Veinticinco

La miré fijamente mientras se me ponía la piel de gallina.

—Gracias por esto —dijo la Bruja Suprema, haciendo un gesto con la cabeza en mi dirección y luego en la de Zayne, a la vez que aparecía el mismo hombre que vi la última vez que estuve ahí, todavía vestido con traje.

El hombre llevó una copa de champán a la mesa y la colocó delante de la bruja. El líquido era rosado y espumoso.

—Te dije que se pueden lograr todo tipo de cosas con una pluma de alguien que ha caído. —La bruja sacó dicho artículo de la bolsa—. Sobre todo, de alguien que todavía lleva gracia dentro. Solo existe otro ser así en este mundo y más allá, pero su… Bueno, no estoy muy segura de que se pueda lograr nada hermoso con una pluma suya.

—¿Te refieres a Lucifer? —le pregunté mientras la veía guardarse la pluma en la mano.

—¿A quién si no?

La Bruja Suprema situó la mano sobre la abertura del vaso. Movió los labios, hablando con voz demasiado rápida y baja para que yo pudiera entenderla, pero lo que fuera que dijo me sonó como una oración.

Zayne se movió en su asiento frente a mí y frunció el ceño mientras la observaba.

—Me marcho de la ciudad hoy —continuó la bruja, y abrió la mano. Motas de pluma desmenuzada, espolvoreadas con luz dorada, cayeron dentro de la copa—. Voy a ir al sur a visitar a mis nietitos.

—Parece un momento tan bueno como cualquier otro para salir de la ciudad —comenté mientras ella dejaba caer lo que quedaba de la pobre pluma sobre la mesa.

La Bruja Suprema cogió la copa de champán.

—Pero dudo que me reconozcan.

El corazón me latió con fuerza contra el pecho cuando la bruja se llevó el vaso a los labios. Empecé a echarme hacia delante…

—Está bien —dijo Zayne en voz baja—. Lo que sea que esté haciendo, está bien.

Sentía las intenciones de la Bruja Suprema, su alma, y, lo que fuera que estuviera sintiendo, no le preocupaba. Supuse que eso era algo bueno, ya que ella tomó un sorbo de lo que fuera que hubiera preparado… y siguió bebiendo.

Y bebiendo.

Abrí mucho los ojos cuando se terminó todo el vaso de un trago como si fuera una profesional bebiendo chupitos.

—Dios mío —susurró con voz ronca. Se presionó el dorso de la mano contra la boca mientras dejaba escapar un pequeño eructo—. Uy, tiene un sabor fuerte. Ácido.

Me giré hacia Zayne despacio. Él parpadeó y echó la cabeza hacia atrás bruscamente.

—Por el amor de…

Mi mirada regresó de golpe hacia la Bruja Suprema y me quedé estupefacta.

—Dios…

No sabría decir qué esperaba encontrar cuando la miré, pero lo que vi no estaba en la lista de posibles sorpresas pasmosas.

Fue como ver a alguien envejecer… al revés.

El pelo blanco como la nieve de la bruja se volvió más denso y se oscureció hasta adquirir el tono de la medianoche, alargándose a medida que los elásticos rizos se definían. La piel de su frente se alisó y las profundas arrugas situadas junto a sus ojos y alrededor de su boca desaparecieron. Sus mejillas y labios se rellenaron al mismo tiempo que su mandíbula se volvía más definida. Su cuerpo se estremeció y luego su espalda se enderezó y sus hombros se elevaron. El pecho se levantó dentro de la camiseta rosa brillante y las manchas oscuras que recorrían la mano que todavía sostenía la copa de champán se desvanecieron como si alguien las hubiera borrado con una goma.

Yo seguía boquiabierta cuando la bruja echó la cabeza hacia atrás y las arrugas que le rodeaban el cuello se difuminaron. La vi tragar saliva mientras agachaba la cabeza.

Sus cejas fueron lo último que cambió. Se volvieron más finas y oscuras, siguiendo la elegante curva del hueso de su frente, y ahora tenía ante mí a una mujer que no aparentaba más de veintimuchos o treinta y pocos años.

Una mujer de una belleza despampanante.

La Bruja Suprema dejó la copa vacía sobre la mesa.

—¿Por qué envejecer con elegancia cuando puedes borrar los años con una copa y un hechizo?

Cerré la boca, pues literalmente no tenía nada que decir en respuesta a lo que acababa de presenciar.

Ella sonrió y su mirada saltó entre nosotros dos mientras se levantaba de la silla con la fluidez de alguien que no parecía estar a punto de romperse una cadera.

—Es hora de que me vaya.

—Vale —farfullé.

—Os deseo suerte en las batallas que se avecinan —dijo.

Me encontré de pie al lado de Zayne. ¿Batallas? ¿En plural? Zayne colocó la mano en la parte baja de mi espalda y me hizo darme la vuelta.

