—¡Maj! —grité de buena mañana, recién levantado.
No contestó. Pero Martha, siempre atenta a mis movimientos, apareció y sonrió. Yo estaba de mejor humor, había decidido que la tristeza no valía la pena, y a ella se le contagió este espíritu. De hecho, hacía tiempo que sabía que debía casarme, y el hecho de ir a la universidad no quería decir que tuviera que tomarme los estudios en serio. Supongo que después de una larga noche en vela, había llegado a esta conclusión y estaba nervioso por ver a mi amigo de nuevo.
—Buenos días, Martha —la saludé con una sonrisa—. ¿Has visto a Maj?
Ella no dijo nada, simplemente negó con un movimiento de cabeza sin perder su expresión alegre. Parecía haber dejado atrás, igual que yo, el misterio de los pasos en la noche.
Le dije «adiós» con la mano y ella me respondió el gesto. Luego salí por la puerta de la cocina, cogiendo antes mi abrigo marrón.
«Yo quería llevar el gris», pensé reflexionando en dónde había metido mi mayordomo el abrigo que yo quería.
La valla estaba abierta, y me preocupé, porque yo la había dejado cerrada cuando había ido a buscar a Pilot, y todavía lo estaba la última vez que había pasado.
«Los pasos que oí...», no pude evitar pensar. «¿Qué vino a hacer Margaret?», terminé por preguntarme.
Sacudí la cabeza para sacarme esa estúpida idea de la cabeza. Me dirigía a casa de James, por lo que podría recuperar al fin la llave que tenía Margaret y quizá preguntarle algo. Las ganas de gritarle que tenía en aquellos momentos venían aplacadas por el respeto que sentía hacia James y el amor que él tenía a su hermana.
Tenía frío, aquel abrigo no cubría suficiente. Entré, sin pensarlo, por el acceso trasero, me estaba congelando. Nada más cerrar la puerta oí ruido en el piso de arriba. Parecía que algo pesado hubiera caído, y el movimiento no cesaba. Pasos acompasados y seguros, aun así extraños y acompañados de pequeñas exclamaciones, me hicieron pensar en que, lógicamente, pasaba algo grave, cuando menos inusual, en el piso de arriba.
Subí las escaleras sin saber con seguridad qué encontraría arriba, pero con un presentimiento que evitó que me diera demasiada prisa en subir. Sonó un reloj, que había en el pasillo del piso de arriba, marcando las diez. Alertaba de la hora en punto, mientras intentaba encontrar la habitación donde estaba mi amigo. Yo había llegado puntual, como siempre. Abrí tres puertas antes de dar con la correcta. Era la puerta de una sala muy grande que James utilizaba para descansar y que hacía a la vez de pequeña biblioteca, puesto que tenía dos estantes repletos de libros y un sofá. El resto de la sala estaba vacía. Encontré los libros por el suelo, junto con sus respectivos estantes de caoba, una cortina medio descolgada y dos figuras vestidas por completo de blanco. No podía ver las caras de ninguna de las dos puesto que llevaban caretas de esgrima. Ambas manejaban su sable con mucha destreza. Reconocí a James por su manera de moverse, tan elegante siempre. La otra figura, en cambio, tenía movimientos débiles y escapaba por los pelos de los ataques bien lanzados de mi amigo. Pero en un momento dudó, yo lo vi con claridad, su adversario lo aprovechó. James me había visto y había olvidado por un momento el combate. Pero fue rápido y, antes de que la otra figura enmascarada lo tocara, hizo una parada que los dejó sin aliento a los dos durante unos segundos. El tiempo se congeló y yo me encogí, cerrando la puerta para poder presenciar sin estorbar el combate. Entonces el contrincante se giró, notando mi movimiento tras de sí. James lo tocó sin el menor asomo de esfuerzo, con una ridícula facilidad. La figura no se volvió hacia James, sino que corrió a la puerta, la abrió y desapareció dejando tras de sí el sable.
James se quitó la careta y me miró con una sonrisa, dejando de lado por completo a la persona con la que había estado luchando.
