Capítulo 7

Durante el transcurso de la película, lejos de interesarme por lo que estaba pasando en la pantalla, pasé del pensamiento de la boda a otro por completo dedicado a Stephanie.

Primero pensé en qué habría pasado de haber estado ella conmigo en aquel cine. La imaginé a mi lado, riendo y explicándome cosas sobre ella. En mi imaginación, cada vez era una persona diferente. Tenía un pasado y un presente totalmente nuevos. Pero ninguna de mis suposiciones se parecía a nada que pudiera ajustarse a la realidad. 

Al acabar la película, me levanté mecánicamente, con los pensamientos todavía llenando mi cabeza. Seguí a James hasta la salida, había olvidado por completo a Elaine. James tampoco dijo nada.

Una vez que pude coger aire en el exterior, sentí que volvía a la realidad y miré a James, que no había dicho una sola palabra. Lo vi más blanco de lo habitual y con los ojos entrecerrados, en un claro gesto de reflexión.

—¿Qué pasa? —pregunté mirando a mi amigo sin ser demasiado consciente de nada.

—¿No lo has visto? —me dijo sin cambiar su expresión, pero mirándome.

Yo observé a mi alrededor, a sabiendas de que era del todo estúpido, y, sin saber muy bien a qué se refería, volví a fijar mi vista en él.

—¿Que si he visto qué?

—¿Qué te ha parecido la película? —me preguntó.

Yo, evidentemente, no supe qué responder; no me había fijado en la película, de hecho, no podría haber explicado el argumento.

—No he estado atento —confesé.

Él cambió por primera vez su expresión. Me miró sin verme, comprendiendo, sin que yo dijera nada.

—Es una tontería —soltó al darse cuenta de que lo miraba con atención.

Se puso en marcha, y lo paré cogiéndolo por el brazo. Lo obligué a mirarme a los ojos. Lo veía abatido. Yo lo había detectado, nadie más podría haberlo hecho dada su expresión en apariencia impasible pero absolutamente transparente para mí.

—Di qué te pasa —dije con un tono en el que solo me oyó él.

—La película. —Hizo una pausa—. Es una tontería. —Yo lo miré interrogante—. Es buena.

Sí, era una tontería. De hecho no era relevante para mí. Quizá tampoco era tan relevante para él como le parecía. Pero afectaba muy directo a su orgullo. Sabía que no podía mentir en su blog, pero yo pensé que el modo más fácil de solucionar el problema era hacerlo. Entendía su código ético, pero James tenía que detenerse para comprender de verdad lo que sentía en aquel momento. No tenía nada que ver con la película, sino con su padre.

Vi a lord Bercliffe tras James y evité, llevándomelo fuera de su vista, que se encontraran.

—No hace falta que escribas la crítica —le dije intentando que volviera en sí.

—Tengo que escribirla —me explicó mirándome directamente, todavía algo descolocado porque yo lo había movido con brusquedad—. Es buena. Mi rivalidad con mi padre solo se basa en sus películas. Él sabía que me gustaría. ¿Qué pretende?

Yo lo miré sin saber qué contestar.

—Fue él quien empezó a evitarme al leer mis críticas —continuó—. Me odia por mi punto de vista, no soporta que lo exprese. Y ahora que sabe que daré una buena opinión, quiere acercarse a mí.

—Ya sé lo que debes hacer —solté sin que él se lo esperara. Y me miró con atención—. Escribe la crítica. —Él asintió con la cabeza esperando el resto—. Después continúa igual tu relación con tu padre. No pretendas que nada sea diferente porque una película suya te haya gustado, su relación contigo no se puede basar solo en los buenos momentos. Déjale eso claro.

Él asintió de nuevo, pero no me dijo nada más. Pensábamos más que decíamos, y ese no era un hecho extraño ni mucho menos indeseable.

Me cogió por sorpresa Elaine, que pasó por mi lado casi rozándome, sin darme cuenta hasta el último momento pues estaba inmerso en mis pensamientos. Ella se giró para pedirme disculpas, pero, dado que no me había visto nunca, continuó su camino. Yo me quedé sin aire.

—Tendrías que hablar con ella —me dijo James.

—Lo sé. —Ahora que la había visto, ya no tenía excusas. No podría describir su expresión, no parecía llevar un gran peso, pero tampoco saltaba de alegría. Quizá fingía—. Pero no puedo. —Y era verdad, tenía un terror irracional a aquella chica que no conocía, con la que nunca había hablado y que un día debía ser mi esposa.