—¿Sangre Original? —me llamó la Bruja Suprema, y me detuve y miré por encima del hombro—. Puede que ya no sea tu Protector, pero sigue siendo una fuente de tu fuerza. Recuérdalo cuando nieve.

—Vaya, ha sido interesante —comentó Zayne cuando regresamos al Impala—. Y muy inesperado.

Dejé escapar una risa temblorosa.

—Pues sí. Caray. Tus plumas son como un… un lifting de cuerpo completo.

—No creo que fuera solo mi pluma —señaló él, mirándome. Las líneas de su cara apenas eran visibles en el oscuro interior del coche—. Pero me alegro de que solo usara mi pluma para eso.

—Lo mismo digo. Todavía me cuesta creer lo que acabo de ver. Al principio, pensé que era cosa de mis ojos.

—Ya somos dos. —Alargó la mano y me arregló el dobladillo torcido de la camiseta—. Tuve la sensación de que nos estaba diciendo algo importante, pero soy demasiado idiota para averiguar de qué se trataba.

—Esa mujer ha convertido el hablar de forma vaga en un arte. ¿Las batallas que se avecinan? ¿Más de una? Sinceramente, espero que eso solo haya sido para darle un efecto dramático, porque estoy deseando tomarme unas vacaciones después de que derrotemos a Gabriel.

—¿A dónde te gustaría ir?

—No lo sé.

—Venga. —Me tiró de la camiseta con suavidad—. Estoy seguro de que hay gente y lugares que quieres ver.

—Pues… —Fruncí los labios—. Me gustaría ir a visitar a Jada y a Thierry.

—Podemos hacerlo. ¿Qué más? Algún lugar en el que no hayas estado.

Incliné la cabeza hacia atrás contra el asiento.

—¿Tal vez ir a… una playa? No a una superabarrotada. Nunca he estado en el mar y me gustaría ver el océano antes de… ya sabes, así que me gustaría hacer eso. Y siempre he querido ver el letrero de Hollywood. Ya sé que suena cursi.

—Para nada. ¿Dónde más?

—¿Cualquier sitio?

—Cualquier sitio.

Una sonrisa me tiró de los labios.

—Me encantaría ver Edimburgo y Roma con mis propios ojos y tocar los edificios. Oh… y Sicilia. Me gustaría visitar el lugar del que proviene mi familia… Bueno, del que proviene el lado materno de mi familia. ¿Y tú?

—Cualquier lugar al que quieras ir me parece bien.

Lo miré.

—Pero tiene que haber un lugar al que prefieras ir.

—Donde estés es donde prefiero ir. —Levantó una mano, y se aseguró de que la viera primero antes de acunarme la mejilla—. Lo digo en serio. Si quieres visitar la comunidad, podemos hacerlo. Si quieres encontrar una remota playa privada, podemos hacerlo. Si quieres alquilar una cabaña en las montañas, ese será mi nuevo lugar favorito. ¿Roma? ¿Sicilia? Me encantaría verlas contigo. —Deslizó el pulgar por mi labio inferior—. Mejor aún, deberíamos seguir ampliando la lista de lugares que quieres ver y lo haremos. Los veremos todos. Da igual que nos lleve meses o un año entero. Lo haremos y crearemos suficientes recuerdos.

Se me contrajo la garganta por la emoción. Supe qué se traía entre manos. Crear suficientes recuerdos para que, cuando perdiera la vista, pudiera rememorarlos en lugar de contar solo con lienzos desprovistos de color y forma.

—Lo estás haciendo otra vez.

—¿El qué?

—Ser perfecto. —Me incliné hacia él. No encontré su boca en el primer intento, pero localicé sus labios rápidamente después. Lo besé—. Te quiero.

Zayne me devolvió el beso. El roce de sus labios fue dulce y suave.

—Te quiero, Trinity.

Cerré los ojos con fuerza para contener el torrente de lágrimas tontas y apreté la frente contra la suya.

—Me gusta este plan.

—A mí también. —Me besó la comisura de los labios—. Pero primero…

—Pero primero tenemos que ir a la farmacia —dije, y el estómago me dio un vuelco.

—Así es.

—Y luego pasar por el complejo a recoger tu teléfono.

—Tal vez podamos convencerlos de que nos preparen la cena —sugirió.

Sonreí contra sus labios.

—Y luego ver si podemos atraer a algún demonio.

—No te olvides de reservar algo de tiempo para que te demuestre cuánto me alegré de ver mi coche.

Me reí mientras deslizaba la mano por la parte posterior de su cuello y hundía los dedos en su pelo.

—No lo he olvidado. Podemos encontrar tiempo para eso en cualquier momento. —Lo besé rápido—. Y luego tenemos que cerrar el portal y matar a Gabriel.

—Me gustaría volver a lo de encontrar tiempo para eso en cualquier momento. —Apartó la mano de mi mejilla y la bajó por mi costado—. ¿Qué tal ahora?

