EL lunes siguiente, Skip fue a ver la que sería su nueva casa. El día anterior habían llevado todos los muebles, así que Becky y él podrían empezar a ordenar cosas y vaciar cajas.
—Bueno, cielo. Aquí estamos. Éste es nuestro nuevo hogar.
Skip esperó que a la niña le gustase la casa, la isla, el colegio. Vio cómo su mirada brillaba bajo la luz del sol mientras observaba la casa. Tenía la boca ligeramente abierta, los ojos como platos.
—Es increíble. Nunca había visto una casa tan grande. ¿Es sólo para nosotros?
—Sólo para nosotros —por el momento.
No podía predecir el futuro, pero esperaba hacerse amigo de la señora que vivía al otro lado de la carretera, por el bien de Becky. Y después de eso… ¿quién sabía lo que podía pasar?
—Mira —dijo avergonzado de pronto al verla tan impresionada. Al fin al cabo, sólo era una casa. Una de las tres que tenía, y no la más grande—. Si quieres ir a echar un vistazo por los alrededores, yo iré dentro. Ven cuando te sientas preparada.
Ella lo miró con agradecimiento.
—Gracias. Hay tanto silencio. No me había dado cuenta, pero me gusta el sonido de…
—¿La naturaleza?
—Sí.
Skip subió las escaleras del porche.
Por primera vez en más de una década, estaba en casa.
Becky se paseó por la propiedad. El aire era tan fresco y limpio, y los árboles tan verdes y grandes. Era como estar en Narnia en verano.
Quería pellizcarse para estar segura de que no estaba soñando. ¿Sólo hacía diez meses que su padre la había encontrado?
Le parecía que hubiese sido el día anterior, y para siempre.
Era su padre de verdad…
Y era tan estupendo. Amable y paciente. Cuando pensaba en su otro padre… Skip era tan diferente.
Le alegraba que Jesse, como había empezado a pensar en él, estuviese en la cárcel de Walla Walla. Se tragó el nudo que se le hizo en la garganta al pensar en su madre. Becky no podía creer que ya hiciese cuatro años que la había perdido. Intentó imaginarse a la mujer a la que tanto había querido.
Su mamá, con el pelo rubio y una sonrisa dulce.
Su mamá, que le leía cuentos antes de dormir.
Su mamá, que la ayudaba con los deberes del colegio.
Las imágenes cruzaron su mente… Salvo que la veía borrosa. Y cuando intentó recordar su voz, no halló nada, ni una sola palabra.
Tal vez fuese mejor así. Tal vez si olvidase el rostro de su madre podría olvidar el horror de aquel día.
Se dio la vuelta y se dio cuenta de que casi se había adentrado en el bosque. «Venga, Becks. Céntrate en esta vida. En tu nueva vida. No pienses en el pasado».
Se apresuró a ir hacia el jardín delantero y vio la carretera que habían seguido para llegar desde el pueblo. Al otro lado había una casita verde. Y en la entrada, una niña sentada.
Tenían que ser sus vecinos. Tal vez la familia tuviese hijos de su edad. Ansiosa por encontrar nuevos amigos, cruzó la carretera.
—Hola —gritó mientras se acercaba a la casa.
La niña llevaba pantalones cortos y una camiseta rosa. Y dos coletas morenas que caían sobre sus hombros. Debía de tener seis o siete años. Y parecía un poco asustada.
—Soy Becky, la nueva vecina —se presentó ella cuando estuvo más cerca.
La niña tenía los ojos marrones y grandes. Movió la boca, pero no salió nada de ella. Volvió a cerrarla. Becky se dejó caer al lado de una fila de muñecas Barbie.
—Eh —dijo agarrando la que parecía una reina—. Yo tuve una Barbie princesa hace mucho tiempo. Pero mi madre murió y tuve que mudarme de casa, y la perdí.
La niña le dedicó la sonrisa más dulce que había visto nunca.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Becky.
—M… M… Michaela.
Becky actuó como si estuviese acostumbrada a oír tartamudear.
—Bonito nombre.
—M… Mi m… mamá y y… yo vamos a ir a ver las ab… abejas. ¿Quieres v… venir con nosotras?
