Europa oriental —comprendiendo los ocho países socialistas de Bulgaria, Checoslovaquia, Alemania oriental (República Democrática Alemana), Hungría, Polonia, Rumanía, la Unión Soviética y Yugoslavia— alcanzó unos resultados económicos aún mejores que la occidental en los años cincuenta y sesenta. Pero esto se llevó a cabo en un marco institucional político y económico completamente diferente. Mientras que en el Oeste la economía social de mercado mixta prevalecía, en el bloque oriental los medios de producción eran propiedad del estado, que los gestionaba. Después de la guerra, los países orientales siguieron el modelo soviético, aunque con algunas variaciones, de control económico y político, y en los primeros años cincuenta habían aparecido como estados socialistas hechos y derechos, firmemente imbricados en la esfera de influencia soviética.
Por segunda vez, la guerra quebrantó la vida económica y social de Europa central y oriental, incluyendo la Unión Soviética (véase el capítulo 6). La unificación de una parte considerable de Europa central y oriental en el Tercer Reich se derrumbó al acabarse el régimen de Hitler y el resultado fue otra redefinición de las fronteras nacionales junto con la migración de millones de personas. Pero la división del territorio entre los vencedores fue menos amplia y perjudicial que la de después de la primera guerra mundial, y la zona no volvió a la situación fragmentada que prevaleció después de 1918. En su lugar, los países se inspiraron en su mayor vecino oriental (la Unión Soviética) y muy pronto se constituyeron como estados socialistas, siguiendo el modelo soviético como punto de referencia. Se consideró que los principales objetivos eran la industrialización y la transformación de la estructura social, tareas que podían ser llevadas a cabo mejor mediante la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y la creación de un sistema económico administrado y planificado centralmente.
En consecuencia, durante los años de la inmediata posguerra, cuando estos países estaban comprometidos en estimular la recuperación económica, el estado fue adquiriendo regularmente la propiedad de los medios de producción. El centro de atención inicialmente fue la nacionalización de la industria. Ésta se produjo más lentamente de lo que había sido el caso en la Unión Soviética después de la revolución de 1917, en parte porque llevó tiempo arrojar del poder los intereses no comunistas, pero al menos no hubo un cambio opuesto de política como en la Unión Soviética en los primeros años veinte. La nacionalización se produjo con más rapidez en los antiguos países aliados (Checoslovaquia, Polonia y Yugoslavia) que en los antiguos territorios enemigos (Bulgaria, Hungría y Rumanía). Los primeros, habiendo padecido la ocupación alemana, salieron de la guerra en una condición devastada y esto dejó el camino abierto al estado para ampliar su influencia mediante la apropiación de la antigua propiedad enemiga. En 1948, sin embargo, la socialización del sector industrial era casi completa en todos los países excepto en Alemania oriental (la zona de ocupación soviética). Aquí la transición se efectuó rápidamente cuando la República Democrática Alemana se estableció formalmente en 1949. En aquel momento se había realizado un progreso considerable en la toma de posesión de otros sectores de la economía, incluyendo banca y finanzas, la distribución comercial y otros servicios. Así, a principios de la década de los cincuenta la nacionalización se había extendido a la mayoría de las principales ramas de la actividad económica aparte de la agricultura.
El sector agrario planteó un problema más difícil. Aunque se realizaron intentos tempranos de nacionalizar la tierra, especialmente en Bulgaria, en general no se había ido muy lejos a finales de los años cuarenta. De hecho, pronto se reconoció que la propiedad estatal completa era impracticable, teniendo en cuenta el fuerte apego de los campesinos a la tierra. Ellos consideraban la tierra como legítimamente suya y sólo esperaban una cosa: la expropiación de la tierra y su redistribución entre ellos. La solución obvia, por tanto, era permitir a los campesinos que conservasen la propiedad, pero organizar sus actividades en empresas colectivas, que de alguna manera serían una culminación lógica de las reformas parciales de los años de entreguerras. Así, la tierra, en cantidades variables, se confiscó a los antiguos propietarios sin compensación y se redistribuyó libremente entre el campesinado, reteniendo el estado una parte para sus propias finalidades. Esto condujo inevitablemente a una fragmentación extrema de las propiedades y de ahí el siguiente paso fue agruparlas en grandes unidades. En consecuencia, la asociación cooperativa de las unidades agrícolas se convirtió en la forma dominante, aunque el proceso de reorganización fue administrado con más lentitud y menos brutalidad de lo que había sido el caso en la Unión Soviética antes de la guerra. Fue llevado a cabo con regularidad durante el transcurso de los años cincuenta, y a principios de la siguiente década el grueso de la producción agrícola se encontraba bajo métodos colectivizados. Las granjas estatales, por otra parte, representaban sólo entre el 5 y el 10 por 100 de la tierra. En dos países, sin embargo, Polonia y Yugoslavia, donde la oposición al socialismo agrícola era muy fuerte, se logró muy poco progreso. A finales de los años sesenta sólo un 15 por 100 de la tierra en estos dos países se trabajaba en régimen de granjas colectivas o estatales. Hay que advertir que Yugoslavia se había desviado desde 1948 del campo soviético y seguía un tipo de socialismo inconformista.
Por tanto, tomando los países como un conjunto, se había dejado poco a la empresa privada a principios de los años sesenta, excepto en algunas actividades menores a pequeña escala, tales como artesanía y servicios de alimentación. Virtualmente, toda la minería, la agricultura, la industria, el transporte, el comercio y las actividades financieras eran de propiedad y gestión social. Un 95 por 100 del total de la renta nacional de los países orientales derivaba del sector socializado y una proporción todavía mayor del producto industrial y de la cifra de ventas al por menor. Sólo en la agricultura era menor el componente socializado, aunque incluso aquí representaba el 92 por 100 de la tierra. Las desviaciones respecto del promedio eran muy pequeñas, excepto en Polonia y Yugoslavia, donde la renta derivada del sector estatal era de un 75 por 100, y esto era en gran medida teniendo en cuenta el hecho de que en estos dos países la agricultura se encontraba fuera del sector socializado sometido a control.
Aparte de la propiedad y del control estatales, la segunda característica importante de los países socialistas ha sido el énfasis en la planificación central. En contraste con la situación en la mayoría de los países europeos occidentales, todas las decisiones que afectan al proceso económico están planificadas y determinadas centralmente, siendo desarrolladas las funciones en cada caso por la Comisión u Oficina de Planificación Estatal. Los métodos de planificación varían, por supuesto, de país a país y, como se ha indicado antes, Yugoslavia se desvió de los demás países socialistas en su modo de actuar en una etapa muy temprana. Además, los cambios significativos en el mecanismo de planificación, especialmente las reformas económicas radicales decretadas en los años sesenta, fueron introducidos de vez en cuando. Sin embargo, a lo largo del período hasta 1910, las principales variables económicas, estratégicas en el proceso de desarrollo económico, continuaron siendo determinadas por las autoridades de la planificación central. Éstas incluyen la determinación de las proporciones entre consumo y ahorro, entre inversión productiva y no productiva y la asignación de la inversión entre los principales sectores y ramas de la economía. En la práctica, el proceso de planificación es mucho más profundo que esto, dado que se establecen objetivos detallados para cada sector y rama de actividad en los planes centrales, que son reconsiderados periódicamente, sobre la base de las asignaciones de factores que se realizan. Mientras este tipo de planificación puede no siempre ser eficiente, es posible instrumentarlo en la práctica, simplemente a causa de la ausencia de un sector privado significativo dentro de la economía.
En virtud de sus compromisos ideológicos así como del reconocimiento de su atraso relativo comparado con el Oeste, los países socialistas eran conscientes de la necesidad de alcanzar una rápida tasa de desarrollo. Para promover este objetivo, se establecieron prioridades para la formación de capital y la industrialización, y en el caso de la última se puso énfasis en las industrias pesadas de bienes de producción, especialmente hierro y acero, maquinaria, químicas y electrónicas. Inevitablemente, esto significó algún descuido de otros sectores, especialmente la agricultura, las industrias de bienes de consumo y determinados servicios, mientras que también supuso un ritmo más lento de mejora del consumo personal y del bienestar general que en los países occidentales. Además, el fuerte énfasis puesto en estimular el crecimiento aumentando los factores, especialmente el capital, particularmente en los años cincuenta y primeros sesenta, condujo probablemente a una utilización antieconómica e ineficiente de los recursos. Más tarde, sin embargo, se concedió una mayor atención a mejorar tanto la calidad como la productividad de los factores.
El proceso de planificación y las reformas de los años sesenta se discutirán con mayor extensión más adelante en este capítulo. Primero debemos echar una ojeada a las realizaciones socialistas en términos de crecimiento y cambio estructural.
