Veintiuno

—¿Estás bien? —me preguntó Zayne mientras yo continuaba mirándolo fijamente, a punto de caer en otra espiral de pánico.

—¿Ahora eres… inmortal? Es decir, ¿no envejecerás?

Una expresión suave y con los párpados pesados se dibujó en sus facciones.

—Me preguntaba si ibas a comentarlo.

—Ay, no. No vas a envejecer, ¿verdad? —Dejé caer la cabeza hacia atrás con un gemido—. Y yo pensando que el hecho de que me quedara ciega y tú tuvieras que…, qué sé yo, elegirme la ropa acabaría deteriorando nuestra relación…

—¿Por qué diablos crees que eso deterioraría nuestra relación?

—Bueno, puede que no lo de la ropa, pero tú ya me entiendes.

—No. No te entiendo. —Me inclinó la cabeza hacia delante para que volviéramos a estar cara a cara—. Explícamelo.

—Si tengo suerte, me quedará suficiente vista para ver así. —Levanté el pulgar y el índice y los mantuve separados unos dos o tres centímetros—. Por mucho que odie admitirlo, voy a necesitar ayuda con muchas cosas.

Una enorme y deslumbrante sonrisa apareció en su cara, lo que me sorprendió.

Me eché un poco hacia atrás.

—¿Por qué sonríes?

—Porque acabas de admitir que vas a necesitar ayuda y eso es algo tremendo. Suponía que iba a tener que quedarme sentado viéndote chocar contra las paredes durante meses antes de que me pidieras ayuda.

Lo miré fijamente.

—Pero volviendo a lo de no sonreír —continuó—. Me ofende un poco que pienses que tu vista va a influir de alguna manera en lo que siento por ti y deteriorar nuestra relación. De hecho, me ofende mucho.

—No pretendo ofenderte, y no es que crea que no me quieres lo suficiente como para lidiar con eso, pero no puedo evitar preocuparme por ello —admití, y me sentí como si estuviera desnuda a pesar de que estaba completamente vestida—. Y, teniendo en cuenta a lo que nos hemos enfrentado…, a lo que tendremos que enfrentarnos, parece estúpido hablar siquiera de esto en este momento.

—No es estúpido —arguyó Zayne—. Es importante. Sigue.

Respiré hondo.

—Ni siquiera sé lo duro que va ser para mí. Así que ¿cómo puedes saber que no se va a volver un fastidio? Y, si pasara eso, yo no te culparía. A mí me fastidia chocarme con cualquier tontería que lleva en el mismo sitio desde el principio de los tiempos. Me fastidia intentar leer las instrucciones o la fecha de caducidad de algo y tener que adivinar lo que estoy leyendo. Así que, simplemente… no quiero sentir… —Me interrumpí mientras me encogía de hombros—. ¿Cómo hemos terminado hablando de esto?

—Tú sacaste el tema —me recordó mientras me apartaba el pelo de la mejilla—. Sé lo que ibas a decir.

—¿En serio, don omnisciente?

Una comisura de sus labios se inclinó hacia arriba. Fue una sonrisa breve.

—No quieres sentirte una carga. Eso es lo que ibas a decir. Pero, Trin, nada relacionado contigo será nunca una carga. Todo lo relacionado contigo es un puñetero privilegio.

Mi pecho.

Uf.

Se me hinchó como si tuviera un globo dentro.

—¿Por qué? —Me desplomé hacia delante y dejé caer la cabeza sobre su hombro—. ¿Por qué tienes que decir siempre lo correcto, Zayne? Aquí estoy, intentando agobiarme, y te estás interponiendo.

—¿Lo siento?

Me dio la impresión de que intentaba no reírse.

—Y, mira, mi birria de vista ni siquiera es un problema en este momento. Tú te mantendrás eternamente joven y cachas, y yo envejeceré y se me romperán las caderas. Luego tendré que convertirme en mejor persona y descubrir que, si amas a alguien, debes dejarlo ir. Y tendré que decirte que te vayas a vivir tu vida, que encuentres a alguien joven…

—Basta. —Zayne se rio entonces mientras me agarraba por los brazos y me apartaba de su hombro. Sus ojos se encontraron con los míos… Unos ojos que nunca perderían su brillo ni se volverían llorosos por la edad—. Eso no es lo que va a pasar.

