El siglo XVIII se inicia en España con el advenimiento de una nueva dinastía. Tras los penosos años del reinado del último Austria, se establecen en el trono español los Borbones, con Felipe V. Su reinado (1700-1746) abarca prácticamente la primera mitad del siglo y trae un nuevo aire a la política y a la sociedad española. Con el nuevo monarca, nieto de Luis XIV, se inician reformas que se desarrollarán con más fuerza durante el reinado de su sucesor, Fernando VI, y culminarán en el de Carlos III.
Al advenimiento de los Borbones, la situación interior de España era lamentable en todos los órdenes: hacienda, ejército, administración pública, etc. La política que siguieron, inspirada en la de los Borbones franceses, fue centralista y orientada a potenciar el poder del estado. Durante el reinado de Fernando VI se resolverá la crisis financiera, el marqués de la Ensenada reorganizará la Hacienda, se dará gran impulso a las obras públicas (carreteras, puertos, navegabilidad de los ríos…), prosperará la industria y, en suma, España vivirá una época de paz interior. Ésta será la España que recibirá a Carlos III, que, con experiencia de gobierno en el reino de Nápoles durante veinte años, adviene al trono español en 1759.
Ya desde los últimos años del siglo XVII empezó a notarse en España cierta influencia francesa, que, por lo tanto, no se puede achacar exclusivamente a la nueva dinastía establecida en 1700. Esa presencia de lo francés en el XVIII español, que en lo político se manifiesta en el centralismo, supone un cambio de talante cultural y moral. Se lee a los autores franceses, literatos o filósofos, se traducen e imitan obras, se sigue a Francia en las modas y en las costumbres.
El espíritu de la Enciclopedia, cuyo primer tomo aparece en 1751, da origen a un clima de pensamiento que se ve favorecido por el interés que adquiere la Filosofía. Un ambiente de empirismo y racionalismo envuelve las mentes, dando origen y potenciando un sentido crítico que será característico del siglo XVIII. Se ponen en tela de juicio los valores tradicionales, lo que, en lo tocante a las creencias religiosas, le valió al siglo la calificación de heterodoxo por parte de algunos.
La parte positiva de este sentido crítico fue el desarrollo del espíritu científico y de la investigación. En el terreno humanístico adquiere importancia la Historia como medio para comprender el momento presente. Se buscan datos, no interpretaciones, con lo que cobran impulso la bibliografía y la recopilación de materiales.
Este nuevo talante había tenido su primera gran manifestación literaria con la publicación, en 1726, del primer tomo del Teatro Crítico Universal, del padre Feijoo, que representa los ideales del siglo XVIII en la primera mitad de la centuria.
En 1764, cuando Feijoo muere, reina ya Carlos III, que contempla un año después el famoso motín de Esquilache y decreta en 1767 la expulsión de los jesuitas. El cambio de mentalidad que se ha ido fraguando durante los reinados anteriores toma cuerpo en éste, con el reconocimiento oficial de la cultura ilustrada que, apoyada desde el gobierno, adquiere una pujanza creciente. Hasta entonces las fuerzas de la tradición española (ideológicas, políticas, culturales) ofrecían resistencia a la nueva mentalidad. Es en el último tercio del XVIII cuando este siglo comienza a llamarse a sí mismo siglo ilustrado, aunque la expresión venía utilizándose desde años atrás para referirse a todo lo que conllevaba un matiz innovador.
La Ilustración dará ahora rienda suelta a sus ideales. De acuerdo con los planteamientos del despotismo ilustrado, el cambio ideológico señalado se desarrolló entre algunos intelectuales, que se sentían portadores de algo que debían transmitir a los demás. Con respecto a los medios de difusión de las nuevas ideas suelen distinguirse tres cauces: las Academias y Tertulias, la Prensa periódica, y las Sociedades Económicas de Amigos del País.
En 1713 nace la Real Academia Española, imitación de la Francesa que en 1635 había promovido Richelieu. Tuvo como finalidad, desde el momento de su fundación, la elaboración de un diccionario, y llevó a cabo el conocido como Diccionario de Autoridades, porque sus redactores respaldaron la definición de cada palabra con un texto clásico.
Años después, en 1738, el rey aprobará la creación de la Academia de la Historia, cuyos miembros venían reuniéndose desde 1735 como academia particular. Otras Academias oficiales nacieron en España en esos años: la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona y la Academia Sevillana de Buenas Letras. Otras instituciones tenían carácter privado, como la Tertulia de la Fonda de San Sebastián, en Madrid, fundada por Leandro Fernández de Moratín y punto de reunión de escritores de gusto neoclásico. La más interesante fue la Academia del Buen Gusto, que existió en Madrid en los años 1749-1751, impulsada por la que luego sería marquesa de Sarriá. Su importancia estriba en el eclecticismo que la caracterizaba: allí se reunían poetas de distintas tendencias e intercambiaban sus ideas, por lo que se puede decir que contribuyó al nacimiento de una nueva poética.
Otro medio de difusión de las nuevas ideas fue la Prensa periódica, aunque en la primera mitad del siglo no tiene el alcance que lograría a partir de 1750 y, sobre todo, en el último tercio del siglo, en que adquiere la pujanza de un nuevo fenómeno social. Por su interés cultural es importante el Diario de los Literatos, que salió por primera vez en 1737 (año de la publicación de la Poética de Luzán) respaldado por la Academia de la Historia, ya que lo redactaban algunos de sus miembros. Más adelante, las críticas que provocó condujeron a que se publicara de forma independiente, una vez que sus autores hubieron abandonado la Academia. Esta publicación trimestral, que trataba de las más diversas materias, transmitió las ideas ilustradas y contribuyó a la transformación del gusto literario.
El tercer cauce del pensamiento nuevo fueron las Sociedades Económicas de Amigos del País, que surgieron a imitación de la Real Sociedad Vascongada. Ésta había nacido al calor de una de las mencionadas tertulias ilustradas, que se reunía en Azcoitia (Guipúzcoa) hacia 1748. Fueron estas Sociedades centros de cultivo ideológico y focos de difusión de las ideas ilustradas. Allí se recibían libros y todo tipo de publicaciones extranjeras, cuyo contenido era materia de discusión y propagación. Recordemos que de una de estas Sociedades partió el Informe sobre la Ley Agraria de Jovellanos.
Entre los fines de estas Sociedades se contaba, además de la preocupación por el desarrollo de la agricultura y la beneficencia, la mejora de la enseñanza, por medio de la creación de escuelas. Uno de los centros más importantes, el Real Seminario de Vergara, lo creó la Real Sociedad Vascongada, y en él se pusieron en práctica los ideales ilustrados sobre enseñanza y educación.
