CAPÍTULO 10

—¡Hora de levantarse, Tally! —Mamá entra en la habitación y abre las cortinas, que muestran otro día gris y lluvioso—. Vamos, cariño, levántate, ¡no querrás llegar tarde a clase! Papá ya se ha ido al trabajo.

Tally se entierra bajo el edredón.

—¡Cierra las cortinas! —Su grito queda ahogado, pero mamá lo oye—. ¡No estoy lista para levantarme y hay demasiada luz y estás haciendo que sea un mal día!

Oye el ruido de un suspiro y de las cortinas sobre los rieles.

—Ya están cerradas —le informa mamá—. Puedes abrir los ojos.

Tally aprieta aún más los párpados.

—Hoy no puedo salir de la cama —murmura—. Vas a tener que llamar al colegio y decirles que hoy no puedo ir.

Mamá se sienta en la cama y la niña nota como se hunde el somier. También nota la mano en su espalda, pesada, cálida. Imposible levantarse hoy, cuando está tan cómoda y calentita.

—Tienes que ir a la escuela —dice mamá con calma—. Es la ley. Me voy a meter en un lío si no vas.

Tally se encoge de hombros. Ya ha oído eso antes y cree que ni siquiera es cierto porque no sería justo. Mamá no puede obligarla a ir, así que no tienen por qué castigarla si no lo hace.

—No me encuentro bien —dice. El edredón sigue ahogando sus palabras—. Si no te sientes bien, no estás obligada a ir a la academia. Esa es una regla de verdad.

—Tally, no te pasa nada. —Mamá suspira—. Pero, por si acaso, necesito que saques la cabeza para que pueda tomarte la temperatura.

Eso suena bastante razonable. Se desliza hacia arriba, asoma la cabeza por el borde y mira a mamá.

—Puede ser dengue —le dice, abriendo mucho los ojos—. Ayer leí sobre eso. Si lo tengo, está claro que no puedo ir al colegio.

Mamá ladea un poco la cabeza.

—¿Te pica? —le pregunta.

Tally se mira la barriga por debajo del edredón.

—No —contesta, y se incorpora en la cama.

—¿Y los brazos y piernas? ¿Te duelen?

Tally niega con la cabeza. Mamá la mira, pensativa.

—Mmm. Bueno, seguro que ayer no estabas enferma; me lo hubieras dicho. —Coloca la palma de la mano contra la frente de la niña—. Y no parece que tengas fiebre. —Se levanta—. ¡Menos mal! No tienes dengue. Bueno, ¿quieres ponerte el uniforme antes de desayunar o después?

Tally piensa un momento.

—Ni antes ni después.

Mamá asiente.

—Vale. Pero, solo para que lo sepas, el perro de la señora Jessop está abajo, en el cuartito de los trastos de limpieza. Si te vistes ahora mismo, quizá tengas tiempo de saludarlo antes de irte a la escuela.

Se da la vuelta y sale de la habitación. Ni siquiera espera a ver qué elige su hija.

Enseguida Tally sale de debajo del edredón, salta de la cama y se pone el uniforme. Después corre al baño y se echa un poquito de agua en la cara, porque mamá le ha insistido que ahora que va a séptimo tiene que esforzarse un poco más. El cepillo está donde siempre, casi intacto desde el día en que lo compraron. Tally odia el cepillo más que nada. La sensación de las púas en la cabeza es como si alguien le clavara mil agujas. En las raras ocasiones en que mamá insiste en que tiene que cepillarse el pelo, a ella se le saltan las lágrimas desde la primera pasada.

No se le ocurre ninguna razón por la que tenga que causarse tanto dolor a sí misma. Oyó que Nell le decía a mamá que Tally estaba de pena y que a ella le daba vergüenza llevarla al instituto cuando parece que tenga un nido sobre la cabeza, pero Tally sabe que solo lo dice por ser mala, y además ¿a quién le molesta cómo vaya de peinada otra persona? A ella misma no, eso seguro.

Se seca las manos en una toalla, sale corriendo del baño y baja las escaleras. Mamá está en la cocina preparando tostadas, y a Tally se le hace la boca agua.

