Veintiséis

—¿Puedes ponerte algo de ropa primero? —sugirió Roth.

Yo apoyaba por completo esa petición.

—¿Mi desnudez te hace sentir incómodo, príncipe?

—Sí —contestó Roth—. Así es.

—¿Y qué opináis vosotros dos…? —Lucifer nos miró de nuevo a Zayne y a mí. Ladeó la cabeza—. Por la fruta prohibida, ¿qué tenemos aquí?

No estuve del todo segura de a cuál de nosotros se refería.

—La hija de un ángel… —Echó la cabeza hacia atrás mientras inspiraba hondo—. Aunque no de cualquier ángel. —Volvió a bajar la barbilla de golpe y sus ojos ya no eran azules. Ardían con un intenso tono carmesí—. Miguel —dijo con desdén—. Apestas a Miguel. Te he estado buscando.

Zayne se situó delante de mí en un abrir y cerrar de ojos y oí el sonido de su camiseta rasgándose cuando sus alas se desplegaron a su espalda, de un blanco brillante y surcadas de gracia palpitante. Me pareció que Layla dejaba escapar una exclamación entrecortada.

—¿Y un Caído? ¿Un Caído con su gracia? ¿Qué ha sido de este mundo para que lo primero que vea sea una nefilim y un Caído que todavía posee gracia? —La risa de Lucifer sonó como carámbanos cayendo y no dije ni pío acerca del asunto de la nefilim—. ¿Crees que puedes derrotarme, Caído? He extirpado alas más grandes que las tuyas. ¿Quieres saber lo que se siente? —El olor a azufre me quemó las fosas nasales—. Accederé encantado.

—Preferiría que no, pero, si te acercas siquiera a ella, estoy más que dispuesto a averiguarlo cuando te arranque las alas —le advirtió Zayne.

Abrí mucho los ojos.

Lucifer soltó otra carcajada siniestra.

—Engreído. Creo que me gusta.

—En realidad, eso no es algo bueno —comentó Roth, que se había mantenido al margen—. Suele coleccionar cosas que le gustan.

—Y meterlas en jaulas —confirmó Lucifer. ¿A qué diablos venía esa obsesión con meter cosas en jaulas?—. No me dijiste que había un Caído involucrado, Príncipe.

—No lo sabía —respondió el aludido mientras yo me asomaba por detrás de una de las alas de Zayne. Lucifer seguía observándolo como si quisiera zampárselo de cena—. Este es el Guardián del que te hablamos. Al que mató Gabriel.

—Ajá, así que te devolvieron tu gloria. Te restituyeron a la senda de la rectitud, pero caíste. Por ella. —La cabeza de Lucifer se desplazó bruscamente a la izquierda y aquellos relucientes ojos rojos se encontraron con los míos—. Cucú, te veo.

—¿Hola? —dije, y me estremecí.

Él bajó la barbilla con una sonrisa.

—¿Cómo le va a tu querido padre? Hace tiempo que no lo veo.

—La verdad es que no lo sé. —Me aparté a un lado y pasé por debajo del ala de Zayne. Él soltó una palabrota, pero lo ignoré—. Es más bien un padre ausente.

—Vaya, tenemos eso en común. —La mirada de Lucifer se desvió hacia Zayne—. Y tú y yo también tenemos cosas en común. Pero yo todavía conservo mi gloria, Caído. Acércate a mí y te apresaré con cadenas hechas con tus propios huesos y tendré a tu nefilim a mi lado y en mi cama.

Zayne se puso tenso a mi lado al mismo tiempo que la gracia me invadía y anulaba mi ya de por sí limitado sentido común. Di un paso adelante mientras los bordes de mi vista se volvían blancos.

—Como le toques un solo pelo de la cabeza —solté—, te cortaré eso que crees que vas a usar en esa cama y te lo haré tragar.

Las cejas de Lucifer se alzaron de golpe y su sonrisa se ensanchó.

—Oye, no deberías coquetear conmigo de forma tan evidente delante de tu chico. Eso podría herir sus sentimientos.

