Treinta y tres

—Alguien se ha metido en un lío —canturreó Lucifer, que estaba sentado en el suelo—. Y no soy yooo.

Zayne y yo lo miramos mientras él echaba la cabeza hacia atrás y se reía.

Gabriel se elevó por el aire y apareció por encima de la cambiante horda de demonios y ángeles.

—¡No! ¡No! —gritó—. Tiene que ser una broma.

La trompeta sonó por tercera vez y miré hacia arriba de nuevo. Los brillantes destellos de luz repartidos por el cielo se estaban acercando con rapidez.

—¿Ves eso? —pregunté con voz entrecortada.

—Sí —contestó Zayne, que me abrazaba con fuerza.

Las estrellas cayeron del cielo, una tras otra.

Eso era lo que parecían mientras descendían a toda velocidad hacia la tierra. Eran docenas y docenas. Ángeles. Auténticos ángeles de batalla.

No me podía creer lo que estaba viendo.

La gracia brillaba en sus alas y de sus armas brotaban ardientes llamas doradas. Los demonios empezaron a darse la vuelta, a huir, pero fue demasiado tarde a medida que los ángeles se abrían paso entre la horda que nos separaba de Gabriel.

—¡Tiene que ser una broma! —gritó Gabriel de nuevo mientras se elevaba en el aire—. ¿Ahora? ¿Ahora decides hacer algo?

—A alguien está a punto de darle un ataque —comentó Zayne.

Gabriel arrancó varios árboles.

—¿A punto? —pregunté.

Un árbol cayó sobre el tejado de la casa al mismo tiempo que el terreno situado delante se iluminaba con un resplandor celestial.

—Esto no ha terminado —dijo Lucifer—. Todavía no.

Tenía razón.

—Tenemos que actuar rápido —añadió—. Dudo que los ángeles de batalla vayan a quedarse mucho rato. Ni tampoco Gabriel.

Las motas de luz brillante que rodeaban a los ángeles ya estaban desapareciendo, y regresaban rápidamente al cielo.

—¿Estás lista para acabar con esto? —Zayne inclinó la cabeza hacia la mía—. ¿De la forma correcta?

—Lo que iba a hacer era la forma correcta en ese momento —afirmé mientras el corazón me aporreaba las costillas—. Ahora no lo es.

—Ya hablaremos de esto luego —me prometió, y puse los ojos en blanco—. Lo he visto.

—De eso nada.

—Has puesto los ojos en blanco —dijo, y me soltó los brazos.

—No es verdad. —Era absolutamente verdad.

—También hablaremos luego de tu costumbre de mentir.

—Cuando hayáis terminado con los preliminares, avisadme —comentó Lucifer mientras agitaba un ala que se estaba reparando despacio.

No me molesté en responder a eso mientras comenzábamos a avanzar e íbamos cogiendo velocidad a medida que corríamos por el campo.

Ni siquiera vi al demonio hasta que Lucifer se elevó en el aire y descendió junto a un olmo estrecho. Sacó de un tirón a un demonio alto de detrás del árbol.

—Hola, Bael —dijo Lucifer mientras le hundía la mano en…

Di un traspié. La mano de Lucifer había atravesado directamente la cabeza de Bael. La cabeza propiamente dicha. La cara. El cráneo. Ay, Dios mío.

La barrera de llamas se desmoronó cuando Lucifer dejó caer al demonio.

—Adiós, Bael.

Zayne alargó la mano para agarrarme al mismo tiempo que Gabriel salía de pronto del humo, gritando, con una espada llameante en la mano.

—Madre mía —dije mientras me detenía de golpe e invocaba mi gracia.

La gracia parpadeó y luego ardió con intensidad. Me invadió. La espada de Miguel apareció de repente en mi mano.

—¡Increíble! —gritó Gabriel mientras atacaba a Zayne en un gesto de pura rabia. Él bloqueó el golpe con sus espadas en forma de hoz—. ¿De verdad creéis que ganaréis si me matáis? La humanidad está condenada de todas formas…

—¿Es que no puedes cerrar el pico? —le solté.