El sustrato ideológico precedente tuvo, claro está, reflejo en la creación literaria, tanto en la concepción de la literatura y su finalidad, como en los géneros que se cultivaron y en los temas y materias que se trataron.
La literatura dieciochesca no se limita a los géneros tradicionales, sino que pretende integrar todo tipo de conocimientos. Literato equivale en esa época al intelectual de hoy, y a lo que en la actualidad llamamos literatura lo denominan bellas letras, por semejanza con la expresión bellas artes.
Es característica del siglo XVIII la casi total ausencia de obras literarias de pura creación estética o de evasión. Abundan, sin embargo, las obras de erudición y de crítica, y la literatura en general tiene un matiz didáctico.
Con estos presupuestos, no sorprende que se haya acusado de prosaísmo a la literatura dieciochesca. El término no es sólo aplicable a la poesía (Quintana lo empleó para referirse a la poesía castellana del siglo XVIII), sino a toda creación literaria, y parece tener una doble raíz: por un lado el deseo de cortar con el barroquismo precedente y abandonar el lenguaje rebuscado y retórico anterior, buscando una expresión llana y coloquial; de otra parte, esa tendencia a lo didáctico conlleva la preferencia por temas y modos de hablar que lleguen al gran público y que sean fácilmente comprendidos.
La falta de obras de creación a la que aludíamos significa que apenas se escriben novelas en este siglo, aunque esto no significa desinterés por el género, ya que se traducen y se leen las que llegan del extranjero, y se reeditan novelas españolas de los siglos anteriores, incluso en la prensa periódica.
En el mismo sentido, en la primera mitad del siglo el género más difundido es el teatro, no sólo en cuanto a su representación, sino para ser leído, pero tampoco el XVIII destaca por la creación dramática. Hacia la fecha en que se publica la Poética de Luzán, se desencadena la conocida polémica sobre el teatro, entablada entre los que quieren imponer un nuevo teatro español, creado según el gusto francés, y los defensores del teatro popular y nacional. El teatro preocupa como problema. Como consecuencia de la polémica, en 1765 se prohiben los autos sacramentales. Hacia 1770 se puede observar un cambio en el teatro, con preferencia por temas de historia nacional y dejando patente la finalidad didáctica del arte dramático.
También es en el último tercio del siglo cuando se observa el cambio en la lírica. La lírica propiamente dieciochesca, la que caracteriza al siglo ilustrado, es la que se desarrolla desde 1770 hasta los primeros años del siglo XIX. En líneas generales, a lo largo del XVIII pueden distinguirse tres corrientes poéticas, o mejor, tres actitudes que coexistieron ante el fenómeno lírico: rococó, poesía filosófica y neoclasicismo. Las precede una etapa de barroquismo, que llega hasta 1725 aproximadamente, y viene a ser continuación de la lírica del XVII, especialmente de la etapa comenzada hacia 1685. Estos autores, que continúan cultivando los temas, el vocabulario y la estética barrocos, anuncian sin embargo un cambio.
Hacia 1726 se van diluyendo los restos de la cultura barroca, sustituida por la de la Ilustración, que en la lírica se manifiesta en diversos estilos. Éstos no son antagónicos, ya que tienen una misma raíz, pero se diferencian en la preponderancia de determinados elementos de ese fondo común y en la distinta actitud poética de los autores en cuanto al modo de expresión.
El estilo rococó viene a ser la manifestación artística del contenido cultural, intelectual, ilustrado. Aparece con ciertos contornos delineados después de 1725 y durará hasta el final del siglo, e incluso hasta principios del XIX. Convive, pues, con los otros estilos que veremos, aunque tiene su auge entre 1765 y 1780. La Poética de Luzán (1737) tiene que ver con su propagación, al plantear un nuevo ideario y cortar con toda la poética anterior.
Los autores del estilo rococó, aunque muchos también cultivaron otro tipo de poesía, siguen en general a los escritores españoles e italianos de los siglos XVI y XVII (Garcilaso, Herrera…), quienes a su vez fijaban su mirada en los clásicos griegos y latinos. Arce Fernández opina que la poesía anacreóntica es la más clara manifestación poética del gusto rococó.
La segunda corriente literaria del siglo XVIII es la que algunos autores denominan prerromanticismo, mientras que otros críticos prefieren llamar primer romanticismo. Términos ambos que no parecen muy adecuados por referirse a un período posterior y no manifestar con claridad la personalidad propia, autónoma, de esta corriente del XVIII. Caso González prefiere hablar de poesía filosófica, dando a entender su carácter de literatura comprometida, al servicio de unos ideales. Sus temas serán sociales, científicos o económicos, pero podemos hablar de literatura porque se trata de conmover la sensibilidad del lector no sólo con argumentos racionales, sino sentimentales, utilizando para ello los recursos del lenguaje. Esta poesía tiene su auge entre 1780 y 1808, por señalar unos límites convencionales, aunque puede extenderse hasta 1830. En esta literatura está presente el sentimentalismo, el ansia de libertad, el tema social, la soledad y otros aspectos que más adelante desarrollará el movimiento romántico. También la caracteriza, como a toda la poesía dieciochesca, el talante didáctico. Los modelos de estos autores serán los mismos que los del gusto rococó, además de los poetas ingleses y franceses.
Existe, no obstante, una tercera vena literaria en el siglo XVIII, constituida por autores que, sin renunciar a los ideales de su época, no quieren que la poesía se confunda con otros géneros más o menos didácticos u oratorios en detrimento de lo poético. Crearán una poesía que, sin descuidar el contenido, prestará más atención a los aspectos formales. Es la que suele llamarse neoclásica, por lo que conviene no aplicar este término, como se ha hecho durante mucho tiempo, a toda la creación literaria de la época de la Ilustración. Estos autores se distinguirán por su intento de seguir a los clásicos griegos y latinos en su preocupación formal, sin que esto afecte a los contenidos. Su expresión poética resultará menos vehemente y el tono será menos oratorio que el de la poesía filosófica y puede decirse que esta corriente, representada por Leandro Fernández de Moratín, se extenderá a los primeros años del siglo XIX.