—¿Chico? —El gruñido que brotó de Zayne me recordó al sonido que haría un animal muy grande y con mucho instinto depredador.

—Amigos —suspiró Roth—. ¿Podemos olvidarnos de esto? Los dos tenéis las alas grandes y los tres tenéis un montón de gracia. Zayne no se va a acercar a ti. Lucifer no le va a hacer daño a Zayne y, Trinity, tú no vas a cortar ninguna parte innombrable. ¿Y, además, puedo dejar de ser la voz de la razón? No me gusta. Para nada.

—Pues creo que a mí me gusta —dijo Layla—. Es un cambio agradable.

—Ojalá estuviera ahí para verlo —llegó la voz de Cayman a través del teléfono—. Todo esto suena muy sexi, pero es mi momento de mimarme.

—¿Qué diablos haces todavía al teléfono? —le espeté.

—Viviendo mi vida —replicó Cayman—. No me juzgues…

Zayne interrumpió la llamada y sentí que sus alas descendían detrás de mí.

—Yo no participé en la decisión que te trajo aquí. Estoy seguro de que todos nos vamos a arrepentir.

—Probablemente —contestó Lucifer con una sonrisa de suficiencia.

—Pero Roth parece creer que puedes ayudarnos a derrotar a Gabriel —continuó Zayne, con una entonación tan escasa como su paciencia—. Si estás aquí para hacer eso, no tengo ningún problema contigo, pero como vayas a por ella…

—¿Me vas a hacer daño? —Lucifer hizo un mohín—. ¿Mucho daño? ¿Me vas a hacer pupa?

—Ella te va a hacer mucho daño —le advirtió Zayne—. Y yo me voy a quedar mirando y riéndome mientras lo hace.

—Para que lo sepas, Zayne —dije—. Si estuviéramos solos y, a ser posible, no estuviéramos a punto de vérnoslas con un Lucifer desnudo, me echaría encima de ti ahora mismo.

—Puedes hacerlo luego —contestó él—. Y habrá un luego.

Sonreí.

Lucifer se nos quedó mirando un momento y luego juraría que puso los ojos en blanco.

—Amor —soltó mientras sus ojos volvían a ser azules—. Qué curioso. Espero que, por lo menos, vosotros seáis algo menos empalagosos que estos dos.

Reprimí mi gracia al sentir que la amenaza inmediata de que Lucifer nos arrancaría la piel de los huesos se había reducido. Sin embargo, las alas de Zayne permanecieron a la vista, desplegadas detrás de mí.

—¿Enviaste demonios a por mí?

—¿Qué? —preguntó bruscamente Roth.

—Unos guls y un demonio de Nivel Superior vinieron a por Trinity —contestó Zayne—. Ahora están muertos.

—Qué pena —murmuró Lucifer con el que probablemente fuera el tono más falso que se pueda imaginar—. Me enteré de lo que Gabriel estaba planeando antes de que apareciera mi última y mayor decepción.

—Caray —masculló Roth.

—Bael llevaba algún tiempo comportándose de forma sospechosa —nos explicó Lucifer, y eso me hizo enarcar las cejas. ¿De forma sospechosa?—. Así que sentí curiosidad y decidí tantear el terreno. No tardé en averiguar lo que planeaba el más quejica de todos mis hermanos. Y supe que debía hacer algo para detenerlo.

Me quedé asombrada.

—¿Ya querías detener a Gabriel? —Les eché un vistazo a Roth y a Layla—. Antes incluso de que fueran a hablar contigo.

—¿Te sorprende? —Lucifer se giró para mirarlos—. Ella cree que quería ayudar a la humanidad, ¿verdad?

—No te conoce como yo —respondió Roth.

—Qué monada. —Lucifer se rio mientras volvía a centrarse en mí—. Que no te quepa la menor duda de que me importan una mierda la humanidad o el cielo, pero hay normas. Acuerdos. E incluso yo los cumplo. Lo que Gabriel planea hacer altera el equilibrio, y esa es una de las dos cosas que no puedo permitir.

