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—Es E. coli —anunció Tisa—. Es una abreviatura de Escherichia coli. Y una cepa especialmente mala, la E. coli O157:H7. Max y Siobhan asintieron. Se enfrentaban a una agresiva variante de la bacteria coliforme fecal. Aunque muchas de ellas son inofensivas y viven en los intestinos de humanos y animales sanos, aquella cepa en particular producía una poderosa toxina que podía provocar enfermedades serias. —Esto sugiere poderosamente que se trata de una contaminación por cloacas o residuos animales —indicó Tisa. —Las ovejas —murmuró Siobhan. —¿Qué quieres decir? —preguntó Max.

—En las granjas de estas colinas hay un montón de rebaños de ovejas. Supongo que, cada vez que llueve, se arrastra la caca hacia abajo, y así es como esa desagradable bacteria se ha filtrado en nuestra agua.

—Tendríamos que hacer una excursión —propuso Max—. A primera hora de la mañana. Veremos si hay alguna manera sencilla de reconducir el agua que llega de las colinas.

—¡O pedirles a las ovejas que por favor dejen de hacer caca! —bromeó Siobhan.

Las tres amigas se rieron.

Entonces llegó Klaus.

—¿Qué es eso tan divertido? —preguntó, y soltó un eructo—. ¿Me he perdido algo?

—Sí —contestó Siobhan—. ¡Te lo has perdido todo!

Por la mañana, Charl e Isabl llevaron en coche a los cuatro miembros del equipo del IIC. Se dirigieron a las colinas que rodeaban la granja de los McKenna.

—El señor McGregor tiene un rebaño bastante grande —dijo Siobhan—. Unas doscientas cabezas.

—¿Y el resto de sus cuerpos dónde está? —preguntó Klaus.

Todos miraron al infinito.

Mientras Isabl conducía la ruidosa furgoneta por el camino que llevaba a la granja de los McGregor, Klaus abrió

con dificultad una de sus cajas.

—Entraremos y hablaremos con los McGregor —dijo Charl— para informarles de lo que estamos haciendo en sus tierras.

—Gracias —contestó Max—. Vamos, chicos.

—Enseguida estoy —dijo Klaus, rebuscando en la caja—. Tengo una idea…

—Que Dios nos ayude —murmuró Siobhan.

Tisa, Max y ella subieron una colina de color esmeralda, donde las ovejas pastaban por todas partes. Agradecieron que los McKenna les hubieran dejado botas altas de goma: aquellas tierras estaban llenas de cacas de oveja.

—Tenemos que ir hasta allí —dijo Siobhan, mirando al oeste en el horizonte.

Tisa señaló al suelo.

—Las bacterias que ahora están aquí pueden aparecer en el agua de vuestro pozo dentro de unos meses.

—¿Dónde se encuentra el pozo de los McGregor? —preguntó Max.

—Creo que ahí —respondió Siobhan, mirando una bomba manual de hierro delante de la granja.

—Vamos a recoger una muestra de su agua —sugirió Max—. Será interesante ver si también está contaminada. Creo que, en este proyecto, la colaboración puede resultar clave.

Max recordó algo que había dicho una vez su ídolo: «No puede conseguirse nada verdaderamente valioso si no es con la colaboración desinteresada de muchos individuos».

Pensó que sería fantástico que los McGregor formaran parte de esos individuos.

Mientras se acercaban al pozo para sacar una muestra de agua, oyeron unos sonidos mecánicos agudos a su espalda. Pronto, estos fueron seguidos por los fuertes balidos de unas ovejas asustadas.

—¡Será burro! —gritó Siobhan.

Klaus había enviado un dron robótico hacia las ovejas que pastaban. Estaba usando el robot flotante sobre cuatro hélices como si fuera un perro pastor que las hiciera subir colina arriba.

—¡Problema resuelto! —gritó Klaus, con los pulgares en el mando del control remoto—. ¡Las ovejas ya no harán caca aquí! ¡Hemos salvado el agua de vuestro pozo!

De repente, se oyó un escopetazo.

El dron de plástico de Klaus estalló en el aire, y sus pedazos cayeron al suelo sonoramente, como una bandada de gansos que hubieran olvidado cómo volar.