—Al fin te dignas a venir a mi casa.
—Tú también te podrías haber molestado —dije mientras nos saludábamos con un abrazo—. He estado muy ocupado en lamentarme. He perdido el tiempo.
Él me miró preocupado.
—¿Tendría que haber ido a verte? —preguntó sin estar demasiado convencido de sus palabras.
—Seguramente no te hubiera dejado entrar en mi casa —contesté al fin y al cabo.
— ¿Y esa cara? —dijo él aludiendo a las manchas oscuras que habían aparecido bajo mis ojos debido a la falta de sueño de la noche.
—He estado escapando de mi propia mente.
No sé si entendió lo que le había dicho, pero se giró y dejó su sable junto al otro sobre el sofá.
—¿Con quién luchabas? —pregunté con verdadera curiosidad.
—Era Margaret.
Pensé en por qué no la había interceptado, cómo no había sabido que era ella. Todo lo indicaba y no le había dicho absolutamente nada. Me entró una rabia en el cuerpo venida de un lugar desconocido, quizá directo de las palabras de James, aunque tal vez estas solo la habían dejado pasar.
—Creo que Margaret entró en mi casa —le expliqué a mi amigo con cautela, por la falta de pruebas.
—¿Qué? —preguntó James, demasiado sorprendido para ser él.
—Le dejé la llave de la valla para que volviera... —dudé, Margaret me había pedido que no le dijera a James que aquel día había estado en mi casa—. Un día que vino a mi casa.
—¿Y la ha utilizado para entrar allí? —preguntó todavía sorprendido.
—No lo sé. Martha se asustó bastante.
Yo no le quería explicar nada sobre los pasos que había oído, no quería que aquel hecho representara un punto importante en mi vida.
—Quizá no fue ella.
—¿Has venido para decirme esto? —dijo él viendo que ya no estaba demasiado interesado en el tema y que iba eludiendo la conversación.
—He venido para disfrutar de tu compañía —expliqué con una carcajada.
—Me halagas. —Hizo una pausa—. Hablaré con mi hermana. Le diré que me dé la llave.
—Gracias.
—¿Puedo pedirte un favor? —preguntó él, sonando incluso demasiado casual—. Es muy pequeño.
—Creo que pedírmelo, puedes —respondí cauteloso, mesurando su expresión.
—¿Vendrás a un estreno conmigo? —me consultó, guardándose información.
—¿Te han invitado a un estreno? ¡Pero si tu blog es anónimo! —exclamé dejando la invitación de lado.
—Piensa en alguien que sepa que yo escribo mi blog.
—Tu padre —resolví.
Él asintió y se volvió dirigiéndose a su sable para cogerlo con suavidad.
—Te ha invitado a un estreno —acabé asumiendo con sorpresa, con la misma actitud que él había querido ver desde el principio—. ¡No iré! Y tú tampoco deberías ir.
Entonces dirigió el sable hacia mí y me miró fijo, desafiante durante unos segundos. Quizá decepcionado.
—No quiero que mi padre piense que tengo miedo de ir.
—Lo tienes —dije yo sin moverme lo más mínimo—. De que la película sea buena.
—No lo será —replicó él desde el otro extremo de la hoja.
Yo me quedé mirándolo un momento, y cuando me di cuenta, estaba negando con la cabeza inconscientemente. Él todavía me escrutaba, inmutable, con aquella expresión desafiante, sin decir nada. Entonces, sin que yo me lo esperara, me lanzó el sable, con agilidad cogió el que todavía estaba en el sofá y se puso en guardia.
—Si gano, vienes —me retó él.
—Si gano yo, que sabes que ganaré —añadí, refiriéndome a una evidencia—, tú no irás.
Él asintió con la cabeza, con una media sonrisa en los labios que significaba que había algo que yo no sabía. Aquello me puso algo nervioso, pero no estaba dispuesto a perder. Crucé el sable que me había proporcionado con el que tenía él en las manos. Él fue el primero al atacar. Yo me retiré con presteza.
—A una estocada —dijo él.
—Acepto.