Aunque el crecimiento del producto fue rápido en Europa oriental en el período de la posguerra —y a decir verdad algo mejor que en la occidental— no parece a primera vista que la planificación centralizada representara mucha diferencia en los resultados de los países socialistas, en comparación con sus correspondientes de libre mercado en el Oeste. Esto podría explicarse en parte por el hecho de que, aunque el crecimiento era un objetivo central, supuso dar una prioridad demasiado grande a algunos sectores, por ejemplo industrias pesadas, con el descuido comparativo de otros sectores de la economía, mientras que se concedió escasa atención a mejorar la eficiencia con la que se utilizaban los recursos. Además, dado el estado de atraso de estos países y la recuperación más lenta de la guerra, comparada con Europa occidental, podrían esperarse unos resultados bastante notables en los años siguientes. En 1950 la mayoría de las economías occidentales habían superado francamente sus niveles de producto de antes de la guerra, mientras que Europa oriental en conjunto sólo había conseguido recuperar la posición de antes de la guerra. Aparte de la Unión Soviética, sólo Checoslovaquia y Bulgaria habían sobrepasado su cota de antes de la guerra en 1950, aunque Polonia también mostró un avance significativo como consecuencia de los cambios de frontera. Pero en Alemania oriental, Hungría y Rumanía, el producto quedó por debajo del antiguo nivel en cantidades que variaban entre el 2 y el 15 por 100. En otras palabras, las diferencias en los niveles de la renta entre el Este y el Oeste en 1950 eran aún mayores de lo que habían sido en 1938, de modo que los países socialistas tenían una gran tarea por realizar si tenían que acercarse a los patrones de vida de sus vecinos capitalistas.
Cualquier discusión de los resultados en el crecimiento es un ejercicio algo arriesgado, dada la confianza que se está obligado a otorgar a estadísticas agregadas que pueden contener errores sustanciales. Incluso en el Oeste, los métodos de cálculo de la renta generada por los sectores de servicios están lejos de ser perfectos. En el caso de los países socialistas las dificultades con las que se tropieza son mayores, porque los procedimientos de contabilidad de la renta nacional difieren sustancialmente de los utilizados en los países occidentales. Una de las principales diferencias es que los países socialistas sólo registran la producción material en sus cuentas de renta nacional, excluyendo por tanto la mayoría de las rentas generadas por los sectores de servicios, mientras que valoran el producto a precios de venta realizados (esto es, incluyendo los impuestos sobre la cifra de ventas), frente a la práctica occidental de valoración «al coste de los factores». Esto significa que los datos de renta oficiales socialistas no son directamente comparables con los de los países occidentales, a menos que se realicen ajustes. Desgraciadamente, los propios especialistas no están de acuerdo sobre los ajustes necesarios, aunque la mayoría adoptaría la opinión de que las cifras oficiales de producción material tienden a exagerar los resultados del crecimiento de los países comunistas.
Para nuestros propósitos, utilizaremos las estimaciones del producto interior bruto recopiladas por las Naciones Unidas, que en la medida de lo posible se conforman a un sistema normalizado de contabilidad nacional. A causa de las obvias dificultades que supone el ajuste de las cuentas, los datos están sujetos a márgenes de error, de modo que no debe ponerse demasiada confianza en la exactitud y precisión de las cifras concretas. Sin embargo, las magnitudes implicadas son ampliamente comparables con otras estimaciones de renta y producto para estos países, y corresponden a los datos de Europa occidental utilizados en el capítulo anterior.
Los datos de producto, empleo, productividad y crecimiento de la población se dan en el Cuadro 8.1, para los ocho países. En Europa oriental en su conjunto, el producto interior creció al 7 por 100 anual durante los años cincuenta y sesenta, una tasa considerablemente superior a la del Oeste (4,6 por 100). Sin embargo, la población aumentó más rápidamente en el Este, especialmente en la Unión Soviética y Polonia, así que el diferencial per cápita entre las tasas de crecimiento del producto fue más reducido, 5,7 por 100 anual, frente a casi el 4 por 100 en el Oeste. Las tasas más altas de crecimiento de la población (siendo la República Democrática Alemana la principal excepción) también llevaron a un crecimiento más rápido de la fuerza de trabajo, mientras que el nivel de la productividad fue también superior al del Oeste.
En general, no hubo diferencias muy amplias entre los países en los resultados del crecimiento. Fue más rápido en la Unión Soviética y en los países menos desarrollados, Rumanía y Bulgaria, mientras que el de Hungría era relativamente pobre para los patrones del Este. Entre las dos décadas hubo una tendencia a decrecer las tasas de expansión, especialmente en las economías más avanzadas de la Unión Soviética, Checoslovaquia y Alemania oriental, mientras que Hungría y los dos países menos desarrollados, Rumanía y Bulgaria, lograron cierta aceleración. De hecho, durante los primeros años sesenta hubo signos de una lenta disminución del crecimiento en la mayoría de los países socialistas excepto Rumanía, característica que preparó la introducción de reformas económicas en la planificación y dirección de estas economías (véase más adelante).
Como podía esperarse, dado el compromiso ideológico de estos países, se produjo un sustancial desequilibrio sectorial en las tasas de expansión. Se dio prioridad a la industria y especialmente al sector pesado, incluyendo bienes duraderos de producción, con el resultado de que hubo una disparidad más marcada que en el Oeste entre las tasas de crecimiento de los diferentes sectores de la economía. Así, en Europa oriental en su conjunto, el producto industrial a lo largo del período de 1950 a 1970 aumentó un poco menos del 10 por 100 anual, registrando Bulgaria, Rumanía y la Unión Soviética aumentos de dos dígitos. En contraste, la agricultura, con una baja prioridad, se expansionó sólo al 3 por 100 anual, con Checoslovaquia registrando una ligera caída del producto de este sector. Efectivamente, el sector agrario ha demostrado generalmente ser un punto permanentemente débil en lo que por lo demás ha sido un logro espléndido, aunque en parte las autoridades sólo pueden culparse a sí mismas por su descuido de esta rama de actividad. Hubo de pasar una década o más antes de que la producción agrícola en el Este sobrepasase los niveles de antes de la guerra, frente a un aumento del 50 por 100 en el Oeste, mientras que incluso en los primeros años sesenta los países más desarrollados de Alemania oriental y Checoslovaquia todavía estaban por debajo de sus objetivos de antes de la guerra. Los sectores restantes de la economía —transporte, comercio, construcción y servicios personales y gubernamentales— crecieron en conjunto algo menos rápidamente que la economía en su conjunto, aunque hubo considerables variaciones entre las diferentes ramas. Los servicios gubernamentales, por ejemplo, se expansionaron más deprisa que los servicios personales directos y la vivienda, y en algunos casos el producto de los servicios personales de hecho disminuyó. El transporte también se expansionó más deprisa que la mayoría de las demás actividades de este grupo.
Estas diferencias en los resultados reflejaron el orden de prioridades atribuido a cada uno de los sectores. La industria, por ejemplo, recibió una gran parte —a veces la mitad o más— de los recursos disponibles para la inversión, mientras que la agricultura andaba algo escasa de capital. Además, dentro de los grandes sectores ciertas ramas se distinguían por un tratamiento de alta prioridad. Éste fue particularmente el caso del sector industrial, donde se puso el énfasis en los bienes duraderos de producción, en detrimento de los bienes de consumo. En consecuencia, industrias como las químicas, metales y construcción de maquinaria aumentaron a un ritmo doble que las de alimentación y considerablemente más deprisa que la industria en su conjunto, mientras que tres ramas, energía eléctrica, ingeniería mecánica y química, representaban en promedio una tercera parte de la producción industrial a mediados de los años sesenta. La proporción de bienes de capital en su conjunto sobre la producción industrial bruta había aumentado, en los años sesenta, a más del 60 por 100 en la mayoría de los países, comparado con el 40 por 100 o menos en los años inmediatamente anteriores a la guerra (1938-1939). La orientación creciente hacia el sector industrial pesado se refleja en las cifras de formación de capital. Desde un nivel relativamente bajo al principio del período, las cuotas de inversión aumentaron regularmente hasta alcanzar alrededor del 30 por 100 en 1970 en la mayoría de los casos. Se ha advertido también que si las cifras socialistas de renta se sitúan sobre una base comparable con las del Oeste, la proporción del ahorro sobre la renta nacional estaría entre el 20 y el 40 por 100, frente a un abanico del 10 al 25 por 100 en las economías capitalistas en un estadio de desarrollo similar (Wilczynski, 1972).
No es sorprendente que el rápido crecimiento produjera cambios estructurales significativos en las economías socialistas, que fueron más pronunciados y diversos que en las de Europa occidental durante el mismo período. Los datos del Cuadro 8.2, mostrando la composición de la renta nacional y del empleo en los principales sectores de la economía, proporcionan una amplia idea de las principales tendencias. Las cifras no representan más que medidas aproximadas, pero las de la composición del producto nacional han sido ajustadas para estar en una más estrecha correspondencia, que las estimaciones oficiales, con las utilizadas en los países occidentales. Se basan en estimaciones independientes del producto nacional bruto al coste de los factores y, a diferencia de las cifras oficiales, incluyen los sectores de servicios. Desafortunadamente, no se dispone de estimaciones comparables para la Unión Soviética.
