MALDITA seas, Addie —la agarró del brazo y la hizo girarse con tanta fuerza que se le cayó todo lo que llevaba en las manos.
Addie se quedó cautivada por la ferocidad de sus ojos, por el deseo y el dolor que vio en ellos. Eran las mismas emociones que ella tenía enterradas.
—Nunca te he mentido. Nunca. Ni siquiera entonces. Yo quería ese bebé. Te quería a ti, pero mis padres…
—Sí, tus padres… —sin poder evitarlo, derramó la primera lágrima. Lo maldijo en silencio.
—Las circunstancias….
A Addie le entraron ganas de reír, las únicas circunstancias habían sido que los Dalton habían pensado que no estaba a la altura de su hijo.
Le dolía la garganta, el corazón. Casi no se dio cuenta de cómo Skip se acercaba más a ella, le acariciaba las mejillas en las que se mezclaban las lágrimas y las gotas de lluvia.
—Lo siento mucho —le dijo.
Ella sacudió la cabeza.
—No tienes derecho a volver aquí y poner mi vida patas arriba. No tienes ningún derecho.
—No podía seguir lejos de ti. No después de haber encontrado a Becky y de saber que volvías a estar soltera. No podía.
Addie sabía que debía retroceder, alejarse de él, pero le estaba acariciando la frente, el pelo, y parecía realmente angustiado. Así que permaneció inmóvil, con el corazón latiéndole a toda velocidad.
Y entonces Skip agachó la cabeza y puso los labios en los suyos.
Fue un beso frío y casto, pero que le hizo recordar muchos otros besos. El primero, el último, y todos los del medio: tiernos e impacientes, eróticos y románticos y, al final, agridulces.
Por primera vez sintió que Skip dudaba al besarla, parecía inseguro, y no supo cómo responder.
Quería apartarlo. Y quería fundirse con él al mismo tiempo.
Al final, el corazón le ganó la guerra a la mente y levantó las manos hasta sus hombros, se puso de puntillas y le devolvió el beso bajo la lluvia.
Sintió que le daba vueltas la cabeza, que quería más. Dijo su nombre. Y entonces…
Fue él quien la apartó.
—Addie —dijo acariciándole la mejilla—. Siempre fuiste una mujer apasionada. Y llena de misterios.
Ella se sintió como si acabasen de echarle un jarro de agua fría por la cabeza.
—Lo de la pasión son sólo habladurías. Cuando éramos jóvenes, eran todo hormonas. Y, con respecto a los misterios, no es cierto. No era ni más ni menos que Addie Wilson, una adolescente normal y corriente que estaba loca por un chico que la dejó cuando las cosas se pusieron feas. Suele pasar. Sigo viéndolo en el instituto hoy en día. Pasa con los chicos de tu equipo, pero tú estás en su lado, no en el de las chicas. Ahora, espérame en la camioneta.
Se fue hacia las colmenas.
—Maldita seas, Addie —gritó con frustración porque no podía seguirla—. ¿No lo entiendes? Yo no era como esos chicos. Yo lo habría dejado todo por ti. Me habría casado contigo, pero…
—Pero no lo hiciste. Ahora, cállate. Las abejas notarán si estoy nerviosa, y no quiero que me piquen.
—Acabas de devolverme el beso —se quejó en voz lo suficientemente alta para que lo oyera—. Eso significa algo.
—Lo único que significa es que hacía dos años que no me besaban.
—¿No? —dijo él sorprendido—. A mí tampoco. De hecho, hacía todavía más tiempo.
Ella dejó pasar aquel comentario. Tenía que concentrarse en las colmenas. Con el rabillo del ojo, lo vio ir y venir delante de la camioneta, con la jeringuilla en la mano.
—Vamos a hablar de esto cuando hayas terminado con tus abejas —le advirtió.
—Ya veremos.
Addie se puso a trabajar. Vio docenas de abejas muertas, las reinas no estaban, y las colonias también habían desaparecido.
Rezó porque se hubiesen puesto a resguardo de la tormenta, y porque estuviesen preparándose para volver. Si no lo hacían, morirían en cuestión de unos días, ya que necesitaban las reservas de miel que tenían en la colmena.
—Addie.
—Estoy ocupada.
—Odio estar aquí, sin hacer nada.
—No me hagas responsable de tu vida, Skip.
—Siempre has sido muy misteriosa. Y eso me encantaba de ti. No eras como las demás. Nunca lo fuiste. Me gustaría que nos diésemos otra oportunidad. ¿Qué hay de malo en ello?
