina—. Lo de morir, digo. Siento curiosidad. Ya sabes… porque nunca he muerto.

—Esa es una pregunta bastante impertinente —señalé.

Cayman se encogió de hombros.

—Como si tú no quisieras saberlo —dijo Zayne mientras las comisuras de los labios se le inclinaban hacia arriba.

Abrí la boca para negarlo, pero luego suspiré.

—Sí, ni siquiera voy a mentir. Tengo curiosidad.

—Lo sabía. —Se pasó una mano por la cabeza y se apartó el pelo de la cara—. Recuerdo morir. Más o menos.

—¿Más o menos? —preguntó Cayman con la boca llena de galletas.

Zayne asintió con la cabeza.

—Recuerdo estar debajo del instituto, en aquella caverna, y saber que me estaba muriendo y sentir… muchísimo miedo por ti, por lo que ocurriría cuando yo no estuviera. Podía sentir tu dolor y lo único que quería era asegurarme de que supieras que todo iría bien.

Dios mío.

Tuve que recurrir a toda mi fuerza de voluntad para no abalanzarme sobre él de nuevo.

—Y luego oí un fuerte chasquido, casi como un trueno, y vi un destello de luz intensa. Nunca había visto nada tan brillante. —Se le dibujó en la cara una expresión absorta, aunque no apartó la mirada de mí. En realidad, no lo había hecho durante más de unos segundos y me pregunté si se debía a que se sentía igual que yo. Como si, en el fondo, no pudiera creer que estuviéramos ahí. Juntos—. La luz se desvaneció bastante rápido y, cuando lo hizo, me encontraba en una especie de edificio.

—¿Un edificio? ¿En lugar de nubes? —Suspiré—. Qué decepcionante.

Una sonrisa hizo acto de presencia.

—Con el tiempo, vi nubes.

Uní las manos debajo de la barbilla.

—¿Con ángeles descansando sobre ellas?

Cayman resopló.

Zayne se rio.

—Te vas a sentir muy decepcionada, pero solo eran nubes normales en el cielo.

Tenía razón, estaba decepcionada, pero seguía sintiendo curiosidad.

—¿El cielo tiene un cielo con nubes? —Arrugué la nariz cuando él hizo un gesto afirmativo—. ¿Estás seguro de que de verdad estabas en el cielo?

—Siento mucha curiosidad por saber cómo crees que es el cielo —admitió Cayman.

Antes de que me diera tiempo a embarcarme en una descripción vívida y excesivamente detallada de ciudades en las nubes, Zayne me interrumpió:

—Desde luego que estaba en el cielo.

Lo miré.

—¿Cómo puedes estar seguro?

—Esto va a parecer una locura, pero fue por cómo era el aire… Estaba a la temperatura perfecta. Ni caliente ni frío. Con la cantidad adecuada de humedad. Fue por los sonidos de ese lugar, como en una mañana de primavera. Fue por el olor. Todo aquel sitio olía a…

Me incliné hacia delante y me pregunté a qué olía el cielo para él.

Zayne carraspeó mientras bajaba las pestañas.

—Olía de maravilla —dijo.

Me recosté en el sofá, desilusionada porque no lo hubiera contado.

—Y el edificio en el que me encontraba era como un coliseo, y estoy casi seguro de que estaba hecho de oro.

—¿Te refieres a todo?

—Sí.

—Caray —murmuró Cayman mientras se metía otro puñado de delicias ricas en hidratos de carbono en la boca—. Dios no repara en gastos.

Me pregunté si un demonio debería enterarse de algún detalle sobre el cielo; pero supuse que, si hubiera algún inconveniente, Zayne no estaría hablando tan abiertamente de ello.

—Por cierto, pude ver las nubes a través de la abertura en el techo —añadió Zayne—. Si te hace sentir mejor, el cielo tenía un increíble tono azul y las nubes parecían esponjosas.

—Como tus ojos —contesté—. El color del cielo, digo.

La sonrisa reapareció.

—Al principio estaba confundido. Sabía que estaba en el cielo. Lo sabía en los huesos, pero me… sorprendió encontrarme allí.

Evidentemente, Zayne creía eso porque le faltaba una parte de su alma, gracias a Layla. Eso ya era agua pasada, hacía una eternidad, pero no pude contener la punzada de ira que sentía cada vez que pensaba en cuánto había herido Layla a Zayne, a pesar de que había ocurrido antes de que nos conociéramos. No es que yo le guardara rencor a Layla por eso ni nada parecido.

Vale. En parte sí, pero me estaba esforzando por superarlo y ser mejor persona en general.

Solo me hacía falta mejorar mucho en ambos frentes.

—No estaba solo. Tardé un momento en darme cuenta de que había alguien allí conmigo… detrás de mí. —Zayne se echó hacia atrás y ladeó la cabeza hacia mí—. Era tu padre.