El cambio más significativo radica en las proporciones de la industria y la agricultura en renta y empleo. Todos los países experimentaron un desplazamiento de la agricultura a la industria y en algunos casos éste fue sustancial, particularmente en los países balcánicos (Yugoslavia, Rumanía y Bulgaria), donde la industria alcanzó un tercio o más de la renta total, mientras que la participación de la agricultura descendió a una cuarta parte o menos. Los datos de empleo ilustran las mismas tendencias, aunque en los países menos desarrollados un 40 por 100 o más del empleo total permanecía todavía localizado en el sector agrario. Sin embargo, ésta era una mejora sustancial sobre el período prebélico, cuando entre el 75 y el 80 por 100 de todo el empleo en Yugoslavia, Bulgaria y Rumanía tenía que hallarse en el sector primario. Estos países, de hecho, perdían rápidamente su base predominantemente agraria, contra lo que habían luchado durante tanto tiempo. La tendencia al abandono de la agricultura fue también significativa en las economías más avanzadas de Alemania oriental, Checoslovaquia y la Unión Soviética, y en el caso de los dos primeros países sus estructuras económicas eran ya muy parecidas al modelo europeo occidental. También debería advertirse la marcada diferencia entre las participaciones de la renta y del empleo en la agricultura. La participación mucho mayor del último refleja la diferencia sustancial en los niveles de productividad entre la industria y la agricultura. En cuanto a la construcción y al comercio no hubo tendencias marcadas en estos dos sectores, pero el transporte y las comunicaciones tendieron a aumentar en importancia tanto en términos de renta como de empleo, excepto en la República Democrática Alemana. La última categoría del cuadro, que incluye los servicios gubernamentales, personales y varios, muestra tendencias contrarias. La participación de este sector en la renta disminuye en todos los países, reflejando sin duda la baja prioridad atribuida a la provisión de servicios personales y privados, pero en la mayoría de los casos la participación del empleo aumenta, sugiriendo unos resultados más bien pobres en la productividad en estas actividades.
Por tanto, en resumen, aunque a la mayor parte de los países socialistas les queda todavía camino por recorrer hasta que el formato estructural de sus economías se parezca más a los de las economías capitalistas avanzadas, está muy claro que el rápido desarrollo del período de la posguerra produjo una considerable transformación de unas economías que no muchos años antes habían sido básicamente agrícolas.
A pesar del rápido crecimiento y del cambio estructural, el consumidor de Europa oriental no se benefició de un modo proporcional. Los niveles de renta, además, todavía están por debajo de los del mundo occidental. Es cierto que el nivel de vida de la mayoría de la gente en los países socialistas mejoró sustancialmente entre 1950 y 1970, y en algunos casos en una medida apreciable. En la República Democrática Alemana, por ejemplo, los salarios reales se multiplicaron por más de tres en este período, mientras que en Bulgaria, Yugoslavia y Rumanía aumentaron más de un 150 por 100. En contraste, los progresos de la renta real de los trabajadores en Polonia, Hungría y Checoslovaquia fueron considerablemente menores. Sin embargo, los salarios reales no se mantuvieron al mismo ritmo que el crecimiento de la renta nacional, mientras que el consumo personal se frenó en medida aún mayor por el énfasis sobre los ahorros y la inversión, y las limitadas posibilidades de elección en lo que se refiere a los productos de consumo. Mientras que en el Oeste el consumo personal avanzó casi al mismo ritmo que la renta nacional, en el Este estuvo lejos de ser así. En promedio, el aumento del consumo per cápita en los países orientales sólo fue probablemente la mitad que en el Oeste, aunque hubo considerables diferencias entre los países. Checoslovaquia registró uno de los aumentos más bajos, mientras que en Bulgaria y Rumanía el consumo aumentó muy deprisa. Los factores políticos determinaron en parte el ritmo con el que se satisfizo el bienestar del consumidor. Por ejemplo, la revuelta húngara de 1956 llevó a un gran aumento de los niveles de vida que habían sido severamente frenados antes de dicho acontecimiento. A la inversa, el cierre de la frontera alemana entre el Este y el Oeste llevó a una restricción del desarrollo del consumo en Alemania oriental, dado que ya no se produjo ninguna presión para alcanzar y mantener los patrones del Oeste. De manera semejante, las fluctuaciones de los niveles de vida polacos dependieron en parte de circunstancias políticas.
La compresión de los niveles de consumo personal refleja, por supuesto, el orden socialista de prioridades, particularmente el énfasis sobre la potenciación de la inversión a expensas del consumo. Por tanto, efectivamente, esto significa que el consumidor socialista se benefició mucho menos que su correspondiente occidental del rápido crecimiento de la actividad económica. Además, en algunos países significó un desajuste creciente en los niveles de consumo comparados con los países occidentales, donde antes había habido casi una estricta paridad. Por ejemplo, antes de la guerra, los niveles de consumo de Alemania oriental no se alejaban mucho de los de la mitad occidental del país, situándose Checoslovaquia no demasiado atrás. Pero a mediados de los años sesenta el consumo per cápita en Alemania oriental y en Checoslovaquia era sólo un 60 por 100 del nivel alemán occidental, y también seguían a Austria a una buena distancia, mientras que habían tenido una clara ventaja antes de la guerra. O, de nuevo, mientras que Hungría y Austria tenían niveles de consumo semejantes a los de antes de la guerra, a mediados de los años sesenta hubo una brecha de un 40 por 100 entre las dos, estando el consumo de Hungría no muy por encima del polaco.
Las escuetas estadísticas de consumo, por supuesto, no reflejan por completo el bienestar del consumidor en los países socialistas, porque existe un número determinado de otros factores relevantes que es necesario tener en cuenta. Éstos afectan a ambos lados del balance. Las características adversas incluyen las limitadas posibilidades de elección de productos, especialmente en bienes de consumo duraderos, la frecuente escasez de bienes y en algunos casos la necesidad de racionamiento o las colas. Por otra parte, la población se benefició de un gran incremento en la oferta de servicios gratuitos o casi gratuitos, probablemente al menos igual que la del Oeste. Los obreros peor pagados y menos especializados se beneficiaron de una reducción de las diferencias de salarios, mientras que los campesinos, a pesar de la restricción inicial de sus rentas, fueron los principales beneficiarios a causa de la escasez de productos agrícolas. Los salarios agrícolas generalmente estuvieron más en línea con los ingresos industriales durante el período. Además, los obreros peor pagados, en general, se beneficiaron sustancialmente de los bajos precios de los artículos de primera necesidad, el arrendamiento de casas con alquileres nominales y la mayor seguridad del empleo, comparado con el de antes de la guerra. En contraste, los trabajadores especializados y los empleados sufrieron una disminución relativa de sus patrones de vida, mientras que la clase media profesional y los grupos directivos fueron los que lo pasaron peor.
Si bien el consumidor no se benefició por completo del impresionante crecimiento alcanzado por los países socialistas, al menos puede encontrarse algún consuelo en el hecho de que en este período el desajuste de la renta entre los países orientales y los países avanzados del Oeste empezó a estrecharse apreciablemente por primera vez. Por supuesto, esto es lo que cabía esperar dada la mayor tasa de crecimiento de la renta en Europa oriental que en la mayoría de los demás países, excepto Japón. Aun así, el atraso que había de compensarse seguía siendo grande a finales de los años sesenta. Mientras que los niveles de renta nacional per cápita en los países orientales, tomados en conjunto, eran casi el doble de los de todos los países capitalistas y del mundo en general, estaban muy por debajo de los niveles de renta norteamericano y europeo occidental. Estaban entre una cuarta parte y menos de la mitad de los de Estados Unidos, registrándose los más altos en Checoslovaquia, Alemania oriental y la Unión Soviética, y los más bajos en Bulgaria, Rumanía y Yugoslavia.