—¿Querrás mantequilla de cacahuete o miel? —le pregunta mamá, y ella se hunde en su silla.

Piensa un momento. La mantequilla de cacahuete está bien, pero la semana pasada mamá compró una marca diferente y tenía trocitos, y eso le dio asco y la cosa acabó con el tarro nuevo volando por la cocina hasta estrellarse contra la pared. Si mira con cuidado, aún puede ver algunas manchitas en la pintura blanca. El tarro que mamá tiene ahora en la mano es de la marca correcta, pero ahora la mantequilla de cacahuete le da un poco de grima. Puede que ya nunca quiera volver a probarla.

—Miel, por favor. —Tally mira a mamá—. ¿Ya puedo ir a ver al perro?

Su madre le dedica una sonrisa.

—En cuanto te hayas comido el desayuno.

Deja el plato en la mesa y Tally va a cogerlo, pero se detiene.

—Quiero ver al perro ahora. —Habla con calma. No quería decirlo, pero no ha podido evitarlo, la verdad es que no ha podido. Mamá le había dicho que podría ver a Rupert si se vestía y se ha vestido. No está bien que mamá cambie las reglas de repente.

—Puedes verlo… en cuanto te hayas acabado la tostada.

Mamá se da la vuelta y Tally entiende que se supone que la conversación ha acabado.

—Quiero. Ir. A. Ver. Al. Perro. Ahora. —Las palabras le salen por entre los labios cerrados, cada una más fuerte que la anterior—. Tienes que escucharme.

—¡Seguro que puedo acabar de llenar las fiambreras antes de que te hayas comido la tostada! —La voz de mamá es alegre, como si se tratara de un juego. Tally piensa que por una vez podría elegir la salida fácil; sigue estando bastante cansada. Pero entonces Nell entra en la cocina y la ilusión se rompe.

—¿Has visto mi chándal de educación física? —le pregunta a mamá—. Lo dejé anoche en la cesta de la ropa.

—Quiero ver al perro —susurra Tally.

—¿Has probado a mirar en la cesta? Si ahí es la última vez que lo viste… —Mamá corta queso y lo coloca sobre una rebanada de pan. Nell hace un ruidito de fastidio.

—¡Mamááá! ¡Lo necesito para hoy! ¿Me estás diciendo que ayer no lavaste?

—¡Voy a ir a ver al perro ahora y no puedes detenerme! —Tally retira su silla y empieza a levantarse, pero mamá la detiene.

—¡Ya basta, vosotras dos! —No grita, pero su voz es muy seria y Tally vuelve a hundirse en la silla. Su estómago empieza a dar vueltas.

Mamá corta el sándwich por la mitad y mira a las dos chicas.

—Tally, puedes ir a ver al perro en cuanto te acabes la tostada. Así son las reglas. Y Nell, eso es exactamente lo que estoy diciendo. Entre intentar acabar mi último cuadro y comprar comida y hacer la cena para todos y ayudar con los deberes, no he tenido tiempo de mirar el contenido de la cesta. —Hace una pausa para respirar—. Y, como tienes catorce años y eres totalmente capaz de usar la lavadora, diría que podías haberlo hecho tú misma.

Las mejillas de Nell se ponen coloradas.

—Lo siento —murmura—. No quería sonar tan ingrata. Pero de verdad que lo necesito para hoy.

Mamá envuelve el sándwich en papel y lo mete en la fiambrera de Tally.

—Perdonada —le dice a Nell—. Pero hoy, después del cole, voy a enseñarte a lavar tu propia ropa.

Nell asiente, cruza la cocina y le da un abrazo rápido.

—Lo siento de verdad —insiste—. Sé que nos lo haces todo, y que no es fácil precisamente.

Tally levanta los pies del suelo y se mece en su silla. Mira como mamá y Nell se abrazan, y después mamá le hace otro sándwich mientras le dice que saque el chándal de la cesta y lo rocíe con un poco de desodorante para tapar cualquier resto de olor a sudor, y por alguna razón eso hace que las dos se echen a reír.

