Al verla me pareció un fantasma, un recuerdo del pasado que volvía para atormentarme, pero era tan real... tan real que topó conmigo distraída y se le cayó, así, el bolso que llevaba colgado del hombro.
—Lo siento —dijo avergonzada, con la cabeza baja, sin darse cuenta de con quién había tropezado.
Pero yo sí la había visto, y no me sorprendió advertir que, al levantar la cabeza para mirarme, sus ojos oscuros me reconocían.
—Marc, eres tú —soltó sin poder creérselo, con una leve sonrisa en los labios.
—Soy yo —dije confundido, intentando sonreír.
—¿Cómo sabías que vendría? —preguntó fijándose en James, que estaba tras de mí, atento—. ¿O has venido a buscarlo a él?
Yo negué con la cabeza.
—Volvemos a casa.
Ella asintió, entendiendo, con suavidad.
—¿Por qué has venido? —preguntó James a la chica, finalmente; me había leído el pensamiento.
Aquella pregunta cogió por sorpresa a Elaine, pero tenía bien preparadas sus palabras.
—Quiero saber qué ha pasado con mi hermana. —Su expresión se endureció. Aquella cara inocente se enfrentó a nosotros con una mirada acerada, y me sorprendió demasiado como para contestar enseguida.
—Perderemos el tren. —Saltó James entonces, que intuía, como yo, que aquella conversación no sería nada corta—. Todavía tenemos que comprar los billetes.
—Os acompaño —resolvió Elaine volviendo a su inseguridad.
No nos opusimos. Los tres nos dirigimos al mostrador donde vendían los billetes de tren, y Elaine se nos adelantó a James y a mí. Pero ella no sabía moverse fuera de su entorno. Ya entendía por qué aquella chica no había intentado escapar nunca, era incapaz de vivir fuera de sus cuatro paredes. El mundo exterior la turbaba y la confundía. Me extrañaba de que hubiera podido llegar hasta mí con aquella actitud, pero lo había hecho, aunque yo todavía no supiera exactamente por qué. James se encargó por fin de comprar los billetes, y las mejillas de Elaine se tiñeron de rojo. Cuando los boletos ya estuvieron comprados, ella le dio las gracias con educación y él le quitó importancia. Los dos emanaban cortesía, aquello parecía artificial, aunque a ambos se los veía cómodos con esa manera de comportarse.
Subimos al tren cuando no faltaban ni cinco minutos para que saliera. James nos había guiado hacia el andén correcto y había preguntado con educación por la línea que teníamos que coger. Nuestro compartimento era como cualquier otro: cuatro asientos, una ventana y estantes encima para dejar el equipaje de mano, poco más.
James bajó las persianas mientras Elaine colocaba su bolsa en uno de los estantes. Yo cerré la puerta con suavidad. Cuando el tren arrancó, los tres estábamos sentados, con las persianas bajadas, y tensos. Elaine estaba insegura, movía las manos, nerviosa, y nos miraba, expectante por empezar a hablar, pero sin atreverse a emitir ningún sonido.
—¿Por qué has venido? —pregunté yo, impaciente, pero aparentando serenidad; quería volver a la conversación que habíamos dejado. James se adelantó para escuchar con atención lo que nos tenía que decir Elaine.
Ella me miró intimidada y pareció que pensaba por dónde empezar.
—Ya os lo he dicho —titubeó—. Quiero saber qué le ha pasado a Stephanie.
Yo me extrañé mucho. Ella sabía perfectamente lo que había pasado con su hermana, o al menos era lo que yo creía. Ella, más que nadie, tenía que saber si había vuelto por voluntad propia. Miré a James buscando complicidad, pero parecía que tampoco entendía las palabras de Elaine.
—¿Tu hermana no ha vuelto a casa? —pregunté.
—Sí, claro está —dijo confundida—. No vengo a preguntar dónde se encuentra. Lo que quiero saber es qué le habéis hecho.
Yo no le había hecho nada a Stephanie, pero la actitud de su hermana me hacía pensar que ella le había dicho algo despreciable sobre mí. ¿Qué cosa horrible le había hecho yo a la hermana de Elaine para que estuviera dispuesta a viajar sola hasta nuestro pueblecito de mala muerte?
—No le hemos hecho nada —dijo James, y yo pensaba igual, pero no podía estar seguro—. ¿Qué está ocurriendo exactamente?
Elaine comenzó a llorar y fue incapaz de hablar durante unos instantes en los que entreabrió la boca intentando decir algo.