—¿Tenéis colmenas? —inquirió Becky mirando a su alrededor.
—Sí. Mamá v…vende miel.
—Ohhhh. ¿Quieres decir que tiene esas cajas blancas con abejas?
—Puedo… preguntarle… a mamá… si… puedes venir a verlas.
—Eso sería genial.
Se abrió la puerta que había detrás de ellas.
—¿Michaela?
Una mujer delgada, vestida con vaqueros y una camiseta azul las miró.
La niña se puso en pie para agarrar la mano de su madre.
—Mamá, ésta es B… B… Becky. Nuestra v… vecina —la informó.
—No quería molestar, señora —dijo Becky poniéndose en pie.
—No lo has hecho.
La mujer tenía la voz muy dulce. Acarició las coletas de su hija y, por un momento, Becky recordó los dedos de su madre acariciándole el pelo de la misma manera.
—A B… B… Becky le gustan las princesas, c… c… como a mí.
—Más despacio, cariño.
Becky sonrió.
—Yo también me pongo nerviosa cuando conozco a gente nueva.
La mujer relajó el semblante.
—Soy Addie Malloy.
—Y yo Becky Dalton.
La señora Malloy arqueó las cejas.
—¿Eres la hija de Skip Dalton?
—Sí. ¿Es eso malo? ¿Lo conoce?
La señora Malloy la observó durante tanto tiempo que le hizo sentir incómoda. Luego miró su casa y sus ojos se volvieron fríos.
—Sí, lo conozco.
Vaya. A sus vecinos no les caía bien su padre. ¿Por qué? Empezó a retroceder. O sería que su padre les había hablado de su pasado antes de que la encontrase. No, eso no era posible.
—Debería irme —dijo—. Supongo que mi padre estará preguntándose dónde estoy. Me alegro de haberos conocido. Adiós, Mick.
—Se llama Michaela —la corrigió la mujer—. No le gusta que la llamen Mick.
—Lo siento —se disculpo mientras se marchaba.
¿Por qué los niños simpáticos siempre tenían madres malas…? Pobrecita. Becky sabía lo que era vivir con un padre así. No obstante, la señora Malloy le había parecido buena cuando le estaba acariciando el pelo a su hija. Aunque tal vez fuese sólo de puertas para afuera. Tal vez era ése el motivo por el que tartamudeaba Michaela. Tal vez la niña estuviese deseando tener amigos, pero su madre no se lo permitía. Becky miró por encima de su hombro.
Ya no había nadie en la escalera. Echó a correr.
Skip movió la cama para ponerla frente a la ventana y poder ver las acacias nada más despertarse. Casi había terminado de cambiar los muebles de la habitación cuando oyó que se abría la puerta principal.
—¿Papá?
Papá. Sintió que lo recorría un escalofrío. Todavía le costaba aceptar que su hija se hubiese encariñado con él con tanta facilidad. Había estado doce años con otras personas. Y él había sido un idiota al permitirlo. ¿Por qué había hecho caso a su padre cuando le había dicho que no tenía que sentir lástima por algo que no era culpa suya?
Pero sí había sido culpa suya. Él tenía diecinueve años, y Addie sólo diecisiete cuando la había dejado embarazada aquellas navidades. Por mucho que le doliese, había renunciado a su hija, y no podía echarle la culpa a su padre, había sido él quien había tomado la decisión.
Si hubiese podido empezar de nuevo, darle otra niñez a Becky, una con él y, probablemente, con Addie…
—¿Papá? —repitió ella mientras subía las escaleras.
—Estoy aquí, cariño —le dijo.
—He conocido a los nuevos vecinos. La señora Malloy y su hija, Michaela.
—Becky, la próxima vez que vayas a salir de la propiedad, dímelo antes.
—¿Por qué? ¿Pasa algo con ellas?
—No —sólo que hacía trece años que había abandonado a Addie—. Es que vivimos en el campo y preferiría que no fueses a ninguna parte sin decírmelo. Para que no me preocupe.
—A Jesse nunca le importaba adónde iba.
Jesse Farmer, su padre adoptivo.
