Voy a comprar puchos. La vieja y conocida escena del abandono. Él sale de su casa, se va caminando por la cuadra, se aleja. Camina despacio, un poco encorvado por el agobio. No aguanta más su vida. No tolera el ambiente de su casa, ni a su mujer; tampoco tolera el llanto incesante de su hijo, no hay manera de callarlo al pendejo.
Irse a la mierda, ser valiente por una vez. Da vuelta a la esquina y sale al bulevar. Es la parte más lujosa del barrio, tremendos caserones de estilo, es tarde, adentro las luces están encendidas, ¿esa gente será feliz?
El hastío es con él, sobre todo. Por su desidia, por los años que lleva muerto su matrimonio, por el tipo en el que se convirtió, un cínico mediocre, un manso. Poner la mesa, sacar la basura, lustrarse los zapatos, callarse la boca, dormir una siesta. Comprate una vida, gil. Acelera el paso, endereza la espalda, ganas de salir corriendo y no volver a llamar; que se arreglen. Faltan tres cuadras para la estación.
Un Marlboro box, por favor. Qué pasa... ya va, estoy volviendo; es que estaba cerrado el de la vuelta y aproveché para caminar.