—Durante estos seis años no he visto a mi hermana. —Calló unos instantes, sacó un pañuelo de su bolsillo y se enjugó las lágrimas que habían caído de sus ojos—. Y cuando vuelve, no la reconozco.
—¿Qué quieres decir? —Me interesé—. No creo que haya cambiado en absoluto.
Tenía que admitir que sí había notado un cambio en ella, pero hacía mucho y había ocurrido lentamente; poco a poco había ido confiando más en mí, pero ella había continuado siendo la misma.
—¡Está distante! —chilló. Y pareció avergonzarse, porque bajó la cabeza y volvió a llorar—. Cuando llegó, me saludó como si no hiciera ni dos días que se hubiera marchado, no se opuso a quedarse en casa. Estaba diferente y no me dejó ver al niño. ¿Qué le habéis hecho?
—¡Yo no le he hecho nada! —chillé yo. Y creo que la asusté—. No estaba así la última vez que la vi —dije girándome hacia James.
Él se encogió de hombros, no estaba seguro de si debía participar en la conversación, pero yo agradecía su presencia.
—¿No sabéis cómo hacer que vuelva a ser ella? —dijo Elaine desesperada.
—Descubriremos qué le ha pasado —le aseguré, pero solo podría cumplir la promesa si a Stephanie se la habían llevado. Sin embargo, el hecho de que no tenía la mínima intención de marcharse de su casa, según Elaine, me hizo perder esperanzas—. ¿Sabes si volvió por voluntad propia?
Las lágrimas inundaron sus ojos oscuros y me arrepentí de haberlo preguntado, aunque deseara saber la respuesta.
—No me lo ha dicho. —Volvió a acercarse el pañuelo a los ojos borrando de nuevo sus lágrimas—. Solo me dijo que había regresado para quedarse con su niño, porque tú habías muerto. Pero tú no estás muerto. —Levantó la cabeza y me miró fijamente—. Cuando te he visto en la estación... solo he podido pensar en que mi hermana me había mentido. Algo va muy mal.
—Algo va muy mal —repitió James a mi lado—. Y averiguaremos qué es.
—Gracias —dijo Elaine de repente, y aquel agradecimiento no iba dirigido a mí—. No tiene que ver contigo y aun así nos ayudas. ¿Por qué?
—Por Marc —señaló James sin dudar y sin dar más explicaciones.
James siempre me había apoyado, siempre había estado a mi lado y, desde que me había casado, había sido la única persona que nos había ayudado a crear una nueva vida a Stephanie y a mí. Y ya que no la tenía, en la única persona en quien podía contar era en mi mejor amigo.
—Mi hermana me explicó que la casa en la que vivíais era tuya. —James asintió tranquilo; a mí, que esa chica supiera ese dato, me preocupó—. Me dijo que tenía la manera perfecta de empezar una nueva vida y que no podríamos hablar en mucho tiempo.
—¿Te dijo dónde habíamos ido a vivir? —pregunté, aunque intentaba que pareciera que no me importaba.
—¿Cómo crees que ha llegado hasta aquí, si no? —Investigó James—. ¿Crees que ha tenido alguna cosa que ver?
Miré a mi amigo sin poder decir nada. ¿Cómo quería que nos pusiéramos a hablar delante de Elaine de si creíamos o no que estaba implicada en la desaparición de su hermana?
—Yo no me he comunicado con ella en todo este tiempo, ¡tal como me dijo! Me aclaró que si lo hacía sería peligroso, yo no he hecho nada. —Se puso una mano en el corazón y efusivamente añadió—: Guardé en mi memoria la dirección exacta de la casa donde me dijo que viviría, y no ha salido de esta en todos estos años.
—¿No le dijiste a tu padre dónde vivía Stephanie? —volví a preguntar para asegurarme.
—Claro que no —declaró sin poder creerse que sospecháramos de ella.
—Sabes que no podemos creerte, ¿verdad? Que aunque nos des tu palabra, no te conocemos, no podemos confiar en ti —dijo James.
Elaine se enfadó.
—¿Cómo os atrevéis? —chilló con voz aguda a causa de las lágrimas que contenía en forma de nudo en la garganta—. ¡Yo tampoco puedo fiarme de vosotros! ¿Cómo sé que no fuisteis vosotros quienes la cambiaron? ¿Y por qué no has venido hasta ahora? —Esa pregunta iba dirigida a mí y quería que la respondiera.
—Porque hasta ahora no sabía que ella estaba allí —alegué tranquilamente—. Fue James quien me informó.
—¿Y tuvo que venir él?