Aquella noche no soñé. Tras el último sueño, casi lo prefería, pero me molestaba que mi subconsciente no tuviera una vía de escape. Mi cabeza me creaba una imagen de vacío. Era un sueño, pero no había imágenes ni sonidos ni sensaciones de frialdad ni calidez. Quizá lo podría haber confundido con oscuridad, pero oscuridad era el nombre de una sensación demasiado palpable para describirlo. Sabía que estaba durmiendo, sabía que estaba soñando, pero todo era negro. A veces podía sentir cómo pasaba el tiempo mientras dormía. Pasaba horas viendo el color negro, sin sentir nada, quizá no estaba dormido y quizá tampoco estaba despierto. Quizá aquello era lo que pasaba cuando no tenías nada con que soñar.

***

James se presentó en mi casa al día siguiente, con la mochila colgando del hombro. Acababa de llegar de la universidad.

—Te propongo una cosa —me dijo cuando ya estábamos acomodados en la biblioteca—. Yo hago la crítica en mi blog y tú hablas con Elaine.

Yo no dije nada durante mucho rato y pensé en las pocas ganas que tenía de conocerla, y en la cantidad de cosas que podría solucionar si hablaba con ella.

James no insistió, no estaba impaciente por saber si aceptaría su trato.

—Te acompañaré —me dijo.

Yo lo miré fijamente y me limité a aceptar su ayuda con un leve movimiento de cabeza. Él no hizo ningún gesto de alegría o de victoria.

No creía tener el valor necesario como para hablar con Elaine, cuando el día antes la había tenido frente a frente y ni siquiera la había podido mirar sin temblar. Al menos, el sueño de ella desaparecería tras un velo. Ya sabía cómo era y no sé si eso me daba más miedo todavía.

Los dos nos quedamos en silencio largo rato hasta que Pilot entró en la habitación. Primero saludó a James con efusividad, y luego vino hacia mí y se sentó a mi lado.

—¿Ya le has dicho a tu hermana que me devuelva la llave? —pregunté recordando el día que Pilot había escapado.

—Sí, pero dice que no tiene ninguna llave. —Se quedó reflexionando—. Sé que miente, pero no sé cómo demostrarlo.

—Lo importante es que no la utilice, no importa si la ha perdido. Yo puedo pasar sin llave. Pero hace unos días alguien entró por la noche, y Martha se llevó un buen susto.

Él me miró preocupado desde la butaca en la que estaba sentado.

—Es posible que sea ella quien entró en tu casa.

Yo bajé la cabeza con expresión reflexiva.

—Puede que fuera alguien de la casa —dije mientras repasaba aquella noche por primera vez en mucho tiempo—. No he pensado demasiado en ello porque es posible que no fuera nada.

James me miró, y de sus ojos no había desaparecido aquella sombra que se había instalado allá hacía un rato. En aquel momento, la claridad de sus ojos se mostraba tenebrosa, dejando ver los profundos pensamientos que pasaban por su mente.

—Es posible que fuera alguien del servicio —acabó diciendo—. Pero ándate con mucho cuidado con mi hermana, no lo parece, pero es muy inteligente.

—¿Crees que debería preguntar a todos si aquel día se paseó alguien por la casa? —pregunté sin estar nada convencido.

—Creo que deberías preguntar con discreción. Teniendo en cuenta cómo se lo tomó Martha, es posible que se asustaran. —James se levantó, se acercó a la ventana y descorrió las cortinas para ver el exterior—. Empieza a oscurecer —dijo cambiando de tema.

—¿Has venido andando? —Él negó con la cabeza y asumí que había venido con la moto—. ¿Quieres quedarte a cenar?

—No. —Y se giró con agilidad dirigiéndose hacia la puerta—. Quiero hablar con mi hermana.

—Yo también —solté pensando en el respiro que sería para mí poder liberar mi ira contenida.

—En realidad no quieres.

Y era cierto, mis deseos de gritar a Margaret estaban placados por mi temor a su mirada de admiración.

James se marchó y me dejó solo en aquella casa. Pilot era probablemente la única compañía que tendría. Y Maj y Martha, los únicos que se preocuparían por si me había marchado o todavía seguía dentro. Los muros de piedra me empezaban a angustiar y la perspectiva de ir a ver a Elaine no me quitó ningún peso de encima. Pensé en hablar con Maj de Elaine, pero si bien mi mayordomo era un gran confidente durante nuestros viajes, los días que estábamos en Inglaterra se mostraba frío y no sabía muy bien cómo acercarme a él.

