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—Tenemos que acabar de una vez con las intromisiones de la Corporación —dijo Max a los miembros de su equipo—. Si conseguimos eliminar ese problema, nos será mucho más fácil resolver los otros por todo el planeta.

—Buena idea —asintió Siobhan—. Pero, exactamente, ¿cómo piensas derrotar a una multinacional malvada con recursos sin fin, por no mencionar la fuerza paramilitar armada, y muy bien armada, que la protege?

Todas las miradas se posaron en Max.

—Dándoles lo que creen que necesitan, cuando en realidad es justo lo que necesitamos nosotros.

Los demás asintieron, aunque no tenían ni idea de qué era lo que tramaba su amiga.

—Ya está otra vez con eso de la relatividad, ¿no? —le susurró Siobhan a Tisa—. Que todo depende de cómo mires las cosas…

—Sí —contestó Tisa—. Max-ima relatividad.

—Sea lo que sea lo que piensas, espero que evite que la Corporación contamine el río o destruya nuestros filtros de agua —dijo Vihaan.

—Creo que así será —respondió Max, que había realizado un breve experimento mental y se le había ocurrido un nuevo plan—. Necesitamos a Keeto.

—¿Para hacer qué? —preguntó Vihaan.

—Para reconstruir un rastro.

—¿Por qué? —quiso saber Tisa.

—Porque así podremos llamar al doctor Zacchaeus Zimm.

Keeto tecleó rápidamente en su portátil.

—Estoy siguiendo hacia atrás los pasos que di cuando estuvisteis en Irlanda —dijo—. La Corporación había introducido un chip de seguimiento por GPS en el móvil de Klaus. Envió la información a este número.

También les explicó cómo el chip transmitía los datos de seguimiento y navegación y todas las comunicaciones del móvil.

—Oyeron todas tus llamadas, tío —le dijo a Klaus—. Y también siguieron tus mensajes y tu actividad en internet.

El joven polaco puso cara de encontrarse mal, como si se hubiera comido una salchicha rellena de calcetines sucios.

—¿Adónde enviaban todos esos datos? —preguntó Max.

—A un número enlazado a una aplicación instalada en un controlador —respondió Keeto—. Por ejemplo, si tuvieras un plomazo de robot humanoide…

—Lenard —lo cortó Max—. Es mejor que un perro de caza.

—En realidad —explicó Klaus, el experto en robots—, Lenard es solo tan bueno como la información que recibe. Funciona con inteligencia artificial. Eso quiere decir que solo aprende lo que la Corporación desea. Le proporcionaron directamente mi información de localización y comunicaciones porque pretendían que supiera todo lo posible sobre mí y sobre vosotros.

—Inquietante, ¿eh? —dijo Keeto.

—Desde luego —asintió Max.

Mientras los tres intentaban reconstruir los pasos para averiguar cómo los había localizado la Corporación en Irlanda, el resto de los Implementadores del Cambio —incluidos Charl e Isabl— se fueron con Vihaan, que lideraba las protestas en Jitwan. Tantos años de frustración acumulada habían dado mucha energía a la gente de la ciudad. Aquello hizo recordar a Max la tercera ley de Newton: por cada acción (corrupción política que condujo a la falta de agua potable) se produce una reacción igual y opuesta (ira: los ciudadanos que tomaban las calles).

—Tenemos que animar a la gente de Jitwan a que usen las técnicas de resistencia no violenta de Mahatma Gandhi —les dijo Vihaan al grupo—. Haremos lo mismo que él: boicotearemos la empresa de agua Fresca & Pura, igual que Gandhi hizo que los indios, en su búsqueda de la independencia, boicoteasen los productos británicos. Pediremos a todos que practiquen siempre la ahimsa.

—¿Ahimsa? —preguntó Toma—. ¿Qué es eso?

—Significa «no hacer daño». Mostrar compasión. No habrá tumultos en las calles, solo una poderosa muestra de resistencia no violenta.

La resistencia de Vihaan y la gente de Jitwan solo eran una de las dos partes del plan que Max aún no había acabado de desarrollar.

—Keeto, ahora que sabemos cómo contactar con Lenard —pidió—, ¿puedes conseguirme alguna cámara espía?

—Claro. Siempre llevo unas cuantas en la mochila.

—¿Y para qué las llevas siempre? —preguntó Klaus.

—Por si acaso, tronco, por si acaso. Ten. —Le dio un aparatito a Max—. Póntelo en un ojal de la camisa. Perfecto.

—Gracias —le dijo Max, mientras se aseguraba de que la cámara en miniatura parecía solo un botón brillante—. Y ahora volvamos al feed de datos de Lenard. Tenemos que restablecer el contacto con el humanoide.

—Claro. —Keeto se encogió de hombros—. Así de fácil.

—¿En qué piensas, Max? —le preguntó Klaus.

—En que Keeto va a entregarme a la Corporación.

—¿Ah, sí? —preguntó este—. ¿Y por qué?

—Porque la Corporación es una organización supersecreta. Nadie sabe que existe. Por ahora es solo una oscura teoría de la conspiración.

—Pero —replicó Klaus, que empezaba a entender lo que pretendía su amiga— si pudieras grabarlos admitiendo asuntos comprometidos, lo enviaríamos a todas las grandes agencias de noticias y obligaríamos a la Corporación a mostrar su fea cara al mundo, ¡y adiós capa de invisibilidad! No puedes ser secreto si todos saben quién eres.

—Exacto —confirmó Max—. Keeto, cuando contactes con Lenard, haz como que eres un espía que quieres entregarme a la Corporación porque estás celoso de que no te hayan puesto al mando del equipo de Implementadores del Cambio.

—¿Lo estás? —le preguntó a su vez Klaus—. Porque, para ser sinceros, yo también me he sentido igual.

Max ignoró a Klaus.

—Haz la llamada, Keeto.

—Allá voy.

Keeto se puso el micro, tecleó los números del móvil e hizo la llamada.

De repente, Max sintió una corriente de aire caliente.

Alguien acababa de entrar en el comedor.

En realidad, eran varios alguienes: el doctor Zimm, algunos hombres que vestían el uniforme paramilitar de la Corporación y Lenard.

—No hace falta que tu amigo contacte conmigo, Maxine —dijo el humanoide con una risita—. ¿Veis? ¡Ya estoy aquí!