—Yo no sabía dónde estaba —me excusé recordando los días en los que había estado viviendo sin vivir, en la oscuridad de mi casa.
Pensé en enseñarle la nota que me había dejado Stephanie, pero creo que no estaba preparada para que la viera. Quizá Stephanie estaba perfectamente y su hermana se estaba preocupando demasiado por nada.
Decidí que nada tenía mucho sentido y que no quería seguir discutiendo.
«Esto no lleva a ningún sitio», pensé.
Ya me encontraría con Stephanie y hablaría con ella, descubriría qué había pasado. Me levanté de mi asiento cuando mis dos compañeros de compartimento solo pensaban con las miradas perdidas entre los tonos grises que nos rodeaban. Elaine quería contestar fuera como fuera, cargarme la culpa si no por acto, por omisión; y James... realmente no sé qué pasaba por su cabeza. Así que me levanté y llegué a la puerta antes de que ninguno de los dos pudiera alzar la vista. Salí del compartimento y cerré la puerta con estrépito tras de mí. Me alejé buscando algún lugar donde poder respirar. Antes de abandonar el vagón, miré hacia atrás. James no había salido ni saldría a buscarme. Necesitaba estar solo y creo que él lo sabía. Estuve andando por los pasillos, yendo contrario a la dirección que seguía el tren, mirando por la ventana e intentando pensar con claridad, pero cada vez acababa resolviendo que no podría solucionar nada hasta que no la encontrara a ella.
La recordé, con su pelo castaño que le caía por la espalda y sus ojos marrones que me miraban con felicidad. Recordé el día en el que compramos la tele. La primera vez que habíamos reído juntos.
«Qué tontería», pensé riendo amargamente al evocar aquel momento de felicidad mientras el paisaje corría con prisa al otro lado del cristal.
Y de hecho lo había sido. Después de instalar la tele con más que una discusión, por la noche, Stephanie la había encendido y yo me había acomodado en el sofá, ella se había sentado sobre la alfombra. Habíamos acabado viendo una comedia mala, los dos sobre la alfombra; nos reíamos a más no poder, comentando cada tontería.
Sonreí recordando aquellos días en que cualquier cosa, por pequeña que fuera, nos hacía felices.
Volví al compartimento, un poco alterado por las cosas que había dejado atrás sin quererlo, sabía que dentro me encontraría otra vez encerrado. Al abrir la puerta, vi que James estaba sentado al lado de la ventana y Elaine, cubierta con una chaqueta, al lado de la puerta, pero en asientos encarados. Me acerqué a James y miré su reloj de pulsera, ya eran cerca de las cuatro de la madrugada y yo todavía no había dormido, no tenía sueño. Aun así me senté a su lado y cerré los ojos. La modorra me abatió en diversos asaltos, produciendo sueños dispersos y despertándome a cada momento, sin dejarme descansar.
Stephanie me llamaba desde un balcón. Yo estaba lejos, muy lejos. Entre nosotros había una gran altura que superar y vegetación que, desbocada, crecía a cada instante.
—¡Marc! —chillaba ella.
Y cada vez se me hacía más difícil verla. Yo subía y subía por los árboles que me rechazaban con violencia y me hacían topar contra el suelo.
—¡Stephanie! —la llamaba yo.
Y ella se subía a la barandilla del balcón y se tiraba deseando que yo la cogiera. Pero por mucho que lo intentaba no podía avanzar, y ella caía y caía perdiéndose para siempre entre la vegetación.
Me desperté de golpe y comprendí que estaba despierto y que Stephanie no estaba a mi lado. La echaba de menos.
Echaba de menos su risa, sus caricias, que me desordenara el pelo, añoraba su mirada, sus quejas y su genio. Sus movimientos elegantes y también los que no lo eran tanto.
Era curioso pensar en cómo me daba cuenta de lo que había tenido justo cuando lo perdía. Echaba de menos sus defectos tanto como sus virtudes, y es que no podía vivir sin estos.
Recordé el día en el que, cuando el insomnio no me había dejado abandonar la conciencia, Stephanie había entrado con los ojos perlados en lágrimas buscando consuelo por la añoranza.
Se había encogido a mi lado y me había hablado de su hermana, y ahora me preguntaba si había venido, no por un sentimiento real, sino solo porque era la única persona que ella tenía. Me removí molesto en el asiento de aquel asfixiante compartimento, y no sé si en sueños o siendo consciente, vi a Stephanie como si estuviera allí mismo. Como seis años atrás, entrando en el compartimento mientras yo acababa de ver desaparecer a James en la puerta del vagón. Me vi entrar a mí también, y las figuras que dormitaban en el vagón en el plano de la realidad desaparecieron a mis ojos. Stephanie se sentó. No había cambiado en todos aquellos años, quizá aquella imagen de seis años atrás era más cerrada y me evitaba visiblemente.