—Tienes razón. —Lo fulminé con la mirada—. Nunca seré esa persona. Creo que «si amas a alguien, déjalo ir» es uno de los dichos más estúpidos que existen. Soy demasiado celosa y egoísta. Me da igual tener noventa años, aun así me voy a…

—No quiero que seas mejor persona. Me gusta que seas celosa y egoísta. —Me dedicó una amplia sonrisa como si me estuviera comportando como una tonta, y claro que él podía pensar eso, ya que era un puñetero ángel caído—. Nunca habrá otra persona para mí. Ni ahora ni cuando tengas noventa años.

—Es fácil decirlo cuando tendrás este aspecto para siempre.

Con el tiempo, la gente me consideraría una asaltacunas cuando me vieran con Zayne, y habría un futuro en el que sucedería eso, porque me negaba a creer que no derrotaríamos a Gabriel.

—Es fácil decirlo porque te quiero, y eso va más allá de la piel o las caderas rotas —contestó y, sin previo aviso, se movió. Me levantó de su regazo y me colocó de espaldas, deslizando mi cuerpo debajo del suyo. Sostuvo su propio peso apoyando un brazo junto a mi cabeza—. Eso no desaparece con la edad. Se fortalecerá y se volverá irrompible. Lo sé a ciencia cierta. No habría caído si lo que siento por ti fuera tan débil. No habrías luchado por mí, no te habrías negado a rendirte si tu amor por mí fuera tan fácil de romper.

Apreté los labios formando una línea terca.

—Ya lo estás haciendo otra vez.

—¿El qué?

—Decir lo correcto.

—¿Quieres que deje de hacerlo? —me preguntó, y arqueó una ceja.

—Sí. —Suspiré—. No.

La sonrisa de Zayne se abrió paso hasta mi corazón y lo envolvió.

—Entiendo que esto te agobie, de verdad, pero eso es preocuparse por problemas futuros. Ya tenemos suficientes ahora, ¿no?

—Sí. —Levanté la mano y le toqué la barbilla. Noté su piel muy cálida—. Pero eso se parece mucho a decir que cruzaremos ese puente cuando lleguemos allí, y llegaremos allí, Zayne. Ese puente va a llegar.

—Y lo cruzaremos juntos. —Bajó la barbilla y me depositó un beso rápido en las yemas de los dedos—. Lo resolveremos juntos. Eso es lo único que podemos hacer porque acabas de recuperarme. Te acabo de recuperar. Tenemos lo que mucha gente no tiene nunca: una segunda oportunidad. Nos lo merecemos, pero aún tendremos que luchar por ello. Lo que podría pasar dentro de unos años no nos va a privar de cada día de aquí hasta entonces. Eso es lo que pasará si nos estresamos por eso ahora.

Él tenía razón. Ya había demasiadas cosas que amenazaban con arrebatarnos esa segunda oportunidad. Me resultaría difícil no preocuparme por ello, al igual que me resultaba difícil no estresarme por mi vista, pero había aprendido a no permitir que lo que acabaría pasando se interpusiera en mi forma de vivir. Al igual que Zayne no podía permitir que lo que había hecho cuando cayó cambiara quién era en ese momento.

Sus labios rozaron los míos para darme un beso dulce y suave, y abrí la boca lo dejé entrar. Las numerosas preocupaciones se quedaron por el camino. Así de poderosos eran sus besos. O, tal vez, así de poderoso era mi amor por él.

Y, Dios mío, nunca me cansaría de sentir sus labios contra los míos. Nunca dejaría de asombrarme cómo la suave e inquisitiva presión de su boca contra la mía podía provocarme una oleada de sensaciones tan enloquecedora.

Deslicé las manos hasta sus hombros y tiré de él hasta que sentí la calidez de su piel a través de mi camiseta. Las puntas de su pelo me hicieron cosquillas en las mejillas cuando le mordisqueé el labio inferior.

Un rugido de respuesta brotó de su garganta y me hizo enroscar los dedos de los pies. El beso se volvió más profundo y el aire pareció crepitar a nuestro alrededor. La forma en la que nuestras bocas se unieron tenía un cariz brusco, casi desesperado, y supuse que los dos acabábamos de darnos cuenta en ese momento de la suerte tan increíble que teníamos de poder experimentar todo eso de nuevo. No se trataba de que lo que habíamos hecho en la piscina no contara. Contaba, y eso también había sido poderoso. Aquella madrugada había demostrado que Zayne seguía allí dentro, que su amor por mí seguía guiando sus actos. Sin embargo, eso era diferente, porque éramos nosotros.