—¿Y cuál es la otra cosa? —le pregunté, aunque sabía que probablemente no debería haberlo hecho.

—Que Bael o Gabriel lo eclipsen —aportó Layla.

—Así es —confirmó Lucifer, lo que me hizo alzar las cejas—. Yo soy el tío más duro del barrio; algo que, por lo visto, Gabriel necesita que le recuerden. No es a él a quien otros deberían temer y rezar en busca de protección. Sino a mí. Esa es mi labor. Y, como dicen en la mejor serie de televisión de todos los tiempos, Los inmortales, solo puede quedar uno.

Parpadeé una vez y luego dos.

—¿Conoces la serie Los inmortales?

Lucifer me miró como si fuera medio tonta mientras Roth comentaba:

—De vez en cuando, un iPad perdido llega al infierno y tiene algunas películas o series de televisión descargadas. Uno de ellos tenía Los inmortales.

—¿Has visto la película? —le pregunté.

—¿Hay una película? —dijo Lucifer mientras abría mucho los ojos con interés.

—Unas cuantas, en realidad. ¿Unas seis o siete? —contesté.

—No creo que este sea el momento de hablar de Los inmortales —intervino Zayne y la mirada que le lanzó Lucifer habría hecho que la mayoría de la gente saliera huyendo. Zayne se limitó a arquear una ceja—. ¿Por qué enviaste a esos demonios a por Trinity?

—¿Por lógica? No me seas tiquismiquis.

El diablo no acababa de usar la palabra «tiquismiquis». Me negué a aceptar que había oído eso.

—Supuse que podía hacer algo útil y salvar al cielo de sus propias creaciones e ignorancia al eliminar el componente clave que Gabriel necesita para completar su plan bastante ingenioso.

—Por desgracia, yo soy ese componente clave.

—Por desgracia para ti, así es. —Lucifer ladeó de nuevo la cabeza—. Eliminarte de la ecuación parecía el método más fácil y rápido de resolver este problema. No puedes discrepar con eso. Todo el mundo debería estar dándome las gracias.

—Yo puedo discrepar al cien por cien —contestó Zayne.

Lucifer entornó los ojos.

—Contigo fuera de la partida, problema resuelto. No es nada personal.

—Lo siento, pero me parece bastante personal —dije sin apartar la mirada de él.

—Tampoco es que fuera a matarte —añadió—. Solo tenían que llevarte ante mí.

—Lo que no ha mencionado es que, sin sangre demoníaca, no habrías sobrevivido mucho tiempo en el infierno —aclaró Roth.

Me crucé de brazos y miré fijamente a Lucifer.

Él puso los ojos en blanco.

—Vaya forma de cargarme el muerto, hijo.

—Un momento. ¿Es tu padre? —pregunté. ¿Eso significaba que también estaba emparentada con Roth?

—No en el sentido que estás pensando —dijo Roth—. Él me creó.

—¿Eso no me convierte en tu padre? ¿Al igual que hace que Dios sea el mío? —lo retó Lucifer—. Simplemente soy un padre que se implica más. A diferencia de ya sabes quién.

—No quiero tener esta conversación otra vez. Por favor —contestó Roth mientras negaba con la cabeza.

—Ahora que estás aquí, ¿tus planes para eliminar a Trinity de la ecuación han cambiado? —Zayne nos ayudó a volver a encaminar la conversación. Otra vez. Y, vaya, era agradable tenerlo cerca para que hiciera eso—. Porque solo nos faltaba tener que preocuparnos encima de que haya demonios intentando capturarla para llevártela.

—No enviaré a más demonios a por ella. —Lucifer se giró hacia mí—. A menos que, de algún modo, no logremos detener a Gabriel. Entonces puede pasar cualquier cosa.

Zayne abrió la boca, pero levanté la mano.

—Hecho.

Él giró la cabeza bruscamente hacia mí.

—No vamos a aceptar eso.

—Acabo de hacerlo. —Le dediqué una breve mirada—. Mira, si todos juntos no podemos detener a Gabriel, entonces no hay otra opción. Es así de simple. No podemos permitir que abra el portal. Pero esperemos que eso no sea necesario.