Mi pulso salió disparado de inmediato hacia territorios inexplorados.

—En cualquier momento —susurré.

—En ese caso, ven aquí —dijo, y su voz sonó profunda y áspera mientras me rodeaba la cintura con el brazo.

Y fui allí.

Bueno, Zayne me llevó allí, porque requirió muchas maniobras imposibles para mí en el interior oscuro, pero me situó en su regazo en un nanosegundo y nuestros cuerpos quedaron alineados de formas divertidas y muy inapropiadas. Mis manos se desplazaron desde sus hombros hacia el centro de su pecho.

—Cuidado. —Su boca permanecía suspendida contra la mía—. Vas a romper las gafas de sol.

Le saqué las gafas del cuello de la camiseta y las lancé al asiento trasero.

—Ahora están a salvo.

Zayne se rio mientras afianzaba las manos en mis caderas.

—Eso habrá que verlo.

—Luego —insistí, y le rocé la nariz con la mía.

—Sí. —Sus labios se deslizaron sobre los míos—. Luego.

La presión de su boca aumentó contra la mía mientras me inclinaba hacia él y me deleitaba al sentirlo. Nunca me cansaría de…

Mi teléfono sonó y traqueteó en el portavasos en el que lo había metido.

—Podemos ignorarlo —sugerí.

Su mano ascendió y se posó sobre la curva de mi pecho. Su roce me abrasó a través de la fina camiseta.

—Deberíamos hacerlo —coincidió.

No sabría decir quién besó a quién entonces. Daba igual. La crudeza del beso me dejó sin aliento al mismo tiempo que el deseo, el amor y otras mil sensaciones alocadas y maravillosas se apoderaban de mí. La piel me ardió cuando Zayne arrastró el pulgar por el centro de mi pecho, creando un fuego en mi interior.

Mi teléfono avisó de que había recibido un mensaje, y luego otro. Me apreté más contra Zayne y deseé que el teléfono se callara. Quería ser irresponsable…

—Deberíamos ver quién es —dijo Zayne mientras giraba la cabeza, y gemí mientras apretaba la frente contra su mejilla. Sacó mi teléfono del portavasos.

Le besé la parte inferior de la mandíbula.

—¿Quién es?

—Bueno, el mensaje dice: «Coge el teléfono, Sangre Original insignificante». —Hizo una pausa—. ¿Voy a tener que matar a alguien por enviarte un mensaje así?

Me aparté.

—No. Tiene que ser Cayman. Dame. —Agité los dedos y entrecerré los ojos ante el brillo de la pantalla cuando me lo entregó. Me dispuse a presionar la opción para devolverle la llamada al demonio mientras miraba a Zayne—. Y, si no fuera Cayman, ¿de verdad matarías a alguien por llamarme Sangre Original insignificante?

—¿Con sinceridad? —me preguntó mientras ladeaba la cabeza.

Hice un gesto afirmativo.

—Probablemente.

—Hum… —Apreté los labios y ensanché las mejillas—. Eso podría ser una reacción excesiva.

—Ya lo sé.

Su mano regresó a mi cadera y se puso en movimiento.

—Y tengo la sensación de que te da igual —añadí.

—Así es.

Negué con la cabeza mientras marcaba el número.

—Vamos a tener que hablar de eso luego.

Al estar tan cerca, pude ver su sonrisa y entorné los ojos. Activé el altavoz del teléfono.

Cayman respondió al segundo tono.

—No me puedo creer que no lo cogieras…

—Ten cuidado. Zayne quería matarte porque me llamaste Sangre Original insignificante.

—Me da la impresión de que Zayne tiene problemas para controlar la ira —contestó Cayman—. Pero no tenemos tiempo para eso. Roth y Layla van a regresar y necesitan que os reunáis con ellos.

Miré bruscamente a Zayne mientras Cayman continuaba.

—Bueno, creen que solo van a reunirse contigo, Trinity. No tuve ocasión de contarles lo tuyo, angelito. La cobertura móvil en el infierno es horrible.

Sinceramente, a mí me asombraba el hecho de que hubiera siquiera cobertura móvil en el infierno cuando en una esquina del cuarto de baño del apartamento no había.

—¿Dónde debemos reunirnos con ellos? —preguntó Zayne mientras hacía gala de su habilidad para realizar varias tareas al mismo tiempo al deslizar la mano por la cara externa de mi muslo.

—Id a su casa, pero, en lugar de deteneros allí, seguid avanzando por el camino. Llegad hasta el final. Se reunirán con vosotros allí. Llamadme cuando lleguéis.

—¿Y tú dónde vas a estar? —le pregunté.

—Ya sabes, voy a estar ocupado —contestó el demonio—. Haciendo cosas.

Miré el teléfono con el ceño fruncido.

—Llamadme —repitió Cayman, y luego la llamada se cortó.