Nos perdimos un poco simplemente… besándonos. Hubo besos suaves y terriblemente dulces. Otros, provocadores y juguetones. Luego estaban los que me dejaron anhelante y sin aliento. Todos eran mis favoritos, porque era a Zayne a quien estaba besando.

Lo que deseaba más que nada era perderme en él, olvidarme de todo. Y creo que él sentía lo mismo, pero levantó la cabeza después de un último beso adictivo.

—Te he echado de menos —dijo, y su voz sonó tan entrecortada como su respiración.

—Y yo a ti —susurré, y deslicé los dedos por su mejilla. El resplandor en el fondo de sus pupilas parecía más tenue.

Zayne apoyó el peso de su cuerpo sobre un brazo y levantó la mano despacio para apartarme unos mechones de pelo de la cara.

—Cuando estuvimos juntos el domingo de madrugada… —Tragó saliva mientras recorría la curva de mi mejilla con la punta de un dedo—. No… no sé qué pensar de eso.

—¿Qué quieres decir?

—Era yo y, al mismo tiempo, no lo era. Sabía lo que estaba pasando. Era algo que yo controlaba, pero me pregunto si lo hiciste porque pensaste que tenías que hacerlo. Si pudiera volver atrás, no lo habría hecho —admitió—. No es que no disfrutara…

—Lo sé. Yo también disfruté. —Le acuné las mejillas con las manos—. No me obligaste. Yo lo inicié. Sabía lo que estaba haciendo y no pensé que tuviera que hacerlo.

—Ya sé que no te obligué, pero es que… no me sienta muy bien. En ese momento, no tenías ni idea de si la Bruja Suprema podría ayudarte. —Me rozó el labio inferior con el dedo—. Yo te acababa de tirar a una piscina y antes, esa misma noche, había peleado contigo. Te amenacé… y luego estaba dentro de ti. Podría haberte hecho daño mientras pasaba. Podría haberte hecho daño después.

—Entiendo por qué opinas eso. En serio —dije con suavidad, y era cierto. Zayne era bueno hasta la médula, incluso cuando le faltaba una parte de su alma, e incluso en ese momento, cuando era un Caído y técnicamente no tenía alma. Eso hacía que me cuestionara todo el tema del alma y cuánto influía en los sentimientos y en los actos de las personas, pero ese no era el momento adecuado para eso—. No me hiciste daño, Zayne. Tenías el control y lo que hicimos me dio esperanza. Sé lo descabellado que suena, pero fue otra prueba más de que seguías allí dentro, y me hacía falta. —Levanté la cabeza y lo besé con ternura—. No tiene que gustarte lo que pasó. Entiendo que te cueste aceptarlo. Pero no quiero que eso te haga sufrir.

Deslizó la mano por mi brazo y me rodeó la muñeca con los dedos. Me apartó la mano de su mejilla y me besó de nuevo el centro de la palma. Cuando sus ojos se encontraron otra vez con los míos, dejó escapar un suspiro entrecortado y sus hombros parecieron relajarse.

—No usamos protección.

Mi corazón dio un traspié.

—Lo sé —susurré.

Me besó la palma de la mano de nuevo.

—Los Caídos pueden reproducirse con los humanos.

—Lo sé —repetí—. Pero no sé si yo puedo. Empecé a pensar en ello después, porque… bueno, por razones obvias, y no sé si algún Sangre Original se ha reproducido alguna vez.

—No sabes mucho sobre los Sangre Original.

—Y por eso le pedí a Dez que averiguara si Gideon podía encontrar algún indicio en cualquier sentido.

Zayne parpadeó sorprendido.

—¿Le pediste a Dez que se lo preguntara a Gideon?

—¿A quién más se supone que debía preguntárselo? No creo que Thierry ni Matthew lo supieran… y no me apetece nada tener esa conversación con ellos, así que pensé en Gideon. Él sabe muchas cosas y tiene acceso a un montón de libros polvorientos que nadie lee. A menos que un ángel aparezca de pronto y responda a esa pregunta, Gideon fue la mejor idea que se me ocurrió.

—Ni siquiera consigo imaginarme cómo fue esa conversación con Dez.