Zayne apretó la mandíbula de una manera que me indicó que no habría nada simple en eso.

—Es lista. Me cae bien —comentó Lucifer, y resistí el impulso de dar un paso atrás—. En fin, ahora he venido a ayudar, así que el hecho de que intentara secuestrarte es agua pasada. Sin rencores.

—Yo no diría tanto —mascullé en voz baja—. Pero, sí, como quieras.

Lucifer curvó hacia arriba una comisura de los labios mientras retrocedía un paso para observarnos a todos.

—No os preocupéis, mis nuevos amigos. Evitaré la catástrofe. Incluso salvaré el cielo. Ahora bien, la cuestión es el problema que vamos a crear cuando matemos a Gabriel, pero ese no va a ser mi problema.

—Un momento —dije—. ¿Qué problema?

—Ya nos encargaremos de eso luego. —Lucifer le restó importancia a mi pregunta con un gesto de la mano—. Tengo que hacer algo enseguida.

Y se desvaneció.

Primero estaba allí y, un instante después, había desaparecido sin más.

Giré despacio, trazando un círculo completo, sin encontrar ni rastro de él. El corazón empezó a latirme con fuerza.

—Por favor —comentó Zayne—, decidme que simplemente le gusta volverse invisible para fastidiar a la gente y que no acaba de desaparecer.

Roth suspiró mientras echaba la cabeza hacia atrás.

—Me temía que fuera a pasar esto.


Mientras me encontraba de pie en la cocina de la casa de Roth y Layla, me preparé mentalmente para lo que menos me apetecía hacer. Y eso era mucho decir, ya que había un montón de cosas que no quería hacer en ese momento.

Pero llamar a Nicolai para contarle que Lucifer había desaparecido encabezaba la lista de «No me apetece nada».

Eché un vistazo por encima del hombro y vi a Zayne y a Layla. Estaban en una sombría terraza interior situada junto a la cocina, hablando entre ellos. Entorné los ojos para intentar distinguir sus expresiones, pero fue inútil. Por lo menos, ya no parecía que Layla estuviera llorando, así que esperé que eso fuera una buena señal. Bajé la mirada hasta la masa gruesa y oscura enroscada alrededor de la pierna de Zayne.

Bambi.

En cuanto entramos en la supermansión, Bambi se desprendió del brazo de Roth y prácticamente se pegó al costado de Zayne. Cuando salí de la terraza interior para ofrecerles a Zayne y a Layla un poco de intimidad, la familiar tenía la cabeza en forma de diamante apoyada en la rodilla de Zayne y lo observaba con una mirada de absoluta adoración.

Supuse que Bambi ya no querría acurrucarse conmigo.

Un momento después, una pequeña mancha rojiza cruzó la cocina correteando y entró en la terraza. Un zorro. El familiar de Layla, concretamente. Se llamaba Robin y era un bichito hiperactivo que se dedicaba a correr de un rincón a otro de la casa. Según Roth, era un familiar… bebé.

Yo tenía ganas de acariciarlo. Solo una vez. Encima de la cabecita peluda.

Solté un suspiro y volví a clavar la mirada en el contacto borroso de mi teléfono.

—Puedes hacerlo. —Roth se inclinó doblando la cintura y se apoyó contra la encimera—. Yo creo en ti.

—Cierra el pico.

Un brillo de diversión se reflejó en sus ojos dorados mientras me miraba.

—Maleducada.

—Si sabías que existía la posibilidad de que Lucifer desapareciera de repente, eso debería haber sido lo primero que saliera de tu boca —repliqué.

—Eso no habría cambiado nada. Nadie habría podido detenerlo. Deja de procrastinar y avísalos, porque les va a hacer mucha falta.

Me tragué una sarta de imprecaciones y llamé a Nicolai. Contestó al tercer tono.

—¿Trinity? Estaba a punto de llamarte.