Aquella noche tampoco recordé el sueño que había tenido, pero al despertarme en medio de la madrugada, me acordé de el día en que el padre de Elaine, lord Wingfield, había visitado el castillo de mi padre.

Aún recuerdo haber estado escondido cuando aquel hombre entró en el castillo donde yo vivía cuando era pequeño y en el que todavía vivía mi padre, en lo alto de la colina. No lo vi, pero oí su voz grave y serena resonando por las paredes de aquella fría vivienda. Había reclamado a mi padre.

—Quiero ver a lord Butler —había dicho confiriendo temor a cada una de las personas que lo habían escuchado.

No tardé en ver a mi padre bajar las escaleras, alterado como nunca lo había visto, nervioso. No me había atrevido a salir de mi escondrijo.

—¿Quiere pasar al salón? —había dicho mi padre con temor.

—No —respondió el hombre—. No tengo intención de quedarme mucho rato. De hecho he venido en persona porque el asunto lo tenemos que cerrar usted y yo.

Se sucedió un silencio muy incómodo en el que solo oí la respiración pesada de mi padre.

—Es muy pequeño, todavía no ha llegado a la edad indicada, solo tiene siete años —dijo con una voz de sumisión, suplicando.

No vi llegar a Maj, que me cogió desprevenido levantándome del suelo. Antes de que me llevara a mi habitación, pude oír las últimas palabras del hombre capaz de atemorizar, incluso, a mi padre.

—He decidido cambiar de planes.

Aquella noche misma intentaría escapar, correría bajo la nieve y acabaría exhausto y desamparado. Me encontraría con un hombre de figura imponente que me haría volver a casa, recordándome que no podía huir.

Al día siguiente, James no vino a casa, me llamó por teléfono diciendo que me esperaba en la suya y que juntos iríamos a la mansión Wingfield a hacer una visita. Yo pregunté por Margaret, pero él me dijo, con voz algo preocupada, que su hermana no estaba en casa, estaba en el instituto, y que la noche anterior no le había podido sacar mucha información. Había jurado no haber entrado en mi casa, pero no había negado haber dejado abierta la valla en ninguna de las dos ocasiones en las que yo la había encontrado abierta.

Me había pasado el día observando al servicio sin darme cuenta. Mi subconsciente y los momentos en blanco me hacían dirigir la vista hacia sus movimientos y expresiones. No había visto nada extraño, nadie se fijaba en mí. Menos Martha, que me sonreía siempre, y otra chica que me había observado a mí antes de que yo a ella.

Me encontré con James en su casa. No me sorprendió ver una limusina esperando en la puerta, pero no me hizo mucha gracia.

—¿Me haces venir hasta aquí —Salté cuando vi a James saliendo por la puerta—, y quieres ir hasta casa de Elaine, que está cerca, en limusina?

Él me miró burlón, con la cabeza bien alta, y tuve ganas de gritar, pero controlé mi genio y entré tras él sin decir nada.

—No podemos ir a aquella casa andando, y llegar con los zapatos llenos de barro —dijo James como si estuviera pronunciando las palabras más lógicas que hubiera dicho nunca nadie. Y quizá tenía razón.

La limusina arrancó.

Ya estaba lo suficientemente nervioso como para presentarme de aquel modo en la casa de los Wingfield. ¿Y si no quería verme? ¿Y si me echaba? No estaba muy acostumbrado a tener dudas de ese tipo, pero no podía evitar tenerlas en ese momento.

—No puedo presentarme así en casa de Elaine —acabé diciendo con un susurro.

—¿Quieres que lo dejemos para otro día? —dijo James y tuve la sensación equivocada de que la limusina disminuía la velocidad al compás de sus deseos.

—No, pero quiero hacerlo diferente. —Nos quedamos en silencio un rato. Los dos esperábamos que alguna palabra saliera de mi boca—. Iré solo —aseguré.

Y sin decir nada más y con la limusina en marcha, bajo la mirada nada sorprendida de James, bajé del vehículo; y él, desde dentro, cerró la puerta, lanzándome un último vistazo preocupado.

Respiré el aire de la tarde. En aquella época del año, el sol ya empezaba a estar bajo más temprano de lo habitual, por lo que los árboles estaban bañados de una tétrica luz anaranjada.

«Hoy es tétrica, mañana puede ser cálida», pensé.