—Me pregunto si llegó a averiguar si Lucifer tiene de verdad demonios buscándome —dije mientras me retorcía para apartarme del regazo de Zayne y regresar al asiento del acompañante.

Puede que me provocara un tirón en un músculo del culo al hacerlo.

—Me pregunto si Roth y Layla lograron que Lucifer subiera a la superficie.

—Supongo que ya lo descubriremos —contesté.

Entonces me di cuenta de que las gafas de sol estaban en el asiento trasero. Dejé escapar un gruñido y trepé a medias entre los asientos para cogerlas.

—¿Estás lista? —me preguntó Zayne cuando el motor se puso en marcha con un estruendo.

—Sí. —Me puse las gafas—. ¿Estamos muy lejos de su casa? No me acuerdo.

—A unos treinta minutos en cuanto crucemos el puente —dijo, con una mano apoyada en mi rodilla mientras usaba la otra para conducir—. Tiempo más que suficiente.

—¿Tiempo más que suficiente para qué?

Me apretó la rodilla con suavidad.

—Ya lo verás.

Bajé la mirada hasta donde estaba apoyada su mano. Me gustaba eso, que él quisiera mantener el contacto físico entre nosotros. Zayne era así antes.

Matar a alguien por llamarme insignificante era algo nuevo.

Al menos, eso pensé mientras colocaba mi mano sobre la suya y miraba por la ventanilla. Cuando salimos del aparcamiento, me di cuenta de que casi había anochecido.

Observé las formas borrosas de las personas y los escaparates de las tiendas mientras el pulgar de Zayne se movía y trazaba círculos lentos, y procuré no preocuparme demasiado de si Roth y Layla habían tenido éxito o no. Ni siquiera estaba segura de si debería preocuparme o alegrarme en caso de que lo hubieran conseguido.

Los pensamientos sobre Lucifer se desvanecieron de mi mente cuando me concentré en Zayne: en su mano y sus dedos. Su mano había subido más por mi pierna y, aunque sus dedos simplemente dibujaban círculos lentos por la cara interna de mi muslo, todo mi ser se volvió hiperconsciente. Me invadió un intenso acaloramiento al mismo tiempo que mi pecho se elevaba al inspirar hondo. Bajé la mirada. Mi mano seguía apoyada con suavidad sobre la suya. Zayne no hacía nada. Esa era la verdad. Debía controlar mis hormonas…

Me mordí el interior del labio cuando sus dedos se deslizaron lentamente hacia arriba, hasta llegar al centro de mi cuerpo. Lo miré bruscamente mientras se me secaba la boca y mi cuerpo crepitaba.

Zayne me dedicó una mirada rápida. Sus labios formaban una leve curva.

—Tiempo más que suficiente —repitió.

—¿Para qué?

Me quedé sin aliento a medida que sus dedos continuaban trazando aquellos círculos lentos y firmes.

—Para demostrarte cuánto me alegré. —Se centró en la carretera—. ¿Quieres averiguarlo?

—Oh —susurré. El corazón me latía tan rápido que pensé que me iba a dar un infarto—. Sí.

Debería haber dicho que no. No tenía ni idea de si alguno de los vehículos con los que nos cruzamos podía ver dentro del Impala, pero no dije eso. Mi mirada saltó del parabrisas hasta la ventanilla del acompañante mientras cruzábamos el puente y Zayne…

Me volvió loca.

Así me sentí con cada círculo y con los roces ligeros como una pluma y los más fuertes. Las mallas y las bragas que había debajo no suponían una gran barrera, pero luego su mano se escabulló de la mía y se abrió paso debajo de la cintura de las mallas. Se detuvo allí, esperando… permiso, y, mientras yo miraba por la ventanilla sin ver nada en realidad, le rodeé el antebrazo con la mano, instándolo a continuar.

Y eso hizo.

No sabría decir a qué se debió. Si fue el roce de sus dedos contra mi piel desnuda o si fue lo que estábamos haciendo y lo maravillosamente travieso que me parecía. Si fue cuánto se implicó Zayne o si fueron todas esas cosas, pero cerré los ojos y me limité a existir, allí en ese momento, con él y lo que estaba haciendo con esos movimientos de su dedo, juguetones y superficiales, y luego implacables y profundos. Eché la cabeza hacia atrás y cerré los ojos mientras mis caderas se movían, persiguiendo su mano. Sentí que perdía el control mientras apretaba los muslos contra su muñeca al mismo tiempo que le clavaba los dedos en la piel del antebrazo. Todo mi cuerpo se arqueó a medida que él profundizaba más.

—Zayne —susurré y apenas reconocí mi propia voz mientras todo mi ser se tensaba y de contraía cada vez más.