En gran parte del período, al menos hasta las reformas económicas de los años sesenta, los países de Europa oriental concentraron su atención en lo que se ha denominado crecimiento extensivo, esto es, estimular el producto mediante el aumento de los factores de trabajo y capital. Esto supuso probablemente alguna pérdida de eficiencia y fue una de las razones del movimiento para la reforma económica de la dirección, pero significó que estos países alcanzaron más deprisa tasas de crecimiento de los factores de lo que fue el caso en Europa occidental. El empleo, por ejemplo, creció a una tasa anual del 1,7 por 100 en el conjunto del área, comparado con el 0,6 por 100 en el Oeste (1950-1970), y aparte de Alemania oriental todos los países socialistas experimentaron tasas bastante altas de crecimiento del trabajo. Esto puede explicarse en parte por la mayor tasa de crecimiento de la población en el Este (siendo la República Democrática Alemana la principal excepción), pero los factores políticos contribuyeron también a asegurar la máxima utilización de las reservas laborales disponibles. Así, se llevó a cabo un enérgico esfuerzo para eliminar el paro y aumentar las tasas de participación, especialmente entre las mujeres que ahora proporcionaban mayor porcentaje de la fuerza de trabajo que en Europa occidental. Al mismo tiempo, la fuerza de trabajo efectiva aumentó por medio de la ampliación de las horas de trabajo, el desplazamiento del trabajo de la agricultura a otros sectores y la restricción en el crecimiento del sector de servicios, que son actividades de trabajo intensivas. A pesar de estas medidas, la escasez de trabajo se produjo, de vez en cuando, debido a que se establecieron objetivos de crecimiento demasiado elevados, con escasez de capital o estrangulamientos, y al énfasis puesto más en el producto que en la eficiencia.
Los factores de capital también aumentaron notablemente en el período de la posguerra. Aunque la teoría marxista puede sostener que la única fuente de crecimiento es el trabajo, las autoridades socialistas nunca se llamaron a engaño en cuanto a la contribución indirecta del crecimiento del capital en términos de elevación de la productividad del trabajo. En consecuencia, se realizó un enérgico esfuerzo para aumentar las cuotas de inversión a expensas del consumo, y los recursos de inversión se dirigieron a lo que los socialistas consideran como el sector productivo, es decir, la industria y especialmente los bienes duraderos de producción, en detrimento de los servicios y de la agricultura. Así, el stock de capital fijo en la industria en los ocho países socialistas aumentó, en promedio, el 8,3 por 100 anual a lo largo de los años de 1950 a 1970, registrando la Unión Soviética y Bulgaria aumentos de dos dígitos. En el sector de servicios y en la agricultura, por otra parte, el stock de capital fijo aumentó sólo algo por encima del 5 por 100 anual. Con todo, a pesar del fuerte énfasis puesto en la acumulación de capital, el stock de activos fijos en la economía, en su conjunto, aumentó a una tasa ligeramente más baja que el producto nacional, al 6,1 por 100 anual, aunque hubo veces, especialmente en los años cincuenta, que se expansionó más deprisa que el producto. Junto con el crecimiento del empleo, del 1,7 por 100 anual, esto sugiere que de la tasa de crecimiento combinado del producto, del 7 por 100 para el Este, unos tres puntos porcentuales pueden estar representados por el aumento de los factores, mientras que el resto fue una consecuencia de los aumentos del producto por unidad de factor. O sea, el factor productividad representó un 57 por 100 del crecimiento alcanzado, proporción no mucho menor que la de los países europeos occidentales.
Sin embargo, en términos de los principales sectores y países hubo algunas diferencias señaladas en la contribución relativa al crecimiento por parte de los distintos factores. El Cuadro 8.3 proporciona detalles del crecimiento atribuible al empleo, al capital y a la productividad, en términos porcentuales, en los tres sectores principales de la economía para los diversos países en cuestión. Lo primero que hay que advertir es el agudo contraste entre los diferentes sectores en términos de las fuentes de crecimiento. En el caso de la industria, todos los factores y la productividad son responsables, aproximadamente por igual, del crecimiento conjunto del producto durante los años cincuenta y sesenta. Pero en la agricultura menos de una tercera parte del crecimiento del producto derivó de aumentos de los factores, y en algunos casos, especialmente Checoslovaquia, Hungría y la República Federal Alemana, esta fuente produjo una contribución negativa. La razón en este caso, por supuesto, es la gran contribución negativa del empleo como consecuencia del sustancial desplazamiento del trabajo fuera del sector. Aunque la expansión agrícola fue relativamente modesta en la mayoría de los países, la pérdida de recursos laborales a menudo fue beneficiosa para la productividad, porque liberó a la tierra de trabajadores con una productividad marginal baja o nula. El sector terciario —construcción y servicios— también exhibe algunas características interesantes. Aquí los factores fueron mucho más importantes que la productividad como fuente de crecimiento. Esto no es quizá del todo sorprendente, dado el tradicional bajo crecimiento de la productividad en muchas de las ramas de este sector. Lo que es digno de destacar, sin embargo, son las elevadas tasas de crecimiento del empleo y del capital en el sector en su conjunto. De hecho, el empleo se expansionó más deprisa en los servicios que en la industria, lo que supone que las autoridades socialistas no tuvieron tanto éxito como a menudo se imaginaban en contener el movimiento de recursos hacia lo que ellos consideraban como el área improductiva de la economía.
Las diferencias entre países dentro de los principales sectores también fueron significativas. Bulgaria y Hungría, por ejemplo, derivaron aproximadamente dos tercios de su crecimiento industrial de los aumentos en los factores, contribuyendo el trabajo y el capital aproximadamente en iguales proporciones, mientras que en Alemania oriental el cambio en la productividad fue lo que representó la mayor parte del crecimiento registrado. Alemania oriental también tuvo una experiencia similar en la construcción y los servicios. En la mayoría de los demás países, sin embargo, la principal contribución al crecimiento en este último sector fue la del empleo, representando la productividad un tercio o menos en Bulgaria, Rumanía y la Unión Soviética. Las mayores variaciones entre países se produjeron en la agricultura y en parte lo fueron por la contracción aguda y general de los factores laborales. Como consecuencia, la contribución de todos los factores al crecimiento fue negativa en varios casos y sólo Polonia y la Unión Soviética lograron una contribución positiva sustancial de la expansión de los recursos. Inevitablemente, por tanto, la productividad representó la mayor parte del crecimiento del producto en la agricultura, que fue de más del 100 por 100 en el caso de Bulgaria, Hungría y Alemania oriental y de la mitad o más en la Unión Soviética, mientras que en el caso de Checoslovaquia fue una cantidad negativa, reflejo de los desastrosos resultados de la agricultura checa.
Aunque para la economía en general las contribuciones relativas al crecimiento de los factores y de la productividad no fueron completamente diferentes de las de los países industriales occidentales, debe subrayarse que los países orientales experimentaron tasas de expansión más altas en los factores de capital y trabajo. Además, puede que hasta la intensidad del factor del producto total tendiera a aumentar entre los años cincuenta y sesenta, como resultado de una aceleración del crecimiento del capital. De hecho, en todos los países, aparte de la Unión Soviética, el capital fijo por persona empleada aumentó en los tres sectores durante el período. Esto llevó a la disminución de la eficiencia; con la excepción importante de Hungría, la mayoría de los países experimentaron una disminución del ritmo de crecimiento de la productividad del trabajo y del producto por unidad de factor, tendencia que se refleja en la contribución decreciente de la productividad de los factores al crecimiento en su conjunto (véase el Cuadro 8.3). Este movimiento desfavorable de la productividad fue principalmente responsable del declive casi general de las tasas de crecimiento del producto en varios países durante la década de los sesenta, materia de algún interés para las autoridades y que preparó la revisión de las bases de la dirección económica.
En vista del estado extremadamente atrasado de Europa oriental en general, tanto antes de la guerra bajo regímenes capitalistas como en los años de transición inmediatamente después de la guerra, los países socialistas de esta área consiguieron casi un milagro desde la generación de 1945, aproximadamente. Sus logros son ciertamente más impresionantes que cualquier otro en el Oeste, dadas las disparidades de partida iniciales. Las antiguas economías de rentas bajas basadas en la agricultura, con un potencial de crecimiento limitado, se transformaron en estructuras relativamente modernas y dinámicas con un sólido fundamento industrial. El crecimiento económico rápido, alto para virtualmente cualquier patrón, llevó a un aumento de más del cuádruple de la renta nacional y a un aumento de siete veces en el producto industrial, en el espacio de dos décadas. En 1970 los ocho países socialistas representaban un 30 por 100 del producto industrial mundial, frente al 18 por 100 en los primeros años cincuenta.
La estrategia de desarrollo adoptada para alcanzar este resultado supuso inevitablemente costes considerables. Si tales resultados podrían haber sido alcanzados sin ellos o si los beneficios pesaron más que los costes, son temas que han originado un debate sin fin. Es importante reconocer, sin embargo, que la estrategia de crecimiento impuso diversos costes a la comunidad.
En primer lugar, como se ha observado antes, el consumidor no recogió todos los beneficios del avance económico. La estrategia de la inversión y del crecimiento adoptada por las autoridades impuso una restricción en la expansión del gasto del consumidor y una prioridad baja para los bienes de consumo y las industrias de servicios. Esto significa que no sólo el consumo aumentó considerablemente menos que la renta nacional, sino que la variedad y la calidad de los bienes y servicios disponibles fueron muy inferiores a las de los países occidentales. La escasez de bienes fue también común y esto llevó a colas, racionamientos y actividades de mercado negro. La situación del mercado para muchos productos de consumo se parecía a la de las democracias occidentales en los años de la inmediata posguerra, cuando el racionamiento, la escasez y los productos de baja calidad eran características comunes. Por otra parte, debe considerarse que bajo el socialismo la situación económica de las masas mejoró sustancialmente, y que una estrategia alternativa de crecimiento, con un perfil de crecimiento más bajo, podría no haber aportado beneficios mayores al consumidor individual.
