—Marc, ¿estás bien? ¡Marc! —Oí en la distancia.
No, no estaba bien, pero me ahorré responder. Abrí los ojos para ver quién me quería despertar de mi estado, en el que me había sumido días o, quizá, semanas atrás. Por fin lo vi; al principio, al estar yo tan débil y al no haber notado a mi salvador en mi casa hasta entonces, me costó reconocerlo. Cerré los ojos para volver a abrirlos, tenía a James delante de mí, que me levantaba del suelo y me acomodaba en el sofá.
—¿Estás bien?
Quizá a otra persona le hubiera dicho que sí, a pesar de ser absolutamente falso, pero a él no necesitaba mentirle.
—Pues claro que no —rugí, utilizando mi voz por primera vez en mucho tiempo.
Él sonrió ante mis muestras de vida.
—Suerte que te he encontrado —dijo, y se sentó él también—. ¿Quién te ha hecho eso? ¿Qué te han dado?
Intenté recordar a partir de las preguntas de James, esperaba poder responderlas en seguida, pero mis pensamientos se bloquearon. Nadie me había hecho nada, nadie me había dado nada. Yo mismo me había negado a moverme, me había negado a comer, quizá sin darme cuenta de ello. Solo sabía que me había abandonado, había decidido que yo no era lo bastante importante, es más, me creía tan poca cosa que ni siquiera había decidido dejarme, me había olvidado de mí mismo, que necesitaba comer; de seguro me había olvidado de todo.
Negué con la cabeza y me sentí desfallecer, había bebido agua durante aquellos días por el dolor de la sensación de sed, cuando mi cuerpo mandaba sobre mi mente enfermiza, pero ya necesitaba alimento. Pensé por un momento en lo que debía ver James de mí. Y quizá porque él estaba allí, apoyándome, o quizá porque alguien había pronunciado mi nombre, recordándome que existía, decidí pedir ayuda, resurgir, ser valiente, buscar alguna cosa por la que luchar. Encontraría a Stephanie, estuviera donde estuviera, e intentaría volver con ella. Otra vez me acudieron lágrimas a los ojos al pensar en las palabras que me había dedicado.
—¡Marc! —exclamó mi amigo, preocupado, al ver que dejaba caer mi cabeza entre las manos.
Estaba diferente, pero continuaba teniendo la misma postura que lo caracterizaba. Su pelo seguía siendo rubio y sus ojos igual de azules, sus facciones se habían endurecido y mostraban preocupación, más de la que nunca había sentido, por mí.
—Necesito recuperar fuerzas —dije—, necesito comer.
Pero no tenía hambre. Así que cuando James me plantó delante de un plato de pasta, solo me movió el deseo de ponerme bien para recuperarla.
—¿Cómo es que has venido? —pregunté ya con la cabeza más clara, luego de haber comido.
James me miró con cautela, pensando en si era el momento de decirme lo que me tenía que contar.
—¿Sabías que Stephanie se había marchado? —pregunté con un mal presentimiento.
—Lo sabía —respondió poco a poco—. Lord Wingfield no ha tardado mucho en mostrarla en público, igual que a tu hijo, a ti te han dado por muerto.
—¿Qué?... ¿cómo? —pregunté confundido.
¿Por qué Stephanie había escapado de mi lado? ¿Para volver a su cautiverio? ¿Tanto me odiaba? ¿Por qué había vuelto con su padre? ¿Y si lo que había escrito en la nota era falso? ¿Y si en realidad era ella, todo ese tiempo, quien quería entregar a nuestro hijo? ¿Por eso se había casado conmigo?
—¿Crees que se ha marchado por voluntad propia? —Me hizo reflexionar James.
Bajé la cabeza, no sabía si era mejor o peor que en realidad se hubiera marchado por su propio pie. Saqué del bolsillo de la camisa el arrugado papel que contenía las últimas palabras que me había dirigido Stephanie y que yo había dejado allí.
Lo acerqué a mi amigo, que lo miró interesado y lo cogió con cuidado. Yo lo solté reticente. James observó con atención las palabras impresas en negro. Sin embargo, estoy seguro de que no tantas como yo. Levantó la cabeza y me miró.
—Vaya —dijo.
Por primera vez no sabía exactamente qué decirme y hablaba antes de pensar.
—¿Crees que lo ha escrito ella?
Yo reflexioné. No era tan descabellado que se la hubieran llevado. De hecho, cuando no sabía que había ido a parar a manos de su padre, pensaba que se había marchado, pero mi conocimiento de los hechos mostraba que valía la pena salir a buscarla. Y si se había marchado por voluntad propia... la dejaría y me consumiría en silencio.
