—No nos interesa —dijo Charl.
Max no podía verle los ojos detrás de sus gafas de sol, pero se imaginó que debía de estar dedicándole a la autora de documentales una de sus miradas desafiantes.
—¿Por qué no? Estos niños van a dar un increíble interés humano a mi película. Si contamos esta historia a través de sus aventuras, la gente querrá verla. Y cuanta más gente la vea, a más de ellos convertiréis a vuestra causa.
—Lo que dice tiene mucho sentido —afirmó Klaus, alisándose con la mano su pelo rubio. Quedaba claro que no le molestaba precisamente estar bajo los focos.
Max no estaba tan convencida.
No quería que la Corporación averiguara dónde se encontraba el equipo o qué tramaba.
—Llamar la atención de los grandes medios hacia los problemas del agua potable de la India podría resultar muy beneficioso, desde luego —dijo Vihaan.
—Pero hay gente muy poderosa que no quiere que hagamos lo que hacemos aquí —argumentó Max.
—Y harían lo que fuera por capturar a uno de nosotros.
Annika recordaba la persecución por la Universidad Hebrea de Jerusalén tan vívidamente como Max.
—¿Y si no monto nada de entrada? —propuso la ansiosa directora—. Filmaré, pero no empezaré el montaje hasta que os hayáis ido del país y estéis a salvo. Pensáoslo bien: una película como esta podría hacer que el mundo entero cambie su manera de ver los problemas con el agua.
Max sabía que aquel era un argumento muy poderoso. Si el Instituto de Implementadores del Cambio se dedicaba a inspirar el, ejem, cambio a escala global, un documental podía ayudarlos a conseguirlo. Toda su vida había huido de las cámaras, más que nada porque siempre se alejaba de la gente, de los lugares y de las cosas. Quizás aquella fuera la ocasión perfecta para dejar de escapar y plantarse.
—Evite mostrar a Max —sugirió Klaus—. Ella es quien más interesa a los malos. Pero no se preocupe, algunos de nosotros también podemos encargarnos de ello.
—Excelente —contestó Madeira James, que levantó la cámara y enfocó la cara redonda y sonriente de Klaus.
—Yo soy de California —dijo Keeto, también mostrando a la directora su brillante sonrisa—. Allí nos va mucho lo de las pelis.
—Tú eres de Oakland —lo cortó Toma—, no de Hollywood.
—Chicos, ¿habéis olvidado para qué hemos venido? —preguntó Max.
—En serio, chavales —dijo Annika—, controlaos.
—Desde luego —añadió Hana, y puso los ojos en blanco.
Max se volvió hacia su equipo de seguridad.
—¿Qué pensáis vosotros?
—Dar a conocer este tema al mundo entero no puede hacer daño —respondió Isabl.
—Guárdese las filmaciones hasta un mes después de que el equipo del IIC se haya ido de la India —le propuso Charl a la directora—. Mantenga fuera de plano a la líder del grupo, Max. Del todo.
Madeira James le ofreció su mano.
—Trato hecho.
Max se la estrechó.
—Y perdónenme por preguntarlo, pero ¿qué es el IIC?
—El Instituto de Implementadores del Cambio —aclaró la joven.
—Genial. Tengo que grabar esto…
Klaus dio un paso adelante para responder antes que Keeto.
—El Instituto de Implementadores del Cambio es una ONG —afirmó con orgullo—. Una organización no gubernamental dedicada a realizar importantes cambios para salvar este planeta y a los humanos que lo habitan. ¡Así que venga, compañeros, vamos a ello! Max no podía estar más de acuerdo con él: era hora de ponerse manos a la obra. Y hablar a una cámara sobre lo que iban a hacer no adelantaría para nada el trabajo.