—Ah, ¿sí? —Hice una mueca, y esperé que no fuera porque Lucifer ya había hecho algo que hubiera captado la atención de los Guardianes.

—Sí, tengo buenas noticias. Podemos conseguir las gemas de Yellowstone.

—¿Gemas? —murmuró Roth.

—¿De verdad? —Era una noticia estupenda—. Entonces ¿solo nos falta…?

—El ónice y la turmalina. Con suerte, pronto sabremos algo sobre eso. Y, bien, ¿qué pasa?

—Pues… —dije, alargando la palabra—. ¿Tienes un momento?

—Estoy hablando contigo por teléfono, así que sí.

—Solo quería asegurarme de que no estuvieras ocupado —añadí, y Roth me miró enarcando una ceja. Le enseñé el dedo corazón y me aparté de él—. No voy a andarme con rodeos. —Carraspeé—. Roth y Layla tuvieron éxito… Bueno, supongo que considerarlo un éxito sería algo subjetivo y dependería de si estabas de acuerdo o no con la idea de implicar a Lucifer en esto.

—Todavía no he tomado una decisión al respecto —respondió con tono inexpresivo.

Supuse que no era probable que lo que estaba a punto de contarle le hiciera apoyar el plan.

—Lucifer sí subió a la superficie, y la buena noticia es que ha accedido a ayudar. En realidad, le entusiasmó bastante la idea.

Hubo una pausa y luego Nicolai dijo:

—¿Vale?

—Pero resulta que… —La vergüenza invadió todo mi cuerpo y mi cerebro—. Se podría decir que hemos perdido a Lucifer.

—¿Qué?

—No te agobies…

—¿Que no me agobie? ¿Me estás tomando el pelo? ¿Habéis perdido a Lucifer y me dices que no me agobie? —gritó Nicolai al otro lado de la línea telefónica—. ¿Se puede saber cómo demonios habéis perdido a Lucifer?

—Bueno, es más fácil de lo que crees. Hizo eso tan irritante que suelen hacer los demonios de desvanecerse en la nada.

—No seas rencorosa —dijo Roth.

Me dio la impresión de que Nicolai trataba de respirar hondo varias veces.

—¿Me estás diciendo en serio que Lucifer, el mismísimo Lucifer, anda suelto, deambulando por ahí, porque lo habéis perdido?

—Yo no diría que lo hemos perdido…

—¡Acabas de decir que lo habéis perdido!

—Vale. Me he expresado mal. Simplemente no estamos seguros de dónde está, pero vamos a encontrarlo. —Esperaba que pudiéramos encontrarlo—. Y parecía bastante tranquilo para ser… ya sabes, Lucifer y todo eso, así que no creo que vaya a causar muchos problemas.

—¿De verdad crees que Lucifer, que no ha pisado la tierra desde hace tantísimos años, no va a causar problemas? —me peguntó Nicolai—. ¿Estás colocada? ¿O lo estoy yo?

Las comisuras de mis labios se inclinaron hacia abajo.

—No estoy colocada y, oye, por lo menos no te he llamado para decirte que hemos puesto en marcha el bíblico fin de los tiempos.

—Todavía —gruñó él—. No me has llamado para decirme eso todavía.

Tuve que reconocer que tenía razón en eso.

—Mira, vamos a encontrarlo. Solo quería avisaros por si os encontráis por casualidad con Lucifer, que con suerte irá completamente vestido, para que no os enfrentéis a él. ¿Vale? Así que ahora me tengo que ir a buscarlo.

—Trinity…

—Me tengo que ir. Voy a estar muy ocupada —añadí a toda prisa—. ¡Cuidaos!

Colgué y a duras penas resistí el impulso de lanzar el teléfono hacia el otro lado de la cocina. En cambio, lo silencié y lo coloqué boca abajo en la encimera antes de que Nicolai pudiera devolverme la llamada; porque, si no podía ver que me estaba llamando, entonces en cierto sentido podía fingir que no estaba ocurriendo.

—Ha ido bien —comentó Roth.

Me giré hacia él.