AÑO |
AUTOR-OBRA |
HECHOS HISTÓRICOS |
HECHOS CULTURALES |
1700 |
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Con Felipe V, nieto de |
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1712 |
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Felipe V crea |
1713 |
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Paz de Utrecht. |
Se crea la |
1723 |
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Nace Pedro Campomanes, |
1724 |
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Felipe V abdica en su hijo |
Nace |
1726 |
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Feijoo: Primer tomo del |
1734 |
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Nace |
1735 |
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Comienza a reinar en |
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1737 |
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Luzán: Poética. |
1741 |
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Nace José Cadalso. |
1744 |
El 5 de enero |
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1745 |
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Nace el fabulista |
1746 |
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Muere Felipe V. |
Nace Francisco de Goya. |
1749 |
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Empieza a reunirse |
1750 |
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Nace Tomás de Iriarte. |
1751 |
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Se publica en Francia |
1752 |
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Nace Francisco Cabarrús. |
1753 |
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España firma |
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1754 |
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Nace Juan Meléndez Valdés. |
1755 |
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Nacen |
1757 |
Va a Oviedo para estudiar |
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1758 |
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El padre Isla: Fray |
1759 |
Se traslada a Ávila |
Muere Fernando VI. |
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1760 |
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Nace Leandro |
1763 |
Recibe la Licenciatura |
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1764 |
Estudia en Alcalá, |
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Muere Feijoo. |
1765 |
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Motín de Esquilache. |
Se prohiben en España |
1766 |
Deja Alcalá con intención |
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Aprobada la |
1767 |
En Madrid decide |
Los jesuitas |
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1768 |
Toma posesión de |
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Nace José Marchena. |
1769 |
Pelayo, |
Nace |
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1771 |
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Nace Walter Scott. |
1772 |
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Nace |
1773 |
Se estrena con gran éxito |
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1774 |
Es ascendido |
Luis XVI asciende |
Goethe: Werther. |
1775 |
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Nacen |
1776 |
Epístola a sus amigos |
Independencia de U.S.A. |
Se funda en Vergara |
1777 |
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Nace Juan Nicasio Gallego. |
1778 |
Alcalde de Casa y Corte, |
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Mueren |
1779 |
A propuesta de Campomanes |
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1780 |
Ingresa como miembro |
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Muere Nicolás |
1781 |
Miembro supernumerario |
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Kant: |
1782 |
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Se crea el Banco Nacional |
Muere Cadalso. |
1784 |
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Nace Fernando VII. |
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1785 |
Ingresa en la Real |
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Nace |
1786 |
Escribe el segundo de los |
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1787 |
Segunda Sátira a Arnesto. |
Constitución de U.S.A. |
Nace |
1788 |
Elogio de Ventura Rodríguez |
Muere Carlos III. |
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1789 |
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Estalla la |
Publicación póstuma de |
1790 |
Viaja a Salamanca con el |
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1791 |
El Santo Rey Don Fernando, |
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Nace Ángel de Saavedra, |
1793 |
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Es guillotinado Luis XVI. |
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1794 |
Oración inaugural en el |
|
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1796 |
Redacción definitiva de la |
|
|
1797 |
Escribe el Discurso sobre la |
|
|
1797 |
Después de ser designado |
|
|
1798 |
Cesa en el Ministerio, |
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|
1799 |
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Nace Serafín Estébanez |
1801 |
Por Real Orden de 23 de |
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Muere Samaniego. |
1802 |
Es trasladado como |
Muere el conde |
|
1803 |
|
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Nace Ramón |
1804 |
Instrucciones para la |
Coronación de Napoleón |
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1805 |
|
Batalla de Trafalgar. |
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1806 |
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Nace Juan Eugenio |
1808 |
Es puesto en libertad |
El 2 de mayo estalla |
Nace José de Espronceda. |
1809 |
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Alianza de España |
Nace |
1810 |
Se embarca rumbo a Gijón. |
El 31 de enero se |
Nacen |
1811 |
El 6 de agosto llega a |
Victoria de La Albuera. |
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Gaspar Melchor de Jovellanos nace en Gijón el 5 de enero de 1744, en una noble y numerosa familia de doce hijos, tres de los cuales murieron jóvenes. El largo ascendiente asturiano por ambas ramas, paterna y materna, y la educación familiar, marcarán la personalidad de Jovellanos, significando para unos un elogio y para otros una culpa ese amor a la patria chica que conservó durante toda su vida. En Asturias vivió hasta los quince años. Aprendió las primeras letras y latinidad en Gijón y cuando tenía trece años pasó a Oviedo para estudiar Filosofía en la Universidad. Todavía vivía en la ciudad el ilustre Benito Jerónimo Feijoo, cuya influencia intelectual fue tan poderosa, que por aquellos días publicaba sus Cartas eruditas.
Por razones familiares, Jovellanos estaba destinado a la carrera eclesiástica, así que en 1759 (año de la muerte del rey Fernando VI) se traslada a Ávila para estudiar Leyes y Cánones en el seminario dirigido por el obispo don Romualdo Velarde y Cienfuegos, también asturiano. Quizá en Ávila respiró por primera vez los aires reformistas, pues la Universidad de Ávila se contaba entonces entre las ideológicamente innovadoras. El 4 de noviembre de 1763 obtuvo el grado de Licenciado en Cánones por la Universidad de Ávila. En España reinaba Carlos III.
Ayudado por su protector Velarde y Cienfuegos, Jovellanos es elegido colegial mayor de San Ildefonso, en Alcalá, el 10 de mayo de 1764, después de haber aprobado los ejercicios necesarios. Los años de Alcalá serán importantes en su formación y una de las etapas más agradables de su vida. Allí conoció a Cadalso y trabó amistad con Arias de Saavedra y con Ceán Bermúdez, que escribiría su biografía. En esos años conoció más directamente el espíritu de la Ilustración a través de la lectura de autores franceses. También leyó con profundidad a los clásicos latinos. Preparó además una oposición a la cátedra de Cánones, pero no llegó a examinarse. Sin embargo, pensando ya en el futuro ejercicio de su carrera eclesiástica, a finales de 1766 abandona Alcalá para opositar a la canongía doctoral de Tuy.
El paso por Madrid para ir a Galicia será decisivo en la orientación de Jovellanos, que, aconsejado por familiares y amigos en el mismo sentido que antes lo había hecho Arias de Saavedra, abandona la carrera eclesiástica para dedicarse a la magistratura.
El 13 de febrero de 1768, a sus veinticuatro años, Jovellanos es nombrado por el rey Alcalde del Crimen de la Real Audiencia de Sevilla. En su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia diría años más tarde refiriéndose a ese momento: “Joven, inexperto y mal instruido, apenas podía conocer toda la extensión de las nuevas obligaciones que contraía. Desde aquel punto, yo no vi delante de mí más que las leyes que debía ejecutar, el riesgo inmenso de ejecutarlas mal, y la absoluta necesidad de penetrar su espíritu para ejecutarlas bien”.