Tal vez más serio es el camino a través del cual la estrategia socialista de desarrollo ha conducido a un despilfarro de recursos. El trabajo, el capital y los recursos naturales se utilizaron de un modo pródigo. En parte, esto fue el resultado inevitable de la concepción socialista original de que la cantidad, y no la calidad, proporciona la llave para un desarrollo más rápido. Así, en la fase de crecimiento extensivo, el énfasis se puso en el incremento de los factores de trabajo y capital, especialmente el último, en detrimento de la productividad o de la eficiencia en el empleo de los factores. Esto puede haber llevado en algunos casos a la inyección de factores laborales en el punto de productividad marginal nula, mientras que con una intensidad de capital por trabajador creciente y relaciones capital-producto crecientes, la productividad marginal del capital disminuye. Estas tendencias se reflejan en la disminución del ritmo de crecimiento de la productividad de los factores en los años sesenta. Además, respecto a los patrones occidentales, los recursos fueron utilizados ineficientemente en las economías socialistas. Ernst (1966) calculó que los costes de inversión (esto es, la relación entre la inversión fija bruta y los incrementos del producto) eran más altos que en Europa occidental en un promedio del 25 por 100 para el conjunto de la economía, y hasta del 40 por 100 en la industria. Los niveles de productividad fueron mucho más bajos que en las economías capitalistas avanzadas. Wilczynski (1972) sostiene que la productividad en la Unión Soviética en los primeros años sesenta era sólo del 40 por 100 del nivel norteamericano, a pesar del hecho de que la tasa de acumulación de capital era el triple de la tasa estadounidense.
Aparte del hecho de la creencia predominante de las autoridades socialistas en la importancia de la cantidad de recursos, el propio mecanismo de la planificación, al menos hasta las reformas de los años sesenta, tendió a estimular el despilfarro de los recursos. Los objetivos ambiciosos y a menudo crecientes establecidos por los planes proporcionaron un incentivo a los directores de las fábricas e instalaciones industriales para asegurar una asignación de recursos tan amplia como fuese posible, aunque a veces permaneciesen subutilizados. El acaparamiento de trabajo por parte de las empresas fue una cosa frecuente, en parte consecuencia del exceso de demanda general de trabajo. Además, el descuido de la disciplina laboral, el absentismo creciente y la elevada rotación del trabajo condujeron a una deficiente utilización de los recursos disponibles de mano de obra. También los recursos de capital fueron acaparados y utilizados de modo ineficiente. Esto en parte procedía del hecho de que, hasta mediados de los años sesenta, el capital fue asignado sin cargo a las empresas, con excepción de las tasas de depreciación, que se mantuvieron bajas. Pero también fue una consecuencia del proceso de planificación y dirección. La planificación de la inversión estaba muy centralizada y estaba ampliamente divorciada de las actividades de la producción corriente. La ausencia de un mecanismo de mercado y la aversión intrínseca del socialismo hacia los conceptos de coste y escasez como criterios a efectos de la asignación significaron que los recursos de inversión fueron asignados de un modo algo arbitrario y burocrático, a menudo sin referencia a las necesidades reales. Inevitablemente, por tanto, esto llevó a una asignación deficiente de la inversión y a menudo, como consecuencia, a la subutilización del capital. Por ejemplo, por motivos de prestigio y propaganda, los planificadores a menudo efectuaron provisiones despilfarradoras del espacio por trabajador. La insistencia en tasas altas de inversión a veces apuró excesivamente la capacidad de las industrias de la construcción y de maquinaria, lo que a su vez supuso largos períodos de gestación y la acumulación de proyectos inacabados. Los nuevos equipos e instalaciones funcionaron a menudo por debajo de su capacidad, a causa de la deficiente planificación de la localización y la falta de suministros y estructuras de apoyo. En el sector industrial, por ejemplo, una parte sustancial de la inversión fue destinada a nuevas plantas en lugares que eran subdesarrollados. Esto supuso un volumen excesivo de capital para infraestructura y estructuras complementarias, lo que a veces significó que fueran insuficientes los recursos para la modernización o el mantenimiento de plantas situadas en áreas industriales ya establecidas. Finalmente, existe la posibilidad de que a las necesidades de inversión en los sectores básicos menos desarrollados, químicas, metalurgia y combustibles, se les otorgara una prioridad demasiado grande, en detrimento de las industrias ligeras y de las de producción de materiales, que a menudo suministraban los productos intermedios para el sector pesado.
Posiblemente, sea inevitable que un sistema centralizado de planificación esté divorciado del mercado, lo que originará discontinuidades y una asignación subóptima de recursos. Además, el énfasis socialista, al menos al principio del período, en el crecimiento a cualquier coste tuvo también implicaciones desfavorables para el progreso tecnológico. En general, una política de crecimiento basada en el aumento de la cantidad de factores no conducía a un progreso técnico rápido. En teoría, el atraso relativo de Europa oriental debía haber proporcionado oportunidades para una transformación técnica más rápida que en el Oeste. Y las posibilidades de aprovechar tales oportunidades eran buenas, dados los altos niveles de inversión y el campo que ello proporcionaba para el cambio técnico y las economías de escala. Con todo, Europa oriental se mantuvo muy por detrás del Oeste en la aplicación de nuevas tecnologías y hasta la década de los sesenta existen algunos indicios de que el desfase estaba aumentando. Wilczynski (1972) sugiere que el desfase soviético en la tecnología civil, respecto de Estados Unidos, era mayor en 1962 que en 1940, mientras que Polonia estaba unos cuarenta años o más por detrás de Gran Bretaña y nueve por detrás de Francia. Las proporciones de la renta nacional gastada en ciencia y tecnología fueron generalmente más bajas que en el Oeste, mientras que el crecimiento derivado del progreso tecnológico fue también más bajo.
En los países menos desarrollados de Europa oriental sería de esperar, por supuesto, que el nivel de desarrollo tecnológico fuera más bajo que en los países más maduros. Debería tenerse en consideración también que los países socialistas tuvieron un acceso limitado a la mejor tecnología occidental, sencillamente a causa de lo escaso de su comercio y de sus contactos culturales con el Oeste. Con todo, el desfase fue también notable en los más industrializados de los países orientales, es decir, Checoslovaquia y Alemania oriental, lo que sugiere que pueden haber actuado otros factores. Ciertamente, en la fase extensiva del crecimiento socialista no se le asignó a la tecnología una prioridad muy alta, en tanto que las deficiencias de la planificación y de la dirección de los recursos de inversión hicieron poco por compensar el énfasis puesto en la cantidad más que en la calidad. La elevada proporción de los recursos de inversión destinados a edificios y construcciones —hasta la mitad de la inversión productiva del período antes de las reformas—, frente a la inversión en plantas industriales y maquinaria que proporciona la fuente de nuevas tecnologías, tampoco favoreció las cosas. Es cierto que la gran proporción de la inversión destinada a la construcción puede explicarse en parte por las condiciones climáticas y la necesidad de infraestructuras extensivas en economías en una primitiva fase de desarrollo. Pero existe evidencia para sugerir que se destinó un volumen de inversión más bien excesivo a edificios y otros trabajos de construcción, en detrimento de tipos alternativos de inversión.
Finalmente, y en un aspecto diferente, podría esperarse que en economías planificadas centralmente, las fluctuaciones de la actividad económica fueran menos patentes que en las economías occidentales orientadas al mercado. Es verdad que el empleo se mantuvo a un nivel permanentemente alto y que el paro fue raramente un problema serio, excepto en algún caso, como el de Yugoslavia. Por otra parte, hubo algunas grandes variaciones de las tasas de crecimiento de año en año (como en el Oeste, las contracciones absolutas del producto fueron raras), aunque no hubo ciclos definidos con claridad, semejantes a los influidos políticamente en Europa occidental. Pero, a decir verdad, las economías socialistas no parecen haber sido más estables que las del Oeste. En un estudio de ocho economías planificadas y 18 de libre mercado en el período de 1950 a 1960, Staller (1964) halló que las economías planificadas del bloque comunista oriental estuvieron sujetas a fluctuaciones de la actividad económica iguales o mayores que las experimentadas por las economías de mercado de la OCDE. No era evidente ningún modelo consistente entre las fluctuaciones y las tasas de crecimiento, aunque los países menos desarrollados, Bulgaria, Yugoslavia y Rumanía, tendieron a estar sujetos a una mayor inestabilidad. Así, la planificación central y el control no pudieron eliminar las fluctuaciones de la actividad económica aunque, como con las políticas de dirección en los países occidentales, hicieron algo para modificar su severidad.
