Qué desgaste de endorfinas enamorarse. Terminaba exhausta, cada vez. Le encantaba sentir esa excitación, el escándalo de bichos en su panza, el corazón a puro galope, la secreción de saliva cuando tenía su boca a menos de dos centímetros. Cómo le gustaba su lengua.
Ya sabía de memoria todo el proceso. Había leído mil ensayos sobre la química del amor, toda esa historia de la idealización del otro, bla. Pero no hacía más que reincidir. Y ya estaba grande… En eso pensaba mientras revolvía su exprimido de naranja, sentada junto a la ventana del bar donde habían quedado en verse. Esta vez tampoco iba a funcionar.
Pensó eso, pensó en su desorden hormonal y sacó turno con la endocrinóloga. Después pagó, guardó el celular en el bolso, respiró hondo y se fue caminando por la avenida.