Gabriel se echó hacia atrás y giró la cabeza bruscamente hacia mí. Un momento después, un Guardián descendió hasta el suelo detrás de él. Tardé un momento en darme cuenta de quién era.

Teller.

Y sostenía una daga de ángel en las manos.

—Mátalos —le ordenó Gabriel—. Mátalos, pero deja viva a la nefilim.

De pronto, comprendí dos cosas al mismo tiempo.

Que Teller le había obedecido. Se lanzó hacia delante tan rápido, blandiendo la daga de ángel, que ninguno de nosotros respondió de inmediato.

Y recordé aquel día en el instituto, cuando la persona sombra se estrelló contra Teller y lo dejó inconsciente. Se había introducido en él y nunca había vuelto a salir.

Yo me sobrepuse primero y le di la vuelta a la daga que tenía en la mano. Eché el brazo hacia atrás y la lancé con todas mis fuerzas. La daga dio en el blanco y se le clavó en la base del cráneo. Teller se desplomó antes de poder llegar siquiera hasta Zayne.

No hubo tiempo para celebrarlo ni para encontrar la maldita daga de ángel en el suelo cubierto de niebla. Gabriel se me vino encima.

Me agaché cuando su espada llameante hendió el aire. Me lancé hacia delante, agachándome y girando, al mismo tiempo que lanzaba una patada y le golpeaba la rótula. Gabriel tropezó y arremetió con el puño mientras me levantaba de un salto. No tuve tiempo suficiente para esquivar el golpe por completo. Lo intenté, saltando hacia atrás, pero un ramalazo de dolor me recorrió el vientre. Inspiré bruscamente con los dientes apretados.

—Creo que ya es hora de que lo dejes. Se acabó.

—¿En serio? —Gabriel soltó una carcajada a la vez que Lucifer aparecía detrás de él. El arcángel adoptó un aire despectivo—. Ya estás muerta.

—Solo es un moretón —contesté, e hice caso omiso del ardor que me subía por el vientre y me recorría la espalda—. Pero no puedo decir lo mismo de ti.

Mientras Gabriel fruncía el ceño, Lucifer vio su oportunidad.

Y la aprovechó.

Se abalanzó sobre él justo al mismo tiempo que Gabriel se daba la vuelta. Vi el impacto y casi me caigo de rodillas por el alivio cuando Lucifer echó la mano ensangrentada hacia atrás. Incluso yo pude ver la masa carnosa y palpitante que sostenía en el puño.

—¡Ahora! —gritó.

Zayne descendió en picado desde lo alto y aterrizó, con sus llameantes espadas con forma de hoz, mientras yo me lanzaba hacia delante. La espada de Miguel me pesó más que antes cuando la levanté, su peso no me resultó tan agradable. Agarré la empuñadura con ambas manos y asesté una estocada, soltando un grito, mientras Zayne blandía sus espadas por el aire.

La espada de Miguel se hundió en la espalda de Gabriel y la atravesó de lado a lado. El arcángel sufrió un espasmo, con los brazos extendidos. Su espada se desintegró y dejó caer la daga que sostenía. Un instante después, las espadas en forma de media luna de Zayne atravesaron el cuello de Gabriel y le cortaron la cabeza.

Ay, Dios mío.

El aire escapó bruscamente de mis pulmones mientras observaba caer la cabeza del arcángel.

Una luz intensa brotó del muñón en el que se había convertido el cuello de Gabriel. Era tan brillante que me cegó hasta que levanté una mano para protegerme los ojos. Incluso así, me lloraron mientras veía cómo la columna de luz manaba hacia arriba. La luz… contenía unos fragmentos negros que se arremolinaban en su interior. Aquello no tenía muy buena pinta. Mi gracia se replegó y la espada de Miguel se evaporó. El cuerpo de Gabriel estalló en llamas, sin que quedara ningún rastro de él, a la vez que la luz surcaba el cielo y se extendía cada vez más alto, más allá de lo que yo sabía que ni siquiera Zayne podía ver. Unas oleaginosas vetas negras se retorcían y palpitaban dentro del torrente de luz.

Se trataba de la gracia de Gabriel, que regresaba a la fuente. La siguiente inspiración que realicé me pareció demasiado escasa.