—¿Cuánto tardaríamos en saberlo si hubiéramos provocado el apocalipsis?

El príncipe demonio alzó las cejas mientras se pasaba la mano por el pelo.

—Es difícil decirlo. Dudo que haya un límite de tiempo exacto, pero nos enteraremos si ocurre.

—¿Quiero saber cómo nos enteraremos?

Él resopló.

—Ya sabes que sí quieres.

Suspiré. Así era.

—Si hemos iniciado el gran fin de los tiempos, lo sabrás porque aparecerán ellos.

Un escalofrío me recorrió la columna.

—¿Y quiénes son «ellos» exactamente?

—Los jinetes. —Roth esbozó una sonrisa tensa—. Cabalgarán. Así lo sabrás.

—Ah. —Casi me siento en el suelo—. Vale. Estaré atenta por si veo a algún tipo montado en un caballo blanco.

—En realidad, deberás estar atenta por si se abren los Siete Sellos. Guerra no monta el caballo blanco, sino que llega con el segundo sello. Luego viene Hambre con el tercero. El cuarto sello es el realmente divertido —me explicó—. Ese hace venir a Peste y Muerte. Una oferta especial de dos por uno. Entonces las cosas se ponen muy divertidas.

Me lo quedé mirando fijamente.

—Estamos hablando de castigos divinos, la marca de la bestia, tribulaciones, fosos de fuego y caos en general.

Parpadeé despacio.

—Luego, ya sabes, Dios se pondrá en plan: «Papá ha llegado», y empezará a repartir leña o algo así. —Roth se encogió de hombros—. O eso dicen.

—Vaya, esto me ha hecho sentir mucho mejor. Muchas gracias.

—De nada. —Roth miró por encima del hombro, hacia la terraza interior—. Me alegro de que estén hablando.

—Y yo —coincidí en voz baja—. Durante un momento, cuando acababais de aparecer, pensé que ibas a atacar a Zayne.

—No sabía en qué se había convertido. Había algo raro en él. —Se giró hacia mí—. Ahora lo sé.

—Y ahora yo sé por qué hacías esos comentarios sarcásticos sobre los Guardianes.

Una sonrisa se dibujó con rapidez en su cara.

—No he visto caer a ningún ángel. Nunca. Y los únicos que he conocido ya habían sido despojados de sus alas y, por supuesto, no tenían gracia. —Una cierta sensación de complicidad llenó su mirada ambarina—. ¿Cómo estaba justo cuando regresó?

Solté un suspiro entrecortado mientras volvía a centrar mi atención en la terraza en penumbra.

—No muy bien.

—Parece que ahí hay una historia.

—Pues sí. Puede que te la cuente cuando encontremos a Lucifer. ¿Qué crees que está haciendo por ahí?

Roth se agachó y recogió algo que parecía un juguete para perros con forma de chocolatina.

—¿Conociendo a Lucifer? Probablemente haya buscado la iglesia más antigua de los alrededores y, en este momento, esté aterrorizando a sacerdotes desventurados al mismo tiempo que saca de quicio al de allá arriba.

Consideré esa información.

—Bueno, supongo que podría estar tramando cosas peores, ¿verdad?

—Verdad.

Roth apretó la parte central del juguete, que soltó un chirrido.

—Tenemos que salir a buscarlo. —Me pasé una mano por la cara—. Sobre todo, antes de que decida buscar cosas más creativas que hacer con su tiempo.

Sin previo aviso, el zorro de Layla pasó a toda velocidad por encima de la encimera y le arrebató el juguete de las manos a Roth. Robin bajó al suelo de un salto y se largó, con el juguete en la boca emitiendo chirridos, mientras se dirigía corriendo a la sala de estar.

—Tengo muchas ganas de acariciarlo —comenté.

—No te lo recomendaría. Le gusta morder. ¿Qué ibas a…?

Como estaba concentrada en Roth, no vi venir a Layla hasta que se estrelló contra mí. Solté un chillido, como los del juguete de Robin, cuando me abrazó, inmovilizándome los brazos a los costados.

—Gracias —me dijo—. Gracias.

