Volví a dar un vistazo a la cama. Estaba ahí de verdad, no eran imaginaciones mías. Me acerqué con cautela, tuve la tentación de tocarlo, pero no quería hacerlo mío. Dejé las maletas en el suelo, necesitaba pedir explicaciones. Me temía lo peor y dejé atrás mi pequeña habitación dispuesto a oponerme.
—¡Maj! —grité dirigiéndome a la parte central de la casa.
Cuando vi la gran escalinata, tuve que pararme para digerir la información que recogían mis sentidos. El recibidor estaba decorado a más no poder. Telas y flores blancas y rosas, que desprendían un perfume empalagoso, decoraban la barandilla y las paredes, sin dejar ningún rincón sin ornamentar. La escalinata parecía un gran pastel de fresa, no quería imaginar cómo habrían dejado la sala principal. No me hicieron falta más indicios para adivinar lo que se estaba tramando sin yo saber todavía nada. No me asustaba la decoración en sí, sino lo que significaba.
Bajé con rapidez, intentando no tocar la barandilla siquiera.
Pilot me sorprendió mientras bajaba desprevenido; de haber sido menos ágil hubiera caído al suelo antes de verlo, pero lo evité antes incluso de haberme tocado. Cuando hube recuperado el equilibrio percibí sus ojos marrones de perro callejero fijos en mí, mirándome con admiración, dándome la bienvenida. Me había echado de menos. Le acaricié la cabeza enérgicamente, y me respondió con otra mirada y moviendo la cola.
Me habría gustado poderme llevar a aquel animal fiel a mis viajes, pero sabía que si lo hacía podría desaparecer sin ninguna explicación, como ya lo había hecho mi anterior perro. Sabía que no podría evitarlo. Lo único que me consolaba era la certeza de que mientras nadie sacara a Pilot de la propiedad y mientras nadie ajeno a la casa lo viera, tan vulgar para la gente que me rodeaba, sin raza, no le pasaría nada, no desaparecería.
Con Pilot pisándome los talones, acabé de bajar las escaleras, repasando con la mirada el recibidor pastel. No pude evitar volver a gritar:
—¡Maj! —Pero nadie contestó.
No veía el movimiento, pero lo sentía. Oía pasos arriba y abajo en las salas, a derecha e izquierda. Me dirigí a estas, solo quería encontrar a Maj, que, como yo, acababa de llegar. Necesitaba saber si él estaba enterado de todo lo que se estaba tramando. Lo había encontrado sobre la cama, solo podía ser cosa suya. Empezaba a notar la tensión extendiéndose desde mis hombros por todo mi cuerpo, pero no iba a permitir que nadie se diera cuenta.
Cogí aire antes de traspasar la arcada derecha que conducía a la sección de la mansión donde estaba la cocina y dibujé una sonrisa encantadora en mi rostro, para intentar abatir las miradas de lástima y compasión de los sirvientes, que sabían que, aunque lo pareciera, no podía evitar la que se me venía encima. Algunos entendían que mi sonrisa solo era una máscara y otros pensaban que yo creía realmente que podía escapar.
Antes de moverme, vi a Martha al otro lado de la arcada, me miró y respondió a mi sonrisa con otra, lejos de lo que yo esperaba, nada compasiva; aquello me alivió. Me dirigí a ella, pero fue la primera en hablar.
—Bienvenido, señor Butler —dijo ella con su vocecita.
—Qué mal suena eso, Martha. Llámame Marc, por favor, ¿tengo que recordártelo cada vez que vuelvo? —le indiqué casi por costumbre—. ¿Qué son estos preparativos?
—¿No lo sabe?
Su extrañeza me asustó. En teoría debería saberlo. Sentí que me invadía el pánico, un pánico que no pude esconder ante la joven que no hacía mucho que trabajaba para mí.
—¿No lo sabe? —volvió a preguntar todavía más extrañada por mi expresión.
Sentí cómo mi corazón se aceleraba y cómo mi mente empezaba a buscar salidas mientras me veía avergonzado ante Martha, clavado en aquel suelo de mármol. Notaba que la sangre se agolpaba en mi cara, pero no le hacía caso. Seguramente, estando ante mí, ella se debatía entre ayudar o huir, pero dada la situación no me importaba.
