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El curso de física se impartía en un auditorio del tercer piso del ala Pupin del campus de Columbia.

Los doscientos setenta y dos asientos estaban ocupados por alumnos que miraban a Max expectantes. Ahí abajo, esta parecía aún más pequeña. Sus guardaespaldas, Jamal y Danny, se encontraban en la primera fila. No llevaban cuadernos ni bolígrafos. —Hoy —dijo Max a su audiencia— quiero dedicarme a uno de los más famosos experimentos mentales de Albert Einstein, lo que él llamaba Gedankenexperiment

—¡Porque hablaba en alemán! —soltó un estudiante de la primera fila llamado Johnathan Phillips, que creía que debía de haber sido él quien diera la charla, no «una ricitos friki de doce años».

Max ignoró a Johnathan Phillips. Tenía que hacerlo a menudo.

—En este experimento mental —continuó—, el doctor Einstein exploró la relatividad de la simultaneidad. El que dos cosas sucedan exactamente a la vez nunca es ciento por ciento definitivo. Todo depende de cómo y desde dónde se observen esas dos cosas. Lo genial de los experimentos mentales es que no se necesita equipo de laboratorio y ni siquiera una calculadora. Solo son necesarios el cerebro y la imaginación.

—Como yo imaginándome que una niña de doce años pueda enseñarme algo —murmuró Johnathan, burlón, al estudiante que tenía a su izquierda.

Max lo ignoró.

Otra vez.

—Este es uno de los experimentos mentales más famosos de Einstein. —Max fue hasta la pizarra y empezó a dibujar un tren con varios vagones, dos caricaturas de Einstein (una en el tren, otra en un andén) y dos rayos que caían uno en cada extremo de la plataforma—. Vale. Tenemos un observador que está aquí, en el centro del andén. Otro se encuentra en un tren que llega a la estación. El tren viaja a casi la velocidad de la luz. Supongo que sería el primer tren bala.

Los estudiantes del auditorio rieron.

—Un rayo cae sobre cada extremo del andén, exactamente en el mismo segundo. El observador de la plataforma está justo en medio, a la misma distancia de cada rayo. ¿Qué es lo que ve? —preguntó al público.

—Que los rayos caen simultáneamente —contestó un estudiante de la tercera fila.

—Vale. ¿Y el pasajero, el observador que está en el tren en marcha?

Nadie respondió, aunque todos pensaron en ello (menos quizás Johnathan Phillips).

—El doctor Einstein nos dice —continuó Max— que, para el observador en el tren en marcha, las cosas que suceden en la dirección en la que viaja el tren parecerán tener lugar antes que las que suceden detrás. Por tanto, para nuestro pasajero, el rayo caerá primero sobre un extremo del andén, aquel hacia el que se mueve el tren, antes de caer en el extremo del que el tren se aleja. Y eso, aunque el observador en la plataforma juraría que los dos rayos caen exactamente al mismo tiempo. La propia idea de que dos cosas pasen a la vez se va al garete cuando les añadimos movimiento.

—Yo creo que el rayo a la vez está y no está —comentó Phillips—. Por lo de la teoría cuántica.

—No si ha sido observado, señor Phillips —afirmó Max—, como es en el caso de este experimento mental. Dos veces.

Phillips se puso en pie.

—Vaya, veo que has leído un libro o dos sobre física cuántica —afirmó, adelantándose, como si quisiera desafiar a Max.

Jamal y Danny, sus guardaespaldas, de repente empezaron a prestar mucha atención a la charla.

—Sí —contestó ella—. Estoy familiarizada con el principio de incertidumbre. ¿Esta noche ha salido la Luna? La respuesta es sí y no. Está y, a la vez, no está, hasta que miro al cielo y la veo.

—Entonces, ¿por qué tu héroe el doctor Einstein no podía aceptar que la realidad es así de extraña? ¿Por qué no creía en la locura de la física cuántica?

—Porque se equivocaba. Algo que supongo, señor Phillips, no le ha pasado a usted nunca.

«¡Ooooooh!», exclamaron los otros doscientos setenta y un estudiantes. Algunos empezaron a sacar sus smartphones para grabar la discusión, que parecía estar a punto de acabar con rayos cayendo, como en el experimento mental.

—Sin embargo —continuó Max—, al intentar demostrar la falsedad del principio de incertidumbre, Einstein descubrió el entrelazamiento cuántico.

Phillips dio un paso adelante.

—¿Entrelazamiento cuántico? ¿Así lo llamas cuando se te enreda algo en el pelo? Por cierto, ¿con quién tengo que hablar para que me devuelvan mi dinero? No quiero pagar para que me suelte un rollo una niña de doce años.

Dio otro paso adelante.

Resultó ya demasiado.

Jamal y Danny se abalanzaron sobre él en un nanosegundo.

Todos los móviles del lugar grabaron el momento en que tiraban al suelo a Johnathan Phillips.