Tres años más tarde
Leah vio descender el helicóptero y dejó su cuaderno de dibujo. De todos modos no estaba haciendo muchos avances en su último diseño. Estaba demasiado distraída esperando el regreso de Theo. Hubo un gritito que provenía del otro lado de la piscina donde Petra, su hija, estaba sentada con los pies en el agua mientras su bisabuelo Dimitri le leía. Petra también sabía lo que significaba el ruido de un helicóptero que se iba acercando.
–¡Papá!
Theo había llegado en un abrir y cerrar de ojos a la terraza, soltó la bolsa que llevaba y se agachó para recibir a Petra en sus brazos. El corazón se le inflamó a Leah al ver cómo padre e hija se abrazaban. Al parecer, no era solo ella a la que tenía completamente cautivada. Theo era todo lo que Leah había querido siempre, un hombre que entregaba su amor total e incondicionalmente a su hija. Y a ella. Habían aprendido juntos.
El verano en la isla era una bendición. Su reducida familia pasaba unos días largos y lánguidos allí, disfrutando del mar, del sol y de la diversión perfecta de estar juntos. En los dos últimos años, la salud de Dimitri no solo se había estabilizado, sino que había recuperado vigor gracias a Petra. La pequeña llenaba sus corazones hasta el borde, obligándolos a latir aún más fuerte.
Su hermano había ido a visitarlos y habían conseguido separarlo del laboratorio, con lo que volvía al menos un par de veces al año, lo que era maravilloso. Habían visto a sus padres en uno de sus viajes a Inglaterra, pero no habían pasado mucho tiempo con ellos. Le dolía menos a Leah ahora que tenía mucho más en su vida.
Con el apoyo de Theo, había seguido adelante con sus planes y era dueña de una empresa online de punto, pero como no tenía necesidad de obtener beneficios, se había establecido sin ánimo de lucro. Por cada prenda que se compraba, otra se donaba a aquellos que lo necesitaban. Pero en aquel preciso instante, pensar en lana era imposible: ya tenía bastante calor por dentro y por fuera de contemplar a su marido, y de esperar al momento adecuado para revelarle su secreto.
Le dijo algo a Dimitri y también a Petra, que corrió junto a su bisabuelo para que le siguiera leyendo. Y por fin Theo recogió su bolsa y se volvió a Leah.
Sus miradas conectaron. Incluso desde el otro lado de la piscina sintió el fuego que le corría por dentro, igual que a ella, pero permaneció inmóvil mientras se acercaba despacio hasta donde estaba a la sombra, reclinada. No tenía sentido negar que estaba viviendo como una de aquellas diosas menores de Grecia… ¡y le encantaba! Él hacía que se sintiera adorada.
–Veo que te complace verme, agapi mu –murmuró.
Había estado contando las horas aquel día más que nunca, pero no contestó, sino que se limitó a ofrecerle la boca. Él deslizó una mano por su nuca y la besó lentamente, alargando el momento hasta lo imposible.
–¿Qué tal el día? –le preguntó, sentándose en la tumbona junto a ella.
–Bien –contestó–, aunque esta tarde me he quedado dormida –sonrió–. La pobre Petra me estaba haciendo una demostración de sus dotes como bailarina, pero la música era tan dulce que me he dejado llevar.
–Vaya… últimamente estás cansada –dijo, y algo ardió en sus ojos.
–¿Te has dado cuenta? –se humedeció los labios.
–De eso, y de otras cosas también –contestó, deslizando un dedo desde su hombro hasta el final del escote en uve de su camiseta.
Sus senos, ya de por sí sensibles, enviaron aún más señales bajo tan atenta inspección.
–Puede que, de estar en la isla, me esté volviendo perezosa.
–Puede –sonrió él.
–Demasiadas noches trabajando en mis diseños…
–Podría ser, pero las últimas te has acostado antes de lo habitual –analizó–. Igual hay otra razón.
–¿Anemia de hierro? –sugirió y no pudo contener una risita.
–Yo creo que no es eso.
–¿Y qué crees que es?
Entonces se rio él.
–Igual te conozco mejor que tú misma.
–¿Tú crees?
Abrió su bolsa y sacó una cajita.
–¿Quieres que te lo demuestre?
Era una prueba de embarazo.
Ella se echó a reír, tomó la cajita con dos dedos y la dejó caer al suelo.
–No la necesito porque ya me la he hecho esta mañana –declaró. Ya no podía contener más su alegría y le rodeó el cuello con los brazos–. ¡Estoy embarazada!
–¡Lo sabía! –exclamó, tomándola por la cintura y sentándola en su regazo. Volvió a besarla.
Hizo falta oír las risitas de su hija al otro lado de la piscina para que se separaran. Leah apoyó la frente en la suya. Imposible dejar de sonreír.
–Leah –murmuró él.
El amor que sentía por él, la conexión que compartían, le bastó mirarlo a los ojos para saber que Theo sentía lo mismo.
–¿Qué has hecho por Dimitri y por mí? El regalo que es Petra, ¿y ahora otro bebé? –preguntó, feliz–. Me lo has dado todo. Ahora sé amar, sé lo que es sentirse amado… y te amo.
Y se abrazaron de nuevo, absolutamente felices.