Hasta que un día apareció don Rodolfo caminando en la madrugada, antes del amanecer. Lo encontraron unos jóvenes pescadores y no parecía un espanto, no parecía un muerto, ni lucía cansado o perdido.
Los jóvenes pescadores se quedaron mudos por un buen rato.
Estaba muy sonriente don Rodolfo, silbaba y se había dejado el bigote.
—Ahora vivo en el fondo del lago —les dijo—. Hay una ciudad allí y un día encontré el modo de entrar. Me costó más encontrar la salida, por eso me tardé tanto en volver.