Con esta norma, la lucha no duró demasiado, pero el curso de esta cambió cuando James empezó a hablar esforzándose al máximo por no distraerse.
—Seguro que estarás encantado de acompañarme cuando te gane —me dijo con su sonrisa característica.
—¿Qué quieres decirme? —pregunté después de una buena estocada que él evitó con presteza.
—Sin ir más lejos, y a sabiendas de que me ganarás dentro de nada si no hago algo —soltó rápido mientras yo lo atacaba sin descanso—, Stephanie vendrá al estreno.
—¿Qué? —pregunté, y retrocedí, dándole una clara ventaja a mi oponente sin quererlo.
—Fui a averiguar su número —dijo él con más calma, la lucha se estaba igualando.
—¿Cómo conseguiste su teléfono? —En aquel momento me di cuenta de que no estaba haciendo ningún esfuerzo por tocarlo, pero sí por protegerme, por lo que podríamos haber estado allí eternamente. O hasta que aguantáramos.
—No lo conseguí. —Con un salto atrás se subió sobre el sofá, me atacaba desde arriba—. Volví al local por la noche y hablé con el propietario. Él me dijo que no me podía facilitar esa información, que era confidencial, pero que él podría hablar con Stephanie para que me llamara a mí. Debía invitarla de alguna manera. Pensé: «Si Stephanie viene, Marc vendrá». Si hubiera tenido su teléfono, aunque fuera el móvil, podría haber investigado.
—Podrías haberlo hecho —asumí.
James sabía mucho, quizá sabía demasiado, era bueno encontrando información. Toda la que quería. Tenía contactos que con un par de llamadas lo podían llevar donde quisiera, y el hecho de que utilizara esa habilidad para descubrir solo lo que quería y no para violar la intimidad de quien investigaba me decía cosas de él que de otro modo quizá no hubiera sabido.
James saltó del sofá.
—Ella me llamó, por la mañana —prosiguió, dejándome cada vez más sorprendido y haciéndome retroceder—, la invité al estreno, mostrándome lo más formal posible. Ella me dio las gracias, muy educadamente, por cierto. —Calló durante un rato aguardando mi respuesta, pero yo solo esperaba que acabara—. ¿Sabes qué me respondió?
Negué, casi estaba tocando la pared y la mano se me había empezado a cansar, no le estaba prestando atención al combate.
—¡Que ya va!
Yo lo miré en silencio y volví al lugar que había perdido durante la conversación. Me defendí con más intensidad, pero no quería atacar, estaba pensando. James intentó un ataque directo, pero pude evitarlo. Y después de una reñida frase de armas, ataqué, arriesgándome, cansado del combate; ya no importaba si ganaba o perdía, quería ir a aquel estreno. Así que me acerqué a mi contrincante, desequilibrándome a mí mismo, y conseguí tocarlo de lleno en el pecho.
No había perdido. Él me miró y bajó la cabeza con una sonrisa digna, admitiendo su derrota.
—Pensaba que te dejarías ganar, pero no lo deseaba.
Yo apoyé la mano sobre su hombro, aún con el sable en la otra.
—Iré contigo.
Él no cambió su expresión, solo se rio levemente.
—Eres un tramposo. Has ganado. Según las condiciones, no podemos ir ni tú ni yo.
—Soy un interesado. Pero podría haberme dejado ganar. —Dejé el sable en el sofá y me senté a su lado, con fatiga.
—Aceptaré tu voluntad. Pero en cierto modo, te has dejado ganar. —Lo miré con una expresión interrogativa—. Te has arriesgado mucho, podrías haberme atacado de mil maneras más seguras, pero te has arriesgado a que yo te tocara con tu última estocada.
Era verdad. Me había acercado mucho, había desequilibrado por demás mi cuerpo para darle el golpe de gracia, pero lo que me parecía más importante era que había ganado.
—El estreno es mañana —dijo James dejándose caer a mi lado.
—El estreno es mañana —dijo Maj cuando entré, sorprendiéndome.
«¿Se puede saber cómo se las apaña James para informar a todo el mundo tan rápido?».
