25

—¿Ya has conseguido lo que querías? —le preguntó Max a Tisa, mientras el disparo resonaba por las colinas y las lomas.

—Sí —contestó esta mientras ponía un tapón al tubo de ensayo con la muestra.

—¡Largo de mi granja, mocosos! —gritó un granjero. Max dio por supuesto que se trataba del señor McGregor. Llevaba en las manos una escopeta humeante, y la estaba abriendo para recargarla.

—¡Todos a la furgoneta! ¡Ya! —gritó Isabl, y corrió hacia esta. Y al granjero le dijo—: Ya nos vamos, señor. No pretendíamos hacer nada malo.

—¡Ese bobo con su Xbox les ha dado un susto de muerte a mis ovejas!

—¡No es una Xbox! —exclamó Klaus mientras corría hacia la furgoneta—. ¡Es el control remoto del dron Phantom Four Pro V dos punto cero que acaba de cargarse usted! ¡Y que, por cierto, me costó más de mil trescientos euros!

—¿¡Y cuánto te va a costar que un médico te saque todas las balas que te voy a disparar en el culo, pazguato!? —replicó el granjero, agitando la escopeta en el aire.

—¡Klaus! —exclamó Charl—. ¡A la furgoneta, ya! ¡Y, señor McGregor, por favor, baje el arma! —Tal como lo dijo, pareció que este sería quien acabaría herido de gravedad si no obedecía.

Klaus, Max, Siobhan y Tisa se metieron rápidamente en el vehículo, donde Isabl ya había puesto el motor en marcha. Charl dio unos golpecitos en el techo y se sentó en el asiento del acompañante.

—¡Vámonos!

Las ruedas chirriaron. Saltaron guijarros. Isabl dio una vuelta en redondo, tan brusca como pudo sin que la furgoneta saliera volando, y puso distancia entre el parachoques trasero y la escopeta del granjero McGregor.

—Me pareció buena idea —dijo Klaus, después de que la granja desapareciera en la distancia.

—No me digas —replicó Siobhan.

—¡Pues sí! —se justificó él—. Si las ovejas no fueran por esa parte de la colina, su pozo estaría a salvo.

—Pero automáticamente —señaló Tisa— doblas las posibilidades de contaminación para las familias de la otra parte de la colina.

—Mover a las ovejas es una solución muy vieja —dijo Max—, por mucho que la disfraces con robots. Tenemos que estudiar el problema de otra forma, usar la imaginación.

Max sabía que la lógica te lleva del punto A al punto B, pero la imaginación puede llevarte a todas partes.

El equipo regresó al laboratorio improvisado en el sótano de la casa de Siobhan. Excepto Klaus, que volvió a la cocina para degustar más platos irlandeses.

—Lo del trabajo en equipo no es lo suyo —comentó Tisa.

—Bah, lo que le gusta es quejarse todo el rato —replicó Siobhan—. Además, nosotras tres estamos mejor sin él.

—En el fondo tiene buen corazón —señaló Max.

—Quizás. Pero tiene el cerebro en el culo —dijo Siobhan.

—El agua de McGregor también está contaminada —afirmó Tisa tras acabar su análisis en busca de E. coli.

—Eso confirma que reconducir el agua que llega de la colina no es la solución al problema mayor —señaló Max.

—¿Y entonces cuál es? —preguntó Siobhan.

—No estoy segura. Salgo un rato.

—¿Adónde vas?

—Ahí atrás. Quiero estar un rato junto al pozo.

—¿En serio?

—Sí.

Así, Max hizo lo que creía que el doctor Einstein habría hecho: se quedó en el patio durante horas, contemplando la cañería oxidada que asomaba por entre la hierba verde y los tréboles.

No estaba acostumbrada a tanta presión. Había gente que contaba con ella. Amigas y sus familias enfermas. ¿Iba a decepcionarlos a todos?

Realizó un experimento mental, ayudada por la voz imaginaria de Einstein. Le gustaba «hablar» con él mientras buscaba la solución a algún problema.

Bueno —dijo su Einstein interno—, ¿cómo llega la E. coli al agua del pozo?

Se filtra por el suelo —respondió Max en silencio—. Cuando llueve, el agua se contamina con los desechos animales.

Sí, así es como la bacteria llega al agua. Pero no has contestado lo más importante de mi pregunta, Maxine: ¿cómo llega la E. coli hasta el agua del pozo?

Vale —respondió Max—. Normalmente, las bacterias coliformes que la lluvia arrastra por la tierra son filtradas por esta y no alcanzan las corrientes subterráneas.

Exacto. Pero ¿y si el filtraje natural no es suficiente? ¿Qué pasa si un pozo está mal construido o agrietado o no está bien sellado?

—¡Pues claro! El problema son los pozos, no el agua. Tenemos que desinfectarlos…

—dijo su Einstein mental—. Propongo Cl₂, cloro.

Podemos usar lejía con cloro. Después tendremos que estudiar todos los pozos y sellar cualquier grieta.

Max sacó un pequeño y ajado cuaderno, y empezó a tomar notas y a esbozar ideas. Tenían que ir por toda la zona y aplicar dos pasos: desinfectar los pozos y reparar las fisuras y las grietas.

Primero debían fregar y desinfectar químicamente las cañerías subterráneas.

En docenas, quizás en cientos de pozos. Y eso llevaría muchísimo tiempo.

A menos que…

Max sonrió.

Volvió a entrar corriendo.

—¡Klaus! —gritó dirigiéndose a la cocina—. ¡Deja esa salchicha! ¡Necesitamos un nuevo robot ya!