El fuego celestial se estrelló contra algo que no creí que ninguno de nosotros pudiera ver. Era como un… ¿campo de fuerza invisible? Sonaba estúpido, pero chocó contra algo. El fuego de color dorado blanquecino explotó y provocó un trueno retumbante. La gracia se propagó hacia fuera formando ondas.

Ahí estaba.

Di un vacilante paso atrás, tambaleándome. Dios lo estaba haciendo. A pesar de que había enviado a esos ángeles para luchar contra la horda de demonios, Dios lo había hecho. Había enviado la gracia mancillada de regreso a la tierra de una patada. Mareada por el horror, la vi arrastrarse por el cielo formando una interminable oleada que se extendía hasta donde me alcanzaba la vista.

¿Cómo diablos se las iba a arreglar alguien para explicar esa imagen?

Una risita histérica brotó dentro de mí y solo pude contenerla a base de pura fuerza de voluntad mientras la masa retorcida se extendía. Lo logramos. Habíamos detenido a Gabriel. Habíamos salvado el cielo.

Y, ahora, una clase diferente de infierno reinaría en la tierra.

Hice ademán de girarme hacia Zayne y noté el cuerpo increíblemente cansado. Fui vagamente consciente de que otros se acercaban a nosotros y oí que Zayne inspiraba bruscamente.

—Dios mío —susurró, con la mirada clavada en el cielo.

Levanté la cabeza de golpe y parpadeé, porque no estaba segura de si estaba viendo lo que creía o si se trataba de una especie de truco de la imaginación.

La gracia había dejado de moverse.

—¿Puedes verlo? —me preguntó Zayne, que se había situado a mi lado—. Es como si… se hubiera congelado.

—Puedo verlo. —No me atreví a apartar los ojos de aquello—. ¿Qué es eso, Lucifer?

El diablo no respondió.

O tal vez lo hizo y su respuesta quedó ahogada por el ruido. El sonido me recordó al de los fuegos artificiales cuando crepitaban y chisporroteaban al salir disparados hacia el cielo… si un millar de ese tipo de fuegos artificiales estallara a la vez. Eso fue lo único que pude oír durante un rato y luego la masa de gracia mancillada se dividió en millones de chispas de luz.

Di un respingo mientras alargaba la mano para agarrar el brazo de Zayne. Noté su piel firme y caliente bajo mi mano cuando le clavé los dedos.

—¿Trin? —dijo Zayne.

¿Era eso? ¿El fin del mundo tal y como lo conocíamos llegaba con un hermoso despliegue de luz dorada?

—¿Qué? —pregunté a la vez que las chispas empezaban a descender.

—Tu mano. —Zayne se giró hacia mí y una de sus alas me rozó el brazo. Me envolvió las manos con las suyas—. Está fría como el hielo.

Cómo estuviera mi mano no me parecía una gran prioridad en ese momento. Fui vagamente consciente de que Zayne me frotaba los dedos entre los suyos y me esforcé por permanecer de pie bajo el peso de lo que estábamos viendo. Los relucientes filamentos eran preciosos, me recordaron a luciérnagas; pero, en cuanto se posaran… en cuanto uno de ellos tocara a un humano, lo que había dentro de Gabriel lo corrompería.

—No se te calienta la mano. —Zayne deslizó la palma de la mano por mi brazo—. Tu brazo…

—Dios lo ha hecho —dijo Lucifer, con tono de asombro—. Dios lo ha hecho de verdad. Fijaos. —Alargó la mano cuando uno de los copos, que en ese momento eran blancos en su mayor parte, flotó hacia nosotros—. ¿Esto… es nieve?

Me dispuse a preguntarle cómo era posible que no supiera qué aspecto tenía la nieve, pero entonces caí en la cuenta de que llevaba en el infierno… ¿cuánto tiempo? ¿Miles de años? Dudé que nevara en el infierno. O que Lucifer pudiera recordar cómo era la nieve.

—Es… nieve. —Las manos de Zayne seguían en mi brazo—. Mira, Trin. Es nieve.