«Ya estoy pensando en la manera en la que te ayudaré a huir», había dicho James.
Acababa de llegar de su casa, me había quedado a comer. Me había distraído del tema «Stephanie» hablándole de los planes que tenía mi padre para mí. Él me había dado la razón en todo y me había prometido ayudarme a escapar de mi destino.
Pero yo no creía que supiera nada sobre la extraña fuerza que ejercía mi padre sobre mí. Ni sobre las dificultades a las que me enfrentaba al huir. Nunca se lo había contado.
—¿Cómo sabes que iré a un estreno? —pregunté a Maj, molesto, porque parecía que quien me rodeaba sabía más de mí mismo que yo.
—Ya he preparado en el vestidor lo que se pondrá. Tiene dos corbatas para escoger.
—¿Con corbata? —pregunté fastidiado.
Me parecía una prenda bastante inútil pero, aunque me cueste reconocerlo, favorecedora.
Él no respondió, y aquello me irritó todavía más.
El estreno era a las diez de la noche, en pleno centro de Londres. No hacía falta que me preparara tan temprano, o eso quería pensar.
No pude evitar recordarla. Si la encontraba, si de verdad aparecía en aquel estreno, la vería en un entorno muy distinto. No me la podía imaginar entre tanta gente fingiendo.
«¿Ella haría lo mismo?». Con ese pensamiento, Stephanie me resultó irreal, como si fuera un producto de mi imaginación, como si no existiera. Como si en cualquier momento pudiera despertar y descubrir que todo había sido un sueño.
No la podía imaginar en aquellas circunstancias y me pregunté si en el fondo quería verla.
«¿Quieres que vuelva a rechazarte?», me pregunté a mí mismo dándome cuenta de que no conocía la respuesta. Quizá si no me rechazaba, ya no me interesaba. «Si confía en un loco que la sigue no es como yo creía».
En algún momento de aquel día estuve a punto de llamar a James para reclamar el derecho a mi triunfo. Pero ya me había comprometido a ir. Al menos debía hacerle el favor de acompañarlo, realmente era él quien necesitaba compañía para enfrentarse a su padre.
Aquella noche dormí sin problemas, estaba agotado. La noche anterior en vela no me había ayudado demasiado. Aun así, no había tenido sueño en todo el día.
***
La iglesia era alargada, yo no había estado nunca allí, estaba a punto de casarme y el hecho de que no hubiera nadie me aliviaba. Estaba ante el altar, esperando algo, y curiosamente no huía. Esperaba y la iglesia cada vez era más oscura. Las flores blancas, desde las columnas, me miraban expectantes y soltaban cada cierto tiempo algún pétalo que iba a parar al impecable suelo de piedra.
Era un sueño, por lo que no me preguntaba por qué no había invitados ni cura, por qué yo no estaba nervioso ni por qué el ambiente parecía tan plácidamente irreal.
Tras mucho rato esperando sin torcer mi gesto, la puerta de entrada, una puerta altísima, se abrió dejando entrar luz exterior que volvía la vida a las flores y que a mí me aterrorizaba. Por primera vez sentía el pánico, no se veía nada del exterior, solo una luz intensa que no me dejaba ver nada más. Ella entró.
El velo cubría por completo su rostro. No sabía quién era. Sí, sabía su nombre, sabía quién era su familia, pero ni tan siquiera la había visto. El terror me invadió de pies a cabeza. Y deseé correr, aunque como pasa muy a menudo en los sueños, no pude. Intenté gritar, pero por mucho que abría la boca, ningún sonido podía salir de esta.
Ella cada vez estaba más cerca, avanzaba rítmicamente, la marcha nupcial sonaba tétrica en mis oídos y me hacía temblar.
Pronto la tuve tan cerca que, de ser real, habría podido ver su cara entre la transparencia del velo. Pero ya no podía ver, estaba aterrado, quería gritar, quería huir. Se paró a mi lado, y poco a poco empezó a retirarse el velo.