Durante los años cincuenta se llevaron a cabo varios intentos, especialmente en Yugoslavia, Hungría, Checoslovaquia y la República Democrática Alemana, para reformar el mecanismo de planificación económica. Sin embargo, muchas de las reformas más ambiciosas fueron bloqueadas por la oposición de la línea dura estalinista. Excepto en Yugoslavia, donde se llevó a cabo un progreso considerable en la descentralización del mecanismo planificador, las reformas sólo introdujeron modificaciones bastante menores en los sistemas económicos de los países socialistas. En su mayor parte, éstos continuaron siendo, como en la concepción original del modelo soviético, economías dirigidas con una planificación y una dirección muy centralizadas. Pero durante los años sesenta, una nueva ola de reformas alcanzó un éxito mucho mayor y condujo a una revisión radical del mecanismo planificador.
Una de las principales fuerzas que estaban detrás de estas reformas fue la toma de conciencia de que las tasas de crecimiento elevadas no podían obtenerse indefinidamente con la política original de crecimiento extensivo, con su énfasis en el estímulo de los factores. Efectivamente, en los primeros años sesenta ya hubo signos, especialmente en los países más avanzados, Alemania oriental y Checoslovaquia, de que los recursos, particularmente el trabajo, se estaban volviendo escasos y de que habría que realizar esfuerzos para explotar fuentes intensivas de crecimiento (productividad) si había que mantener las altas tasas de crecimiento. La disminución gradual de las tasas de crecimiento a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta (excepto en Rumanía), junto con una disminución del ritmo en los resultados de la productividad, confirieron un peso adicional a las presiones en favor de la reforma. Además, los resultados irregulares de la agricultura, cuya crisis nunca dejó de sorprender a las autoridades socialistas, a pesar del hecho de que los problemas de este sector venían en gran medida del descuido de los recursos y de los efectos inhibidores de la socialización, dieron un impulso adicional al movimiento de reforma. Al mismo tiempo, algunos economistas ilustrados de los países socialistas urgieron la necesidad de la reforma, sobre la base de que el rígido y centralizado sistema de planificación llevaba al despilfarro, la ineficiencia y la asignación defectuosa de los recursos. Los economistas checos, en particular, argumentaron que la política de crecimiento extensivo tendía a retrasar el progreso técnico y creaba desequilibrios entre los diferentes sectores de la economía. Finalmente, puede advertirse que los trastornos políticos, por ejemplo en Hungría y Polonia en los años cincuenta, y la creciente insatisfacción del consumidor, también jugaron su parte en la presión creciente en favor de la reforma.
Tales factores, con el tiempo, convencieron a las autoridades de las deficiencias básicas de la dirección económica de tipo soviético que, con modificaciones menores, había sido seguida por los países satélites de Europa oriental, con la excepción importante de Yugoslavia. Básicamente había un doble problema: 1) el mecanismo planificador no estaba suficientemente basado en consideraciones económicas racionales; y 2) la dirección no era lo bastante flexible para adaptarse a las cambiantes necesidades y circunstancias. En resumen, al sistema le faltaba flexibilidad. Si, por tanto, estos países debían pasar a una fase más intensiva de crecimiento y por esa razón asegurar los beneficios de una producción más eficiente, era esencial descentralizar el mecanismo planificador para hacerlo más flexible, y al mismo tiempo adaptar la estructura de producción a las condiciones de la demanda, mediante el reforzamiento de incentivos a través de las fuerzas competitivas y del mecanismo de mercado.
Así, las reformas económicas, que comenzaron en los primeros años sesenta y continuaron durante gran parte de la década, se diseñaron para desentumecer el sistema y hacerlo más flexible de la manera antes indicada. Los cambios se aplicaron primero a la empresa industrial y después se extendieron gradualmente al comercio, el transporte y la agricultura. El ritmo y el calendario de las reformas varió de un país a otro y hubo diferencias considerables de detalle. Sin embargo, es posible sintetizar algunas de las principales características de las reformas, que fueron comunes a la mayoría de los países orientales.
El primer cambio importante se produjo en la planificación y dirección de la actividad económica. Las directivas planificadoras detalladas fueron sustituidas por planes indicativos amplios, siendo reducido considerablemente el número de objetivos obligatorios. Los objetivos planificados se expresaban ahora parcialmente en términos de valor más que únicamente en términos técnicos como antes, y se asignó un mayor papel a los sectores y a las empresas en el desarrollo de la planificación. El plan dejó de ser simplemente un anteproyecto formulado y dictado por las autoridades centrales sin participación de los agentes ejecutivos. Al mismo tiempo, se concedió a cada empresa, sector, etc., un grado mucho mayor de independencia en el proceso de dirección. En vez del detallado sistema de órdenes y directivas dictado por los planificadores centrales a las unidades locales de la industria, las autoridades centrales concentraron su atención en la coordinación general de los recursos económicos, dejando a cada empresa mucha mayor libertad e iniciativa para dirigir sus actividades.
Las anteriores directivas detalladas, a menudo divorciadas de las consideraciones económicas, fueron sustituidas por una serie de incentivos del tipo del mercado. Los beneficios se convirtieron en el criterio de éxito y los sistemas de precios flexibles permitieron que los precios fuesen determinados en mucha mayor medida que hasta entonces por las condiciones del mercado. Ahora las empresas tuvieron interés en minimizar los costes de funcionamiento y maximizar el producto para el que hubiese una demanda, dado que los beneficios se calculaban sobre el producto vendido y no sobre el producido. Se introdujeron incentivos semejantes para los trabajadores. Se aumentaron las diferencias en las retribuciones, para reflejar la variedad en los niveles de especialización y responsabilidad, mientras que en algunos casos se pagaron primas por beneficios.
La tercera revisión importante se refería a las facilidades de inversión y financieras. La antigua práctica de asignar el capital a las empresas libre de cargos se redujo drásticamente e incluso se abolió en algunos casos. Las empresas fueron estimuladas a financiar una gran parte de sus inversiones con su propio cash flow, mientras que se introducían los costes del capital para asegurar una asignación más óptima de los recursos de inversión. Las cuotas de amortización fueron aumentadas a partir de sus anteriores bajos niveles y el coste de las facilidades de crédito se modificó de acuerdo con la clasificación del crédito del prestatario.
Las reformas fueron también acompañadas por alguna tolerancia de las actividades de la empresa privada. Se permitió una mayor libertad a la iniciativa privada en algunas áreas, incluyendo determinadas ramas de comercio al por menor, servicio de comidas, lavandería, construcción de casas y transporte. El sector privado de la economía siguió siendo muy pequeño, por supuesto, aunque su contribución a la renta nacional es algo mayor de lo que sugieren las cifras oficiales, sencillamente porque la mayor parte de la actividad de la empresa privada tuvo lugar en servicios que no están incluidos en la contabilidad de la renta nacional de los países socialistas. La empresa privada también devolvió la vitalidad a la agricultura. Como se ha indicado antes, en algunos países, en particular Polonia y Yugoslavia, la agricultura socializada había sido muy fuerte y durante los años cincuenta tuvo lugar un proceso de descolectivización. En otras partes, la agricultura socializada (granjas estatales y colectivas) siguió siendo predominante, pero se permitió un mayor campo de acción a la iniciativa privada. En todos los países se levantó la restricción sobre los acuerdos privados y las entregas obligatorias al estado se redujeron o fueron abolidas. La agricultura participó generalmente en las reformas. Los precios agrícolas, que durante muchos años habían estado artificialmente deprimidos, fueron ajustados para reflejar las condiciones del mercado con mayor fidelidad, e incluso en algunos casos para estar en línea con los precios mundiales. Como en el caso de las empresas industriales, se redujo el detallado control central de las actividades agrícolas, reemplazándolo por incentivos de mercado y por nuevos procedimientos contables.
Finalmente, se suavizó el control sobre el comercio exterior. El monopolio estatal sobre las actividades comerciales se relajó y se permitió una mayor libertad a las empresas comerciales individuales para negociar directamente en los mercados extranjeros. Estos cambios fueron acompañados por un intento de mejorar las conexiones comerciales, no sólo con el mundo occidental, sino también a través de una mayor cooperación económica con el bloque oriental en su conjunto. Estos aspectos se tratan más extensamente en la siguiente sección de este capítulo.