Lo había hecho, había organizado mi boda sin avisar. Sabía que el gran día no tardaría mucho en llegar, pero pensaba que no sería tan próximo. Había cumplido los dieciocho años no hacía ni un mes, tenía la esperanza de que ella tardara bastante más en cumplirlos. Mi mente estaba por entero ofuscada. No era capaz de pensar con claridad.
«¿Cuánto debe faltar para la boda? ¿Quizá una semana?, ¿quizá solo un día?». Bajé la cabeza intentando enmascarar mi expresión de pánico. Conseguí volver a dibujar una sonrisa en mi rostro y alcé la cabeza, sin darme cuenta de que, probablemente, todavía tenía la cara roja. Clavé mis ojos azules en los suyos, con una alegría que al menos intentaba transmitir.
—¡Claro que lo sé! —Ella me miró con incredulidad.
Me fui sin esperar a que me respondiera. Le di la espalda permitiéndome dejarla atrás, y, con ella, mi sonrisa. Martha sabía que yo no quería casarme, como todos; yo mismo se lo hacía saber a diario. También sabía que aunque intentaba escabullirme de mi destino, no podía hacerlo. Es más, Martha era de las pocas personas que sabían que llevaba una máscara y tenía el detalle de fingir que no quería saber lo que había detrás. Por eso, mi intento de tranquilizarla no había dado ningún fruto.
Aunque intenté alejarme a toda prisa, no conseguí escapar. Martha todavía me miraba boquiabierta, y yo estaba delante de la gran puerta principal cuando James la abrió y la atravesó, iluminando el interior al hacer una gran entrada.
«Como siempre».
Llevaba el pelo más desordenado que de costumbre debido a la lluvia, pero no era nada comparado con el mío. Pilot casi se le echó encima mientras movía la cola, contento de verlo. James lo acarició, y el perro volvió hacia mí mientras mi amigo se quitaba el abrigo y la bufanda.
—¿Cómo estás, Marc? —Sonó natural, siempre sonaba así, con su fuerte acento, pero yo sabía que medía cada uno de sus movimientos.
Martha apartó la mirada de mí y la dirigió hacia él; no tardé mucho, aun así, en verla salir de escena y sentir sus pasos alejarse.
James me sonrió con sus ojos azules, mucho más claros que los míos, y una felicidad nada contenida que me descolocó.
—Mira esta sala y sabrás que no muy bien —dije intentando sacarle importancia, pero James conocía perfectamente mis preocupaciones.
Él miró la escalinata con una rápida ojeada. No percibí en su expresión ni rastro de sorpresa, solo interés e impasibilidad, aquello me hizo sentir algo traicionado.
—¿Lo sabías? —pregunté intentando que mi voz sonara más amenazadora que asustada.
—Cuando vine el otro día no estaba todo tan recargado. —Rio poniéndose las manos en los bolsillos.
En los últimos días, me había ofuscado por cualquier pequeño problema y había explotado afectando así a todo el que me rodeaba. En el viaje de vuelta de Barcelona había decidido tomarme la vida con optimismo, dejar la rabia e intentar reírme de mi desgracia, pero no me esperaba que al volver encontraría a mi mejor amigo dispuesto a traicionarme y, menos aún, enredado en la organización de mi boda.
Le dirigí una mirada de advertencia, y al verme se echó atrás, poniendo entre los dos sus manos mientras esbozaba una sonrisa divertida.
—¿Qué pasa?
¿No se sentía culpable?, ¿pensaba que yo me había enterado antes de que él? ¿O alguien le había hecho un lavado de cerebro y le parecía bien mi boda?
—¿Cuándo es? —pregunté, y me llevé una mano a la cabeza, mirando hacia otra dirección.
—¿No lo sabes? —Me miró divertido; y sentí que, no excepcionalmente, mi mejor amigo me enervaba. No respondí—. Es mañana, por la noche. —Su rostro se ensombreció, más por mi expresión que por lo que iba a devenir al día siguiente, no lo entendí.
—¿Por qué te hace tanta gracia? —No grité, pero tenía ganas de hacerlo.
—Creía que al menos tendrías ganas de conocerla —dijo excusándose con cierto temor por el suave rugido en el que se había convertido mi voz—, y yo te veré por primera vez con corbata —concluyó, como si eso fuera cierto.