No tenía prisa, por eso anduve con lentitud, dejando atrás mis estúpidos nervios y fijándome en cada detalle en el que me podía recrear. Así, cuando estuve ante su entrada, una gran puerta de madera, no me sentí nervioso. No recordaba muy bien por qué había tenido que ir a aquella vivienda y no tenía intención de retirarme. Y vi la casa a la que me dirigía. No estaba muy lejos, llegaría antes de lo que me hubiera gustado. Oí la limusina alejarse, pero ya no la veía, había girado a la izquierda con la intención de dar media vuelta. Tenía la tentación de hacer lo mismo que el vehículo que me había llevado hasta el punto donde me encontraba, pero sabía que cuanto más tardara en visitar a mi prometida, más daño me haría verla.

Empezó a llover. Pero no por eso me di más prisa en entrar, ni mucho menos. Me quedé mirando la puerta mientras las gotas me golpeaban la cabeza y me iban mojando la ropa, haciéndola oscurecer cada vez más.

Por fin llamé con energía con la aldaba en forma de león que colgaba de la puerta, prescindiendo de tocar el timbre.

Un hombre alto, vestido de obscuro, me abrió.

—¿La señorita Elaine Wingfield? —pregunté lo más educadamente posible, empezando a ser consciente de que hablaría con ella, me empezaba a preparar para ese hecho.

Él asintió.

—Ahora la aviso, pase —dijo viendo que ya estaba mojado de pies a cabeza.

El ruido de la lluvia repicando contra el suelo fue sustituido por un silencio solo roto por los pasos de aquel hombre, la humedad y el sentimiento de pesadez en un ambiente cálido y agradable. El retrato de una joven que me resultaba vagamente familiar sonreía desde la parte alta de las escaleras. El recibidor era todavía más grande que el mío, y un dulce aroma cubría todo el espacio.

El corazón me latió más rápido y mis músculos se pusieron en tensión cuando una suave melodía de violín atravesó la habitación. Tuve la tentación de perseguir aquella música, pero el hombre que había ido a buscar a Elaine se había ido en dirección contraria. El sonido se paró, solo lo estaban afinando.

—¡Elaine! —Oí en la dirección de donde había venido el sonido del violín. No era una voz del todo desconocida, pero no pude identificarla—. ¿Has tocado mi violín?

Y escuché pasos que significaban que quien fuera que había tocado el violín hacía un segundo se aproximaba a mí, voluntariamente o no.

—¡Elaine! —Volví a oírla gritar antes de verla.

Ella no me vio en un principio, y hubiera preferido que no lo hubiera hecho. Entró con paso decidido a encontrarse con Elaine, con unos tejanos, una camiseta verde, unas botas negras y el pelo recogido en una trenza. Hubiera deseado desaparecer con las gotas que caían de mi cabello por mi ropa. No podía estar más tenso, no podía moverme. No sé en qué momento preciso me vio, pero recuerdo su expresión. Primero incredulidad, luego miedo. No se acercó y enmascaró con orgullo lo que sentía. Se fue sin decir una palabra y luchando por no correr.

«Tendría que haberle dicho algo», pensé impotente, sin ser del todo consciente de lo que había visto. Solo tenía el pensamiento en el hecho de que había visto a Stephanie, a quien iba buscando hacía tantos días. Se me pasó por la cabeza que su imagen quizá solo era producto de mi imaginación. Una imaginación últimamente demasiado prolífera y lejos del contacto con la realidad.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por unos pasos lentos que se acercaban por el pasillo por el que había desaparecido la misteriosa Stephanie. Pensé rápido en si debía retirarme para reflexionar mejor sobre lo que había pasado o enfrentarme a quien fuera que viniera y descubrir algo. Mi mente fue veloz al hacer las conexiones adecuadas, pero aun cuando hubiera decidido marchar, no me habría dado tiempo a huir sin que la persona que entró a la sala me viera.

Elaine entró con tejanos y su pelo rubio suelto sobre los hombros. Al verme, sonrió con cordialidad, pero se la veía algo descolocada. Se me acercó y noté que podía volver a moverme.

—Elaine Wingfield —dijo presentándose educadamente, su voz era ligera y baja.

Pensé un momento en si hacía falta decirle mi nombre y las cosas que comportaría.

—Marc Butler —dije tras una larga espera por su parte.

Y ella se echó unos pasos atrás sin perder la sonrisa, pero algo turbada. Se produjo un silencio muy incómodo que rompió ella.

—¿Y qué hace aquí? —preguntó sin poder evitar soltar una risita casi inaudible—. ¿Por qué ha preguntado por mí?

—Quería hablar contigo —le dije sin comprender por qué no lo entendía—, antes de que tengamos que casarnos. ¿Te falta mucho para cumplir los dieciocho años?

Sabía que era directo, pero la situación no daba espacio a contemplaciones.