—Explícamelo todo. —Exigí de repente.
—¿Qué quieres que te explique? —dijo él encogiéndose de hombros.
—Todo —pedí con tono convencido, pero sin estarlo mucho—. Cuándo llegó, cómo la han presentado, cuánto tiempo hace...
—De acuerdo —interrumpió él—. Sin embargo, ¿cuánto tiempo crees que ha pasado? ¿Qué has estado haciendo?
Yo negué con la cabeza, no quería responder, él no insistió.
—Pues han pasado ocho días desde que ella llegó a la mansión Wingfield. Yo me enteré por Margaret. Me dijo que la hija de lord Wingfield, la que vivía en el extranjero y de la que ella nunca había oído hablar, había vuelto, ya que su marido se había muerto. Por suerte mi hermana no hizo más preguntas, se hubiera llevado un disgusto al saber que el supuesto muerto eras tú. Yo me asusté, pensé que te podría haber pasado algo malo, pero Margaret no se dio cuenta de mis temores.
Asentí admirando la cabeza fría de James y su lógica. Él prosiguió:
—Acto seguido, mi contacto en el pueblo me informó, me dijo que había rondado tu casa, que no había visto a nadie salir del pueblo, pero que no abrías la puerta. Así que, para saber lo que había pasado y procurando persuadir a mi hermanita de que no se informara por su cuenta, me presenté en casa de lord Wingfield para saber si era cierta toda la información que había llegado a mis oídos y para hablar, si es que estaba en aquella casa, con Stephanie.
—¿La viste? —interrumpí sin saber exactamente por qué.
Él negó con la cabeza.
—Me echaron muy rápido —prosiguió—. Me recibió una sirvienta y me dijo que tenía la orden de no dejar entrar a nadie. Sin dejarme hablar. Y eso que cuando yo quiero, hablo. Me dio una invitación a una fiesta, en la que ponía que darían la bienvenida a la hija de lord Wingfield, lady Butler, y darían la bienvenida al mundo a su hijo.
Él esperó que yo hablara, pero todavía estaba intentando asumir toda la información.
—Vine esperando encontrarte muerto. Y de hecho casi lo estabas.
Yo levanté la cabeza y le dediqué una sonrisa divertida.
—Podrías haber ido a la fiesta —dije—. Quizá podrías haber hablado con ella.
—Iré —indicó imitando mi sonrisa—. Además, la fiesta es dentro de una semana, quieren invitar a todo el mundo. Es de aquellos festejos que tendrían que durar semanas. Y tengo una competición de esgrima al día siguiente, no pienses que nos quedaremos aquí.
—¿En una semana? —reflexioné dejando de lado la noticia de la competición.
—Eso he dicho, una semana. —Se acercó un poco más y me preguntó—: ¿Quieres ir?
Yo lo miré, pero tardé en responder. Realmente me gustaría ir y encontrármela, pero había un problema, no me dejarían entrar. Y mientras pensaba eso, negué con la cabeza.
—¿No quieres ir? —dijo él con desilusión.
—¡Claro que quiero ir! —Salté yo—. Pero van a reconocerme. No pasaré la puerta de entrada.
—¿Crees que no lo he pensado? —apuntó sorprendiéndome—. Piensa que la fiesta será en la mansión Wingfield.
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunté sin comprender.
—Que puedes entrar a su propiedad por la mía.
Y lo comprendí. Todo era tan fácil como pasar entre los arbustos que delimitaban las propiedades de las dos familias. Me colaría en la fiesta, y James intentaría localizar a Stephanie para que yo pudiera hablar con ella. En aquel momento me convencí de que todo iría bien, pero aquello era porque no pensaba en todo lo que podía ir mal. Tampoco pensaba que quizá Stephanie me diría por fin, y en la cara, que no me quería volver a ver nunca más, que nunca me había amado, que me odiaba.
Hundí la cara entre las manos, reflexionando. ¿De verdad quería oír aquellas palabras de su boca?
—Margaret estará contenta de verte —dijo James.
—¿Es necesario? —consideré, sabiendo que evidentemente sí lo sería.
—Ha estado preguntando por ti desde que te marchaste, aunque no sé con qué intenciones, me pregunta si volverás. A veces no termino de entender si lo quiere o no. Aunque creo que, cuando te vea, no vas a poder sacártela de encima.
—Que bien —dije irónico—. ¿Y tú que le decías de mí?