—Oh, créeme, no quieres saberlo. Me gustaría fingir que nunca pasó, pero espero que averigüe algo para que podamos…

Aquellos ojos ultrabrillantes se encontraron con los míos.

—Para que podamos saberlo —terminó por mí.

Asentí con la cabeza mientras el estómago me daba tumbos sin parar, y luego me dispuse a hablar, pero me detuve.

Zayne, tan observador como siempre, se dio cuenta.

—¿Qué pasa? ¿Qué estabas a punto de decir?

Se me sonrojaron las mejillas mientras desenredaba la lengua.

—¿Qué haríamos si estuviera…? Dios mío —gemí—. Apenas soy capaz de decirlo, aunque sé que es una estupidez. Pero decirlo lo convierte en una posibilidad más real, y esa realidad es superaterradora ahora o dentro de diez años.

—Estoy de acuerdo —contestó él, y asintió.

—Pero somos adultos, ¿verdad? Básicamente. Tú más que yo, pero no es que no seamos lo bastante mayores… —Me detuve con una risa temblorosa—. ¿A quién pretendo engañar? Aunque tuviera treinta años, no me sentiría lo bastante mayor. ¿Qué vamos a hacer si lo tuyo funciona con lo mío?

Una de sus cejas se arqueó.

—Quieres decir ¿si te he dejado embarazada?

—Si nos hemos quedado embarazados —lo corregí.

—No lo sé —dijo con una risa suave y un tanto vacilante—. Tendríamos…

—¿Que resolverlo?

—Juntos. Sí.

—No puedo… Ni siquiera puedo pensar en eso —admití—. Es probable que esa sea una respuesta muy inmadura, lo cual es un indicio clave de que seré una madre horrible, pero ni siquiera soy capaz de asimilar esa posibilidad.

—Yo tampoco. Y no es que no me pareciera bien la idea… si decidieras eso —dijo, y la siguiente inspiración que realicé se quedó atascada en algún lugar de mi pecho henchido—. Simplemente no es algo para lo que me haya preparado, pero estaré preparado independientemente de lo que pase o se decida.

Parte de la tensión que no me había atrevido a reconocer se aflojó. No era que la posibilidad de estar embarazada no siguiera agobiándome. Me agobiaba, y mucho, pero no era algo a lo que tendría que enfrentarme sola. Ya no había nada a lo que tendría que enfrentarme sola.

—Así que hemos hablado de mi padre, cómo fue que te atiborraran de gracia, Lucifer, mi birria de visión, el hecho de que yo envejeceré y tú no, tu consternación por lo que pasó entre nosotros en la piscina y la posibilidad de que esté embarazada. —Sonreí de oreja a oreja—. Menuda reunión, ¿eh?

—Es perfecta —contestó, y se rio.

—Lo que tú digas.

—Lo es. —Agachó la cabeza para besarme—. Necesito darme una ducha. ¿Quieres venir conmigo?

El corazón me dio un vuelco y los músculos de la parte baja del vientre se me tensaron al mismo tiempo que unas diminutas bolitas de duda se iban amontonando en mi estómago. Nunca me había duchado con nadie. Evidentemente. Zayne era el primer chico con el que había estado completamente desnuda, por lo que mi mente me mostró de inmediato, al detalle, todas las formas en las que acabaría pareciendo y comportándome como una auténtica tonta, pero mi corazón y mi cuerpo gritaban: «¿Una ducha? ¿Con Zayne? Sí y sí, por favor».

Aquellas bolitas de mi estómago empezaron a rebotar con una energía nerviosa; pero, en ese momento más que nunca, no podía permitir que el miedo y la timidez impulsaran mis decisiones. Y menos después de aprender por las malas que el mañana no estaba garantizado.

—Vale —contesté, y esperé que mi voz no le sonara tan chillona como a mí—. Quiero decir: sí, claro. —Me sonrojé—. Me gustaría.

—¿Estás segura? —Una suavidad se había asentado en sus facciones—. No tenemos que…

—Estoy segura —lo interrumpí—. Cien por cien segura.

—Bien. —Zayne sonrió entonces, y noté un torbellino en el pecho—. Porque la verdad es que no quiero perderte de vista durante más de unos minutos. Es probable que eso suene superdependiente, pero es que… —Sus pestañas descendieron y le ocultaron los ojos—. No sé cómo explicarlo. No espero nada aparte de que estés a mi lado. Solo necesito poder verte.