Los diez años de residencia en Sevilla serán intensos. Además de su ejercicio de la magistratura, Jovellanos lee a los autores franceses (Montesquieu, Voltaire, Rousseau, entre otros) y, a fin de conocer las nuevas teorías económicas (fisiocracia, librecambio), estudia inglés, que le servirá para traducir el primer canto de El Paraíso perdido, de Milton, y para penetrar en la literatura inglesa. En Sevilla se enamoró de la dama que en sus poemas llama Enarda o Clori (que abandonó la ciudad en 1769), y mantuvo una profunda amistad con la Galatea de versos posteriores.
También en esos años sevillanos escribe gran parte de sus poemas y la tragedia El delincuente honrado, que se estrena con gran éxito en 1773. En esta obra, en la que vemos igualmente su vocación de magistrado y sus dotes literarias, se plasman las ideas ilustradas sobre la justicia. En la Advertencia a esta obra dirá: “La luz de la Ilustración no tiene un movimiento tan rápido como la del sol; pero cuando una vez ha rayado sobre algún hemisferio, se difunde, aunque lentamente, hasta llenar los más lejanos horizontes; y, o conozco mal mi nación, o este fenómeno ya va apareciendo en ella”. Le movió a escribir esta tragedia, según confiesa en la misma Advertencia, una discusión en la tertulia de Olavide, núcleo de ideas reformistas en Sevilla, a la que asistía Jovellanos.
A sus treinta años, Jovellanos es considerado y respetado. Es entonces cuando, a través de fray Miguel Miras, entabla contacto con los poetas de Salamanca, a los que en 1776 dirige la Epístola de Jovino a sus amigos salmantinos, que incluimos en este volumen.
En 1778 Jovellanos abandona Sevilla. El 27 de agosto es nombrado Alcalde de Casa y Corte y de inmediato emprende viaje hacia Madrid, “bañado en lágrimas”. Esta expresión, que pudiera achacarse a debilidad de carácter, era en el siglo ilustrado muestra de corazón sensible, que engrandecía a la persona. En el viaje escribe la Epístola a sus amigos de Sevilla. El 20 de octubre toma posesión de su cargo y pronto se integrará en el ambiente político e intelectual ilustrado de Madrid. En la tertulia de Campomanes conocerá a Cabarrús. Entrará en contacto con los círculos aristocráticos y artísticos. Tratará a Goya, con el que llegará a tener buena amistad; a Ventura Rodríguez, de quien redactará el Elogio; a Antonio Ponz, que le dará motivo para escribir sus Cartas del viaje de Asturias. Participará activamente en la vida pública y se le llamará a formar parte de distintas Sociedades y Academias. En 1778 ingresa en la Sociedad Económica de Amigos del País de Madrid, y al año siguiente en la Academia de la Historia, a propuesta de Campomanes, que era entonces su director. Es notable su discurso de ingreso Sobre la necesidad de unir al estudio de la legislación el de nuestra historia y antigüedades. En 1780 se le nombra miembro honorario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en la que leerá su Elogio de las Bellas Artes, y de la Sociedad Económica de Asturias. En 1781 ingresa en la Real Academia Española, en 1782 en la de Cánones y en 1785 en la de Derecho.
El reinado de Carlos III supuso en España la aceptación oficial (con algunas excepciones, como Floridablanca) de los ilustrados y del espíritu que los animaba. La muerte del rey y, sobre todo, la subida al trono de Carlos IV en 1788, conllevó un notable cambio en la actitud del gobierno hacia este grupo. Sus ideas inspiraban recelos por su relación con las que desencadenaron la Revolución francesa en 1789 y la caída del llamado Antiguo Régimen. Estas circunstancias incidieron en la vida de Jovellanos, quien además no resultaba personalmente grato en la Corte, en particular a la reina María Luisa. La integridad y rectitud moral del asturiano no caían bien en un ambiente de intrigas y doblez: le faltaban a Jovellanos, para ser un buen político, cualidades diplomáticas. Por todo ello se buscó una manera elegante de alejarlo de la Corte, sin llamarle destierro. El primer paso fue su nombramiento por el rey de Visitador del Colegio de la Inmaculada Concepción de Calatrava, en Salamanca, el 31 de marzo de 1790. En la ciudad del Tormes se entera de la detención de su amigo Cabarrús, director del Banco de San Carlos, acusado de malversación de fondos, y regresa a Madrid, dispuesto a hacer lo que esté en su mano por su amigo. No sirvió de nada a Cabarrús la vuelta de Jovellanos, pero para éste supuso el destierro a Asturias, velado tras la comisión de visitar las minas de carbón, que desde hacía tiempo se le había encomendado. De la eficacia de su trabajo en Salamanca da testimonio su Reglamento para el gobierno económico, institucional y literario del Colegio de la Inmaculada Concepción de Salamanca.
El 27 de agosto de 1790 sale hacia Asturias, adonde llega el 12 de septiembre. Permanecerá en su tierra siete años, que conocemos con detalle a través de su Diario, comenzado el 20 de agosto.
A Jovellanos le atraía más la vida privada que la pública, la tranquila existencia en una provincia que el tráfago de la Corte, y además tenía un gran cariño a su tierra. Por todo ello, el pretendido destierro entrañó cierto grado de compensación para su espíritu. Lo que le preocupaba era su buena fama y por eso intentó varias veces (existen testimonios epistolares) que se le demostrara públicamente que no se trataba de un destierro y que gozaba del favor real, pero no obtuvo respuesta.
Los años de Gijón fueron fecundos. Allí redactó el Informe en el expediente de la Ley Agraria, que en 1788 le había encargado la Sociedad Económica de Madrid, y terminó la Memoria para el arreglo de la policía de espectáculos y diversiones públicas y sobre su origen en España, solicitada en 1786 por la Real Academia de la Historia (esta Memoria la reharía en 1796). También es entonces cuando funda su obra más querida, el Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía, que se inaugura el 7 de enero de 1794. Jovellanos pronunció el discurso de apertura. El Instituto supondría la puesta en práctica de los ideales ilustrados en materia de enseñanza: instrucción como base del progreso, estudio de las ciencias útiles sin menoscabo de una cultura intelectual de tipo humanístico. El retiro en su tierra le permite además ahondar en temas asturianos, acopiando datos y revisando archivos con el propósito de elaborar un Diccionario del dialecto de Asturias y una Historia de Asturias, que no llegaría a escribir. Pero no por esto pierde interés por los asuntos de la Corte, sino que mantiene abundante correspondencia. A través de su Diario se descubre a menudo la inquietud por la llegada del correo. También su Diario refleja sus muchas lecturas de esos años: más de 400 títulos se entresacan de sus anotaciones.