La sensación que me invadió, desde los músculos de las manos hasta los dedos de los pies, me recordó a los momentos previos a dar un salto peligroso, cuando mis pies se separaban del suelo y experimentaba un instante de ingravidez en el que el corazón me daba un brinco: el mismo segundo en el que me sentía como si pudiera volar. Grité, perdida en las sensaciones, mientras mi cuerpo giraba y giraba antes de licuarse. No pude recobrar el aliento cuando el orgasmo se apoderó de mí, palpitando y haciéndome estremecer. Me tembló todo el cuerpo mientras me aferraba a su mano, y noté los tendones moviéndose bajo mis dedos. El eco de los murmullos que brotaban de mí hizo que se me sonrojaran las mejillas a medida que la avalancha de sensaciones disminuía.

Vagamente, fui consciente de que él apartaba la mano. Abrí los ojos y bajé la mirada. Abrí los dedos despacio. La piel se le había quedado más rosada donde lo había agarrado, pero no tenía ninguna herida. Me estremecí.

—Vaya… —Me costó un momento recordar cómo hablar—. Te alegraste mucho.

Él se rio entre dientes.

—No por el coche. Aunque estuvo bien reunirme con él —dijo y lo miré—. Eres preciosa, Trin. —Me echó un vistazo—. Dios mío, eres preciosa.

Me puse colorada.

—Gracias. Por el cumplido. —El sonrojo se hizo más intenso—. Y por lo que pasó antes de eso.

—Fue un placer. Un honor. —Se mordió el labio inferior—. Casi hemos llegado.

Giré la cabeza perezosamente, justo a tiempo de ver que dejábamos atrás el camino que supuse que conducía a la casa de Roth y Layla, que era prácticamente una mansión.

Yo seguía agarrando el brazo de Zayne cuando los árboles se volvieron más densos a nuestro alrededor y llegamos al final del camino, que no tenía salida.

—Supongo que es aquí —dijo Zayne mientras apagaba el motor del coche. Miré a mi alrededor y vi… árboles—. ¿Estás lista para comprobar de qué va esto?

—Ajá. —Me quité las gafas de sol y las coloqué en el salpicadero—. ¿Puedes coger mi teléfono?

—Ya lo tengo.

—Genial.

—Pero vas a tener que soltarme el brazo.

—Oh. —Lo solté. Abrí la puerta, bastante relajada, y salí. La grava crujió bajo mis botas cuando me dirigí hacia la parte delantera del Impala—. En estos momentos me vendría bien una siesta.

—Creo que eso va a tener que esperar.

Zayne se reunió conmigo, bajó la cabeza y me besó con suavidad.

—Aguafiestas. —Me acurruqué contra él unos segundos, inhalé su aroma a menta fresca, y luego me aparté. Era hora de ser madura y responsable o algo así—. Supongo que deberíamos llamar a Cayman.

La pantalla de mi móvil cobró vida con un destello cuando Zayne llamó al demonio. Observé el campo que se iba oscureciendo con rapidez. El terreno era bastante abierto salvo por unos cuantos robles gigantes. El único sonido aparte del timbre del teléfono era el zumbido de los saltamontes, las langostas o las cigarras. Para mí todos eran «asquerosos y enormes bichos voladores», así que no sabía distinguirlos.

—Ya estamos aquí —dijo Zayne cuando Cayman contestó al teléfono.

—Habéis tardado bastante —llegó la respuesta a través del altavoz.

Miré a Zayne y me sonrojé. Al contar únicamente con la creciente luz de la luna, apenas pude ver sus facciones, pero detecté un atisbo de sonrisa.

—Cogí la ruta paisajística —contestó, y la cara me ardió aún más—. Estamos aquí y, a menos que se hayan vuelto invisibles de pronto, no veo a Roth ni a Layla.

—Deberían llegar en cualquier momento. Cruzarán por un portal en algún lugar del campo.

Arqueé una ceja mientras me apartaba del asfalto con cuidado y me adentraba en la hierba que me llegaba hasta las pantorrillas.

—Espero que no tarden mucho, porque estoy segura de que estaré cubierta de garrapatas cuando acabe la noche.

—Te ayudaré a comprobarlo luego —me ofreció Zayne, que se encontraba unos pasos detrás de mí.

Se me dibujó una amplia sonrisa cuando Cayman dijo:

—Estoy seguro de que eso es justo lo que vas a ayudarla a hacer luego.

—Pareces celoso —comentó Zayne mientras me alcanzaba. Encontró mi mano y entrelazó sus dedos con los míos. Mi sonrisa aumentó de manera exponencial.

—Lo estoy un poco —respondió Cayman, y prácticamente pude verlo hacer un mohín.

—¿Este terreno le pertenece a alguien? —pregunté, examinando el campo en sombras y los árboles circundantes—. Si es así, avísanos por si aparece alguien con una escopeta.

—Es de Roth, ya que no quería tener vecinos —nos explicó el demonio—. Así que compró unos cien acres alrededor de la casa.