—Lo entiendo. —Y, Señor, lo entendía perfectamente—. Yo siento lo mismo.

Zayne bajó la cabeza y me besó.

—¿Por qué no te adelantas y empiezas con la ducha? Voy a «desCaymanizar» la cocina primero.

Puesto que parte del desorden era culpa mía, me dispuse a decirle que no tenía que hacerlo, pero luego me di cuenta. Me estaba dando tiempo, haciendo que esto fuera menos incómodo; porque, sí, desnudarme y meterme en la ducha con él probablemente haría que me diera la risa tonta como si me faltara un tornillo.

Lo que fuera que hacía que Zayne fuera tan increíblemente atento y considerado seguía allí. Era la parte de él que lo diferenciaba de tantos y hacía que resultara muy fácil enamorarse de él a pesar de los riesgos.

Noté una opresión en el corazón mientras me estiraba y lo besaba. Lo que se suponía que era un gesto de agradecimiento se convirtió en algo un poco más intenso y transcurrió un rato antes de que Zayne se apartara de mí. Me entretuve un poco observando las marcas de su espalda, pero, al final, conseguí que mi cuerpo se pusiera en marcha.

Me dirigí a toda prisa al cuarto de baño. El corazón me latía demasiado rápido mientras me cepillaba los dientes y abría el grifo de la ducha. Experimenté una vertiginosa oleada de expectación y nerviosismo, y una aguda sensación de surrealismo, cuando me quité la ropa, la empujé hacia un rincón con el pie y luego la recogí y usé, como es debido, la cesta vacía para la ropa sucia. Reuní rápidamente las otras montañitas de ropa desperdigadas por el suelo, las lancé al sitio que les correspondía y, antes de empezar a reírme como una tonta como me había temido antes o desmayarme, me metí bajo el chorro de agua caliente.

Mis sentidos estaban tan hiperactivos que me temblaban las manos cuando me giré despacio. No se trataba de que tuviera miedo. No se trataba de que no estuviera preparada. No se trataba de nada de eso. Se trataba simplemente de que todo parecía como… como si fuera la primera vez. Lo de ducharnos juntos desde luego lo era, pero, a pesar de que habíamos experimentado todo tipo de besos y mucho más, ahora todo parecía diferente y nuevo.

El agua me pegó el pelo a la espalda y fluyó sobre mi cuerpo mientras yo miraba los numerosos cortes y moretones que se estaban desvaneciendo. Mi cuerpo era un mosaico de cicatrices viejas y nuevas, y yo sabía que cada una de esas imperfecciones era justo lo que Zayne había dicho antes: un símbolo de fortaleza. No me avergonzaba de ellas. Estaba orgullosa.

Las comisuras de los labios se me inclinaron hacia abajo cuando el agua se deslizó entre mis pechos. La piel de en medio estaba más rosada de lo normal y casi parecía un… arañazo en forma de línea recta. Me toqué la piel. Estaba sensible, pero no me dolía exactamente. No tenía ni idea de dónde había salido esa marca, así que cerré los ojos y levanté la barbilla, y dejé que la alcachofa de la ducha lavara más que solo las últimas veinticuatro horas. Pronto, Zayne y yo íbamos a tener que hablar con el clan y hacerles saber más cosas aparte de que él estaba bien. Tendríamos que empezar a trabajar en un plan B por si acaso Lucifer no estuviera interesado en alimentar su ego y salvar al mundo. Incluso con su ayuda, todavía necesitábamos descubrir dónde estaban escondidos Gabriel y Bael. Estaba el tema del instituto y el maldito portal que había debajo y del que había que ocuparse. Podría llamar a Jada ahora para que no flipara… demasiado y debía ocuparme de averiguar qué diablos estaba pasando con la tal Gena con la que Cacahuete parecía estar pasando cada vez más tiempo. También necesitaba sacar algo de tiempo para agobiarme como es debido por el hecho de que Zayne no iba a envejecer y seguir preocupándome por el gran «y sí». ¿Y si resultaba que estaba embarazada? ¿Qué significaría eso de verdad?