A Nell le resulta todo muy fácil. Si hace algo mal, pide perdón y todo va bien de nuevo. Tally también podría decir que lo siente, pero a veces eso no suena bien, así que intenta mostrar que lo siente en vez de intentar arreglarlo todo con una palabra.

La tostada se está enfriando en el plato que tiene delante; ya no está muy apetitosa. Pero mamá se la ha preparado y, si no se la come, se sentirá triste y molesta. Poco a poco, dándole los mordiscos más pequeños que puede, Tally se fuerza a comérsela. Cada bocado cae como a plomo en su barriga, que da vueltas y vueltas dentro de ella igual que el chándal de Nell debería haber hecho dentro de la lavadora. Pero Tally sigue.

—Tampoco te habrías muerto por decir tú también que lo sientes —sisea Nell mientras se sienta a la mesa.

Tally observa cómo la miel se solidifica en la tostada e intenta no vomitar. Sí que se está disculpando; si Nell no lo ve, no es culpa suya.

Por fin el desayuno acaba y limpian la mesa.

—Ya puedes ir a decirle hola a Rupert —dice mamá—. Está en el cuartito de la limpieza. He recuperado tus barrotes de cuando eras pequeña, así que no va a poder saltarte encima. Pero no te acerques demasiado, es muy impredecible.

El cuartito está al lado de la cocina y tiene una puerta trasera que da al jardín. Cuando Nell y Tally se acercan oyen un jadeo y garras rascando el suelo. El perro corre a recibirlas.

—Hola, Rupert —dice Tally con calma—. ¿Has dormido bien esta noche?

—No te acerques más —la avisa Nell, que se detiene—. Recuerda lo que ha dicho mamá.

—Debe de haberte parecido raro dormir en nuestra casa, ¿verdad? —sigue Tally, que ignora a su hermana—. Una vez yo fui a dormir a casa de mi amiga Layla, pero entonces cambié de idea porque no iba a estar en mi cama y lo que más me gusta es dormir en mi cama porque el olor es el correcto.

—Por cierto, hablando de oler, este perro apesta —se queja Nell, que hace con la mano el gesto de «que corra el aire»—. Lo que me gustaría saber es por qué nos ha tocado este perro feo de tres patas. La familia de Rosa tiene un spaniel muy bonito y adorable, no como este saco de pulgas.

—No le hagas ningún caso —le dice Tally a Rupert—. Yo no se lo hago. —Se acerca un poco más y posa una mano en los barrotes—. Seguro que no te gusta estar aquí encerrado, ¿eh, chico? ¡Seguro que te gustaría correr libre!

—¡Tally! Ni se te ocurra… —empieza a decir Nell, pero antes de que pueda acabar, Rupert se lanza contra ellas. Nell agarra a Tally y la deja fuera del alcance del perro, que se golpea la cabeza contra los barrotes y gimotea—. ¡Mamá!

Desde la cocina llegan las pisadas de esta.

—Apartaos, chicas —les dice—. ¿Qué diablos ha pasado?

—¡Ese perro asqueroso ha intentado atacarnos! —grita Nell, que sigue agarrando a Tally—. ¡Mira, intenta salir para mordernos!

Mamá murmura una mala palabra en voz baja y aparta aún más a las niñas del animal.

—¿Estáis bien las dos? —pregunta, mirándolas detenidamente—. ¿Os ha hecho daño?

Tally niega con la cabeza y abre la boca para decir algo, pero Nell se le adelanta.

—He sentido su aliento caliente y asqueroso en el brazo. —Le da un escalofrío—. Tiene la rabia o algo así. He visto como le salía espuma por la boca.

Mamá frunce el ceño.

—Estoy segura de que no tiene la rabia, Nell. Pero, igualmente, no voy a tener un perro peligroso en mi casa. Vosotras id a la escuela, que yo voy a llamar a papá. Traer a Rupert fue su idea brillante, así que ya lo arreglará él. Este perro va a tener que buscarse otro lugar donde vivir.