Parpadeé, asombrada.

—Ser un demonio debe estar bien pagado.

—Ser un príncipe demonio desde luego que sí —dijo Cayman—. Pero, en otras palabras, no hay nadie alrededor que pueda oírte gritar.

Me detuve, con el ceño fruncido, y miré el teléfono que Zayne sostenía en la palma de la mano.

—Vaya, eso es espeluznante.

—Lo sé —contestó Cayman con una risita, y eso fue aún más espeluznante.

Zayne sacudió la cabeza mientras me soltaba la mano y se adelantaba unos pasos.

—¿Sabes si traen a un amigo extraespecial con ellos?

—Ni idea. Como dije, la cobertura era horrible.

Crucé los brazos.

—¿Y, por casualidad, has averiguado algo sobre si es posible que Lucifer haya enviado demonios a por mí?

—Puesto que no ha sido fácil encontrar a nadie que estuviera al tanto, la respuesta es no. Y, sí, ya lo sé, soy muy útil últimamente.

—Y que lo digas. —Zayne giró la cara cuando el sonido de… agua corriendo llegó a través del teléfono—. ¿Qué estás haciendo?

—Dándome un baño.

—¿Te estás bañando ahora mismo? —le pregunté—. ¿Mientras hablas por teléfono con nosotros? ¿Cuando Roth y Layla podrían estar a punto de aparecer o no con Lucifer?

—Oye, no suelo disponer de tiempo para mimarme —protestó el demonio—. Así que, cuando encuentro ese tiempo, lo aprovecho. Además, es un baño de burbujas.

—Eres un desastre —le dije.

—Ya lo sé… Oh, acabo de recibir un mensaje. Dejad que lo compruebe. —Durante un momento se oyó algo que sonó como… salpicaduras y luego Cayman anunció—: ¿Capitán? Por la izquierda.

Zayne me miró.

—¿Acaba de citar a Falcon en Endgame?

—Eso parece. —Entrecerré los ojos y miré por encima del hombro de Zayne. El mundo estaba inmerso en esos minutos en los que todo era un tanto gris, y ese no era el mejor momento para mis ojos, pero el espacio situado detrás de Zayne pareció ondularse—. Podría ser cosa de mis ojos, pero puede que se esté abriendo un portal detrás de ti.

Zayne se giró.

—Sin duda es un portal, pero dudo que el rey de Wakanda esté a punto de aparecer.

—Aunque eso sería muy guay —murmuré.

Unas chispas rojas se extendieron por el aire ondulante al mismo tiempo que percibíamos un olor a azufre. Mi gracia palpitó a modo de respuesta y se me tensaron los músculos. Un momento después, una serie de hormigueos me recorrieron la nuca.

El Príncipe Heredero del Infierno y la hija de Lilith salieron del portal.

Como siempre, me quedé un poco estupefacta por el contraste en el aspecto entre ellos. Roth, con su pelo oscuro y alborotado y su afición a vestir de negro, y Layla, con su largo pelo rubio platino y su predilección por los tonos pastel, suponían una llamativa contradicción entre sí y, sin embargo, parecían encajar a la perfección, como el día y la noche.

Roth era inhumanamente guapo, como si un hábil artista lo hubiera moldeado con arcilla, pero había un rastro de frialdad en él que hacía que su belleza fuera casi brutal. Su atractivo no era ninguna sorpresa. Absolutamente todos los demonios de Nivel Superior eran atractivos, sin importar su género o la orientación sexual de quien los viera. Eran la encarnación de la tentación, y Layla era igual de preciosa, aunque de una manera etérea. Ella parecía más angelical que yo y eso que no tenía dentro sangre de ángel… Bueno, salvo por la sangre de Caído que, por lo visto, había bebido.

Avanzaron con las manos unidas. No sabría decir cuál vio a Zayne primero, pero los dos se detuvieron al mismo tiempo. Estaban demasiado lejos para que yo pudiera distinguir sus expresiones, pero apostaría que la sorpresa y el asombro estaban grabados en sus facciones mientras miraban fijamente a Zayne.

Ninguno de los dos se movió mientras yo buscaba la aterradora tercera llegada, pero estaban solos cuando el portal se cerró detrás de ellos. ¿Eso significaba que habían fracasado?

—Joder —susurró Roth, con la atención fija en Zayne.

Layla dio un paso adelante y soltó la mano de Roth.

—¿Zayne? —susurró, sin llegar muy lejos. Roth le apresó la mano y le impidió avanzar sin quitarle la vista de encima a Zayne—. ¿Eres…? —Se le quebró la voz—. ¿De verdad eres tú? ¿Cómo? —Giró la cabeza bruscamente hacia mí—. ¿Ángel te ayudó?

—No fue Ángel —contestó Zayne, con la voz más ronca—. Pero soy yo, bichito.

—¿Bichito? —susurró ella mientras yo repetía mentalmente aquel apodo bastante mono y luego su cara pareció contraerse.