—¡Aparta! —Oí de aquella boca imaginaria.
Su voz me hizo humedecer los ojos por la nostalgia, o más por el hecho de que no la volvería a oír.
—Podrías haber llevado una maleta más pequeña —dijo mi imagen, con expresión molesta, todavía afectada por el adiós.
Y me arrepentí de que seis años atrás no hubiera podido ver el amor que sentía por ella. Alargué el brazo para rozar su cara, deseando volver a sentir el contacto con su piel. Pero cuando estaba a escasos centímetros, la imagen se esfumó y en su lugar apareció la hermana de mi esposa, dormida. Aparté la mirada con rapidez, con miedo de despertarla, y me sequé las lágrimas apresuradamente.
James también dormía. Miré su reloj de pulsera, eran las siete. Ya era de día. Salí del compartimento con dolor de cabeza. Tendría un aspecto espantoso, no podría recuperarme antes de ver a Stephanie y más si seguía por aquel camino. Entré en uno de los minúsculos lavabos de los que disponía el tren y me miré al espejo. Allí estaban mis ojos azules y mi pelo negro, pero todo el resto me parecía irreconocible. Estaba demacrado y tenía bolsas oscuras bajo los ojos que me hacían tener un aspecto siniestro. Me lavé la cara, llevado por un impulso, quizá pensando que el agua haría que recuperara la parte de mí mismo que había perdido. Pero continuaba con aquel aspecto que hacía que tuviera miedo de mi propio reflejo en el espejo.
Salí del lavabo sin muchas ganas de hacer nada, decidí parar, descansar un rato. Acabé llegando al vagón restaurante sin darme cuenta de ello y me senté en una silla cerca de la ventana. El paisaje no había cambiado mucho, el tiempo, sí. En el exterior, llanuras y llanuras de verde se extendían más allá de lo que podía ver, y por fin, después de mucho rato, pude ver el cielo azul, presagio de alguna esperanza, sin ninguna nube y con algún pájaro que otro pasando de vez en cuando. Quise abrir la ventana, pero estaba fuertemente cerrada, volví a intentarlo y acabé por asumir que se necesitaba una llave para abrirla. Me giré para pedir a algún camarero la llave; el primero que vi era rubio y bajito, le hice un gesto con la mano y se acercó.
—¿Quiere desayunar algo? —me preguntó, servicial.
Y se me olvidó la ventana. No comía desde el día anterior, y aunque no tenía hambre a causa de los nervios y la tensión, sabía que tenía que comer cualquier cosa. Así que pedí un gran desayuno que no tardó en llegar a mi mesa. Empecé a comer, mirando por la ventana.
Sabía que no tardaríamos mucho en llegar y que era un privilegio aquel tiempo del que estaba disfrutando solo.
Al instante oí una presencia tras de mí, me giré y allí estaba Elaine.
«¿Por qué ella?», pensé, pero la recibí con una sonrisa.
No sabía qué quería, y realmente no me importaba demasiado.
—Ayer creo que los dos nos precipitamos en supuestos erróneos —empezó ella—. Vengo a pedirte disculpas, no creo que seas una mala persona.
—Gracias —dije sorprendido.
Me miró esperando que dijera algo más.
—Yo también me disculpo —decidí decir, acabé siendo sincero porque ella podría ser una buena aliada y las máscaras en aquellas circunstancias no servían de mucho—. Aunque sabes que no puedo acabar de confiar en ti, igual que tú no puedes confiar en mí del todo.
Ella asintió y también se sinceró:
—Es que me extraña que después de que mi hermana me dijera, cuando se marchó, que no tardaría en vivir sola ni en ponerse en contacto conmigo, después de decirme que desconfiaba de ti, me entero de que tenéis un hijo juntos y que habéis estado viviendo en la misma casa todo este tiempo. Y para ayudar a mi confusión, ella vuelve sin ser ella misma.
Reflexioné un momento, y con un gesto la invité a sentarse. Así lo hizo. Elaine estaba tan confundida o más que yo. Ella no había visto a Stephanie día a día como yo durante los últimos seis años, y evidentemente desconfiaba de un desconocido que había vivido con su hermana.
—Me dejó una nota —dije bajando la vista—. Antes de marcharse, quiero decir.