—Le dije que te habías marchado a vivir a Barcelona.
—Ya la había olvidado —dije reflexionando en voz alta.
—Espero que no se haya enterado de que a la recién llegada la llaman lady Butler, y que no lea ninguna invitación.
La última cosa que recordaba de Margaret era que se había quedado una llave mía, la llave que abría la valla de mi propiedad en dirección a casa de James y que la había dejado sin cerrar haciendo que Pilot huyera; y precisamente por eso, reflexioné, había conocido a Stephanie. ¿Debía agradecérselo? También recordé que había encontrado un abrigo mío en casa de James, un abrigo que no recordaba haber llevado allí, sin mencionar la extraña presencia en mi mansión. Todas esas cosas quedaban lejanas. No había resuelto nunca si había sido Margaret, tampoco había vuelto a hablar con Martha ni había vuelto a ver a Pilot.
—¿No quieres saber de tu padre? —dijo James irrumpiendo en mis pensamientos.
—¿Qué le ha pasado? —pregunté sin estar realmente interesado—. ¿Me buscó?
—Cuando desapareciste, él se encerró en su castillo. Por lo que yo sé, nadie ha vuelto a verlo. Pero continúa pagando a todos los sirvientes, los del castillo y los de tu casa. —Cogió aire y me miró con interés, con sus ojos azules—. Está invitado a la fiesta.
Así que tal vez vería a mi padre. No tenía ningún sentimiento de venganza. Finalmente no me había casado por su orden, así que poco me importaba. Pero si él se había llevado a Stephanie, lo pagaría.
Pasaron dos días antes de que James y yo saliéramos de aquella casa. Los vecinos habían ido llegando de uno en uno. Todos golpeaban la puerta de casa, y a diferencia de los días en los que me había abandonado, les abrí a todos. Querían saber qué me había pasado. Les comentaba que había llevado a Stephanie al hospital y había estado con ella unos días, pero no se lo creían, yo tampoco lo hubiera hecho. Había dejado el trabajo sin explicaciones, y Adam no dejaba de llamar, insistiendo en que volviera, pero no se había presentado en casa y, de hecho, lo agradecía. En aquellos dos días comí mucho, pretendía que la ropa que tenía no me quedara grande, y aunque no conseguí recuperar todo el peso perdido en aquel poco tiempo, y mi aspecto estaba muy desmejorado, la ropa me quedaba bastante bien.
—Tendré que comprarte algo para ir a la fiesta —dijo James refiriéndose a mi vestuario—. Esperemos que no te vean tan escuálido, sino, darás pena.
Yo no me ofendí. Me miré en el espejo y le di la razón. No me veía a mí, sino a alguien demacrado, pálido y enfermizo, con bolsas bajo los ojos. Tuve que apartar la mirada de aquella visión porque me recordaba a todo lo que había sentido durante aquellos días. Tenía que recuperarme antes de volver a ver a Stephanie, tenía que presentar el mejor de mis aspectos.
—Con lo que tú has sido —dijo James en tono de broma.
Pero tenía razón, así que me molestó y, sin pensarlo, le dediqué una mala mirada.
—Lo siento —se corrigió con rapidez—. Es que hace mucho que no nos vemos, y te veo diferente.
«Él no lo sabe», pensé.
James no sabía que yo, hasta hacía unos días, había tenido el mismo aspecto de siempre y que me habían consumido los ocho días o más que habían pasado desde que se había marchado Stephanie y había llegado él. James pensaba que había perdido peso con el tiempo o que me había hecho mayor, pero no.
—Cuando se marchó Stephanie, yo no tenía este aspecto de vampiro —me atreví a decir, y él me miró interesado.
—¿Qué pasó?
Se lo quería contar, sin embargo, ¿cómo?
—Los ocho días que estuve solo no fueron los mejores de mi vida precisamente —dije muy flojo—. Prefiero no hablar, pero tienes que saber que nadie me hizo ningún daño. Ningún daño físico.
Creo que por fin él comprendió, y lo aprecié, porque yo tampoco lo acababa de entender.
Salimos de casa cuando eran las once de la noche. Estaba convencido de que nadie estaría deambulando por las calles en aquel pueblo a aquellas horas, y acerté. Todo estaba tan oscuro fuera, en la calle, que no podía ver las casas más próximas. En aquel pueblo la única luz que brillaba era la del ayuntamiento, que era el más alejado de los edificios.
James pasó su maleta por el marco de la puerta, yo no llevaba nada, solo la nota de Stephanie en el bolsillo.