Bajé la mirada una vez más y agité los dedos de los pies mientras colocaba las yemas de los dedos contra mi vientre. Por más que persiguiera demonios y saltara de un edificio a otro no obtendría un vientre plano. Era probable que la comida basura tuviera mucho que ver con eso; pero, si tuviera que elegir entre un vientre plano y patatas fritas, siempre elegiría las patatas fritas. Pero, si estuviera embarazada, ¿no tendría que comer alimentos más saludables? Me estremecí, y luego apoyé las palmas de las manos contra la parte baja de mi vientre y ejercí presión…

¿Qué diablos estaba haciendo? Aparté las manos de golpe mientras hacía una mueca. Puse los ojos en blanco y me giré de nuevo hacia el chorro de agua. ¿Qué haríamos? ¿Qué podríamos hacer? Estar embarazada no podía cambiar nada. Seguiría siendo una Sangre Original. Seguiría teniendo que encontrar a Gabriel y lo que fuera que viniera después.

Todo eso era de locos para mí, porque ni siquiera sabría decir si quería ser madre, pero conocía a Zayne: sería un padre asombroso para nuestro…

¿Qué diantres sería un hijo de una Sangre Original y un Caído? ¿Mi parte humana se transmitiría? ¿El defecto genético que me había causado la retinosis pigmentaria reaparecería? Las posibilidades hicieron que se me revolviera el estómago.

Debía parar, porque ese no era el momento oportuno para pensar en nada de eso, sobre todo en cosas que tal vez nunca llegaran a materializarse.

Al oír que la puerta del cuarto de baño se cerraba con suavidad, mi pulso salió disparado hacia territorios inexplorados. Mantuve la vista al frente mientras me concentraba en respirar, algo que extrañamente requiso mucho esfuerzo.

Un leve movimiento detrás de mí arrojó ese arduo trabajo con la respiración por la borda. Piel rozó contra piel, y provocó que un tenso y potente estremecimiento me recorriera la espalda.

Pasó un momento y después sentí el ligero roce de los dedos de Zayne en los hombros, que me apartaba el pelo a un lado. Sus labios se apretaron luego contra la piel situada debajo de mi nuca y los dedos de los pies se me enroscaron contra el suelo de la ducha.

Incapaz de permanecer callada en medio del silencio supercargado de tensión, dije:

—El «desCaymanizado» no te llevó mucho tiempo.

—Solo me ocupé de la primera capa antes de impacientarme demasiado —contestó, y esbocé una amplia sonrisa—. Va a requerir otra pasada luego. Puede que una tercera, por lo que parece.

—Yo me encargaré de ambas pasadas —me ofrecí—. ¿Quieres la cosa para el pelo?

Cuando dijo que sí, agarré el bote que él usaba, que era a la vez champú y acondicionador. Si yo me pusiera eso en el pelo, se me quedaría tan seco como un nido de pájaros, y no me explicaba cómo no le pasaba eso al suyo.

Se hizo un agradable silencio en el cuarto de baño mientras nos dedicábamos a usar la ducha para lo que fue diseñada. La incomodidad se desvaneció a pesar de que yo era tremendamente consciente de cada vez que su piel tocaba la mía. Cuando se estiró a mi lado para colocar un bote en el estante y su brazo rozó el mío. O cuando me aclaré el champú y luego el acondicionador del pelo y tuve que darme la vuelta para hacerlo. Le había rozado los muslos con la cadera y él se había quedado de nuevo inmóvil como una estatua. Mantuve los ojos cerrados durante todo eso y, cuando él cogió el gel de baño, deseé tener el valor de ofrecerle ayuda, pero me daba demasiado miedo parecer una idiota, así que me mantuve callada mientras el aire lleno de vapor se llenaba del aroma mentolado del gel que él usaba y los matices más exuberantes a jazmín que provenían del gel de baño que siempre usaba yo.

Cuando se enjuagó y se situó de nuevo detrás de mí, pensé que iba a salir de la ducha, pero no lo hizo. Me quedé sin aliento cuando sus manos se deslizaron por la piel resbaladiza y todavía enjabonada de mis brazos, sobre mis codos y luego hasta mis muñecas. Hasta ese momento, ni siquiera me había dado cuenta de que había cruzado los brazos sobre la cintura. Guio mis brazos hasta los costados con una delicadeza impresionante.

Las puntas de su pelo mojado me rozaron la mejilla cuando bajó la cabeza y esta vez me depositó un beso en el lugar donde el cuello y el hombro se unían, donde me había mordisqueado la piel y me había dejado una marca.

—Lo siento —se disculpó—. Nunca había hecho eso.