—Yo no soy Jesse, cielo. Mira, todavía estoy aprendiendo a ser padre, así que tienes que ayudarme.
Ella se encogió de hombros y fue hacia una de las cajas con ropa.
—De todos modos, no creo que vayamos a ser amigas.
—¿No?
—La señora Malloy no es… muy simpática.
—¿Qué quieres decir?
—Parece un poco… tensa. Tal vez sea porque su hija tartamudea y esas cosas.
Le habían dicho que Addie había tenido otra hija, de un hombre del que se había divorciado hacía siete meses.
—¿Cómo sabes que tartamudea?
—Hemos estado hablando. Es un encanto. Pero creo que su madre la protege demasiado —de repente, se le iluminó el rostro—. Eh, tal vez podamos invitarlas a cenar dentro de un par de días y…
—Eh, eh —la detuvo Skip levantando las manos—. Poco a poco. Antes tenemos mucho que hacer por aquí —para empezar, él tenía que volver a retomar su relación con la señora en cuestión—. Será mejor que esperemos un poco —inclinó la cabeza hacia la puerta—. Todavía no has ido a ver tu habitación.
Lo que significaba que le importaba mucho más tener amigos.
—¿Cuál es? —preguntó Becky corriendo hacia el pasillo.
Él se apoyó en el marco de la puerta.
—Hay cuatro, así que puedes elegir.
—¿Puedo elegir? ¡No es posible!
La vio entrar en todas, exclamar sorprendida, hasta que llegó a la última y gritó:
—¡Ésta! Elijo ésta.
Asomó la cabeza por la puerta. Skip le sonrió.
—¿Te parece bien? —preguntó Becky.
—Sí, toda tuya. Y estas cajas también.
—Gracias, papá —le dijo dándole un rápido abrazo.
—De nada. ¿Te importa quedarte sola un rato? Me gustaría dar un paseo y presentarme a la señora Malloy y a su hija.
—¿Quieres que te acompañe?
—No. Tienes mucho que hacer aquí. Volveré enseguida —contestó alejándose por el pasillo.
—¿Papá?
—¿Sí?
—No dejes que la señora Malloy te asuste.
—¿Por qué? ¿Tan fea es? —cuando la había visto en el gimnasio le había parecido que estaba como siempre, muy guapa.
Becky negó con la cabeza.
—Su mirada es fría.
Eso no podía imaginárselo Skip. Addie tenía los ojos azules más bonitos que había visto nunca. Unos ojos que lo miraban todos los días a través de la preciosa cara de Becky.
Durante la comida, no pudo apartar de su mente la imagen de la hija de Skip sonriéndole a la suya. Skip tenía una hija que se parecía a él. Y que tenía más o menos la misma edad que la que habían tenido juntos. Era evidente que no había malgastado el tiempo. Qué tonta había sido al pensar que habría llorado la pérdida de su hija. En su lugar, se había buscado a otra mujer y… Dejó el último plato en el escurridor y se mordió la lengua para evitar gritar.
Estaba segura de que él sabía dónde vivía. Seguro que se había informado de quiénes iban a ser sus vecinos.
—¿Mamá?
—¿Qué pasa, cielo?
—¿Puedo chupar la m…miel de la cuchara cuando hayamos terminado con las ab… abejas?
—Claro que sí. Ve al baño antes.
—¡Vale!
Sonriendo, vio cómo su hija salía corriendo de la cocina. Le encantaba la miel y no le daban miedo las colmenas.
«Michaela», pensó. Su niña, el motor de su vida.
Dos minutos más tarde iban hacia donde estaban las colmenas. Durante años, su padre se había ocupado de ellas, mientras que la responsabilidad de Addie había sido la niña. Y las clases en el instituto.
Estaba retirando los panales, cuando oyó decir a Michaela.
—¡Mamá! Se me ha olvidado Felicity.
Ella rió y le tendió a su hija la llave de la casa.
—Ve por tu muñeca, pero no te olvides de cerrar con llave cuando salgas.
Su hija se fue y Addie no pudo evitar volver a pensar en Becky Dalton. ¿Cuántos años tendría? ¿Once, doce? ¿Qué importaba?