—¿Por qué te ríes de esto? ¡Es serio! Tenemos que encontrar el modo de hacerme escapar.
—¿No prefieres conocerla antes de casarte con ella? Esto es lo que querías en realidad, ¿no? No casarte a ciegas. —No contesté, mi cabeza hervía y no comprendía con exactitud lo que me estaba diciendo. Él continuó—: Tu padre no lo ha hecho por ti, pero al menos tendrías que alegrarte un poco, ¿no? Si no te gusta, ya pensaremos en un plan de fuga más adelante.
—¿De qué hablas? —pregunté casi sin voz.
—Hablamos del baile, ¿no?
—¿Un baile? —Empecé a entenderlo, aunque no quería tomármelo con el optimismo con el que James creía que debería—. ¿Todo esto es por un baile? —Él no respondió, volvió a sonreír—. Lo siento.
—¿Pensabas que estaba expectante por tu boda? —Se rio, y lo miré molesto—. No me conoces lo suficiente.
—Te conozco demasiado, por eso pensaba que te habías trastornado. Me estabas asustando. —Le di la espalda y empecé a subir las escaleras de nuevo, él me siguió. Pilot venía tras los dos—. Así que un baile... para conocerla. Tienes razón, no me parece tan mal. ¿Cómo lo sabías tú?
—¿Es broma? Ha invitado a todo el mundo. Probablemente toda la clase alta británica se ha enterado antes que tú. Todos hemos recibido una bonita invitación blanca y rosa.
—No creo que la haya diseñado mi padre.
—Sabes que lo controla todo, seguramente también las invitaciones. —Sonrió y, para compadecerse de mí, continuó—: Yo también noto su influencia en todo lo que nos rodea.
—Pero a ti no te controla de manera directa, nadie te dice lo que debes hacer. Y tampoco tienes la presión de tus padres.
—Mi padre me odia —dijo sin ninguna muestra de luto—. Está preparando una nueva película —comentó reprimiendo una risa.
—No hiciste crítica de la última en el blog.
Volvió a reír. Sabía que en su sitio no podía encontrarse ninguna crítica positiva de ninguna de las películas de la productora de su padre.
—No fui a verla. Parecía realmente mala.
—Yo también te odiaría. —Lo miré divertido—. Pero aparte de lo que escribes en el blog, que estoy seguro de que, aunque lo niegue, lo sigue, no controla nada más, por no hablar de tu madre.
—A ella podríamos decir que ni la conozco, en esto estamos igual, ¿no? —me dijo, yo creo que sin pensar, bajando la mirada.
—Pero tú casi no hablas con ella, vive en Londres, la mía está muerta, James. Y mi padre no actúa exactamente como un padre, sino como un propietario.
—¿Dirías que tengo suerte? —inquirió, abriendo la puerta de mi habitación.
—¿Lo preguntas de verdad?, ¿Que si tienes suerte? Eres la persona más afortunada que conozco. Además, algún día serás un abogado famoso y más rico de lo que ya eres. —Entré y cerré la puerta de un golpe tras Pilot.
Di una ojeada a lo que me había encontrado sobre mi cama pocos minutos antes, lo vi menos amenazador, pero igual de indeseable. James notó mi gesto y sonrió.
—Seguro que te queda bien, es un traje muy bonito, parece caro.
—Estoy convencido de que me quedará bien, y obvio que es caro, pero no estamos hablando de eso, ¿verdad?
—Al menos tú te casarás joven —dijo divertido, expresamente para molestarme.
—No bromees con esto. —Aparté la vista de lo que debería ponerme al día siguiente al atardecer—. No te reirías si fueras tú el que tuviera que casarse con una desconocida.
—Lo siento, pero ¿no te preguntas por qué he venido? —Me miró con una sonrisa de inteligencia, esa que yo nunca entendía y que tanto odiaba ver en su rostro. No contesté—. ¿De verdad no quieres saberlo?
—Creía que habías venido porque somos amigos. O para torturarme con el baile, cosa que ya has hecho. O porque querías darme la bienvenida. Pero, por tu cara, parece ser que se trata de otra cosa, ¿verdad?