Se me formó un nudo de emoción en la garganta mientras Layla tiraba de la mano de Roth, intentando llegar hasta Zayne.

—Hay algo raro en él. —Roth la detuvo—. ¿Qué ves a su alrededor, Layla?

—Pues… —El pelo rubio blanquecino se balanceó cuando ella negó con la cabeza. Oí la exclamación ahogada que soltó—. No veo nada.

—Es normal, porque ya no soy un Guardián —dijo Zayne, que se quedó inmóvil—. Roth sabe lo que soy. Por lo visto, siempre ha sabido lo que fuimos en otra época.

La cabeza de Layla se giró de golpe hacia Roth y luego de nuevo hacia Zayne.

—Los Guardianes fueron hace mucho tiempo ángeles que cayeron, pero tú no eres un ángel. No tienes aura…

—Eso es porque es un puñetero Caído. —Entonces Roth hizo retroceder a Layla de un tirón al mismo tiempo que se situaba delante de ella—. Con gracia.

—¿Qué? —exclamó Layla mientras esquivaba a Roth.

—Sí, es un Caído —intervine—. Y, sí, todavía tiene un montón de fuego celestial dentro, pero sigue siendo Zayne.

—Imposible —soltó Roth.

—Estoy plantado delante de ti, así que no sé por qué piensas que es imposible —respondió Zayne—. Pero para abreviar, fui restituido, me devolvieron mi gloria. Me permitieron caer y conservar mi gracia para ayudar a luchar contra Gabriel.

—¿Te lo permitieron? —El tono de Roth estaba cargado de incredulidad—. ¿Un ángel restituido cae y conserva su gracia cuando el otro único ser que iguala esa monumental mala decisión vital es…?

Un intenso estallido de luz blanca surcó el cielo y me sobresaltó. Levanté la mirada y me estremecí cuando otro rayo atravesó la oscuridad y se estrelló contra el suelo no muy lejos de donde estábamos. Un trueno me sacudió los huesos y luego el cielo se llenó de pronto de relámpagos. Retrocedí bruscamente, con el corazón desbocado.

—Tendremos que terminar esta conversación luego —dijo Roth.

Docenas de rayos chocaron contra el suelo y el impacto creó un estruendo continuo de truenos. El aire se cargó de electricidad estática que hizo que se me erizara todo el vello del cuerpo.

Zayne apareció de repente a mi lado mientras otro fuerte rayo impactaba en un árbol cercano. El roble se partió justo por la mitad y luego se incendió.

El cielo se llenó del rugido de los truenos y el suelo… el suelo se onduló y me hizo perder el equilibrio. Zayne me agarró por la cintura y me mantuvo lo más firme que pudo mientras la tierra parecía temblar hasta el mismo núcleo. Ni siquiera tuve tiempo de sentir miedo o preguntarme si estar en un campo rodeados de árboles era lo más adecuado en medio de un terremoto. Todo se detuvo tan rápido como empezó. Los relámpagos. Los truenos. El terremoto.

Miré a Zayne, con el corazón acelerado.

—Eh…

Dos luces brillantes aparecieron detrás de nosotros y se abrieron paso a través de la oscuridad. Un espeluznante hormigueo me recorrió la piel mientras Zayne y yo nos girábamos hacia donde estaba aparcado su Impala. Ahora los faros estaban encendidos. Al igual que la luz interior.

—Qué raro —comentó Zayne.

Un segundo después, la radio se encendió, a un volumen casi ensordecedor, y fue cambiando rápidamente de emisora como si hubiera alguien allí girando los diales.

Salvo porque no había nadie dentro, ni siquiera un fantasma muy aburrido. El coche estaba desprovisto de vivos y muertos.

—Muy raro —añadí.

—Pero ¿qué diablos…? —murmuró Zayne.

La radio dejó de cambiar de emisora y el sonido… el sonido de un riff de guitarra brotó del interior del Impala. Era una canción. Me sonaba vagamente. Una áspera voz masculina cantó:

—«I’m on my way to the promised land…»

Fruncí el ceño y empecé a articular las palabras en silencio. El coro retomó una letra muy reconocible.

—¿Eso es…?

—¿Highway to Hell? —terminó Zayne por mí mientras miraba por encima del hombro—. Por favor, decidme que no tiene su propia canción de entrada.

Antes de que alguien pudiera responder a esa pregunta, el suelo junto al árbol que ardía estalló. Un géiser de tierra y llamas salió disparado y se elevó varias decenas de metros en el aire.

Me giré despacio, ladeé la cabeza y clavé la mirada en la masa de llamas y tierra que se arremolinaban. Había sombras allí, una oscuridad que fue tomando forma, e incluso con mi mala vista pude distinguir unas alas y unos cuernos enormes: alas tan largas como dos Impalas y cuernos del tamaño de una persona.