Aparté la mirada de la nevisca y la posé en mi brazo, en sus manos. Unos copitos blancos se posaron en su piel y se evaporaron al entrar en contacto, dejando atrás una mancha brillante.

—¿Está contaminada? —pregunté.

—No me parece maligna. —Aquellos ojos ultrabrillantes se encontraron con los míos—. ¿Y a ti?

Negué con la cabeza mientras la nieve continuaba cayendo sobre mis brazos.

—Me parece nieve.

—No es maligna —nos aseguró Lucifer, y pude percibir la sonrisa en su voz—. Sé reconocer el mal. Es nieve y es… —Soltó un gemido de indignación—. Ah, maldita sea.

—¿Qué pasa? —le pregunté.

Dirigí la mirada hacia él mientras el corazón me daba un vuelco.

Lucifer se encontraba de pie con las manos en las caderas.

—No está contaminada.

—¿Por qué lo dices como si eso fuera algo malo? —quiso saber Zayne.

Mejor aún, ¿por qué, de repente, la voz de Zayne sonaba como si se encontrara en un túnel a pesar de que estaba a mi lado? Lo miré. Sus facciones estaban borrosas… bueno, más borrosas de lo normal, y me…

—Está llena de bondad —soltó Lucifer—. Es pura y me está cubriendo por completo. Voy a tener que ducharme para quitarme esta mierda de encima.

Eso estaba bien… Estaba más que bien y era más de lo que ninguno de nosotros se había atrevido a esperar. Dios había intervenido. Él o ella o lo que fuera había intervenido de verdad. Se me llenaron los ojos de lágrimas, pero…

—Apuesto a que estás ahí arriba riéndote, ¿verdad? —gritó Lucifer—. ¿Espolvorearme con el equivalente a una bomba de purpurina celestial? ¿En serio?

Observé la nieve que se me iba acumulando en el brazo. No se derretía.

—Después de todo lo que he hecho por ti, ¿así es como me lo pagas? —añadió Lucifer, hecho una furia—. Voy a tener que ducharme cinco veces y sé que no lograré quitarme de encima el hedor a humanidad y bondad.

Zayne se giró hacia mí y noté la risa en su voz cuando dijo:

—Lo conseguimos, Trin.

Así era, pero…

Intenté tragar saliva, pero noté la garganta rara, como si se estuviera estrechando.

—No me siento bien.

Oí el sonido de las alas de Zayne al echarse bruscamente hacia atrás y luego el grito que brotó de él. No sabía por qué Zayne gritó mi nombre, pero de repente me encontré en sus brazos y él estaba encima de mí. Su cara se enfocaba y se desenfocaba continuamente.

—¡Trin! ¿Qué te pasa? —No esperó a que le respondiera. Me pasó la mano por el pecho y el vientre. Se detuvo y luego me levantó la camiseta de golpe y soltó una palabrota—. Estás herida.

—Solo es… un puñetazo.

Le tembló la mano contra mi vientre cuando giró la cabeza.

—¡Lucifer! ¡Deja de refunfuñar y ven aquí!

—¿Qué pasa? —pregunté, o eso me pareció.

No estaba segura de haberlo hecho mientras me esforzaba por levantar la cabeza el tiempo suficiente para echar un vistazo. Vi mi vientre, pero tenía un aspecto extraño. Como si la piel estuviera… como si estuviera volviéndose gris y eso se propagara.

—¿Qué es esto? —exigió saber Zayne—. ¿Qué está pasando?

La cara borrosa de Lucifer apareció por encima de una de las alas de Zayne. El diablo ladeó la cabeza y luego dio media vuelta y desapareció de la vista.

La cabeza… me pesaba demasiado. La dejé caer hacia atrás y acabé mirando más allá de Zayne y las puntas de sus preciosas alas, hacia la nieve que seguía cayendo. Me invadió un entumecimiento. Una insondable certeza.

—¿Qué estás haciendo? —gritó Zayne mientras me hacía inclinarme ligeramente de costado—. ¡Lucifer!

—Estoy buscando… Las he encontrado. —Hubo una pausa—. Maldita sea.

—¿Maldita sea? ¿El qué? —El pánico se apoderó de la voz de Zayne.