—Qué inteligente eres —comentó irónico—. Por cierto, ¿dónde has ido? Nunca sé dónde estás.
—A Barcelona. —En aquel momento me di cuenta de que habíamos cambiado de tema—. ¿Se puede saber por qué has venido?
—No te lo creerás. —Se dejó caer sobre la cama con suavidad—. He visto a tu prometida.
Me quedé helado, intenté decir algo, pero no me salieron las palabras. Quería preguntar todo lo que se me ocurriera sobre ella, y a la vez no quería saber nada. Me desplomé a su lado sin tener cuidado con el traje que reposaba sobre mi cama.
—¿Quieres saber cómo es? —preguntó él, por primera vez con tacto en aquel día, a sabiendas de mi reticencia a todo lo que tuviera que ver con ella.
—No lo sé —dije con la mirada perdida—, no sé qué pensar de todo esto, no sé si es mejor no conocerla nunca, así mantendré la esperanza de poder huir. O conocerla para que nuestra boda no sea tan surrealista. No quiero que el día de mi casamiento, una desconocida, con el rostro bajo un velo, se acerque a mí por un pasillo.
—Eso da miedo —cuchicheó en voz baja.
—¿Cómo has conseguido verla? No sale nunca de su casa.
—O eso es lo que pensamos. —Se levantó y empezó a andar por el escaso espacio que había en mi habitación—. ¿Por qué tu cuarto es tan pequeño? Con la cantidad de habitaciones que hay en esta casa.
—¡Quieres dejar de cambiar de tema! ¿Dónde la has visto, cuándo y por qué? —pregunté demostrando un interés que en realidad no sentía.
—Se ve que a la señorita Wingfield le gusta salir a escondidas por los arbustos que limitan con mis jardines. La vi ayer por la noche.
—Quizá era una sirvienta, no puedes estar seguro de que fuera ella. ¿Cómo podrías estarlo? —Me dirigí a la ventana, pero me cortó el paso levantándose con elegancia.
—Sé que era ella, sé reconocer el estilo cuando lo veo. Se le notan las clases de etiqueta en cada movimiento, desprende elegancia. Soy capaz de reconocer a la gente de buena familia. Además, la ropa que vestía no podría haberla comprado una sirvienta.
—¿Buena familia? Qué mal suena eso. —Lo aparté de mi camino y llegué a la ventana—. Pero supongo que tienes razón, por lo de la ropa y eso. Te creo.
—Sé que suena mal, pero es así —dijo levantando la cabeza para continuar estudiando mi habitación.
—¿Crees que si no me conocieras, sabrías que soy de lo que tú dices «de buena familia»? —Me giré hacia él dispuesto a escuchar cómo rebatía mis palabras, sabía que podría hacerlo sin pestañear, pero me gustaba retarlo.
—Marc, qué egocéntrico eres a veces. Vas vestido como una persona rica, más que eso, como un noble. Eso se nota porque ni siquiera lo intentas. Tus movimientos, incluso la manera en la que hablas, en la que vocalizas, te delatan. Aunque quisieras, aunque quieras —se corrigió—, no puedes esconder tu origen.
Yo sonreí complacido de su agilidad, molesto porque siempre tenía razón, aunque me irritara y aunque lo que dijera fuera tan real que incluso era duro.
—Que yo parezca lo que soy no significa que sea así con todo el mundo. Las apariencias engañan.
—Piensa lo que quieras, pero, en mi opinión, la ropa que llevaba no la podría haber comprado una chica de la limpieza.
—Eso ya es otra cosa. —Iba perdiendo interés, creo que en aquel momento habría querido dejar de hablar de ella.
Miraba por la ventana, los árboles se perdían en el horizonte, difuminados por una niebla que cada vez se veía más espesa, que impedía ver los límites de mi propiedad. Estaba empezando a olvidar a James y también la situación en la que me encontraba, como cuando iba en mi barco. Pero James continuaba allí, y, aunque lo apreciaba muchísimo, su voz me resultaba una carga en aquel momento. Me recordaba que nada era tan sencillo como yo quería verlo, ni tan fácil de evitar.
—¿Quieres que te diga una cosa?
—Di. —Abrí la ventana permitiendo que el aire fresco invadiera la habitación.