—No pasa nada. Apenas se nota.

Me besó ese sitio de nuevo. Abrí los ojos, con las piernas temblorosas, mientras sus pulgares trazaban círculos lentos y perezosos por el interior de mis muñecas. Observé cómo sus manos se desplazaban desde mis muñecas hasta mi vientre. Su piel de color dorado oscuro contrastaba con los tonos más aceitunados de la mía. No apretó las manos contra mi tripa como había hecho yo antes. Evidentemente, él no era tan rarito como yo, pero me pregunté si estaría intentando imaginarse lo mismo: un vientre mucho más protuberante que la típica hinchazón por hidratos de carbono que solía lucir yo.

Un instante después, me lo confirmó.

—Si resulta que estás embarazada y decides que eso es lo que quieres, todo irá bien —dijo con la voz ronca por la emoción—. Pero antes te equivocaste en algo.

—¿Solo en una cosa?

—No serías una madre horrible.

Reprimí una carcajada.

—No me equivocaba.

—No te reconoces suficiente mérito, Trin. Serías una de las madres más feroces que hay y no te detendrías ante nada para darle la mejor vida posible a tu hijo —me aseguró—. No lo dudo ni por un segundo.

Se me escapó un suspiro entrecortado.

—Los dos. —Giré la cabeza hacia la suya—. Si los dos decidimos que eso es lo que queremos, todo irá bien.

—Cierto —contestó con voz pastosa. Sus labios se posaron en mi mejilla—. Podemos con esto, pase lo que pase.

—Así es.

Y lo creía. Estaba convencida de ello.

Un revoloteo surgió en mi pecho y fue descendiendo al sentir su mirada posada en mí desde atrás. Se me tensó todo el cuerpo.

La cabeza de Zayne se inclinó una vez más y su barbilla me rozó un lado de la cabeza cuando su boca se dirigió hacia mi oreja.

—No soy digno de ti.

—Eso no es verdad ni por asomo.

—Sí lo es. Eres valiente y fuerte. Audaz. Eres inteligente, amable y leal. —Sus grandes manos se deslizaron hasta mis caderas—. Eres impresionante. —Me besó el cuello y me hizo estremecer—. Te quiero, ahora y siempre.

El corazón me palpitaba con fuerza cuando dejé que el instinto me guiara. Di un paso atrás, y permití que nuestros cuerpos se tocaran por completo. Zayne emitió un sonido descarnado y un ardor me inundó las venas.

Sus manos sufrieron un espasmo contra mis caderas.

—Ya te deseaba muchísimo, pero ahora siento que me estoy volviendo loco —dijo, y pude sentirlo, todo él, y no cabía duda de que sus palabras eran ciertas—. Pero sé que es probable que las cosas te resulten raras en este momento, así que por eso voy a esperar hasta que salgas y luego enfriaré el agua al máximo.

Un embriagador torbellino de sensaciones me recorrió la piel mientras me giraba en sus brazos. No me permití pensar demasiado en lo que estaba haciendo. Levanté la mirada y parpadeé para eliminar la humedad de mis pestañas. Él me miró fijamente, con la mandíbula apretada y los ojos llenos de pura necesidad. El resplandor en el fondo de sus pupilas era más vibrante. Coloqué las manos sobre su pecho.

—¿Me das un beso?

—Trin —contestó con voz áspera y aquella palabra se pareció más a un gruñido que nada que le hubiera oído decir nunca. Me estremecí cuando sus manos se tensaron alrededor de mis caderas—. Quiero hacer eso más de lo que nunca he querido hacer nada en toda mi vida, pero estoy aprendiendo rápido que siento las cosas con un poco más de intensidad que antes. Intento hacer lo correcto. Necesitas tiempo y, si te beso, no… no creo que mi autocontrol sea como solía ser. No quiero… —Gimió y se le estremeció todo el cuerpo cuando deslicé las manos hacia abajo por su vientre—. No quiero ser esa clase de persona que pierde el control.

Dejé vagar la mirada por las líneas endurecidas de sus facciones.

—Nunca podrías ser esa persona. Este preciso momento lo demuestra.

—La piscina demostró justo lo contrario.

—No es verdad —insistí—. Sé que, incluso entonces, si yo no hubiera querido hacer nada, te habrías detenido. Lo sé.

Zayne apretó los labios mientras me miraba fijamente.