—Ya está aquííííí —resonó la voz de Cayman de forma inquietante a través del teléfono que Zayne sostenía mientras AC/DC cantaba Highway to Hell.

Se me secó la boca.

La cosa que había dentro del fuego se estiró hacia nosotros. Se trataba de un monstruo hecho de llamas ondulantes, un tipo de demonio que yo no había visto nunca. Abrió la boca para soltar un rugido atronador al mismo tiempo que escupía fuego hacia el cielo y por el suelo. El calor nos azotó la ropa y el pelo.

Dios santo, ¿Lucifer era un gigante?

Probablemente no debería hacerle esa pregunta a Dios, pero ¿cómo rayos se suponía que íbamos a colaborar con algo así y tenerlo escondido?

Vaya, eso había sido mala idea.

El monstruo de fuego estiró los brazos mientras echaba la cabeza hacia atrás para soltar una risa abrasadora.

Muy mala idea.

Las llamas destellaron con intensidad y luego se evaporaron. Un pequeño suspiro escapó de mis labios cuando el monstruo de fuego se encogió hasta medir algo más de dos metros.

Desde luego, era un monstruo de fuego de un tamaño más manejable, pero seguía siendo un monstruo de fuego.

La hierba chisporroteaba y luego ardía a cada paso que daba la criatura al avanzar con aire amenazante.

—Eh… —repetí, y me obligué a quedarme quieta y a mantener mi gracia contenida.

—No pasa nada —nos aseguró Roth—. Simplemente le gusta hacer una entrada triunfal.

—El eufemismo del año —murmuró Zayne.

Justo cuando yo estaba a punto de preguntar si el tema del fuego era permanente, las llamas se desvanecieron y dejaron ver piel… Una piel que, sorprendentemente, mostraba el mismo tipo de brillo que la de Zayne, aunque más intenso. Me recordó a la de mi padre (un caleidoscopio de rosados y marrones en constante cambio) antes de asentarse en un tono leonado que no parecía ni blanco ni marrón. A medida que el brillo se apagaba, lo primero que noté fue que pude ver sus facciones con claridad… Bueno, con tanta claridad como era posible a la luz de la luna, pero sin duda eran más visibles que las de Roth o Layla. Lo segundo que noté fue lo mucho que se parecía a mi padre, incluso sus ojos. Eran de un tono azul vibrante y antinatural y las alas eran iguales (otra cosa que me sorprendió a pesar de que ya sabía que Lucifer había conservado sus alas después de caer, además de su gracia). Simplemente, no me había esperado que fueran tan blancas e impolutas, porque, después de todo, era el puñetero Lucifer. Sus alas eran tan grandes como las de mi padre y abarcaban tres metros por lo menos. La mandíbula y los pómulos esculpidos eran iguales. La frente prominente y la nariz recta eran casi idénticas. El pelo rubio hasta los hombros también se parecía. Podrían ser hermanos… Y entonces caí en la cuenta de que Miguel y Lucifer sí eran hermanos, al igual que Rafael, Gabriel y todos los demás.

Ay, vaya, menuda familia más disfuncional.

De la que yo formaba parte.

Un momento. ¿Eso significaba que Lucifer era… mi tío? Arrugué la nariz. Si nos hacíamos una prueba de ADN en una de esas páginas de internet seguro que localizábamos parientes superraros.

Pero la genealogía familiar no importaba nada en ese momento, porque, por último, la tercera cosa que noté, por desgracia, fue que estaba desnudo.

¿Por qué estaban siempre desnudos?

Sin embargo, mantener la mirada en alto no me supuso un problema. No quería ver nada de lo que él tuviera o no tuviera ahí abajo.

Lucifer se detuvo más o menos a un metro de Roth y Layla, y movió las alas en silencio detrás de él. Una sensación fría me empapó la piel y los huesos mientras aquellos ojos ultrabrillantes nos recorrían y, cuando habló, una capa de hielo me recubrió el alma. Su voz… era como una melodía, un himno. Era la clase de voz que podría convencerte para participar en cualquier pecado inimaginable.

—Inclinaos —nos ordenó Lucifer—. Inclinaos ante vuestro verdadero señor y salvador.

Ninguno de nosotros se movió.

Ni se inclinó.

Todos nos lo quedamos mirando, lo que probablemente significaba que estábamos a punto de ser brutalmente asesinados de formas muy horribles.

Lucifer dio una palmada, lo que me hizo dar un pequeño brinco.

—Es broma. —Se rio entre dientes y el sonido fue como chocolate negro: suave y pecaminoso—. Bueno, tengo entendido que me necesitan para salvar el mundo.

—Sí —contesté con voz ronca.

Lucifer sonrió y yo no había visto nunca algo tan hermoso y tan aterrador al mismo tiempo. Se me puso la carne de gallina.

—En ese caso, armemos un pequeño pandemónium.