«Claro que importa», se dijo. Se había ido con otra después de haberle dicho a ella que la quería, que nada los separaría. ¿Cómo podía haber sido tan tonta?
Le dieron ganas de gritar y patalear.
Entonces se le pasó algo horrible por la cabeza. ¿Y si Skip había dejado embarazada a otra chica en la universidad, más o menos en la misma época que a ella?
Se había preguntado muchas veces cómo sería la hija que habían tenido, si tendría los ojos de él, su boca, o sus largas pestañas. ¿Sería alta, baja, morena o rubia?
Dejó todo su equipo en el asiento trasero de la furgoneta con más ímpetu del necesario. Entonces vio que una sombra se abalanzaba sobre ella.
—Hola, Addie.
El corazón casi se le salió del pecho. Era su voz. Una voz que le era tan familiar, y que tanto había amado. No podía moverse.
Por fin, se dio la vuelta muy despacio.
Él estaba a dos pasos, con las manos en los bolsillos de los pantalones cortos. Siempre había sido alto, pero en ese momento, trece años después, se lo parecía todavía más.
La brisa jugó con un mechón de su pelo castaño y Addie recordó cómo había metido los dedos por ese pelo hacía mucho tiempo. Y cuánto le había gustado su tacto.
—Hacía mucho tiempo —dijo él.
—¿Qué quieres, Skip?
—Sólo venía a saludar.
—Pues ya lo has hecho.
—Esto… yo… —miró a su alrededor.
Sus ojos seguían siendo de color miel. Profundos, llenos de misterio.
Señaló la casa que Addie llevaba viendo construir los últimos tres meses.
—Mi hija y yo nos hemos mudado hoy al otro lado de la carretera.
—Sí, Becky ha venido a saludar a mi hija.
—Ya, por eso he venido. Quería asegurarme de que no os había molestado.
Así que su visita no era para saludarla, ni para presentarle a su familia, había ido para que no lo tachasen de mal padre por dejar que su hija entrase en propiedades ajenas sin pedir permiso.
Así era él.
¿Acaso le importaba que hubiese estado veinte horas de parto, y que se hubiese muerto en vida cuando le habían quitado a su hija nada más nacer?
—Tengo cosas que hacer —le dijo—. Y tú tienes una familia que te estará esperando.
Seguro que su mujer estaba preguntándose qué hacía en casa de la vecina.
—Sólo somos Becky y yo —le explicó Skip—. Y ella está arreglando su habitación. Ya sabes cómo son las niñas… Addie, yo…
—No, Skip. No quiero verte por aquí. Tomaste una decisión hace mucho tiempo. Dejemos las cosas como están.
—Lo siento.
Addie rió con amargura.
—¿Qué sientes? ¿Haber vuelto a la isla? ¿Que tu hija se haya presentado en mi casa?
—Todo —tragó saliva—. Desde el principio.
Si no se marchaba pronto, iba a tirarle una caja llena de panales a la cabeza.
—Por favor, vete a casa. Vuelve a tu… mansión.
Con paso decidido fue hacia la caseta donde estaban las colmenas, aunque ya había retirado todos los panales y había cerrado la puerta con llave.
No importaba, ya se le ocurriría algo que hacer dentro.
Él la siguió.
—Addie, vamos a ser vecinos. Durante mucho tiempo. No voy a mudarme. ¿No podemos olvidarnos del pasado?
Ella se dio la vuelta y lo miró a los ojos.
—Qué buena idea. ¿Puedes explicarme cómo hacerlo? Tú que eres un as sabrás cómo hacerlo.
Odiaba ser mala, pero no tenía otra opción.
Él la miró sorprendido.
—Has cambiado.
—Claro que sí, maldita sea. Se llama crecer —metió la llave en la cerradura de la caseta y abrió la puerta—. Tú también deberías intentarlo.
—¿Te crees que mi vida ha sido sólo diversión?
Había ira en su voz.
—Me da igual tu vida. Siempre y cuando no interfiera con la mía, claro está.
Él se detuvo en la puerta, bloqueando el paso de la luz. Addie no pudo evitar fijarse en que le hacía falta un buen corte de pelo.