—Skip. La información que me diste anoche ha sobrecargado mi sistema, por el momento no tengo capacidad para más.
—Cenad con nosotros. Yo invito. Vamos a algún sitio donde puedan divertirse las niñas.
—No.
Addie quería que Michaela tuviese una hermana, que Becky fuese esa hermana, pero no sabía cómo iba a reaccionar su hija cuando se enterase de la verdad.
Miró hacia la camioneta. Al final, Skip se había metido dentro, aunque tenía la ventanilla un poco bajada.
—Me encantaría cenar con vosotros, pero entre la casa, la furgoneta, las abejas… Otra vez será.
—Yo tengo dinero y sé cómo utilizarlo. Te mandaré a alguien mañana a tu casa.
Addie se sintió tentada, pero se había prometido no volver a depender de un hombre nunca más.
Después de que Dempsey las dejase, había tenido que volver a dar clases. E iba a seguir haciéndolo. Quería ganar su propio dinero, pagar sus facturas, salir adelante sola.
—No hace falta —contestó, y deseó que fuese verdad.
A través del parabrisas, Skip observó a Addie trabajando con precisión en las colmenas.
Vio un relámpago en el cielo y contó los segundos, uno y medio, antes de que estallase el trueno. Unas enormes nubes oscuras se cernían sobre los árboles. Bajó la ventanilla.
—Addie, tenemos que irnos. Las niñas están solas en casa y Becky odia los rayos.
Le daba igual que fuese verdad o no, quería evitar cualquier peligro a Addie…
La vio avanzar hacia la camioneta con grandes zancadas, dejar los marcos que llevaba en la mano en la parte de atrás y, segundos más tarde, sentarse a su lado.
—Lo siento —dijo Skip ya de camino a casa—. No es justo que te esté pasando todo esto.
Había perdido muchas cosas, mientras que su propiedad estaba intacta. Y él podía permitirse las reparaciones.
Ella no respondió, se limitó a mirar por la ventana. A Skip le dio la sensación de que estaba pensando en el pasado.
—Espero que el seguro lo cubra casi todo.
Había derrota en su voz. Skip le agarró la mano y la puso en su muslo. Estaba deseando abrazarla y besarla hasta que ambos entrasen en calor. Sin apartar la mirada de la carretera, le dijo:
—Antes de que me digas que no, escúchame. Tienes razón. No luché lo suficiente contra mi padre y el tuyo hace trece años. Con diecinueve años, debí haberlo hecho. Era un hombre, no un niño. Pero dejé que mi padre me convenciese. Le dejé que manejase mi vida, como había hecho siempre. Él quería una estrella del fútbol americano y… —suspiró—. Tengo que admitir que yo también.
La miró, vio que tenía toda su atención.
—Pero te quería más a ti —se animó a continuar—. Siempre te he querido más a ti. El problema es que era un cobarde. Y escuché a mi padre. Es gracioso, mi madre nunca estuvo de acuerdo.
—¿Y por qué no la escuchaste a ella? —quiso saber Addie.
—Porque no dejaba de preguntarme qué pasaría si mi padre tenía razón. ¿Y si no era capaz de manteneros a ti y al bebé? Estaba aterrado.
—Y ahora ya no lo estás —había una nota de sarcasmo en su voz, pero su mano seguía junto a la de él.
—No, ya no lo estoy.
Addie retiró la mano.
—Y quieres reparar el daño que hiciste, ¿no?
—Sí. Os lo debo a Becky y a ti. Tengo que arreglar las cosas —la miró—. ¿Me dejarás intentarlo?
Habían llegado a la altura de sus casas y Skip condujo hasta la de ella, directamente a la caseta donde tenía todo lo necesario para elaborar la miel. Descargó los bastidores mientras ella abría la puerta y lo dirigía hacia unas mesas.
Addie todavía no había respondido a su pregunta.
—¿Vas a dejarme? —insistió—. Deja que te ayude.
Ella estaba casi fuera de la caseta y, cuando se volvió hacia él, tenía los ojos casi del mismo color que el cielo.
—Las cosas no funcionan así, Skip. No puedes comprar la expiación.
—¿Eso piensas que es?
—Ya no sé qué pensar. Han ocurrido tantas cosas en las últimas veinticuatro horas…
Él se acercó, le tocó la mejilla.
—Todo irá mejor a partir de ahora —dijo mirándola a los ojos. Estuvo a punto de besarla otra vez, pero no quería que pensase que estaba desesperado.
—No puedo darte las respuestas que quieres —contestó Addie por fin.