Estas reformas representaron una desviación radical de los métodos centralizados y burocráticos de planificación y dirección que prevalecieron a lo largo de la década de los cincuenta y que eran muy parecidos en todos los países, con la excepción de Yugoslavia, donde la línea ortodoxa estricta había sido abandonada en una temprana etapa. La extensión de la reforma varió de país a país; fue más radical en Hungría y Checoslovaquia, pero menos intensa en la Unión Soviética, Alemania oriental y Rumanía, aunque en algunos casos no estaba todavía completa a finales de la década. En lugar de las anteriores versiones casi idénticas de planificación económica y control en cada país, surgieron casi tantas variantes como países en el bloque socialista. Sin embargo, aunque ahora ya no hay ningún ejemplo extremo de economías dirigidas centralizadamente, tampoco hay ninguna economía de mercado del tipo occidental. Los cambios forjados por las reformas pueden ser vistos como representando una síntesis de lo que se considera mejor del socialismo y del capitalismo. En efecto, se intentó utilizar el mecanismo de mercado en diferentes grados, para aumentar la eficiencia de las operaciones económicas, aunque dejando la planificación a largo plazo de los principales fines y objetivos macroeconómicos a las autoridades centrales. La planificación del proceso perdió mucho de su rigidez e inflexibilidad, y la combinación de la planificación central amplia de los principales agregados con las operaciones descentralizadas engranadas con el mercado pudo reflejar mejor las necesidades del consumidor, mientras que al propio tiempo aseguraba una asignación más eficiente de los recursos y una mejora de la eficiencia.
A primera vista puede parecer que las economías de Europa oriental después de la reforma se encontraban en una situación similar a las de Europa occidental. Sin embargo, aunque de hecho se había producido una convergencia considerable entre ambos grupos en los últimos años, no hay evidencia de que ninguno de los países socialistas, ni siquiera Yugoslavia, que era el más liberalizado y occidentalizado de todos ellos, se acercara a lo que es un estado capitalista. Efectivamente, aunque las reformas provocaron la aparición de muchos rasgos del sistema de mercado capitalista, no debiera olvidarse que el núcleo de la actividad productiva era propiedad del Estado y estaba gestionado por él, mientras que las autoridades de la planificación central conservaban un firme control sobre los grandes objetivos de la política y sobre las principales variables agregadas del sistema económico. El fin último de estos países era todavía el de moverse hacia el comunismo puro y la fase liberal era considerada como un intervalo de transición en cierta forma similar al de la nueva política económica en la Unión Soviética de los años veinte.
De hecho, el debate sobre reformas adicionales continuó, porque irónicamente las reformas de los años sesenta no tuvieron el favorable impacto previsto por las autoridades, al menos no desde el principio. En efecto, en un primer momento tuvieron a menudo un efecto depresivo sobre los resultados del crecimiento, aunque esto podría sin duda explicarse, en parte, por el proceso más bien largo que supone completar las reformas y la desorganización que produjo y con la que tuvo que enfrentarse, y en parte por ser un reflejo del grado de oposición a las nuevas políticas. El nivel de crecimiento mejoró generalmente en los últimos años sesenta, aunque no fue tan elevado como en los años cincuenta, y posiblemente esto podría atribuirse en parte a las revisiones de la dirección económica. También existe cierta evidencia para sugerir que una proporción ligeramente mayor de ese crecimiento fue el resultado de mejoras en el factor productividad, tendencia que estaría de acuerdo con la nueva política de crecimiento intensivo. Los cambios en la planificación y en los procedimientos de dirección y los nuevos incentivos financieros parecieron haber proporcionado también un mayor estímulo para el progreso tecnológico. Es evidente, por ejemplo, que los planes centralizados de los primeros años setenta pusieron un mayor énfasis en los aspectos científicos y técnicos del desarrollo. Durante los años sesenta, en conjunto, los indicios apuntaban a un interés generalmente mayor, tanto a nivel central como a nivel local, por el progreso tecnológico y científico, y en la mayoría de los países aumentó considerablemente el volumen de personal experto y de gasto en investigación científica y técnica. Así, la Unión Soviética pudo enorgullecerse de tener tantos investigadores como Estados Unidos a finales de la década, mientras que algunos países, especialmente Checoslovaquia, Alemania oriental y también la Unión Soviética, estaban gastando tanto en investigación científica y técnica, en proporción de la renta nacional, como algunos países occidentales. Pero otra vez, en su esfuerzo por competir con el Oeste hubo una obsesión predominante por la cantidad, que tendió a ser a costa de la calidad. No es sorprendente, por lo tanto, que la brecha tecnológica en estos países no disminuyese y, de hecho, tendiese a ampliarse en las siguientes décadas (véase el capítulo 11).
Hasta aquí se ha dicho poco sobre los aspectos exteriores del desarrollo socialista. Es cierto que el comercio y las relaciones exteriores con otros países en un sentido más amplio representaron un papel mucho menos importante de lo que fue el caso en Europa occidental. Sin embargo, las actividades exteriores de los países orientales aumentaron considerablemente en el período de la posguerra, especialmente después de mediados de los años cincuenta, mientras que se produjeron algunos desarrollos importantes de la cooperación internacional entre los propios países socialistas.
En los años de la inmediata posguerra, y de hecho hasta bien entrados los cincuenta, las condiciones no fueron particularmente favorables para el desarrollo de las relaciones internacionales, al menos por lo que se refería a los países orientales. Las diferencias políticas tendieron a aislar al bloque oriental de las naciones capitalistas occidentales y por esta razón, efectivamente, limitaron su acceso a los bienes extranjeros y a la tecnología occidental. El comercio que hubo entre el Este y el Oeste se realizó sobre una base bilateral y aun éste estuvo sujeto a los dictados del clima político. Las relaciones entre los países socialistas distaron de ser cordiales. Aquí el principal problema fue la exacción de pagos a que sometió la Unión Soviética a sus satélites. A diferencia de los países occidentales, que recibieron una ayuda sustancial de Estados Unidos, los países del bloque oriental fueron obligados a efectuar cuantiosos pagos netos a la Unión Soviética para cubrir reparaciones, desmantelamientos y costes de ocupación. En conjunto, los ingresos soviéticos por estos conceptos ascendieron a una cifra comprendida entre quince mil y veinte mil millones de dólares a precios de la posguerra, unos dos tercios de los cuales procedían de Alemania oriental. Hungría y Rumanía sufrieron también considerablemente a causa de la apropiación de activos fijos y producción corriente por parte de la Unión Soviética, mientras que Polonia entregó grandes cantidades de carbón a su vecino, a precios nominales. La mayoría de los pagos por reparaciones fueron efectuados en el período comprendido entre el final de la guerra y los primeros años cincuenta, y la carga disminuyó con el tiempo. Durante el mismo período, la ayuda soviética a Europa oriental (principalmente en forma de créditos) fue bastante pequeña; probablemente poco más de mil millones de dólares.
La ausencia de relaciones comerciales estrechas reflejaba también la ideología predominante respecto al desarrollo. El comercio exterior no tenía un papel significativo que jugar en la fase de crecimiento extensivo del desarrollo socialista. Se lo consideró, a lo sumo, como un mal necesario, para prescindir de él tanto como fuera posible, dado que cada país estaba decidido a alcanzar la autosuficiencia. De aquí que las importaciones fueran rígidamente controladas, mientras que las exportaciones eran consideradas como un sacrificio para pagar aquellas importaciones, especialmente los bienes de producción, que no podían ser suministrados de modo autóctono.
Así, durante una década o más después de la guerra, las fuerzas externas apenas llevaron al crecimiento socialista. Efectivamente, para algunos países fueron positivamente perjudiciales. Ciertamente, las exacciones soviéticas retrasaron la recuperación en Hungría, Rumanía y Alemania oriental, especialmente en el último caso. Lo que rezagó seriamente a la República Democrática Alemana con respecto a Alemania occidental puede atribuirse, entre otras cosas, a los onerosos pagos que se vio obligada a efectuar a la Unión Soviética, los cuales ascendieron de un 10 a un 15 por 100 de su producto nacional bruto. La inversión fue ahogada y no fue hasta los últimos años cincuenta, cuando se terminaron las reparaciones, cuando Alemania oriental pudo acometer un programa sustancial de inversiones. La carga sobre Hungría y Rumanía fue menor, pero con todo impidió su desarrollo en los primeros años.
En general, la orientación hacia la autosuficiencia significó que los países socialistas no pudieron aprovechar fácilmente la habilidad y la tecnología del Oeste. Esto fue particularmente desgraciado en la época, porque estos países en vías de desarrollo tenían una necesidad urgente de suministros de maquinaria avanzada y de habilidad técnica. Ello significó, en efecto, que hubieran escaseces continuas de ciertos tipos de equipo avanzado y en consecuencia se llevaran a cabo intentos para desarrollar sustitutivos a un coste elevado. Además, la rigidez de la dirección del comercio exterior, bajo los monopolios comerciales del estado, hizo poco por facilitar las cosas. Las importaciones de productos clave raramente se producían en la cantidad y calidad deseadas, mientras que la negligencia en las fechas de entrega condujo a estrangulamientos. La Unión Soviética, el único país en situación de ayudar a sus vecinos menos desarrollados, estaba más interesada en esta fase en explotarlos en su propio beneficio. Además, la virtual ausencia de coordinación entre los países miembros, en su planificación, limitó severamente las perspectivas de ganancias derivadas de la especialización entre los países y condujo inevitablemente a la duplicación de estructuras de producción de alto coste, especialmente en las industrias pesadas. Spulber (1966) llega a sugerir que la duplicación de estructuras similares en cada país fue mayor que bajo las políticas proteccionistas de antes de la guerra.
