11

A la mañana siguiente, en Nueva York, una visita inesperada con acento irlandés apareció en el vestíbulo del ala John Jay.

—Busco a Max Einstein —le dijo a la guardia de seguridad sentada al mostrador.

—Lo siento, aquí no hay nadie con ese nombre. —Ah, claro. Perdone. Creo que está registrada como profesora adjunta Paula Ehrenfest.

El personal de seguridad de la profesora Ehrenfest había pedido a todos los guardias que les avisaran si aparecía alguien sospechoso buscándola.

Especialmente si mencionaban el nombre «Max Einstein».

—Déjeme mirar en el ordenador —dijo la guardia.

Como la pantalla estaba del otro lado, la visita de acento irlandés no pudo ver que la guardia abría su aplicación de mensajería, tecleaba rápidamente 10-25 y lo enviaba a los dos hombres de la furgoneta aparcada fuera, en la esquina de la calle 114 y la avenida Amsterdam.

10-25 era el código policial para «acudan en persona».

—¿Algún problema? —preguntó la visita.

—No —contestó la guardia—. Me está costando encontrar el número de la habitación de la profesora Ehrenfest.

Jamal y Danny entraron a toda prisa en el vestíbulo.

—¿Cuál es la situación, Edith? —preguntó el primero.

Ella, la guardia de seguridad del campus, señaló con la cabeza a la visita, una pelirroja llena de pecas.

—Ha preguntado por Max Einstein.

—Porque Max es amiga mía —replicó Siobhan—. ¿Quiénes sois vosotros?

—Trabajamos para el señor Abercrombie —respondió Jamal.

—¿Quieres decir Ben? Supongo que yo también. Soy Siobhan. Max y yo somos amigas.

Danny levantó su móvil y sacó una foto de la chica.

—Vamos a verificar tu identidad con nuestro software de reconocimiento facial.

—Mirad, gorilas, tengo que hablar con Max. Necesito su ayuda.

—Identidad confirmada —dijo Danny después de que en su móvil sonara una breve melodía—. Siobhan. —Pronunció correctamente el nombre: suena como shaván—. Miembro del equipo de los Implementadores del Cambio. País de origen: Irlanda. Experta en geociencia. Considera la Tierra como una paciente cuyas enfermedades pueden ser examinadas de manera científica y eventualmente curadas. Espera desarrollar algún día una tecnología que permita predecir grandes catástrofes como terremotos, huracanes e inundaciones.

—Caramba —se sorprendió Siobhan—. ¿Habéis encontrado toda esa información sobre mí en internet?

—Estamos conectados a la base de datos del IIC —explicó Jamal.

—Ah. ¿Y ahí dice que me gusta dar largos paseos por la playa al anochecer?

—Hum… no.

—Perfecto, pringado listillo. Porque no es verdad. Y ahora, ¿dónde está Max?

Jamal y Danny la acompañaron a la séptima planta.

A Max la alegró tanto ver a su amiga irlandesa que le dio un fuerte abrazo.

—Ten cuidado, Max —gruñó Siobhan—. No he venido volando hasta Nueva York para que me rompan las costillas.

Siobhan tenía un fuerte carácter y era muy valiente. Había ayudado a Max a enfrentarse a unos personajes de lo más malvados durante la primera misión del equipo, en África.

—¿Estaréis bien? ¿Nos necesitáis? —preguntó Jamal. —Estamos mejor que bien —contestó Max, contentísima de volver a ver a su amiga. —Podéis retiraros —añadió Siobhan—. Si aparece alguien de la Corporación, tendrá que enfrentarse conmigo. —Estaremos en la calle, por si nos necesitáis —dijo Danny. —Avisaremos al señor Abercrombie de que estás aquí, Siobhan —remató Jamal. Los guardaespaldas se dirigieron hacia la salida.

Max cerró la puerta de su habitación.

—Vale, Siobhan, ¿qué pasa? —preguntó.

—Necesito ayuda. En mi país la tierra está muy enferma, Max. Muy muy enferma.