Pero no todo fue tranquilidad en el retiro de Gijón, ya que en 1795 ocurre un incidente con su Informe sobre la Ley Agraria, que la Inquisición intenta prohibir. La consecuencia fue el engrandecimiento, si cabe, de la figura de Jovellanos a los ojos de muchos de sus contemporáneos.
Aunque no hay muchos testimonios para conocer los motivos (a excepción de las Memorias de Godoy), en octubre de 1797 Jovellanos es nombrado embajador en Rusia. Quizá en la Corte no les parecía que Asturias estuviera bastante lejos. Sus paisanos le felicitan, pero él se entristece, sin sospechar que se trata de una maniobra poco clara. Pero por una vez las cosas de Palacio no fueron despacio, y en noviembre del mismo año Jovellanos es nombrado ministro de Gracia y Justicia, quedando anulada la embajada en Rusia. El 23 de noviembre es recibido en Madrid por los reyes. Sustituyó a Llaguno en el ministerio, en el que sólo estaría ocho meses. Durante ellos dejó de escribir su Diario, por lo que no hay noticias directas de esta etapa de su vida, que se supone bastante penosa. El día que cesó le pareció despertar de una pesadilla. Con él caerían amigos suyos que ocupaban diversos cargos, Meléndez y Ceán entre otros. Sobre el motivo de su cese, el 15 de agosto de 1798, existen muy diversas opiniones, que coinciden en apuntar al sentido de la justicia y a la integridad moral de Jovellanos.
En el Ministerio de Gracia y Justicia es sustituido por Urquijo y él a su vez es nombrado Consejero de Estado y enviado de nuevo a Gijón para desempeñar las antiguas comisiones. En su ausencia había muerto su hermano don Francisco de Paula, que tanto había colaborado en la tarea del Instituto. Empiezan a envolver a Jovellanos circunstancias dolorosas, que ya no le abandonarían hasta su muerte.
A raíz del proceso secreto instruido por el regente de Oviedo Andrés Lausaca, que actuaba a las órdenes del ministro Caballero, el 13 de enero de 1801 Jovellanos es arrestado y conducido a Mallorca. El 18 de abril se encuentra en la Cartuja de Valldemosa, en calidad de desterrado, no de prisionero, y allí pasará un año, haciendo prácticamente la misma vida que los monjes y gozando de una relativa paz, que sólo enturbia la injusticia de que se sabe objeto y la lejanía de su tierra.
Pero las cosas podían ir peor y, de hecho, el 5 de mayo de 1802 es trasladado al castillo de Bellver, con órdenes rigurosas de incomunicación, e incluso prohibición de leer y escribir. Los seis años en estas circunstancias son prueba del temple de Jovellanos, que, fiel a sus ideas de siempre, profundiza en sus creencias religiosas. Al cabo de dos años en esas condiciones se le van permitiendo ciertas libertades dentro del estrecho régimen de la prisión, como dar paseos o recibir visitas. Su secretario, Manuel Martínez Marina, lee para él en voz alta y escribe lo que Jovellanos le dicta. De esta labor saldrán las Memorias histórico-artísticas de arquitectura y la Memoria sobre Instrucción Pública o Tratado teórico-práctico de enseñanza, además de numerosas cartas, que son parte importantísima de los escritos de Jovellanos.
Los sucesos del año 1808 tuvieron una repercusión particular en la vida de Jovellanos. El 19 de marzo tiene lugar el Motín de Aranjuez, cuyas consecuencias inmediatas son la caída de Godoy y la abdicación de Carlos IV a favor de su hijo Fernando VII.
El 22 de marzo Jovellanos es puesto en libertad a través de una orden firmada por el ministro Caballero, el mismo que había ordenado recluirle. Con la salida de Mallorca reanuda su Diario, interrumpido durante los años de prisión. El 20 de mayo llega a Barcelona y desde allí sigue viaje, a través de Zaragoza, donde quieren retenerle como a un héroe, hasta Jadraque. En Jadraque se hospeda en casa de su amigo de los años de Alcalá, Arias de Saavedra, y allí tendrá que definir su postura política ante los acontecimientos que dan principio a la Guerra de la Independencia. Muchos de sus amigos ilustrados piensan que lo mejor para España es seguir la causa del rey intruso, José Bonaparte, y se entregan a su partido. El gobierno bonapartino ofrece a Jovellanos el Ministerio del Interior. Su postura es clara: “La causa de mi país, como la de otras provincias, puede ser temeraria; pero es a lo menos honrada, y nunca puede estar bien a un hombre que ha sufrido tanto por conservar su opinión, arriesgarla tan abiertamente cuando se va acercando el término de su vida”, dice en una carta al ministro Mazarredo el 21 de junio de 1808. Excusándose por motivos de salud, renuncia al Ministerio.
El 19 de julio tiene lugar en Bailén la primera gran derrota francesa en territorio español desde el comienzo de la contienda. La victoria de Castaños sobre Dupont confirma a Jovellanos en su postura y, cuando el 3 de septiembre es elegido diputado, junto al marqués de Camposagrado, para representar a Asturias en la Suprema Junta Central, acepta el nombramiento.
Llega a Sevilla el 17 de diciembre. Será su último viaje a la capital andaluza, donde había comenzado su carrera como magistrado; pero ahora las cosas han cambiado mucho. Sus esfuerzos se encaminaron a armonizar las dos tendencias reinantes en la Junta: la conservadora, encabezada por Floridablanca, y la más liberal y progresista, integrada por los futuros legisladores de las Cortes de Cádiz: Toreno, Argüelles y Quintana, entre otros.
Cuando se disuelva la Junta Central para dejar paso a la Regencia, establecida el 31 de enero de 1810, Jovellanos correrá la misma suerte que los demás vocales, siendo objeto de registros, persecuciones y calumnias. El 26 de febrero de 1810 sale del puerto de Cádiz rumbo a Asturias. El temporal ante las costas gallegas le obliga a refugiarse en Muros. Allí pasará un año antes de que pueda continuar viaje a Asturias, todavía ocupada por los franceses. Escribe entonces su Memoria en defensa de la Junta Central, que se editaría en Coruña en 1811. El 17 de julio de ese año reemprende el viaje hacia Gijón, que ha sido evacuado por las tropas enemigas. Sus paisanos lo reciben con enorme alegría, empañada por la visión del desmantelado Instituto, convertido en cárcel durante la ocupación. Jovellanos proyecta su reconstrucción tomando medidas prácticas, forja nuevos planes. No podrá llegar a cumplirlos. El 6 de noviembre tiene que salir de Gijón por mar, ante una nueva irrupción de las tropas francesas. De nuevo el vendaval pone en peligro su vida, y se refugia en Puerto de Vega. Allí enferma de pulmonía y pocos días después muere. Era el 27 de noviembre de 1811.
