Maya abrió el portón. Era Ted con cara de pocos amigos. Se protegía de la lluvia con un paraguas serigrafiado con el logotipo del hotel.
—¿Dónde coño has estado estos días? Fui a buscarte para el cóctel al que nos invitaron, pero no estabas.
—Oh, perdona, Ted. Lo olvidé.
—¿Cómo puedes olvidar una cosa así? Mira, no me vuelvas a hacer un desplante como ese, ¿queda claro? Mañana por la mañana el alcalde requiere de nuestros servicios. Pasaré a buscarte hacia las diez. Tenlo todo listo para entonces. Por cierto, ¿qué estás haciendo?
Ted había ladeado la cabeza para mirar detrás del hombro de Maya, hacia la mesa de edición encendida. La mujer se dio la vuelta y la apagó. —Nada, Ted, comprobar que todo funcionara bien.
—Más te vale. Como descubra que estás jugando con el material de la WCNC-6, te vas a enterar. Recuerda, mañana a las diez. —Dio media vuelta y se marchó.
—Claro, Ted. Por cierto, ¿lo pasaste bien? —dijo Maya antes de que se alejara más.
—¿Qué? —Se detuvo.
—El cóctel, si fue bien.
El presentador no contestó. Reanudó su marcha y Maya se lo quedó mirando hasta que la cortina de agua lo volvió invisible. «Mierda», pensó, «ha estado cerca. ¿Qué voy a hacer si encuentra mi material?» Desde luego no había considerado eso, tan ofuscada como estaba en su proyecto. Mientras le daba vueltas al asunto, acabó de cerrar bien todo, dejó la Betacam en la furgoneta para que no se mojara y salió corriendo hacia el Swallow. Se sacudió el agua en un felpudo marrón bien antiguo y, esperando el ascensor, el chico de recepción la detuvo:
—Señorita, perdone la indiscreción, pero ¿usted es la que lleva la cámara?
—¿Perdón?
—Creo que alguien ha traído algo para usted.
Maya, extrañada, se acercó al mostrador a recoger un sobre color tabaco. Ponía: «A la atención de la mujer de la cámara de la WCNC-6».
—¿Quién lo ha traído?
—Me temo que no lo sé, señorita. Entré un momento a revisar el termostato y, al salir, estaba aquí encima.
Maya le dio las gracias y subió a la habitación. Aún no había cerrado la puerta cuando ya tenía el sobre abierto. Sacó una nota manuscrita y leyó:
Espero que hayas disfrutado el libro que te llevaste. Cuando vengas a devolvérmelo, te enseñaré una cosa que te parecerá muy interesante. ¿Qué te parece mañana por la mañana en el museo? Llama al timbre, porque la puerta ya está arreglada.
Nathan
Maya se puso muy nerviosa en un momento. El tal Nathan la había descubierto el otro día, quizá fuera él el que hizo aquel ruido que escuchó. Debía de haberla seguido, porque sabía dónde se alojaba. «Por otra parte», pensó, «no hay muchos sitios donde un extranjero se pueda alojar aquí, con lo que tampoco sería difícil acertar». La cuestión era qué intenciones tenía el tal Nathan. Si sabía lo que estaba haciendo, su proyecto estaba en peligro, porque seguramente conocería al alcalde Johnston o al jefe Kurtzman, y de ahí a Ted había un paso.
Volvió a revisar la nota para racionalizar el asunto. Su tono no era amenazador, más bien todo lo contrario. En cualquier caso, Maya concluyó que en esos momentos no podía hacer nada para solucionar el problema, así que se dejó caer pesadamente en la cama, con ganas de recuperar horas de sueño hasta el momento en que pudiera verse con aquel hombre.