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—Tú eres el chico polaco —dijo Lenard con desprecio—. Eres Klaus, nuestro tonto útil.

—Exacto —respondió este. Su voz sonó un poco siniestra—. Veo que tienes a Max. Bien. Deberías haberla atado a la silla…

—¿Qué haces aquí, Klaus? —le preguntó el robot. —Quiero ser algo más que un tonto útil.

—Pero ¿qué haces? —dijo Max, que parecía asustada. —Los dos hemos sabido siempre que yo tenía que haber sido el líder del IIC —contestó él—. Me parece que Ben debe de estar colgado de ti, y que por eso te eligió en vez de a mí. Pero tenías razón: tu sola presencia nos ralentiza. Tú no estás hecha para ser la número uno. Yo sí.

Klaus sacó un lápiz USB del bolsillo.

—Lenard, he venido a cargar nueva información en tu disco duro. Todos los datos que necesitas para tener a Max Einstein bajo tu control. Esto es la bomba. Todo lo que ella no quiere que se sepa. Lo que le gusta, lo que no, sus debilidades psicológicas…

—¿Por qué me lo has traído? —preguntó el robot.

—Porque quiero lo que me corresponde. Y eliminar a la competencia.

Lenard sonrió.

—Eres muy codicioso.

—Sí —admitió Klaus—. La codicia es buena. Así que aquí tienes. Permíteme conectártelo, introducir datos específicos sobre Max Einstein en ese increíble cerebro que tienes. Veo tu puerto USB, solo necesito introducir este lápiz de memoria…

Klaus se colocó detrás del autómata, donde no podía verlo.

—Lo siento, chico —dijo Lenard, intentando volver la cabeza ciento ochenta grados. No pudo—. La introducción de datos solo puede ser realizada por técnicos autorizados de la Corporación que hayan sido…

Klaus clavó el lápiz USB en la nuca del robot, que se calló a media frase.

—No te preocupes —le dijo—. Estoy autorizado. ¡Soy un genio de la robótica!

La cabeza de Lenard cayó hacia delante. Sus ojos parecían más muertos que los de un pescado.

—¿Está bien? —preguntó Max.

—Totalmente —respondió Klaus—. Solo lo he puesto en hibernación mientras le borro el disco duro. Va a tardar una hora, más o menos.

—¿Ha venido alguien contigo?

—Charl. Entró corriendo en el hotel diez segundos después de que Keeto y yo contactásemos con él. Está en el pasillo, agazapado tras esa ventana. Es mi guardaespaldas personal. ¡Mola!

—¿Keeto está bien?

—Sí. Cuando Charl y yo salíamos, él fue a unirse a la manifestación de Vihaan. —Klaus dio unos golpecitos en la ventana—. ¡Entra, entra, Caperucita! No hay peligro. El robot está hibernando.

Charl entró rápidamente en la sala.

—Toda la fábrica está vacía —informó—. Lenard y tú erais los únicos en el edificio, Max. El doctor Zimm, los mercenarios de la Corporación y los matones de la empresa de agua envasada están en Jitwan, intentando que la protesta no violenta de Vihaan se vuelva violenta.

—El robot quería encargarse personalmente de ti —dijo Klaus, y señaló al maniquí mecánico, que ahora estaba inclinado por la cintura—. Habrá creído que podía usar su lógica pura para volverte contra nosotros. Y nos lo hubiéramos merecido. Sobre todo yo.

—Imposible —replicó Max con una sonrisa.

—¿Es que has olvidado cómo metí la pata con el móvil que me envió Zimm?

—Cometiste un par de errores. ¿Y qué? Como decía siempre Einstein: «Quien nunca se equivoca es porque nunca hace nada nuevo».

—¿Eso dijo Albert Einstein?

—No. —Max volvió a sonreír—. Eso lo dijo Max Einstein. Y hablando de hacer cosas nuevas…

—¿Qué? —preguntó Klaus—. Conozco esa mirada tuya. Tienes ese brillo de «¡Ajá!» que viene justo antes de que se te ocurra una idea genial.

Max se volvió hacia Charl.

—Tenemos que transportar a Klaus y a Lenard a la sede del IIC en Jerusalén.

—¿Quieres robar el robot? —preguntó Klaus.

—No es un robo; más bien… una actualización. Además, ese era el trato.

—¿Eh?

—Lo que nos apostamos en nuestra partida de ajedrez. Si yo perdía, me iría a trabajar a la Corporación. Si perdía Lenard…

—¿… trabajaría él para nosotros? —preguntó Charl.

—Sí. Así que ahora necesitamos que tú, Klaus, dirijas el proyecto de restauración robótica del IIC. Tienes que dar a la inteligencia artificial de Lenard nuevos datos que analizar. El cerebro biónico del pobre chico necesita mejor material.

—Me encanta tu plan —replicó él.

—¿Siguen estando todos en la manifestación? —le preguntó Max a Charl.

Este asintió.

—Vihaan y su abuelo lideran la marcha por las calles, hasta el despacho del responsable municipal.

—Voy con ellos —dijo Max—. Tú ayuda a Klaus a sacar de aquí a nuestro nuevo amigo Lenard.

—Consíguenos plaza en el primer vuelo a Jerusalén, Charl —añadió el experto en robótica—. Tengo un montón de reinicios que hacer.