—Tienes una opinión demasiado buena de mí.

—Tengo la opinión correcta de ti —lo corregí y sus ojos se transformaron en zafiros líquidos y ardientes—. Los moretones y esas cosas apenas me duelen ya. No necesito tiempo. Nada me resulta raro. ¿A ti te resulta raro algo?

Hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Bien, porque lo que necesito es a ti, Zayne, ahora y siempre. —Noté calor en las mejillas—. Poniendo especial énfasis en la parte de ahora.

Durante un momento, pensé que se iba a negar y, entonces, planeé abalanzarme sobre él sin más. Esperé que no perdiera el equilibrio en las baldosas resbaladizas, pero luego Zayne se movió.

Bajó la cabeza y, cuando su boca tocó la mía, comprendí que no había experimentado, ni mucho menos, todos sus tipos de beso, porque en ese hubo de todo. Zayne se mostró, a la vez, infinitamente tierno y totalmente exigente. Me besó con una sensación de urgencia y, sin embargo, de una forma que me hizo sentir como si tuviéramos todo el tiempo del mundo.

Y ese beso… hizo que las entrañas se me agitaran y retorcieran hasta formar una estimulante maraña. Las sensaciones fluyeron a toda velocidad sobre mi piel y a través de mí. El corazón se me disparó y la emoción que se propagó por mi pecho fue tan intensa como el palpitar de la gracia. Zayne me besó como si quisiera borrar las horas y los días interminables que habíamos estado separados.

Bajo mis manos pude notar que se le flexionaban los músculos cuando me levantó en brazos. Lo envolví con las piernas mientras el brazo que me rodeaba la cintura me mantenía apretada contra él. Su boca nunca se separó de la mía mientras nos hacía girar. No estaba segura de cómo se las arregló para cerrar el agua y ni siquiera me di cuenta de cuándo salimos exactamente de la ducha. Hubo momentos en el cuarto de baño en los que se detuvo y me encontré apretada entre la pared y él. Luego nos pusimos en movimiento de nuevo y, poco después, mi espalda chocó contra las mantas arrugadas de la cama. Estábamos juntos, con los cuerpos resbaladizos y el pelo mojado empapando las sábanas en las que acabamos enredados enseguida, y luego nos envolvimos uno alrededor del otro. Sus manos estaban por todas partes y el calor de su boca las seguía mientras yo trazaba las líneas de su pecho y su vientre, y me deleitaba en el tacto de su piel. Su boca traviesa me arrancó sonidos entrecortados, y se entretuvo en mis pechos, y luego descendió más, por debajo de mi ombligo y aún más abajo. Cuando su boca se cerró sobre esa parte tan sensible, Zayne me devoró y yo me quedé aturdida y palpitante debido a esos besos adictivos.

Esa vez hubo una breve pausa para usar protección. No íbamos a seguir tentando a la suerte en ese sentido. Luego Zayne se situó sobre mí. Les di la bienvenida a la calidez y al peso de su cuerpo, que había echado desesperadamente de menos.

—Te quiero —susurré contra su boca mientras lo instaba a acercarse con mis manos y mis besos.

Me moví contra él y luego él se deslizó dentro de mí. No hubo más palabras a partir de ahí. No fueron necesarias mientras nos lanzábamos de cabeza hacia el deseo y la pasión, pero esas no eran las únicas cosas que había entre nosotros. Cada beso y cada caricia reflejaban alivio, aceptación y una necesidad y un deseo que iban más allá de lo físico. Y había tanto amor acumulándose entre nosotros que nos estábamos ahogando encantados en él.

Antes de eso, no había habido ni una pizca de control, pero las cosas se volvieron… se volvieron frenéticas. Alcé las caderas para ir al encuentro de sus embestidas, y Zayne situó ambos brazos debajo de mí y me levantó contra él. Los dos éramos como cuerdas estiradas al máximo, y cuando nos rompimos, lo hicimos juntos, cayendo por el borde del abismo. Al mismo tiempo que unos tensos y envolventes temblores me invadían en oleadas interminables, noté una ráfaga de aire contra la mejilla y la sensación de algo suave contra el brazo. Abrí los ojos despacio.

Eran las alas de Zayne.

Habían brotado de su espalda y en ese momento las plumas nos cubrían a los dos. Alcé la mirada y vi las estrellas en el techo, que brillaban con tanta suavidad como las alas de Zayne.