La voz de Lucifer sonó más cerca cuando me preguntó:

—¿Te apuñalaron con esto? ¿Con una de estas dagas de ángel?

Un tenue resplandor dorado brotaba del pincho que sostenía en la mano.

—La tenía Teller —logré decir—. Y Gabriel… solo me dio un puñetazo.

—Ese Guardián debió de darle una a Gabriel, o él siempre tuvo una —opinó Lucifer—. No te dio un puñetazo. Te hizo un corte con una de estas dagas.

—Pero… —Zayne se quedó callado y luego sus alas se desplegaron de repente—. ¡No! No. —Se giró hacia mí y me apretó más fuerte con el brazo—. Te vas a poner bien, Trin.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Layla con voz entrecortada.

—No le pasa nada. Me aseguraré de ello —dijo Zayne—. Estás bien. Solo tengo que encontrar…

—No hay nada que encontrar —lo interrumpió Lucifer—. No hay nada que hacer.

—Tiene que haber algo —soltó Roth, y me alegré al saber que aquel estúpido príncipe demonio y Layla estaban bien.

—Es una daga de ángel —argumentó Lucifer—. Es…

—No lo digas —gruñó Zayne—. Ni se te ocurra decirlo, joder.

Lucifer se calló, pero no hizo falta que dijera lo que yo ya sabía, lo que sentía en los lentos latidos de mi corazón. ¿Qué había dicho Roth? Las dagas de ángel eran mortíferas. Podían matar cualquier cosa, incluido otro ángel.

Incluido un Sangre Original.

Ya lo sabíamos.

—Te vas a poner bien. —Zayne me acunó la mejilla. Me daba cuenta de que su mano estaba allí, pero no podía sentirla—. Tienes que ponerte bien. ¿Vale? Solo necesito que aguantes. Por mí. ¿Me oyes, Trin? Solo necesito que resistas y encontraré una solución.

«Ya estás muerta».

Eso fue lo que Gabriel había dicho después de golpearme. Salvo porque no había sido un puñetazo. Él lo sabía. Se dio cuenta de que iba a perder y…

Y se aseguró de que yo acabara como él.

Qué cabrón.

Había estado dispuesta a morir para detenerlo. Eso era lo que tenía planeado antes de que llegaran los ángeles, pero ¿después de ganar? No estaba lista.

Pero sabía que ya era demasiado tarde. Todo mi ser parecía… parecía estar rindiéndose, echando el cierre definitivamente.

Me estaba muriendo, y siempre había pensado que morir sería doloroso, pero eso era… era como quedarme dormida. Se me cerraron los ojos.

—¡No! —Zayne me sacudió, sobresaltándome—. No cierres los ojos. No te duermas. Mírame. Trinity, por favor. Mírame. Mantén los ojos abiertos. Trin, mírame.

Lo miré. Parpadeé hasta que sus facciones se enfocaron con dificultad y me embebí de cada línea de su cara, de cada plano y de cada ángulo. ¿Volvería a verlo? El pánico estalló como una perdigonada, pero ya era demasiado tarde.

—Te… te quiero. —Me obligué a pronunciar esas palabras, cada una requirió mucho esfuerzo—. Te quiero.

—Ya lo sé. Sé que me quieres, Trin, y tú sabes que te quiero. Me voy a pasar la eternidad diciéndotelo. Te hartarás de oírlo. —Se le quebró la voz—. Te lo prometo. No me vas a dejar. Me niego a permitirlo.

Pero eso era lo que iba a ocurrir, y no podía sentir sus brazos a mi alrededor. Un instante después, no pude verlo. El pánico dio paso al terror.

—¿Dónde estás?

—Estoy aquí mismo, Trin. Te tengo. Estoy aquí mismo. Te tengo.

Así era. Me tenía. No estaba sola. Parte del miedo se disipó.

—No me… sueltes.

—Nunca —me prometió.

—Por favor.

—Siempre.

Su voz sonaba muy lejana.

Sentí que mi pecho se elevaba, pero no había aire. No había sonido. No había luz.

Solo estaba la nada.

Y caí en ella.

Desaparecí.