EL sábado, a las diez de la mañana, Charmaine fue a casa de su hija.
—Mamá —dijo ésta al verla, sorprendida.
Ella entró sin más.
—¿Cuándo ibas a decírmelo?
Lo de Becky. Primero había sido Lee, y luego su madre. Addie la siguió hasta la cocina.
—La verdad es que te lo iba a decir hoy. Pero si has venido a echarme un sermón.
—Por supuesto que he venido a eso. Estoy dolida. Se lo has dicho a Kat y a Lee. ¿Cómo no me has dicho a mí que tengo otra nieta?
—Siempre has sabido que tenías otra nieta —declaró ella con toda tranquilidad.
—Quiero decir que viva aquí. En la misma ciudad.
—No vive en la ciudad.
—Lo que sea. ¿Por qué no me lo has dicho? ¿Y dónde está Michaela?
—Con Becky.
—¿Se llama así? No estoy segura de que me guste.
—Demasiado tarde. Se lo puso su madre y a mí me gusta.
—Tú eres su madre. ¿Cuándo voy a verla? —quiso saber Charmaine.
—Cuando yo piense que es el momento adecuado.
—¿Por qué? Kat y Lee ya la han visto.
—Lee no la ha visto. Y Kat la ha visto porque se quedó con las niñas cuando fui a Seattle.
—Ah, sí. He oído que pasaste un día entero con Skip Dalton. ¿Vais a volver a estar juntos por el bien de la niña?
A Addie empezó a dolerle la cabeza.
—Se llama Becky, mamá. Y, no, no vamos a volver juntos por su bien. Si lo hacemos, será porque queremos.
—¿Habéis hablado de ello? —quiso saber Charmaine.
—Mamá, eso no es asunto tuyo.
—Lo es, se lo has contado todo a tus hermanas y a mí, no.
—Eso no es verdad. Me quedé en casa de Kat porque un árbol cayó sobre la mía. Y Michaela me preguntó si Becky podía venir también.
—¿Se han hecho amigas?
—Son hermanas.
—Bueno —dijo por fin su madre, después de escrutarla con la mirada—, me alegro por Michaela. La pobre lo ha pasado muy mal estos últimos años, y encima tú has decidido venirte a vivir a esta… granja.
—Mamá, por mucho que te moleste, a Mick le encanta vivir aquí. Es más feliz que nunca. Y… desde que se lleva tan bien con Becky ya casi no tartamudea.
—¿Mick? —repitió Charmaine mirándola fijamente.
—Es como la llama Becky —explicó ella, le había salido de forma natural.
—Pues suena a nombre de chico.
De repente, Addie se sintió irritada.
—Limítate a alegrarte por las niñas, ¿de acuerdo? Se necesitan. En especial ahora que Becky lo sabe todo. Ha pasado por un infierno y, en estos momentos, también lo está pasando muy mal. Me alegro de que tenga a Michaela a su lado. Si quiere llamarla Mick, que así sea.
—No hace falta que me grites, Adelina. La intención no era mala.
—No estoy gritando y conozco de sobra tus intenciones. Te molesta que no te lo haya contado todo desde el principio. Lo cierto es que he tenido unos días emocionalmente difíciles. Y Michaela también.
—Lo siento, cielo —le dijo su madre agarrándole una mano—. Tienes razón. Pero no podía dejar de preguntarme por qué no habías confiado en mí.
—Porque no sabía si te alegrarías —admitió ella.
—¿Cómo no iba a alegrarme?
—Porque no evitaste que papá me convenciese para que firmase los papeles de la adopción. No dijiste ni una palabra —de repente, volvió a sentirse furiosa—. ¿Por qué no me apoyaste?
—Oh, Addie. Tu padre pensaba que no era correcto tener hijos fuera del matrimonio. Que era…
—Escandaloso.
—Sí, aunque suene arcaico. Y no quería que echases a perder tu futuro.
—Así que prefirió estropear el de su nieta.
—Yo intenté hacerlo cambiar de opinión, pero no me escuchó.
—Él odiaba a Skip.
—Eso ya da igual, tu padre está muerto.