Me desperté con un grito y la frente perlada en sudor. Las cortinas estaban corridas. No estaba seguro de si las había dejado yo de aquel modo, y la verdad no me importó. Cogí aire intentando tranquilizarme, solo había sido un sueño.
«Pero será real», no pude evitar pensar.
Estuve meditando durante largo rato, echado en la cama, hasta que el teléfono sonó con urgencia.
Me levanté, decidido a cogerlo antes que nadie. Lo descolgué, y tal y como pensaba, era James quien estaba al otro lado del hilo.
—¿Voy a buscarte a tu casa o vienes tú? —preguntó con una voz demasiado adormecida para la hora que era.
Lo pensé unos segundos. En otras circunstancias, seguramente habría ido yo a su casa, pero dado que debía ir con traje y corbata y que no podía descolocarse ni un solo cabello de mi cabeza, decidí responder lo que todo el mundo debía de responder siempre:
—Ven tú.
Sentí cómo respiraba, pensando, al otro lado.
—Mejor voy a comer —dijo sorprendiéndome con su espontaneidad—. No quiero que te presentes con cualquier cosa.
No lo decía por ofender, y no me ofendió. Yo sabía tanto como él, de hecho más, que, con tal de destacar, podía hacer lo que fuera, o quizá solo por el hecho de oponerme a mi modo de vida, pero aquella vez no tenía ganas de que la gente se apartara a mi paso.
—Ven —le dije—. Me ayudarás a escoger la corbata.
Y sí, llegó con dos sirvientes, uno traía su abrigo y el otro su traje para la noche. Comimos en la cocina, según las normas de mi casa que yo había impuesto y que a James le irritaban un poco. Después de una ensalada y una tortilla, nada de excesos, estábamos ambos delante de dos corbatas, una marrón y la otra de color morado.
—El marrón llama menos la atención —empezó a decir él—. Pero, la verdad, ninguna de las dos te queda del todo bien.
Tenía razón, eran tan brillantes, tan perfectas y tan lisas que en algún momento recuerdo haber tenido ganas de lanzarlas por la ventana.
—¿Y pajarita?
Yo abrí mucho los ojos y negué con la cabeza con energía.
«¡Rotundamente no!», pensé, pero no me salieron las palabras.
Él no se quejó, ni insistió, se rio un poco ante mi expresión de horror.
—Está claro que con esto no haremos nada —soltó de pronto, y se giró hacia el cajón donde reposaban todas mis corbatas.
Había muchas. No recordaba haberme puesto ninguna en concreto aun cuando tenía presente el hecho de haber vestido con corbata en alguna ocasión. Yo me aparté del cajón mientras James estudiaba con ojo crítico cada una de mis corbatas.
En varias ocasiones sacó alguna de su lugar y la puso junto a mi cara, supongo por ver si era adecuada para mí, cosa que me hizo mucha gracia ya que todas eran mías. Finalmente optó por una de un azul intenso.
—Es muy típico —dijo—, pero es del color de tus ojos. —Y se rio.
Yo lo miré y después miré la corbata. No dije nada respecto a su elección porque sabía que era definitiva y no había vuelta atrás.
La puerta de la limusina se abrió, y en un principio no vi nada. La luz artificial de la noche me deslumbró. Pensé en el respiro que sería encontrar solución a uno de los enigmas de mi vida. Era uno reciente y quizá no muy vital, según creía, pero era un enigma que quería y quizá podía solucionar. Enseguida vi la alfombra roja, y al levantar la cabeza, muchas cámaras que, por suerte, no estaban dirigidas hacia mí.
Salí de la limusina, y tras de mí, James, muy digno y con la cabeza bien alta. Pero las cámaras tampoco lo enfocaban a él. Disparaban dirigidas a una actriz rubia que, con mucha seguridad, sería la protagonista de la película. Me pareció extraño ver que James, por primera vez, no era el centro de atención.
Cuando la limusina se fue, miré a mi alrededor buscándola, pero no la encontré.
—Búscala —le pedí a James que sonreía y mostraba su mejor aspecto por si una cámara hacía una foto en su dirección.