—¿Y que ponía? —preguntó pensando que no importaba nada la nota de la que yo le hablaba.
—Ponía que no la buscara, que no me había querido nunca. —Ella abrió la boca, a punto de decir algo, pero se arrepintió y calló—. Y ya ves, ahora vuelvo para ver si aquella nota la escribió ella. Si realmente no quiere verme.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó.
—Que si aquella nota es real, es posible que yo le haya hecho algo a tu hermana, sin saberlo. O quizá, y no sé si es peor, solo me dejó aquella nota para poder marcharse sin tenerme a su lado, sin que yo hubiera hecho nada concreto.
No sé de dónde había salido aquella sinceridad, pero no me arrepentí, al menos no hasta que detecté en su rostro una mirada de lástima. Hacía mucho que no veía esa expresión hacia mí y aparté la vista; recordaba, sin quererlo, las expresiones de todos mis sirvientes hacía años, cuando sabían que tenía que casarme contra mi voluntad.
—¿James todavía duerme? —pregunté deseando cambiar de tema.
A Elaine no le dio tiempo de responder, alguien me tocó el hombro y, al girarme, me di cuenta de que era él.
—Ya no.
—Hola —dije, feliz de verlo.
—Ya llegamos —informó él—. Probablemente estaremos en media hora.
Lo miré de arriba abajo y no entendí cómo tenía tan buen aspecto mientras yo estaba en aquellas condiciones. James siempre era así de inexplicable.
Se sentó y cogió uno de los croissants que había pedido para mí. No me quejé, la verdad es que estaba lleno.
—¿Cómo pensáis colaros en la fiesta? —preguntó Elaine—. ¿No creéis que tendríais que contar conmigo, ya que estoy bastante implicada?
—James está invitado —dije yo—. Pero sería genial que nos ayudaras, ¿verdad? —acabé diciendo girándome hacia James.
Él asintió, un poco escéptico.
—No os arrepentiréis —apuntó, contenta de ser útil—. Haré lo que pueda para ayudar, si tiene que ser por el bien de mi hermana, haré lo que sea.
Pero yo ya lo sabía, no era necesario que me lo jurara. Había llegado hasta la otra punta de Gran Bretaña solo en busca de respuestas. Es cierto que era rica y se lo podía permitir, pero también es cierto que había viajado sola y sin ningún tipo de guía.
Cuando pisamos el andén, el sol nos tocó de lleno. Yo estaba agotado por el viaje, pero intentaba mantenerme recto; James, como siempre, mostraba el mejor de sus aspectos, y Elaine estaba hecha polvo, se había peinado y arreglado, pero tenía unas bolsas en los ojos casi tan oscuras como las mías. No estaba acostumbrada a estar fuera de casa.
En la salida de la estación nos esperaba otra limusina, y le dediqué a James una mirada recriminatoria. No sé si se daba cuenta de que si íbamos con la limusina, llamaríamos poderosamente la atención. James rio y soltó:
—Tampoco es para tanto, Marc.
Elaine, por su parte, no lo entendió y no dijo nada, nos miró interesada. Yo me acerqué más a James, dejando, sin pretenderlo, a Elaine de lado, solo para ser más discreto.
—Si vamos con eso —señalé la limusina con la mirada—, todo el mundo sabrá que he llegado, me será imposible entrar en la fiesta. Tenemos que ser discretos.
—No tienen por qué saber que vas tú en la limusina. Pero igual que me marché, tengo que volver. Y para no llamar la atención, lo tengo que hacer como siempre lo he hecho.
Yo lo miré comprendiendo, pero nada convencido de su gran plan.
—Perdonad. —Oí tras de mí.
Y al girarme y bajar la mirada, vi a Elaine que se acercaba a nosotros.
—¿Sí? —dije esperando que nos informara de su inquietud.
—No podéis dejarme en mi casa con eso. —Y así se unió a la discusión sobre la limusina—. Llamaría mucho la atención. No quiero que nadie se entere de que he estado con vosotros.
—Gracias —dijo James irónico y divertido.
—No quiero decir eso —expresó ella con un tono nervioso—. Me puedo quedar aquí, conseguiré un taxi, puedo volver yo sola.
Yo no lo dudaba y James creo que tampoco, porque ninguno de los dos puso ninguna objeción a que Elaine se marchara sola en taxi hacia su casa.
—Perfecto —dijo James después de un breve silencio.
Me pregunté si de haber sabido su padre que no era adecuada para la boda se habría desprendido de ella al nacer.