Cuando Max y su equipo aterrizaron en Galway, fueron recibidos en el aeropuerto por alguien con quien no esperaban encontrarse en Irlanda: Klaus, el creído comesalchichas polaco y experto en robótica del IIC.
—¿Has venido a llevarnos las maletas? —le preguntó Siobhan.
—No —contestó él, sacando pecho—. Me llamó el mecenas. Ya sabes, el mandamás del IIC.
—¿Ben te llamó? —se sorprendió Max. —Sí. Dijo que podíais necesitar mi ayuda. Así que lo dejé todo y me subí al primer avión. Y creedme, tenía mucho trabajo. Estoy construyendo unos robots alucinantes que hacen cosas increíbles. Me he traído unos cuantos conmigo.
Señaló atrás con un pulgar regordete, hacia varias cajas grandes de madera.
—Voy a necesitar ayuda para transportar mis cosas, Charl. Quizás tú e Isabl podáis hacer que manden un camión.
Charl miró fijamente a Klaus.
—¿Ben te pidió que vinieras?
—Pues claro —respondió Klaus—. ¿Por qué sino iba a estar yo aquí?
Max estaba confundida. Ben no había mencionado a Klaus durante la cena en Long Island. ¿Y por qué creería él que podían necesitarlo? ¿Es que no confiaba en Max, Siobhan y Tisa? ¿Acaso pensaba que sin un chico no podrían cumplir la misión? Desde luego, Max no estaba de acuerdo con eso. Le tentó la idea de llamar a Ben. De inmediato. Pero se contuvo. Podía encargarse de sus propios problemas. No necesitaba a Ben. Ni a Klaus.
—Voy a comprobarlo —dijo Isabl, separándose del grupo y marcando en su móvil seguro por satélite.
—Lo que tenéis que hacer es agilizar lo del camión —le dijo Klaus a Charl—. Y rapidito.
Charl entornó los ojos, molesto.
—Esperad aquí. Ahora vuelvo —indicó, y se dirigió a los mostradores de alquiler de vehículos.
—Bueno, ¿cuál es el plan? —preguntó Klaus—. ¿Vamos a montar más paneles solares?
—No —contestó Max.
—Hemos venido a ayudar a Siobhan —dijo Tisa.
—Ah, claro —replicó él—. Por esa cosa que le pasa con… esa otra cosa. Recibí vuestro mensaje. Perdonad que no lo contestara, pero, como os he dicho, estaba ocupado. Por cierto, Max, ¿recibiste la postal que te mandé?
—Sí.
—La oferta sigue en pie. ¿Quieres tomarte un descanso de la presión de ser la líder del equipo? Si es así, yo estoy totalmente dispuesto a sustituirte.
—Este no es un proyecto oficial del IIC —le explicó Max—. Aunque lo financia Ben, solo hemos venido para ayudar a Siobhan a averiguar por qué muchos de sus amigos, vecinos y familia se han puesto enfermos.
Isabl volvió a unirse al grupo.
—Lo que dice Klaus es cierto. Ben quiere que venga con nosotros. Cree que igual necesitamos ayuda robótica.
—Bueno —replicó Siobhan—, mi familia y yo aceptamos cualquier ayuda, humana y no tan humana.
—¿Te refieres a Klaus o a sus robots? —bromeó Tisa.
—Muy graciosa —comentó él.
Quince minutos más tarde, el grupo cargaba el equipaje y las cajas de Klaus en el maletero de una furgoneta Mercedes alquilada. Tenía espacio suficiente para los pasajeros y sus bultos.
—Mi familia vive en Terelicken —les informó Siobhan—. Justo a las afueras de Ballymahon.
—El GPS dice que está a poco más de una hora si vamos por la M6 —replicó Isabl, que, por supuesto, iba al volante.
—¿Podremos parar a comer algo? —preguntó Klaus—. Estoy muerto de hambre. ¿No oís rugir a mi estómago? Yo sí.
—Conozco un buen local de fish and chips por el camino —señaló Siobhan.
Cuando llegaron al restaurante de carretera, Max aprendió algo nuevo: los irlandeses llaman chips a las patatas fritas clásicas; las planas a las que ella llamaba chips allí eran conocidas como crisps. Mientras esperaban que los sirvieran, Klaus empezó a sugerir toda clase de soluciones para los problemas de Terelicken y Ballymahon.
—Es algo relacionado con el agua, ¿verdad? ¿Y si llegamos a un acuerdo con algún distribuidor de agua embotellada? Si el mecenas va a pagarlo todo, puede poner el dinero para que lleven agua corriente.
—Esa no es una solución sostenible —replicó Tisa, que echó vinagre a las patatas que les acababan de traer porque vio que es lo que hacía Siobhan.
—Bueno —dijo Klaus—, pues unos cerebritos de la Universidad de Bristol, en Gran Bretaña, han inventado una cosa que llaman row-bot. La pones en un río o en un lago y puede limpiar la polución del agua y a la vez generar electricidad. El secreto es una batería de combustible que lleva un microbio que digiere las bacterias del agua y produce electrones; estos hacen que se muevan los remos y avancen buscando más comida, o sea, polución. No necesita ninguna energía externa. Es autosuficiente del todo, igual que yo. —Nuestro problema no es un río o un lago contaminado —dijo Siobhan. —Vale. ¿Y si construimos un robot que…? —¿Y si valoramos primero la situación? —sugirió Tisa.
—Estoy de acuerdo —asintió Max.
—¡Y Einstein también lo estaría! —exclamó Siobhan—. ¿No fue él quien dijo: «Si tuviera una hora para solucionar un problema, pasaría cincuenta y cinco minutos pensando en este y cinco minutos pensando en la solución»?
—Bueno —replicó Max—, no hay pruebas de que Albert Einstein dijera eso nunca, aunque en internet hay mucha gente que le atribuye esa frase. Pero, en fin, sí que estaría de acuerdo. «Y más tiempo que hubiera necesitado Einstein si su problema también fuera Klaus», pensó.