Ay, por favor, qué es este tango. Yo no puedo creer lo que acabo de escuchar, si no fuera porque te conozco la voz pensaría que es una joda. De verdad no entiendo, qué me contás a mí de tu fracaso. Cómo se te ocurre aparecer de la nada, seis meses después, agitando la banderita de la reconciliación. Lo tuyo es de un descaro psicópata, te diría. Además, perdón, volver adónde. Porque decís a casa, ¿a qué casa?, por si no te enteraste, esta dejó de ser tu casa en el momento en que decidiste irte con la pendeja que ahora acaba de darte una patada en el culo porque no te aguanta más. Y yo qué tengo que ver en todo eso. Al tipo le agarra la crisis, pega el portazo y como el experimento no le funciona manda un texto, me equivoqué. Salí de acá, ridículo; andá a mendigar otra oportunidad a la iglesia. Querías vértigo, la vida es hoy y no sé cuántas pelotudeces más, acá tenés vértigo, buscate una pensión, “en casa” ni muerta. Lo único que me falta, ser la cornuda compasiva. Es insólito. Vos no tenés idea de lo que me costó recuperarme; jamás me escribiste para ver cómo estaba o si necesitaba algo y ahora resulta que me amás, por qué no te vas a la reputísima madre que te parió, que, dicho sea de paso, me sigue llamando para contarme todos sus achaques y encima me la tengo que fumar con el reclamo de que no vas a visitarla nunca y se siente sola. A propósito, a vos ni se te ocurrió pensar que quizás en este tiempo pude haber conocido a alguien, ¿no? Raro que la ama de casa que te lavaba los calzones se ponga la tanga. Pues te tengo noticias, querido, espero que te alegres por mí. Tu ex, la que te parecía incogible, esa que te la bajaba con sus comentarios domésticos, se mueve a un jovato que te pasa el trapo en varios sentidos. No quiero ser indiscreta, aunque ahora que somos confidentes… Bueno, nos vemos cualquier día de estos y vamos a tomar algo, dale. Te mando un beso. Que andes bien.