—Por favor, no vuelvas a hacerlo, Max —dijo Jamal mientras conducía el Lincoln MKZ negro. —Me obligaste a entrar en el lavabo de las chicas —añadió Danny—. Me llevé unos cuantos gritos. Aún me resuenan los oídos. —Y también tienes la cara colorada —replicó Max.
—Sí, Danny. —Jamal se rio—. Es cierto. ¿Qué te llamaron?
Danny se encogió en su asiento. —Esclavo del patriarcado. —Pues vaya —dijo Max.
—Mira, Max —continuó Jamal—, este juego del gato y el ratón ha sido divertido, pero se dice que los de la Corporación van a por ti.
—Sí —contestó ella, mirando por la ventanilla mientras el coche avanzaba hacia la parte alta de la ciudad por entre los altos edificios de Manhattan—. Eso me ha dicho Ben. —Entonces, ¿vas a ser buena? —preguntó Jamal, y le echó una mirada por el retrovisor. —Sí. —De acuerdo. Mi hija participa en un espectáculo de danza este fin de semana. No querría perdérmelo por tener que perseguirte. —Aunque eso del espejo en el neceser para poder ver por detrás de ti… —dijo Danny—. Eso fue muy inteligente, Max. Impresionante. —Gracias.
El lunes por la mañana, Max (alias profesora adjunta Paula Ehrenfest) caminaba por el pasillo del séptimo piso del ala John Jay, con Jamal y Danny a su lado. Iba a dar su primera clase del día.
—Perdón, Paula…
Era Nancy Hanker, la consejera de la séptima planta. Su trabajo consistía en crear actividades para fomentar el espíritu de equipo y ayudar a los residentes si tenían cualquier problema o cuestión.
Su labor no era mirar con la rabia con que miraba siempre a Max, a Jamal o a Danny.
A Nancy Hanker no le caía bien la física prodigio de doce años que tenía en su planta. Tampoco le caían bien sus guardaespaldas.
—Hola, Nancy —le dijo Max—. Tenemos un poco de prisa. Esta mañana tengo que hablar de la relatividad especial y de cinemática relativista.
Nancy ni pestañeó.
—Es sobre tu… equipo de seguridad.
—¿Hay algún problema, señora? —preguntó Jamal, adelantándose.
—Sí. Esto es una residencia. Ninguno de los alumnos tiene guardaespaldas.
—Seguro que si la hija del presidente estudiara aquí también tendría un par.
—Ya se lo diré si se da el caso —replicó Nancy—. He hablado con el equipo de seguridad del campus. Caballeros, ya no pueden quedarse en esta planta.
—Perdone, señora —intervino Danny—. Estamos aquí por…
Nancy le mostró una palma abierta, indicándole que se callara.
—Ya lo sé. Un adinerado mecenas paga la estancia de la princesa profesora, y la de ustedes como equipo de seguridad. Pero en Columbia no nos sobran los dormitorios. Necesitamos el suyo para dárselo a un estudiante. Pueden alquilar una furgoneta y dormir en ella. Buenos días.
Nancy Hanker volvió a su habitación y cerró de un portazo.
—Esto va a ser un problema —murmuró Jamal.
—Los problemas no existen, solo las soluciones —susurró Max a su vez.
—Eso lo escribió John Lennon —dijo Danny—. Para una canción.
—Así es —replicó Max—. Vamos, chicos. No podemos llegar tarde a clase. Ya me encargaré después de este asunto. Para eso existe el tiempo.
—¿Eh? —se extrañó Danny.
—Ya lo dijo Einstein: «La única razón de que exista el tiempo es para que no suceda todo a la vez».