La evidente falta de cooperación entre los países socialistas en este período es tal vez algo sorprendente, dado el hecho de que poco después de la guerra se produjo un movimiento en esta dirección. En 1949 se estableció el Consejo de Ayuda Económica Mutua (Comecon), con la finalidad de alcanzar unas relaciones más estrechas y un desarrollo más integrado entre los países del campo socialista. Parece haber conseguido poca cosa importante en sus primeros años, posiblemente a causa de que cada país estaba intentando, en servil imitación del primer modelo soviético, llegar a ser tan autosuficiente como fuera posible. Pero fue de mayor importancia en esta época el hecho de que las relaciones se vieron algo agriadas por la intransigente política soviética sobre las reparaciones y su actitud de línea dura hacia los desviacionistas y los trastornos políticos dentro del bloque socialista, por ejemplo Polonia y Hungría.
Durante la segunda mitad de la década de los cincuenta, las relaciones exteriores en general mejoraron, tanto en el interior del bloque oriental como con el Oeste. El primer paso se dio en el sentido de obtener una mayor unidad dentro del campo socialista, mediante la coordinación de planes nacionales a través del Comecon, llevando al acuerdo de 1962 sobre principios básicos de la división internacional del trabajo socialista. Se reconoció que el crecimiento futuro dependía cada vez más de la mayor cooperación mutua y de la especialización en industria y tecnología, en lugar de hacerlo de las políticas autárquicas perseguidas hasta entonces. Así, en vez de poner en marcha sus planes separada e independientemente unos de otros, la mayoría de los países comenzó a promover sus planes simultáneamente y por primera vez se intentó coordinarlos en algún grado sobre la base de la especialización internacional. Aunque no debería exagerarse el nivel de coordinación alcanzado, la nueva política presupuso que el comercio y el cambio exteriores iban a jugar un mayor papel en el desarrollo subsiguiente. Las reformas en los sistemas de dirección y formación de precios en los años sesenta, que fortalecieron los incentivos para la asignación eficiente de recursos, también inauguraron mayores oportunidades para el comercio internacional. Al mismo tiempo, el rígido control sobre las actividades comerciales se suavizó y se instrumentaron acuerdos comerciales bilaterales de un modo más flexible. Además, en vez de subordinar el comercio exterior al plan, como era el caso antes, los planes se diseñaron teniendo en cuenta las exigencias del comercio exterior. El equilibrio comercial bilateral entre los países miembros no se abandonó por completo, pero se produjo un notable incremento del multilateralismo, a través de acuerdos crediticios y de convenios bilaterales de pagos, proceso estimulado por el establecimiento del Banco para la Cooperación Económica Internacional en 1964. La política de integración estrecha dentro del bloque oriental continuó bajo la tutela del Comecon durante la segunda mitad de los años sesenta y los primeros años setenta.
Las relaciones con el Oeste también mejoraron desde los últimos años cincuenta en adelante, a medida que el clima político se hizo más favorable. En esta etapa la mayor parte de las relaciones se mantuvieron sobre una base bilateral, pero durante los años sesenta el comercio entre el Este y el Oeste fue crecientemente liberalizado y se formalizaron varios contratos a largo plazo. El proceso de suavización se facilitó por el trabajo de diversas asociaciones u organizaciones internacionales, incluyendo la CEE y el GATT; de esta última eran miembros algunos de los países orientales a principios de los años setenta. Aun así, los países socialistas todavía mantenían restricciones al comercio con los países occidentales, especialmente en bienes que Europa oriental podía proporcionar con facilidad. A la inversa, los países occidentales se habían visto obligados, de vez en cuando, a erigir barreras contra los bienes de Europa oriental vendidos a precios inferiores a los del mercado interior (dumping).
A pesar de los obstáculos a las relaciones comerciales en los primeros años, el comercio del bloque oriental creció rápidamente a lo largo del período, hasta 1970, aunque partía de una base muy baja. En promedio, aumentó alrededor de un 10 por 100 anual, tasa algo más rápida que la del crecimiento de la renta nacional y ligeramente superior a la del comercio mundial. La participación de los ocho países socialistas en el comercio mundial aumentó regularmente desde el 5 por 100 en 1948 hasta un 10 u 11 por 100 en los últimos años sesenta, comparada con una tasa en torno al 6,5 por 100 en 1938. Además, hasta puede que el comercio de estos países con los países no socialistas aumentara más deprisa que el comercio intraoriental. El sector más activo fue el comercio de productos manufacturados, reflejo de la creciente industrialización de estos países.
La tasa de expansión del comercio fue alta, tanto en términos per cápita como en relación a la renta nacional. La proporción del comercio sobre la renta nacional en algunos países se dobló entre los primeros años cincuenta y los últimos años sesenta. Además, el ritmo de crecimiento de las importaciones superó al de la renta nacional, lo que sugiere que el desarrollo económico no fue seriamente obstaculizado por una restricción de las importaciones, aunque inicialmente las cuotas de importación estaban claramente por debajo del nivel de antes de la guerra. Sin embargo, los niveles de comercio, en términos per cápita o de renta nacional, eran todavía bajos para los patrones occidentales. Tal vez sea sorprendente que las reformas económicas y la liberalización del comercio en los años sesenta no parezca haber llevado a ninguna aceleración destacada del crecimiento del comercio exterior. Esto puede explicarse en parte por el hecho de que se registraron tasas muy altas de expansión a finales de los años cincuenta, después de los bajos niveles de la época álgida de la guerra fría, al principio de la década.
A pesar del impresionante crecimiento de Europa del Este durante la posguerra, es innegable que no contaba con cimientos seguros. Como veremos en su momento, la posterior historia de la región lo demuestra muy claramente (véase el capítulo 11). La mayoría de la expansión durante este período implicó un crecimiento extensivo (sumas que incorporaban producción o crecimiento a cualquier precio), mientras se prestaba muy poca atención a la eficiencia y la productividad de los factores de crecimiento, que se deterioraron con el tiempo. En 1980, una proporción significativa de la industria manufacturera estaba operando con un valor agregado negativo. Una estimación sobre la Unión Soviética sugiere que la productividad total de los factores a lo largo de su historia tan sólo fue positiva entre 1957 y 1965, en la época de las reformas de Krushchev (Swain, 1998, pp. 203-205). Lejos de alcanzar al Oeste, el bloque oriental se descolgaba en credibilidad científica y técnica.
No resulta difícil saber los motivos. En un intento desesperado por impulsar sus economías, las autoridades se centraron en el crecimiento extensivo en el sector de la industria pesada y olvidaron los de bienes de consumo, agricultura y servicios. Faltó convicción respecto de la eficiencia y el desarrollo tecnológico. Probablemente, éste fue un resultado inevitable del sistema de planificación rígida e inflexible, que no podía adaptarse fácilmente a las nuevas condiciones y que carecía de la necesaria política de precios para proporcionar en primer lugar el incentivo para el cambio. Además, el limitado mercado de consumo proporcionaba pocos incentivos para mejorar el diseño y la calidad de los productos al por menor. La estructura y el diseño grotescos del típico automóvil ruso prueban dicha falta. Al mismo tiempo, la limitada exposición a las relaciones extranjeras, especialmente con el Oeste, significó que el efecto de emulación del diseño y la tecnología estuviera en gran parte ausente. El contraste con Japón resulta instructivo, un país más que dispuesto a imitar los métodos occidentales.
En pocas palabras, por muy bien intencionados que estuvieran los defensores de la planificación central, a largo plazo simplemente no funcionó. La rigidez e inflexibilidad de la planificación centralizada —reconocida en cierta medida por las reformas parciales de los sesenta— y su recargada estructura jerárquica carecían de cualquier posibilidad de responder a los cambios, que a su vez había permitido a estos países superar un histórico legado de atraso. En consecuencia, las presiones y las tensiones que el sistema acumuló de manera constante en su interior durante los años siguientes explotaron finalmente tras 1989 (véase el capítulo 11).
1. Examine algunos de los principales cambios estructurales en las economías de Europa del Este tras 1950.
2. ¿Qué eficiencia tuvo la fase de crecimiento extensivo en las economías socialistas de Europa del Este?
3. Evalúe los avances logrados para el consumidor en Europa del Este.
4. ¿Qué lograron las reformas económicas de los sesenta?
5. ¿Qué papel jugó el comercio exterior en las economías socialistas?