Estaba realmente entusiasmada con aquella cita, nunca terminó de entender qué falló. Se había puesto un vestido a lunares, vincha roja y labios carmín haciendo juego, ameritaba selfie. Noche sin filtros fue su enigmático hashtag; para cuando él tocó el timbre ya tenía diecisiete likes.
Fueron a cenar a un lugar precioso, la mesa tenía un velador con voladitos, un músico tocaba el piano en un rincón. El mozo trajo dos copas burbujeantes que se llevaron el primer retrato de la velada, perdón pero creo que voy a querer acordarme de esta noche, se justificó con una sonrisa encantadora que él tomó como un piropo.
Comieron trucha con guarnición de espárragos y timbal de arroz. Ella elogió el lugar, la decoración, la panera, casi no tuvo baches la conversación y eso que no se dijeron nada. Hubo más fotos, por lo menos tres durante la cena, y dos escapadas al baño “para retocarse”, que serían desenmascaradas al rato con solo abrir Instagram.
De postre ella pidió una mousse de chocolate con frutos rojos, él no quiso nada. Un café y la cuenta, por favor. Antes de la medianoche la dejó en su casa y declinó amablemente la invitación a subir.