Cerré la entrada con llave cuando James ya estuvo fuera. Y pensé que quizá no volvería a aquella casa donde había sido tan feliz. Atravesamos la valla blanca y miré por última vez hacia atrás, y no me supo mal marcharme, porque aquella casa estaba vacía.
—¡Marc, no veo nada! —me dijo James en voz baja.
Yo me acerqué para guiarlo, cogí su maleta y la hice rodar por el camino que nos llevaba al taxi que acabábamos de llamar. Sus luces iluminaban la oscuridad de la carretera. La escena me recordó al día de mi primer intento de huida, el día en el que había pensado que nunca podría salir de casa, cuando el taxi no había llegado, cuando me había quedado solo helándome de frío y una figura oscura me había mandado volver a entrar.
Cuando llegamos me di cuenta de que no había nadie dentro del coche, y después de dejar su maleta en el maletero, James se sentó en el asiento del conductor. Yo no pregunté nada. James se lo habría montado para que todo fuera lo más discreto posible.
—Me gustaría visitar la tumba de Maj —le confesé a James cuando ya estuvimos en el vehículo.
—Creo que está en el cementerio de tu familia, pero la verdad es que no lo sé.
Yo asentí y miré por la ventana mientras el coche arrancaba. Me acomodé en mi asiento y los dos guardamos silencio absoluto. El viaje sería largo.
A la media hora empezó a llover. Las gotas iban golpeando los cristales con violencia, y James activó el limpiaparabrisas sin inmutarse. Yo giré la cabeza para mirar por la ventana. No tardaríamos mucho en llegar a la estación.
—James —dije llamando la atención de mi amigo. Y él giró un momento la cabeza, señal de que me escuchaba—. ¿Crees que Stephanie querrá volver? ¿Crees que vale la pena intentarlo?
—Después de tanto tiempo viviendo con ella, tendrías que saberlo. —Fue su respuesta.
Y sí, lo tendría que haber sabido, estas cosas, en teoría, se saben cuando estás tanto tiempo con alguien. Tendría que haber sabido que ella me abandonaría, pero no podía evitar imaginármela delante de mí, vestida con la ropa de su anterior vida, diciendo que prefería estar encerrada a estar conmigo.
—Si no se ha marchado en todo este tiempo —continuó James después de un gran silencio—, ¿por qué crees que ahora que habéis tenido un hijo se ha marchado voluntariamente?
Y confieso que pensé mal. Y creo que James, al darse cuenta de la posible respuesta a mi pregunta, también se dio cuenta de lo que implicaba. ¿Y si Stephanie me había utilizado? ¿Era capaz de oír de sus labios que nunca me había amado? ¿Era capaz de conocer la verdad? ¿Era capaz de admitir que toda la vida que había llevado durante los últimos seis años había sido una farsa?
—No te preocupes —acabó diciendo James—. No vale la pena. Eres una persona fuerte, recupera tu fortaleza.
Pero en lo que se equivocaba mi amigo era en que la época en que había sido una persona fuerte ya había pasado, y en aquel momento me veía incapaz de luchar por nada. Veía que mi vida no tenía mucho sentido, porque los que habían intentado manipularla ya no podían hacerlo, y la persona con la que había escapado de mi destino ya no estaba a mi lado. Necesitaba saber con certeza que no me había abandonado, pero eso no lo sabría hasta que no la viera. Aunque entonces no me diera cuenta de ello, alguna cosa debió quedar de mi empuje, porque estaba avanzando a ciegas. Recordé mi sueño: Stephanie me clavaba aquel cuchillo en el último abrazo mortal. Quizá deseaba que, si todo parecía ser lo que era, las cosas acabaran así. El coche se detuvo, y me fijé en lo que estaba mirando en el exterior, era la estación. James aparcó con presteza.
—Nos mojaremos —me dijo.
Abrió la puerta y, efectivamente, nos mojamos. Yo lo seguí no muy convencido, y corrimos a meternos a cubierto. La estación era amplia y, a pesar de ser de noche, estaba llena de gente. Me sentí un poco mareado. Al percibirme dentro de aquella multitud, pensé en la fiesta a la que asistiría en pocos días y en la que buscaría a Stephanie, la sensación era la misma. Estaría llena de gente; y esta, lejos de querer pasar desapercibida como en la estación, querría llamar la atención compitiendo, cada una, para ser la persona más admirada. Hacía demasiado que no pensaba en aquellas cosas y que no trataba con ese tipo de personas, y me asusté.