—Tengo entendido que das clases en el Fire High.
Ya no parecía enfadado.
—¿Por qué has venido a vivir aquí?
—El terreno estaba en venta.
—Había al menos tres propiedades en venta en la costa. La gente con tanto dinero como tú suele comprar allí.
—A mí me gusta el bosque.
—¿De verdad? —preguntó en tono irónico pasando por su lado para salir al exterior.
—¿Qué quieres de mí, Addie? ¿Sangre? —la agarró por los brazos.
A ella le dio un vuelco el corazón.
—Te la daría si eso fuese a hacerte sentir mejor, pero no cambiará las cosas entre nosotros. No…
—¿Nosotros? No hay nada entre nosotros, Skip. Nunca lo ha habido, ni siquiera cuando salíamos juntos. Me lo dejaste muy claro cuando te marchaste.
Nunca había entendido que se marchase a jugar al fútbol y no quisiese aceptar la responsabilidad de un hijo que también era suyo. Además, le había prometido que volvería, y no lo había hecho. Y eso nunca se lo perdonaría.
Normal, había tenido a otra al mismo tiempo. Muy propio de él.
Contuvo el dolor y fue hacia la furgoneta. Michaela estaba sentada en el suelo con Felicity, su muñeca, pegada al pecho.
—¿Quieres subir al coche, cariño? Nos vamos.
La niña miró a Skip.
—¿Qué te pasa, princesa?
Addie se preguntó si su hija no les habría oído discutir.
Miró por encima del hombro y vio a Skip cargando los panales en la parte de atrás. No pudo evitar fijarse en sus músculos, morenos y bien delineados. Aquellos brazos que la habían abrazado en el pasado, que la habían hecho sentirse segura, querida.
Se volvió hacia su hija.
—Despacio, cariño —le susurró—. Ésta es mi chica.
Addie se fijó en que su hija miraba hacia un lado, antes de ver que él se ponía en cuclillas y sentir el roce de la rodilla de Skip contra su pantorrilla. Una ola de calor le recorrió las venas. Sin dejar de sonreír, intentó mantenerse tranquila. No quería que Michaela recordase los momentos desagradables que habían pasado con Dempsey.
—Hola, Michaela —dijo Skip—. Soy el papá de Becky. ¿Te acuerdas de ella?
La niña miró a su madre con nerviosismo.
—Despacio, cariño —le susurró ésta—. No pasa nada. Skip es nuestro nuevo vecino. No ha venido… a hacerme daño. Ha venido a conocernos.
—Eso es —corroboró él incorporándose y dejando un pequeño espacio entre ambos—. Y en cuanto Becky termine de ordenar su habitación, te la enseñará. Si tu madre te da permiso, por supuesto.
—M… Me c… c… cae bien B…B…Becky —dijo la niña con un hilo de voz.
—Ya lo sé, cariño —dijo Addie.
—¿P… P…Podemos ir a su c…c…casa a jugar?
—Tal vez algún día. ¿Estás preparada para ir a ver a las abejas?
La niña asintió con la cabeza.
—Entonces, vamos —dijo dándole la mano a su hija y acompañándola a la furgoneta.
Cuando le hubo abrochado el cinturón, fue a la parte de atrás a terminar de cargar la furgoneta, pero Skip ya lo había hecho.
—¿Desde cuándo tartamudea? —le preguntó con preocupación.
A Addie le dio un vuelco el corazón, no quería que se preocupase por su hija, ni que fuese amable. Quería que fuese el Skip Dalton que ella recordaba. Aquél que prefirió el fútbol y la fama en vez de los pañales y los biberones.
No obstante, podía inventarse algo, o decirle que no se metiese donde no lo llamaban. Al fin y al cabo, no le debía ninguna explicación.
Suspiró y decidió contarle la verdad.
—Empezó cuando estaba aprendiendo a hablar, pero ha empeorado desde que su padre nos dejó el año pasado.
Habló sin despegar la mirada de él. «Igual que tú».
—Lo siento.
—Adiós, Skip.
Él se limitó a mirarla y asentir.
—Hasta pronto.
Y se marchó por donde había llegado, hacia su casa.