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El síndrome del nido es, según se dice, el que sufren las futuras madres poco antes del parto. Padecen la necesidad febril de preparar el recibimiento de la criatura que se avecina, y compran ropa de bebé, y limpian sin descanso, y disponen la habitación del niño con su cuna, y con el sonajero mordedor, y con el maxicosi para el coche, y con los cientos de miles de aparejos infantiles que tan innecesariamente necesarios resultan en estos acontecimientos.

El síndrome del nido vacío consiste, al parecer, en lo que padecen los padres —esos que prepararon el nido con tanto esmero— cuando los hijos se marchan de casa a hacer su vida y a librarse de los pelmas de sus padres, a los que ya solo visitan de vez en cuando para comer y para que les laven la ropa, y para dejarles a los nietos los sábados por la noche cuando salen a cenar con sus amigos.

El síndrome del entrenador destituido es el que sufren los padres cuando sus hijos dejan de jugar al fútbol, porque se aburren de hacerlo, o porque necesitan estudiar más horas, o porque se lesionan de gravedad, o por el motivo que sea. El caso es que dejan de jugar al fútbol, y entonces el padre se convierte en un entrenador al que de repente despiden del club en el que ha trabajado durante casi toda su vida.