—Está bien, pero quiero que entiendas que no volveré a abandonar a Becky. Estoy orgullosa de mis hijas. Y si eso te plantea un problema, ya puedes marcharte de aquí.
—El único problema que tengo es que todavía no conozco a mi nieta.
—Bueno, tal vez podamos arreglarlo para que la veas la semana que viene. Se lo diré a Skip.
—Estoy deseándolo —dijo apoyando su frente en la de Addie—. Te quiero, cielo. ¿Podemos empezar de cero?
Después de la noche que habían pasado juntos diez días antes, esperaba todos los días su llamada a última hora de la noche. Deseaba escuchar su voz. Y ansiaba volver a sentir sus manos, su boca, su cuerpo.
En resumen, estaba desesperado por ella.
Cada día llamaba uno, al teléfono móvil. Y hablaban en la privacidad de sus dormitorios. Esa noche le tocaba a él.
Se tumbó sobre la cama, se aseguró de que eran las diez y cuarto, la hora, y marcó.
—Hola —dijo ella en tono alegre.
—Te echo de menos. Necesito abrazarte, Addie. Sólo para… abrazarte.
—Pronto. ¿Qué tal está?
—Sigue escondiéndose en su habitación. No habla demasiado, pero tengo esperanzas. He oído que se ha apuntado a tu club de matemáticas.
—Sí, se le dan muy bien.
—Es evidente que se parece a su madre. Es otra matemadicta.
—Dios mío, hacía años que no oía esa palabra. No se te ha olvidado.
—En lo referente a ti, me acuerdo de todo.
—Pues eso podrías olvidarlo, odiaba que me llamasen así.
—Lo hacían porque te envidiaban, Addie —no sólo por su inteligencia, sino porque el quarterback del colegio mostraba interés en ella, salía con ella. La quería.
—Sí, pero mira quiénes rieron los últimos, ellos.
—No volveré a dejarte. Nunca.
—Espero que nuestra niña nunca tenga que pasar por algo así.
—No te preocupes, ella tiene algo que nosotros no tuvimos: unos padres que siempre la apoyarán en sus decisiones. Cometeremos errores, por supuesto, pero estaremos ahí.
—¿Crees que accederá a que nos casemos algún día?
—Eso espero. Porque estoy deseando dormir contigo todas las noches de mi vida, y despertarme con tu dulce sonrisa por las mañanas. Addie… te quiero tanto. Tengo que contenerme para no salir de esta cama y correr a tu casa.
—¿Y por qué no lo haces?
—¿Ahora?
—Nos encontraremos a medio camino. Skip, necesito besarte.
—Voy para allá, cariño.
Desnudo, corrió al armario, agarró unos pantalones de deporte y una camiseta de manga larga.
Luego se acercó a la puerta de Becky para asegurarse de que dormía. La oyó respirar profundamente. Bajó las escaleras con el corazón latiéndole a toda velocidad. Ya en la puerta de atrás, se puso las zapatillas de deporte más viejas que tenía y salió de la casa.
La noche estaba estrellada y se veía perfectamente la casa y la carretera. Corrió a toda velocidad hasta aproximarse a casa de Addie. Entonces intentó recobrar la respiración y se preguntó dónde estaría.
—Por aquí —lo llamó ella en voz baja.
Y la vio delante de su camioneta nueva, cerca de la caseta donde hacía la miel.
Estaba descalza, con unos pantalones de hacer yoga y una sudadera y nada más abrazarla y besarla supo que no llevaba nada debajo de aquello.
—Addie… Dios… Addie.
Metió las manos por debajo de la sudadera y acarició su piel caliente. Ella se apretó contra su cuerpo y luego metió la mano por la cinturilla de sus pantalones, haciéndolo gemir.
—Addie… espera.
—No. Aquí. Y ahora.
—No tengo protección.
Ella gimió y Skip la apretó con fuerza, la besó apasionadamente. Y antes de que se diese cuenta, había dejado de pensar.
—Es como si volviésemos a ser adolescentes —susurró ella.