—No quiero respuestas, sólo un poco de esperanza, eso es todo —dijo él sonriendo.
—Un poco de esperanza —le devolvió la sonrisa—. Por Becky, estoy dispuesta a todo.
Por Becky. No tenía por qué sentirse dolido. Si él estaba allí en esos momentos era por su hija. Por ella había vuelto a la isla y había buscado a Addie. Su hija era lo primero en su vida. Y debería estar encantado de que también lo fuese para Addie.
¿Por qué se sentía entonces abandonado?
«Anímate», pensó. «E imagina lo que sufrió ella cuando te marchaste hace trece años».
Deprimido, la siguió afuera, a la lluvia.
Mandó a Skip a su casa, a ver cómo estaban las niñas, mientras ella se quedaba extrayendo la miel de los bastidores.
Un rato después, se abrió la puerta de la caseta y aparecieron Michaela y Becky.
—Mamá —gritó su hija—. Becky quería ver cómo hacemos la miel. El señor D… D… Dalton la ha dejado venir. ¿No es estupendo?
La otra niña, su otra niña, la niña a la que había besado por primera vez la noche anterior esperaba con timidez en la puerta, sonriendo. De repente, Addie se dio cuenta de que sus rasgos eran una mezcla de los de sus padres…
Los ojos azules de Addie. El pelo oscuro de Skip.
Era una pena que también hubiese heredado su enorme boca…, hasta que sonrió. La sonrisa era como la de su padre.
—¿Le parece bien, señora Malloy? —preguntó Becky, sacando a Addie de sus pensamientos.
—Por supuesto que sí, corazón —la expresión de cariño se le escapó sin querer.
Becky sonrió de oreja a oreja.
—Gracias.
La niña corrió a ponerse al lado de Michaela. Eran hermanas, las dos tenían su sangre en las venas. Se sintió feliz al pensarlo. ¿Se habría sentido así Skip al sacar a la niña del hogar de acogida? ¿Cuando habían tenido su primera conversación.
Sí. Era evidente que Skip quería a Bekcy.
—Está bien —dijo sorprendida por la tranquilidad de su voz. Aquél era el momento de establecer un vínculo con su hija mayor—. Primero se utiliza el cuchillo para sacar la cera. Si no, no se puede extraer la miel —lo hizo mientras hablaba. Luego, le tendió el cuchillo a Becky—. Inténtalo, pero ten cuidado, está muy caliente.
—Qué guay —dijo ella cuando los panales estuvieron listos para utilizar el extractor—. No sabía que la miel se sacaba así.
—¡Mira, Becky! —gritó Michaela corriendo hacia la estantería donde estaban los tarros—. La miel va a llegar hasta arriba.
—¡Genial! —exclamó Becky—. Papá debería ver esto.
—Ya lo ha visto.
Addie se dio cuenta de que había metido la pata al ver cómo la miraba Becky.
—¿Sí? ¿Cuándo?
—Pon otro tarro, cariño —le dijo a Michaela. Luego, miró a Becky—. Hace años, cuando éramos adolescentes.
—¿Cuando erais novios?
—¿Qué te hace pensar que fue mi novio? —preguntó, con el corazón en la garganta.
—Se lo pregunte a papá después de encontrarnos en la biblioteca.
—¿Sí? ¿Por qué?
—Porque… No se lo tome a mal, señora Malloy, pero usted y mi padre no… no parecen llevarse bien.
—A m… m… mamá le gusta tu p… p… papá, Becky.
—Pero no como se gustan los amigos —dijo Becky mirando a Addie.
—¡Eso no es v… v… verdad!
—Niñas —las reprendió Addie. No quería que su amistad terminase antes de empezar—. Michaela, lo que quiere decir Becky es que el señor Dalton y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo y que, por entonces, íbamos al mismo colegio, pero nuestras familias, y amigos eran diferentes.
—¿Quieres decir que vuestros amigos no salían juntos?
—Es una larga historia.
—A mí me gustan las historias l… l… largas, mamá —dijo Michaela.
Addie se obligó a sonreír.
—Tal vez en otra ocasión, cariño.
—¿Hizo mi padre algo malo a tus amigos?
—Tu padre era un buen chico.
Addie deseó poder dar la vuelta al extractor y abrazar a su hija, asegurarle que tanto Skip como ella habían cambiado.
—Vaya, pensé que tal vez era un chico malo, que se reía de la gente y esas cosas.
—De eso nada.
Salvo que su eslogan había sido: «Todas las chicas son mis chicas».
«Te he querido durante toda mi vida».
¿Podía creerlo esta vez?