—¿Por qué? —le pregunté.

Mi mirada asombrada recorrió la cocina hasta que se encontró con la de Zayne.

Él sonrió.

—Ya lo sabes —contestó Layla, y me apretó más fuerte.

—Yo no —señaló Roth.

—Trinity hizo volver a Zayne después de que cayera. Le clavó la espada de Miguel y lo hizo volver —le explicó Layla mientras se apartaba. Me agarró por los brazos—. Siento haberme mostrado tan distante cuando nos conocimos. Me comporté como una zorra, pero Zayne es importante para mí. Siempre lo ha sido, incluso cuando él no quería saber nada de mí, y yo no te conocía y…

—No pasa nada. Yo tampoco fui demasiado amigable —admití—. Y, la verdad, no hace falta que me des las gracias. Zayne se encargó del trabajo duro al recuperar su gloria y luego caer.

—Sé que lo que hiciste no pudo ser fácil. —Layla me sacudió—. Ni siquiera puedo pensar en lo que habría hecho yo de haber tenido que hacer eso. Debías estar aterrorizada, y el hecho de que aun así lo hicieras dice mucho de ti. —Su bonita cara empezó a contraerse de nuevo y, un segundo después, me rodeó con los brazos—. Gracias.

Zayne empezó a avanzar y captó la atención de Roth. El príncipe demonio rodeó la encimera con una amplia sonrisa en los labios.

—Vamos, enana. —Colocó las manos en los hombros de Layla y la alejó de mí—. Creo que ya sabe lo agradecida que estás sin que la estrujes hasta sacarle las entrañas.

Zayne se situó a mi lado y me rodeó los hombros con el brazo. Bajó la cabeza y me besó en la mejilla.

—Pareces sentirte muy cómoda cuando te abrazan —murmuró.

—Cierra el pico.

Él se rio entre dientes mientras me besaba en la sien.

—Me pareció oírte llamar a Nic. ¿Cómo se tomó la noticia?

—Ah, ya sabes, increíblemente bien. Con mucha calma…

Alguien llamó a la puerta principal de la casa y me interrumpió. Miré a Roth.

—¿Podríamos tener suerte y que sea Lucifer?

Roth resopló y contestó:

—Lo dudo.

—¡Yo abro! —llegó la voz de Cayman desde algún lugar de la casa.

—¿Lleva aquí todo el tiempo? —pregunté.

—Estaba arriba, metido en la bañera —dijo Layla mientras se apoyaba contra Roth—. Es martes. Siempre le toca mimarse los martes por la tarde.

Negué con la cabeza.

—Cabría esperar que hiciera una excepción.

Cayman apareció en la puerta de la cocina, con una mascarilla de arcilla de color azul verdoso untada en la cara.

—Alguien ha venido de visita… A veros a vosotros —anunció—. A mí no, porque yo no tengo nada que ver con que, por lo visto, hayáis perdido a Lucifer. Os advierto que no está contento.

Me puse tensa. ¿Quién sabría que estábamos todos ahí y que habíamos perdido a Lucifer? No podía ser Nicolai. No me parecía que supiera dónde vivía Roth.

Sentí que Zayne se ponía tenso a mi lado al mismo tiempo que un extraño hormigueo de reconocimiento se deslizaba por mi piel.

Un hombre entró en la cocina, un hombre que era casi tan alto como Lucifer. Tenía el pelo oscuro y barba y contaba con una mirada glacial que hizo que un gélido escalofrío de advertencia me recorriera la espalda. El mismo efecto que tuvo el hecho de que pude ver sus facciones con claridad… como las de Zayne y Lucifer. No se trataba de un demonio, pero de este hombre irradiaba poder (un poder supremo) y mi gracia despertó y me golpeó la piel.

Roth dio un paso adelante.

—¿A qué debemos el inesperado y dudoso honor de tu presencia, Ángel?

Ángel.

¡Ángel!

Casi se me salen los ojos de las órbitas al darme cuenta de que estaba mirando al mismísimo Ángel de la Muerte.