—Tú lo has querido. Tu prometida tiene pareja. La distinguí con un chico que creo haber visto por el pueblo. —Sonrió abiertamente—. Creo que ella tampoco quiere casarse contigo.
—Eso es un punto a favor, ¿verdad? —No esperé respuesta—. Él no es noble, ¿cierto?
James hizo que «no» con la cabeza.
—Creo que no es ni medianamente rico.
—Que típico.
—No si es un cazafortunas.
—Un cazafortunas no elegiría a la hija de lord Wingfield.
—Espero que no te afecte. Cierra la ventana, ¡hace frío!
—Sabes que no me afecta. —Y la cerré disfrutando del último soplo de aire—. Creo que no quiero conocerla, no quiero saber nada más de ella.
—Es rubia —dijo riendo. Le clavé una mirada violenta y corrió a decir—: Lo siento.
—Acabo de decirte que no quiero saber nada de ella. —En ningún momento mi voz había subido de tono. Me molestaba, pero no estaba dispuesto a enfadarme por una cosa así.
—Tengo demasiada información dándome vueltas en la cabeza, necesito decirle todo lo que he visto a alguien. —Me miró suplicando, pero negué con la cabeza, inflexible—. Pues solo sabes el color de su cabello, el día que consigas escapar de todo esto, si es que puedes, ya te informaré del resto.
—Claro que podré huir. —Di otra ojeada al exterior y corrí la cortina—. Pero tenemos que empezar a pensar en cómo. —Lo miré con una sonrisa de complicidad—. Tendrás que ayudarme.
Encontré al fin a Maj cuando yo acompañaba a mi amigo a la puerta. Lo vi a contraluz con la niebla tras de sí. Me pareció más grande de lo que era y de lo que aparentaba con frecuencia, con su abrigo gris. James se adelantó y le dio la bienvenida, yo no acabé de bajar las escaleras enseguida.
—La señorita Margaret está fuera —me informó Maj mientras se quitaba el gran abrigo.
—¿Cómo sabe que he llegado? —Miré a James sospechando claramente de él.
No me dio tiempo a decir nada más. Con su curioso sentido del humor no pudo evitar meter baza.
—Quizá se pone a la cola para casarse contigo. —Y se apresuró a dejar claro—: Yo no se lo he dicho.
—Pues que espere sentada —dije con una carcajada—. Con ella no debo casarme, por suerte.
—Sea amable —dijo Maj con el ceño fruncido—. He sido yo quien le ha dicho que ya estaba aquí.
—¿Por qué? Ya sabe cómo ser molesta sin ayuda, no...
No pude acabar de pronunciar las últimas palabras. Una cabeza, tan rubia como la de James, apareció por la puerta. Mi amigo y yo nos miramos; él, con una sonrisa burleta, y yo, con una expresión aterrorizada. Enseguida le dediqué un mohín a Margaret, que acababa de entrar sin que nadie la hubiera invitado.
—Hola, hermanita —la saludó James con un gesto—, yo ya me iba, ¿vienes?
Justo entonces, después de esas palabras oportunas, me hubiera gustado abrazar a James. Él sabía que no me apetecía hablar con su hermana en absoluto. Ella me irritaba mucho, más que él, y, además, sentía que fuera así. Estaba horriblemente enamorada de mí, o eso decía. Pero no me gustaba ni me había gustado nunca. Me miraba con timidez y admiración. Me observaba desde abajo, como si yo estuviera en un pedestal por encima del resto, y eso me molestaba.
—Yo quería preguntarte... —empezó a decir dándole la espalda a su hermano y dirigiéndose hacia mí.
—Yo estoy con los preparativos del baile, así que... —me excusé mintiendo de manera terrible.
James fue rápido y la giró para susurrarle algo, de seguro: «Ya tiene pareja para el baile», o algo por el estilo, porque cuando Margaret se volvió, tenía las mejillas encendidas.
—Yo solo venía a buscar a mi hermano —se corrigió, con certeza, mintiendo.
Hice que «sí» con la cabeza y miré a James, agradecido.
Se marcharon enseguida. James iba tras su hermana impidiéndole, con disimulo, mirar hacia mí. No sabía si él me alejaba de su hermana por mi bien o por el de ella, pero, fuera como fuera, le estaría eternamente agradecido.
