Gigante y fría era su cama. Tan mullida y a la vez un témpano. Pero justo ahora estaba empapada en sudor y temblaba, recién despierta de un sueño horrible. Había soñado que se quedaba sola para siempre. Sola de toda soledad en ese rincón bellísimo del mundo.
Se levantó por fin de la cama-glaciar, envuelta en un poncho lanudo, prendió la estufa, se sentó en el borde de la ventana. A contemplar la vida pasar delante de sus ojos tristes. Qué injusticia, tenía un montón de amor para dar, pero a quién. Horas en ese ventanal. De a ratos creía ver que, allá a lo lejos, venía cabalgando un príncipe. Azul.
Qué estúpida la había vuelto la soledad. ¿O todavía estaba soñando?