Él asintió con la cabeza sin perder su aire distinguido. Empezó a andar por la alfombra y yo lo seguí de cerca. Mi paso era seguro, como el suyo, pero de hecho, lo único que buscaba era una respuesta.
No sé cómo, porque yo lo miraba todo y a la vez no veía nada, sin que me diera cuenta, apareció el padre de James ante nosotros. Era la versión adulta de su hijo. Mismo pelo rubio, mismos ojos azules y mismo gesto. Creo que a mí no me vio. Le clavó a James una intensa mirada, él se quedó callado aguantándola. Parecía increíble que aquellas dos personas vivieran en la misma casa. Pero el hecho de que la mencionada casa era inmensa y de que el padre viajaba mucho hacía más comprensible la situación.
Decidí tomar la iniciativa, y metiéndome entre ambos, saludé a lord Bercliffe:
—Espero que esté bien la película —dije desafiante, pero con una gran sonrisa, sin dejar de mirar a mi alrededor.
Él no dijo nada, me miró como lo hacía mi padre, quizá no con tanto desprecio y con más cautela.
—Eso espero. —Y mientras se iba, puso una mano sobre el hombro de su hijo.
—¿Eso ha sido una muestra de afecto? —preguntó James molesto cuando su padre ya había desaparecido entre la gente—. Solo me quiere comprar.
Yo lo oí, pero no me dio tiempo a contestar porque había visto a una chica con un vestido negro, de espaldas, con el pelo recogido. Aunque no tuve que acercarme mucho para ver que no era ella. James me atrapó.
—¿Qué pasa? —preguntó preocupado.
—Me he equivocado de persona —dije bajando la cabeza—. ¿La ves?
Él miró a su alrededor, pero tampoco vio nada y negó con la cabeza con lentitud, casi con un aire solemne.
—¿Qué haremos? —pregunté fingiendo indiferencia.
Volví a vislumbrarla, esta vez con menos claridad, como quien ve un fantasma. La había visto adentro, por una de las ventanas. Había reconocido su rostro mirando al exterior, quizá buscando algo. Saqué la idea de mi cabeza, pero decidí que era mejor que entráramos. Una vez dentro dirigí la mirada hacia el lugar donde me había parecido advertirla, en lugar de esto vi a otra chica que seguramente era más importante en mi vida, una chica que yo no quería conocer. Era rubia y en extremo pequeña, llevaba un vestido azul claro, vaporoso, tenía los ojos negros, tan profundos que se podrían haber distinguido a quince metros de distancia, e iba acompañada de un hombre alto, tal vez su padre. En un principio no pude reconocerla, pero el hecho de que James me apartara de la trayectoria visual de aquella chica me dio una pista.
—¡Es ella! —me dijo, reprimiendo hablar con la voz demasiado alta—. ¡Elaine Wingfield!
Me quedé mirando al hombre, estaba seguro de haberlo visto antes y, de hecho, no era de extrañar; él había pactado con mi padre mi boda.
—¿Por qué me has traído aquí? —dije incómodo.
—Lo siento, tendría que haberlo comprobado.
Yo negué con la cabeza y me aflojé el nudo de la corbata, sentía que no podía respirar.
Él esperó a comentar algo, pero yo ya veía a la gente pasar a la sala donde proyectarían la película.
—Entremos —dijo finalmente, con mucho tacto.
Me guio. Nunca había estado en aquel cine, y la cantidad de gente que llenaba la sala me oprimía. Sentí en aumento mi ritmo cardíaco. Quería salir de allí. La frustración me invitaba a gritar, pero no me atrevía a hacerlo.
Pensaba a la vez en Elaine y en Stephanie.
«¿Cómo pude haber sido tan estúpido?», cavilé.
¿Cómo había creído que una chica como Stephanie estaría en un lugar como aquel?
Me serené al entrar a la sala. Pero vi a Elaine no muy lejos, con una expresión neutra. No quería imaginar que aquella tuviera que ser mi esposa. Era una idea horrible. Sí, parecía perfecta, era preciosa, pero no la conocía, era una absoluta desconocida para mí.