La Junta de Asturias envió una representación a sus funerales; las Cortes de Cádiz lo nombraron Benemérito de la Patria; Quintana y Juan Nicasio Gallego redactaron el epitafio para su tumba.
Jovellanos es, en palabras de José Miguel Caso “el hombre de formación más amplia, de espíritu más abierto, de cultura más completa, de mayor personalidad, de más equilibrada actitud humana, cultural, política, religiosa, social y económica del siglo XVIII”. De estas afirmaciones, que podrían parecer exageradas, da sin embargo testimonio su amplia y variada obra. Don Gaspar, que no tuvo las letras como profesión, dedicó gran parte de su tiempo a la actividad literaria, además de redactar numerosas obras, no propiamente de creación, que son buen ejemplo de la calidad de su prosa.
Su obra dramática fue breve en número, y la escribió en sus años sevillanos. Pelayo (1769) es una tragedia de tono patriótico y tema nacional, que trataron también otros autores de la época como Moratín padre y Quintana. No despertó mucho interés en su momento, al contrario que El delincuente honrado (1773), drama de gran éxito, que llegó a traducirse a varios idiomas. Es una obra de tesis que pone de manifiesto las ideas innovadoras de Jovellanos, porque condena la legislación vigente sobre los duelos, apelando a la sensibilidad del espectador.
De la idea que Jovellanos tenía de la poesía tenemos buena muestra en varios de los textos incluidos en esta selección: su concepción, como ilustrado, de la finalidad didáctica y moral, su teoría sobre el verso blanco endecasílabo, los temas que deben ocupar a los poetas. Y aunque él no pretendió serlo, según confiesa a su amigo Posada en carta de junio de 1796, sí que se sintió capacitado para aconsejar a los demás en materia poética. En sus obras participó de las tres corrientes poéticas que se desarrollaron entrelazadas a lo largo del siglo XVIII.
Lo mejor de su creación poética lo constituyen la Epístola del Paular y las dos Sátiras a Arnesto. Cronológicamente anterior a estas obras y de gran importancia por su contenido es la Epístola a sus amigos salmantinos (1776), en la que les aconseja que abandonen la lírica que venían cultivando, para tratar temas de mayor trascendencia. A fray Diego González le aconseja los morales y filosóficos; a fray Juan Fernández de Rojas le anima a desterrar los vicios que pueblan la escena española mediante una literatura didáctica y moralizante; a Meléndez Valdés le propone dedicar sus esfuerzos a la poesía heroica. El magisterio de Jovellanos sobre los poetas de Salamanca ha sido discutido. Fray Diego González cambió su orientación, lo que algunos consideran negativo; la influencia sobre Meléndez, sin embargo, no puede atribuirse a esta carta, sino que será posterior. Arce Fernández destaca, a raíz de esta Epístola, la capacidad de Jovellanos para percibir el momento histórico y la necesidad de elevar el tono poético, dándole a la creación literaria un sentido de utilidad, de contribución al progreso humano.
Dos años después escribe la Epístola a sus amigos de Sevilla (1778), cuando abandona la ciudad al ser nombrado Alcalde de Casa y Corte. Parece que la epístola la escribió en el camino hacia Madrid (por lo menos su núcleo, que es lo mejor del poema), ya que el desarrollo de algunos aspectos es, en opinión de la crítica, posterior y de menor calidad: las poblaciones de Olavide en Sierra Morena, aspectos del paisaje, etc.
La Epístola del Paular tuvo dos redacciones. La primera, escrita en 1779, es, en opinión de Caso González, el mejor poema amoroso de Jovellanos y de su época. En el silencio del monasterio, el poeta se atormenta pensando en la traición de Enarda, y contrasta sus ideas mundanas con el espíritu de los monjes. El metro es el endecasílabo suelto con ritmos cambiantes. La segunda versión la publicó en 1781 Antonio Ponz en su Viaje de España; en ella desaparece el sentimiento amoroso para dejar paso a una profunda meditación de carácter filosófico y trascendente del poeta, que busca la paz que en el mundo no encuentra, con evidentes recuerdos de Horacio y de fray Luis de León.
En sus años de Alcalde de Casa y Corte escribe las dos Sátiras a Arnesto, publicadas respectivamente en 1786 y 1787. Para la primera, sin título, propone Caso el de Sátira contra las malas costumbres de las mujeres nobles, que resume su contenido. La segunda es conocida como Sátira contra la mala educación de la nobleza, y es mucho más extensa. Despertó mayor polémica que la anterior, porque en aquélla se censuraba el vicio en general, mientras que en ésta las alusiones, no demasiado veladas, molestaron a personas que se creyeron retratadas.
Años antes (1785-1786) Jovellanos había dado rienda suelta a la vena satírica en los Romances a Antioro, contra García de la Huerta, que fueron muy célebres, aunque no tienen gran calidad literaria.
Entre la poesía filosófica y didáctica merece destacarse en primer lugar la Epístola a Batilo, publicada en la segunda de las Cartas del viaje de Asturias (también conocidas como Cartas a Ponz). En ella describe la vega del Bernesga e invita a Meléndez a acompañarle en la contemplación del espectáculo de la naturaleza. También es interesante la Epístola a Inarco (Leandro Fernández de Moratín), en la que Jovellanos aborda el tema de la perfectibilidad humana, imaginando una sociedad utópica que algunos han interpretado con sentido político, pero que no pasa de ser para el autor un mito y no un programa.
La faceta más conocida de Jovellanos es la prosa. Entre sus obras destacan por su belleza las Cartas a Ponz y las Memorias histórico-artísticas de arquitectura. Las Cartas son un ejemplo claro de literatura ilustrada, de un interés vivísimo por la realidad circundante. En un principio las cartas tenían como finalidad aportar datos sobre monumentos asturianos para la ambiciosa obra de Antonio Ponz, Viaje de España. De hecho, la carta segunda fue incluida por Ponz en el tomo XI. Las demás, comenzadas hacia 1783, y con una redacción casi definitiva en 1789, fueron repasadas muchas veces por Jovellanos (así consta en su Diario hacia los años 1794-1797), pensando en una edición independiente, ya que Antonio Ponz había fallecido en 1792. El destierro a Mallorca lo impediría y las Cartas se publicarían por vez primera en 1848, por la Sociedad Económica de La Habana. Aunque el motivo inicial había sido la descripción de monumentos, Jovellanos desarrolla en las Cartas temas muy variados, como costumbres populares, noticias sobre agricultura, industria, folklore, etc.