Ella me miró todavía con aquella extraña sonrisa en los labios y comprendí que había cometido algún error, que había fallado en algo. Pero como no sabía qué palabras debía rectificar, no dije nada. Elaine se volvió a acercar a mí.

—Ya hace mucho que tengo dieciocho años —me dijo. Me costó creerlo, puesto que la veía muy menuda—. De hecho ya tengo casi veinte.

Podría haber preguntado: «¿Por qué no estamos casados ya?», o varias cosas que seguramente la hubieran hecho reír más o alarmarse, pero ella, tras ver que mi silencio no iba a ser interrumpido, continuó, serenando su expresión:

—Siento ser tan directa, no es mi intención jugar —¿por qué estaba siendo tan formal?—, pero usted busca a mi hermana, a Stephanie, no a mí.

—¿Qué? —pude articular mientras mi mente no daba más de sí con tanta información.

Stephanie, la chica que había encontrado en el río, la que había deseado ver, la que había encontrado en aquel local, la que había escapado de mí y la que había bailado, observado y hablado conmigo en mis imaginaciones. Stephanie, la figura misteriosa, era hermana de la chica que yo creía hija única. La chica que yo creía que iba a ser mi esposa. Siempre había pensado que la hija de lord Wingfield se llamaba Elaine y sí, era así, pero no era la hija con la que yo debía casarme. Mi padre nunca me lo había dejado claro, y James y yo habíamos hecho investigaciones muy vagas dado que yo tampoco quería saber demasiado de mi prometida.

—¿Quieres hablar con ella? —me preguntó al verme con una extraña expresión.

Yo dije que sí con la cabeza y ella se retiró, primero con paso lento, y cuanto más se alejaba, deprisa y corriendo. Yo volví a quedarme solo en aquel recibidor esperando a Stephanie; volví a pensar en huir, pero la perspectiva de hablar con ella era demasiado tentadora. Recordé mi ropa mojada, no se había secado en absoluto, y mi cabello todavía estaba chorreando. Me arreglé algo el jersey e intenté ordenarme el pelo, pero era imposible tener un buen aspecto en aquellas circunstancias. Miré al suelo, había formado un pequeño charco. Me representé a Stephanie entrando a la sala, pero no pude imaginar si entraría con la cabeza alta pero con preocupación, con desconfianza, sin querer saber nada de mí.

Me sorprendió ver a Elaine volver, pero sola. Se acercó con una expresión de disculpa y, mirándome como yo miraba a todo el mundo a quien mentía, me dijo de forma cortés:

—Lo siento, pero está enferma, no puede venir.

Yo la había visto, seguro que Elaine lo sabía porque Stephanie le había dicho. Y también le había dicho que me diera una estúpida excusa, que yo acepté como ritualmente era correcto.

Me abrió la puerta y me di cuenta de que ya había oscurecido, quizá a causa de las nubes. Salí sin una palabra, me dijo adiós y respondí de manera mecánica.

—¿Quiere un paraguas? —me ofreció al ver que todavía llovía.

Me negué. Me dijo adiós y cerró la puerta suavemente, dejándome frente a frente con el león de la aldaba.

Me había comportado de una manera tan estúpida que me sentí demasiado frustrado como para volver tranquilamente hacia casa. No había gritado, ni siquiera me había enfadado, solo sentía frustración. No había reaccionado, y todavía estaba pensando en todo lo que había pasado.

«¿Será verdad que con quien me tengo que casar es con Stephanie?», pensé mientras procuraba salir de aquella propiedad.

No quería ir a mi casa, estaba bastante confundido. Pensé en huir, es cierto, pero mi cabeza no estaba lista para preparar un plan de escapada. Fui en dirección contraria a todo lo que me era conocido, o esto era lo que creía que hacía. Me dirigía a la carretera con la lluvia todavía cayendo encima de mí sin piedad. No tardé nada en llegar, o al menos esa fue mi sensación, quizá dada por el aturdimiento. Me asusté de la dirección que habían seguido mis pasos sin ser yo consciente. Al otro lado de la carretera, en la lejanía, el castillo de mi padre se levantaba sobre la colina y me hacía sentir pequeño.

«No quiero casarme», solo pude pensar.

Y me dejé caer al suelo mientras la luna salía tras una nube iluminándome e iluminando el tortuoso camino que llevaba al castillo. Yo negué con la cabeza con lentitud, con esfuerzo, pero volví a sentir el magnetismo. Grité, y mi grito resonó por la noche, sorprendiéndome a mí mismo la fuerza que había puesto en desprenderme de este.