Habíamos pensado muy a menudo en que la manera más sencilla de huir de mi compromiso concertado sería casándome con otra chica, pero el hecho de que me era imposible escapar, aun sin saber yo el motivo, no era nada, yo creía, comparado con el hecho de que no conocía a ninguna chica con quien quisiera casarme. Era evidente que Margaret nunca entraba en nuestros planes. Era una chica, en apariencia, como cualquier otra, pero James me explicaba a menudo cómo echaba de menos a su madre, que vivía en Londres, y que eso la hacía vivir algo aislada del mundo.
Cuando por fin me quedé solo con Maj, recordé que lo había estado buscando.
—¿Tú sabías lo del baile? ¿El traje que hay sobre mi cama es cosa tuya?
—Pues claro, lo pedí desde Barcelona.
—¿Mi padre vendrá? —pregunté dándome cuenta de que todavía no sabía si lo vería.
—Vendrá algo antes que el resto de invitados —dijo impasible, solo informándome.
—Ojalá que no venga, no quiero verlo. —Subí algo el tono de mi voz, pero no quería llegar a gritar—. Por mucho que esta casa sea legalmente suya, aquí vivo yo. Y si no me permite tener una casa, por lo menos que respete esta. ¿A quién se le ocurre organizar un baile sin avisar?
Ya no le hablaba a él; odiaba que Maj no me explicara lo que pasaba, pero él no tenía ninguna culpa, todo lo que hacía era debido a órdenes de arriba. Maj era más bueno conmigo de lo que debería ser. Dadas las circunstancias, era mi padre quien lo enviaba tras de mí en todos mis viajes, no tenía por qué ser amable conmigo ni mucho menos apreciarme, pero sé que lo hacía.
—Puede hacerlo.
—Sé que puede, y eso es lo más extraño, ¿no crees? ¿Qué derecho cree que tiene de controlar mi vida? Tengo dieciocho años. —Ya gritaba y me sentía violento; intenté calmarme, Maj ni se inmutó.
—No lo entiende, pero precisamente por la edad que ya ha cumplido, puede controlarlo todavía más.
—Deja de hablarme de usted —dije muy seco—. Algún día podré salir, quizá solo cuando se muera.
Abandoné la sala asustado de mí mismo y de la ira que había dedicado a mis palabras; preocupado porque mi personalidad, la forma en que había escogido tratar a la gente y todo lo que tenía que ver con lo que me hacía ser yo mismo dejaran de existir por las aprehensiones que ejercía mi padre en mi vida. Sabía que aquello —hacerme cambiar, hacerme tal y como él querría que hubiera salido— era lo que esperaba mi padre en la penumbra.
La noche no tardó en llegar, y en la cama pensaba en la cena que no me había dignado a comer y en todo lo que pasaría al llegar el siguiente día. No podía dormir, el latido de mi propio corazón no dejaba lugar al silencio, lo sentía intentando volverme loco o tan solo queriendo llamar mi atención. Cambié de postura, pero continuó latiendo, haciéndome recordar que estaba vivo; se burlaba de mí, no dejándome caer en la inconsciencia. Me destapé cuando, tal vez, ya hacía más de una hora que estaba en la cama. Sentí mi pulso todavía más fuerte, quejándose del frío.
«Es lo último que me faltaba para acabar un día perfecto», pensé exasperado: «insomnio».
Volví a taparme colocándome boca abajo por si podía silenciar los latidos que repartían la sangre por todo mi cuerpo. Decidí centrar mi atención en la respiración, fue un gran error. En aquel momento en mi cama, en la penumbra de mi pequeño cuarto, el latido de mi corazón no me dejaba dormir y el control de la respiración se había convertido en un proceso demasiado consciente como para permitirme dejar de pensar.
No aguanté más y me levanté molesto conmigo mismo. Salí de la habitación con la excusa de ir a la cocina a tomar algo, pero, para llegar, estaba pasando por los pasillos más largos y remotos de la casa. Todos estos oscuros y sin vida. Andaba con lentitud, en realidad tenía sueño.
«¿Por qué no puedo dormir?».
En verdad lo sabía. Un baile, ¿a quién se le había ocurrido la idea?, lo sabía.
«¿Alguien me ha preguntado si quiero conocerla?» .