Capítulo 34

La firma de la autora

Pista 6: The Author’s Signature, en la banda sonora de la novela.


Maya no cabía en sí de la emoción. La revelación de aquellas notas de Ezequiel Ernst le daba un sentido a aquella pesadilla. Tábata Hide tenía dos caras, cada una de ellas representada en sendos trabajos de su historiador. La primera no respondía a lo que allí estaba ocurriendo, pero la segunda sí. Todos estaban equivocados en lo que respectaba a la paranoia de la amenaza exterior; su santa no les estaba protegiendo, sino que los estaba confinando, exactamente igual que había hecho con su hijo durante tantos años. El castigo máximo, por extensión, era el mismo: la asfixia.

Maya había grabado aquellos textos mientras Nathan explicaba su significado. Eso le daba un final a su proyecto y una razón de ser a todo lo que estaba ocurriendo. «Sin embargo, esto no soluciona el problema de que seguimos aquí», pensó la mujer, pero estaba demasiado contenta como para preocuparse ahora por la cuestión. Conducía de vuelta al Swallow, porque tenía una última cosa que hacer antes de insertar aquellas nuevas tomas.

Aparcó frente al hotel y bajó de la furgoneta. No sabía por qué, pero llevaba varios días pensando en la conexión con sus raíces indígenas, en aquel anhelo autorreferencial de dejar su huella en los muros. Se había entristecido porque, al final, aquellas piezas tenían un ámbito de actuación bien reducido: la gente que pasara por allí y los cabreados vecinos dueños de la pared. Entonces, se dio cuenta de que tenía en sus manos algo que, tal como le había prometido un anuncio de Coca-Cola, iba a llegar a muchísima gente, así que recordó el cameo que hacía Hitchcock una y otra vez en sus películas, su firma. Maya era demasiado vergonzosa para aparecer en el documental, así que decidió que había otra cosa que la representaba muy bien, aunque solo tuviera sentido para ella. Además, haría que mucha más gente viera aquel muro.

Se adentró en el callejón que había entre el hotel y el siguiente edificio, buscó la pieza que había hecho unos pocos días atrás, pero que parecían ya siglos, y encendió la Betacam. Grabó durante varios segundos en plano fijo aquel nombre que la identificaba en color azul eléctrico. No se oía un alma, así que el silencio también quedó registrado. La escena tenía algo de mágico.

Cuando consideró que ya había suficiente, apagó la cámara y se encerró en la furgoneta a terminar su trabajo. Editó toda la parte nueva del museo, aquella en la que aparecía la cabaña de Tábata, el interior del cuarto oscuro y las hojas manuscritas de Ezequiel con la voz de Nathan de fondo. Giró la rueda hasta el final y rotuló en letras blancas sobre fondo negro:


La prisión trazada.

Guion, imagen y edición: Maya Jane.

Año: 1993.


Poner el año no era demasiado habitual, pero en aquel lugar se estaba convirtiendo en un clamor necesario. Apagó la mesa de edición y se reclinó pesadamente sobre la silla. Ya estaba hecho. Su documental, su proyecto, su sueño. Saboreó el momento, aquella sensación de haber terminado algo grande. Nada en el mundo se acercaba a la satisfacción que corría por sus venas en esos momentos. Se durmió exhausta por el esfuerzo de los últimos días.


***


Media hora después se despertó sobresaltada. Había olvidado hacer algo importante. El facsímil de Ezequiel seguía bajo el asiento del conductor, porque no lo había devuelto al museo. Con la emoción de volver a terminar su proyecto, no había recordado que tenía que dárselo a Nathan. Se pasó al asiento de delante y arrancó la furgoneta. Esta vez condujo más rápido de lo que solía hacer, porque un mal presentimiento la estaba invadiendo. Era un cabo suelto que tenía que atar cuanto antes.

Aparcó por segunda vez en el día delante del museo, rebuscó bajo el asiento para coger el libro, salió de la furgoneta y se dirigió al edificio con la esperanza de que Nathan todavía estuviera allí. La sirena de un coche de policía que acababa de parar detrás de la furgoneta la dejó helada. Se dio media vuelta y vio al jefe Kurtzman y a Ted Kerry saliendo del vehículo y dirigiéndose hacia ella. Maya se puso muy nerviosa, aquello no auguraba nada bueno.

—Teníamos una cita, ¿recuerdas? —dijo Ted muy enfadado—. Y no es la primera vez que pasa.

—Al alcalde no se le hace esperar, señorita. —Maya imaginó unos ojos inyectados en odio tras aquellas gafas espejadas de las que Kurtzman no se alejaba—. Al coche, los llevaré.

Cuando Kurtzman se disponía a dar la vuelta para acompañarlos hacia el vehículo, se detuvo petrificado.

—Un momento —dijo mientras inclinaba la mirada hacia la mano en la que Maya llevaba el facsímil—. ¿Qué coño…?

Maya se quedó lívida. El jefe de policía le arrebató el libro y lo miró fijamente; lo abrió y pasó algunas páginas para cerciorarse de sus sospechas. Lo siguiente sucedió muy deprisa, casi sin que Maya pudiera procesarlo, aunque daba la sensación de que Kurtzman llevaba largo tiempo esperándolo, ya que lo hizo con una velocidad ensayada.

—Queda detenida por sustracción de material histórico propiedad del municipio —dijo mientras le daba la vuelta y la esposaba.

—Hubiera sido mejor que acudieras a la cita —dijo Ted.