Las Memorias histórico-artísticas de arquitectura, escritas en Mallorca en 1802, constan de varias partes. Las dos dedicadas a la Descripción del castillo de Bellver, en las que revive la época medieval y en las que es patente el sentimiento de la naturaleza, son de las mejores páginas de Jovellanos. También con ellas pretendía enviar descripciones de monumentos a su amigo Ceán, organizando un equipo de investigadores dirigidos y orientados por él.
El Diario de Jovellanos (1790-1810) tiene un gran interés para conocer su vida y su pensamiento, además de abundantes datos sobre la historia y la vida política de aquellos años.
En el mismo sentido son muy interesantes sus cartas. La Correspondencia de Jovellanos es muy extensa y gracias a la encomiable labor del profesor José Miguel Caso puede ahora consultarse en la edición crítica de las Obras Completas, donde ocupa cuatro gruesos volúmenes. En esta Prosa selecta de Jovellanos podemos ver una pequeña muestra, reducida además a algunas que tratan temas literarios, pero que dan testimonio de lo que fue la correspondencia de este hombre ilustrado con los más diversos personajes de su tiempo, desde sus propios familiares hasta Godoy, Cabarrús, Escoiquiz, Meléndez o Sebastiani, el general del ejército francés.
También escribió Jovellanos obras de temática económica, política o social: el Informe en el expediente de la Ley Agraria, leído en la Sociedad Económica Matritense en 1794, e impreso en 1795; la Memoria para el arreglo de la policía de espectáculos y diversiones públicas y sobre su origen en España (1796), importante por las opiniones positivas de Jovellanos hacia el teatro del siglo XVII, en contraste con la actitud general en su época, contraria a Calderón y a su escuela; y la Memoria en defensa de la Junta Central (1811) escrita poco antes de su muerte.
«Al fijar en esta época literaria la vista sobre Meléndez, se presenta al instante a par de él el ilustre Jovellanos como amigo, como mecenas y como compañero en los progresos del arte. La variedad de talentos y de conocimientos que este hombre insigne poseía, y la muchedumbre de trabajos útiles en que se ejercitó, formarían un cuadro tan singular como interesante y glorioso a nuestras letras y a nuestra civilización, si éste fuese el lugar propio de trazarlo. Él pertenecía a la elocuencia por sus bellos elogios; a la historia por su discurso sobre los espectáculos, y por mil investigaciones curiosas y eruditas sobre nuestras antigüedades; a las nobles artes por su pasión, por su gusto exquisito en ellas y por la protección que les daba; a la economía por su admirable ley agraria; a la política por sus elocuentes Memorias; a las ciencias por el Instituto que fundó; a la filosofía por el grande espíritu que animó todos sus trabajos; a la virtud por los ejemplos de dignidad, de justicia, de entereza y de amor a su patria y a los hombres, que toda su vida dio con el anhelo más vivo y con la constancia más noble. Era, por cierto, un espectáculo tan bello y grato como raro y singular ver la afluencia de todos los estudios[os], de todos los talentos, a aquella casa, que parecía el asilo y el templo de las musas. El artista, del mismo modo que el orador, el historiador y el poeta, el jurisconsulto y el economista, el hombre de letras consumado y el alumno que apenas empezaba; todos eran recibidos con benevolencia y afición, todos entendidos y contestados en su lengua y en su ramo: los unos recibían aviso, los otros lecciones, otros fomento, algunos auxilio y todos placer y honor. El respeto y el amor que se conciliaba con este atractivo general era consiguiente al bien que las letras y las artes y los que las cultivaban recibían de esta conducta grande y generosa. Todos le amaban, todos le veneraban, y una mirada de aprobación, una sonrisa de Jovino era la recompensa más grata que entonces podían recibir la aplicación y el ingenio.
Pero aquí le consideramos sólo por sus relaciones con la poesía, arte que siempre amó, que cultivó en muchos de sus géneros de un modo siempre apreciable y a veces sobresaliente, y a cuyos progresos puede decirse contribuyó todavía más con sus consejos y su influjo que con su ejemplo, con ser éste tan grande y poderoso. Comenzóse a formar en Sevilla al mismo tiempo que Meléndez en Salamanca: y amigos comunes les hicieron conocerse, escribirse y formar aquella conexión que duró la mayor parte de su vida, y que tan provechosa fue a Meléndez y tan gloriosa a los dos. Allí escribió su Delincuente honrado, su Pelayo, su traducción del libro 1º de El paraíso perdido, y diferentes poesías líricas que corren manuscritas. En todas estas producciones se descubre bien el talento, el sano juicio y las buenas ideas y gusto de su autor; pero el estilo, no bien formado todavía, es más bien una prosa noble y culta, que una dicción verdaderamente poética: los versos no tienen el halago, el número y la armonía que necesitan para herir agradablemente el oído y grabarse en la memoria. Los cortos, sobre todo, están generalmente mal construidos, faltos de gracia, de cadencia y de rotundidad. Quizá en Sevilla no tenía con quien aconsejarse oportunamente cuando componía, o no había podido hacer en nuestros poetas el estudio necesario para adquirir en esta parte la práctica que le faltaba; quizá el trato más frecuente que tuvo después con Meléndez, con el maestro González y con otros humanistas, le dio luces y máximas que él supo aprovechar con envidiable destreza: lo cierto es que hasta que compuso la Descripción del Paular y las dos sátiras que tantas veces se han reimpreso, ni sus versos ni su estilo tienen, rigurosamente hablando, el carácter de verdadera poesía. Ya estos escritos lo son; y por la belleza, brío y perfección con que están ejecutados, el autor pudo ponerse en primera línea a par de los que entonces cultivaban el arte con más acierto y mayor reputación. Pudieran dolerse las musas de que un escritor dotado de tan ventajosas calidades no se ocupase exclusivamente de ellas. Los géneros nobles y elevados, a que él por carácter y estudios propendía, ganaran mucho sin duda con su aplicación a ellos. Pero en las altas y nobles atenciones en que estuvo ocupado sin cesar no le era posible frecuentar más el Parnaso, y sólo puede considerársele como un ardiente apasionado de los ejercicios de las musas. A ellas debió su educación primera, a ellas después sus más dulces distracciones, a ellas, en fin, la elegancia y la armonía de su prosa majestuosa y elocuente. En sus brazos nació y en sus brazos también puede decirse que murió: su último escrito fue un canto patriótico a los astures, y en este eco de su voz agonizante resonaron por última vez en los labios de Jovino la patria y la poesía.»
