Les encantaba fumar y quedarse colgados analizando letras de canciones.
Ese verano habían alquilado una cabaña con vista a la playa. Se levantaron tardísimo, ella preparaba un brunch con huevos revueltos, jugo de pomelo, rollitos de queso, pan integral, manteca y miel. Él paveaba con la camarita del celular, le sacaba fotos a ella de espaldas, a su culo en bombacha, al recorte de su cintura a través de la musculosa gastada, al lunar estratégico del omóplato.
Sonaba la canción de Estelares “El corazón sobre todo”, ella tarareaba de memoria cuando de pronto se dio vuelta extasiada. Poné de nuevo esa parte, ordenó.
La ventana daba al mar, ahora hay tormenta de arena en toda la santa alacena.
La última seca les ayudó a comprender. Estaban ante la síntesis perfecta de una historia de amor hecha cenizas. En una sola frase. Y sintieron miedo; miedo de que a ellos también les pasara, que algún día aquel idilio de cotidianidad, calentura y arrumacos terminara convertido en hastío.