—Por ti, mi amor, siempre seré joven. Te quiero, Addie. Y no me canso de decírtelo.
—Pues dímelo todas las noches antes de que nos vayamos a dormir. Quiero tenerte en mis sueños.
—Y yo quiero tenerte en mi cama. Todas las noches.
—Muy pronto.
Le dio un último beso y fue hacia la parte de atrás de su casa.
—Fijemos una fecha —le pidió él. Odiaba tener que esconderse.
Ella dudó.
—Pregúntale a Becky. Yo haré lo mismo con Michaela —dijo antes de entrar en casa.
Skip volvió hacia su casa. Si tenían que pasarse un par de meses escondiéndose antes de que las niñas se sintiesen cómodas con los dos, lo haría sin ninguna duda.
—¿Papá?
Skip fijó la mirada en el porche delantero.
—¿Becky? —la vio en pijama, sentada en el escalón más alto—. ¿Qué estás haciendo ahí?
—Me desperté y no estabas en casa —había miedo en su voz.
—Oí un ruido. Debía de ser algún animal. Venga, Becky. Mañana es día de escuela.
Entraron en casa, subieron al piso de arriba y Skip arropó a su hija.
—Buenas noches, cariño.
—Buenas noches.
Iba a marcharse cuando Becky susurró:
—¿La quieres?
No necesitaba preguntar a quién se refería. Volvió muy despacio hacia la cama, se agachó a su lado.
—Mucho, Becks. Mucho.
—¿Vas a casarte con ella?
—¿Tan horrible te parecería?
La niña le dio la espalda, se puso en posición fetal.
—Me da igual lo que hagas.
—Pero a mí no me da igual lo que pienses —contestó él deseando poder verle la cara—. Y espero… Espero que las cosas funcionen para todos.
—Tal vez no vaya a clase mañana.
—¿Por qué no? ¿Te encuentras mal?
—Más o menos.
Skip esperó una explicación. Y entonces se dio cuenta de que era una chica. Y que él no sabía nada de cómo educar a una chica. Seguro que a Addie se le daría mejor.
Una vez en su dormitorio, se quedó mirando al techo y se imaginó diciéndole a Becky que necesitaba contar con su madre para que la vida de ambos fuese completa.
Acababa de amanecer cuando Becky se levantó de la cama.
Se sentó a su escritorio. Era el cumpleaños de su madre e iba a escribirle una carta.
Queridísima mamá:
Te echo mucho de menos, pero quiero que sepas que estoy bien.
Escribió acerca de Skip, sabía que a su madre le gustaría que estuviese con él y no en un hogar de acogida. Y quería que Hedy supiese lo estupenda que era su nueva casa.
También escribió acerca de Michaela, y de tía Kat y la abuela Dalton.
Después, lo releyó todo y supo que le quedaba la parte más difícil de escribir. La parte acerca de Addie.
Aunque se sintiese culpable. Tenía que decírselo a su madre. Tenía que sacarlo todo. Porque aquélla sería su última carta a Hedy.
Tomó aire y empezó el último párrafo.
Mamá, ya sabes que he conocido a mi madre de verdad, Addie. Aunque todavía estoy confundida, no puedo decir que no es agradable. Porque lo es. Es estupenda con mi hermana, y la mejor profesora. Y creo que papá la ha querido siempre. Y ella a él. Lo cierto es que a mí también está empezando a gustarme mucho, pero no quiero que pienses que voy a quererla más que a ti. En mi corazón, siempre serás mi mamá. Pero creo que a ella también le gustaría ser mi mamá. Sólo quiero que sepas que, si algún día ocurre eso, no querrá decir que te he olvidado. Tendré dos mamás a las que querer. Mamá, tengo que decirte adiós. Tengo que dejarte marchar. Siempre pensaré en ti y te querré, pero Mick y yo queremos ser hermanas y eso significa que tenemos que formar una familia con mi padre y con Addie. Sé que te alegrarás por nosotros, porque tú eres así. Y Addie también es así.
Leyó las palabras y, satisfecha, firmó la carta antes de meterla en un sobre y ponerla en su mochila con los billetes del ferry.