(Manuel José Quintana, “Sobre la poesía castellana del
siglo XVIII”, Obras completas, Biblioteca de Autores Españoles,
Tomo XIX, Madrid, Atlas, 1946, p. 155)
«No era fácil que en un tiempo en que el nuevo rey [José Bonaparte] ansiaba granjearse la estimación pública, se hubiese olvidado en la repartición de empleos y gracias del hombre insigne que acabamos de citar, de don Gaspar Melchor de Jovellanos. Libertado de su largo y penoso encierro al advenimiento al trono de Fernando VII, habíase retirado a Jadraque en casa de un amigo [Arias de Saavedra] para recobrar su salud, debilitada y perdida con los malos tratamientos y duro padecer. Buscóle en su retiro Murat, mandándole pasase a Madrid; excusóse con el mal estado de su cuerpo y de su espíritu. Acosáronle poco después los de Bayona: José de oficio para que fuese a Asturias a reducir al sosiego a sus paisanos, y confidencialmente don Miguel de Azanza, anunciándole que se le destinaba para el Ministerio de lo Interior. Disculpóse con el primero en términos parecidos a los que había usado con Murat, y al segundo le manifestó “que estaba lejos de admitir ni el encargo, ni el ministerio, y que le parecía vano el empeño de reducir con exhortaciones a un pueblo tan numeroso y valiente, y tan resuelto a defender su libertad”. Reiteráronse las instancias por medio de O’Farrill, Mazarredo y Cabarrús. Acometido tan obstinadamente de todos lados, expresó en una de sus contestaciones “que cuando la causa de la patria fuese tan desesperada como ellos se pensaban, sería siempre la causa del honor y la lealtad, y la que a todo trance debía preciarse de seguir un buen español.” Sordos a sus razones y a sus disculpas, le nombraron ministro mal de su grado, e insertaron en la Gaceta de Madrid su nombramiento: señalada perfidia con que trataron de comprometerle. Por dicha salvóle la honra lo terso y limpio de su noble conducta, y sirvió de obstáculo a la persecución que su constante resistencia hubiera podido acarrearle la victoria de Bailén: con cierta prolijidad hemos referido este hecho, como ejemplo digno de ser transmitido a la posteridad.»
(Conde de Toreno, Historia del levantamiento, guerra y revolución
de España, Biblioteca de Autores Españoles, LXIV,
Madrid, Atlas, 1953, p. 89)
«Un anciano se halla frente al mar en esta costa cantábrica. Está pensativo; atalaya la inmensidad. Sus ojos fulgen de bondad e inteligencia. Su cara limpia, cuidadosamente afeitada, remata en una redonda y suave barbilla. Ha ocupado este anciano eminentes cargos en la política y ha sido cruelmente perseguido. Ha escrito mucho: de legislación, de agricultura, de arte, de crítica literaria. La poesía le encanta; numerosas poesías han salido de su pluma. Poeta es, ante todo, este anciano. Su inspiración la ha vaciado en largas epístolas, en letrillas, en sonetos. Cuando todos sus escritos en prosa pasen, quedarán estos versos plásticos, enérgicos, que él ha escrito. Sentido de lo pintoresco y de la naturaleza hay en su poesía. En un tiempo —como el suyo— en que la poesía es blanda, descolorida, anodina, él sabe poner en sus poemas vivo color y animado movimiento. Si pinta una diligencia ascendiendo por un terreno, él nos describirá el sonar discorde de las campanillas, el chasquido del látigo, el grito ronco del zagal, “el tropel confuso con que las ruedas, sobre el carril pedregoso y pendiente, vuelven raudas el eje rechinante”; cuando habla del antiguo cobijo de una buscona, ahora opulenta, él nos lo pintará diciendo que lo componían “la salserilla, el sahumador, la esponja, cinco sillas de enea, un bufete, un pobre anafe, un velón y dos cortinas”. Un crítico [José Gómez Hermosilla] le ha reprochado el empleo en sus poesías de “expresiones demasiado familiares”: de voces como mulas, trote, mayoral, zagal, campanillas, ventas. Son esas voces la manifestación de un realismo que salva su poesía y la coloca sobre la anodina de sus contemporáneos.»
(Azorín, “Un poeta” [Jovellanos], Clásicos y modernos, Madrid, Renacimiento, 1913, pp. 23-24)
Ediciones
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—CARNERO, Guillermo (ed.), Memoria sobre espectáculos y diversiones públicas. Informe sobre la Ley Agraria, Madrid, Cátedra, 1997.
—CASO GONZÁLEZ, José Miguel (ed.), Cartas del viaje de Asturias (Cartas a Ponz), Salinas (Asturias), Ayalga Ediciones, 1981, 2 vols.
———, Obras completas, Oviedo, Centro de Estudios del Siglo XVIII-Ilustre Ayuntamiento de Gijón, 1984-1999, (Tomo I: Obras literarias; tomos II, III, IV y V: Correspondencia; tomos VI y VII: Diarios).
———, Memoria en defensa de la Junta Central. Tomo I: Memoria. Tomo II: Apéndices, Asturias, Junta General del Principado, 1992, 2 vols.
—NOCEDAL, Cándido, Obras publicadas e inéditas [de Jovellanos], Madrid, Rivadeneyra, 1858-1859, 2 vols. (BAE, 46 y 50). [Ed. post. en Atlas].
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Para la edición de las cartas hemos tenido en cuenta, además de las primeras ediciones parciales del epistolario de Jovellanos (Nocedal, Somoza, Cañedo...), la Correspondencia del escritor editada por Caso González en cuatro volúmenes, dentro de las Obras completas mencionadas en la Bibliografía. En otros textos, como el fragmento sobre Poética hemos tenido también presente la edición de las Obras de Jovellanos en Biblioteca de Autores Españoles. En cuanto al fragmento de la Memoria sobre espectáculos, editada por Sancha en 1812, hemos tomado en consideración además otras ediciones más modernas como la de Ángel del Río en Espasa-Calpe (Madrid, 1971) y la de Guillermo Carnero en Cátedra.