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Si la figura del entrenador siempre tiene algo que nos mueve a compadecerlo, la figura del entrenador interino (aquel que se hace cargo del equipo cuando despiden al entrenador titular y aún no han contratado al siguiente) resulta por completo trágica.

El interino suele ser un hombre de la institución, un antiguo jugador del club, que ocupa un puesto de segundo o tercer orden en el equipo, alguien que conoce los entresijos de la entidad y a quien no le importa ser esa figura que se encuentra a mitad de camino entre el bombero de guardia y el chico de los recados.

No es el entrenador del filial, por lo común, porque uno de los grandes enigmas del fútbol, sobre todo en las categorías más profesionales, es que el segundo entrenador en importancia del club, el que entrena al B, nunca es el elegido para sustituir al entrenador del A cuando se le echa a la calle.

Si se despide al entrenador del Mallorca, pongamos por caso, lo lógico sería que el entrenador del Mallorca B se convirtiera en entrenador del primer equipo, y el del Juvenil A en entrenador del Mallorca B, y así, corriendo el turno, en la mayor parte de las categorías. Pero esto nunca sucede. O casi nunca, porque sería lo razonable, y lo razonable no suele ser lo que sucede en el fútbol.

Los equipos de futbol profesional, cuando decapitan a su entrenador, jamás (salvo excepciones muy extrañas) dan el mando del equipo al entrenador del filial. Suelen recurrir a un entrenador interino hasta que contratan a otro.

Esto da mucho que pensar: si no se confía de manera automática en el entrenador que dirige el filial, ¿para qué se quiere a ese entrenador en el filial?, se pregunta uno.

Y sucede lo mismo con los jugadores. A menudo, cuando se lesiona de gravedad algún jugador del primer equipo, en vez de recurrir a los jugadores del filial, se ficha a nuevos jugadores, lo que nos conduce a otra pregunta sin respuesta en el universo mundo tal y como lo conocemos: ¿por qué se tiene un equipo filial, que cuesta mucho dinero mantener, si no se utilizan los jugadores del filial, de modo inmediato, cuando son necesarios en el primer equipo?

Algunos argumentan que son jóvenes, las más de las veces, para luchar en el primer equipo, pero si no se les da la ocasión de demostrar que son capaces de jugar en él con cierta continuidad, nunca se podrá saber si son o no capaces de aquello para lo que se les paga y entrena.

El interino es un hombre de confianza, pero en el que no se confía del todo, porque si fuera así se le daría el mando del primer equipo de manera permanente. Se trata de un coronel al que se le deja disfrazarse de general y dirigir el ejército en el campo de batalla, mientras llega un general auténtico. Parece una novia de paso mientras se va de paso hacia la mujer con quien casarse. Sin embargo, la figura del interino resulta aún más compleja.

El interino es alguien al que se le encomienda la tarea de lidiar con el equipo durante una crisis profunda, y trata de hacerlo lo mejor posible; pero no querría, por lo común, que a fuerza de hacerlo de forma extraordinaria se les ocurriera a los que dirigen la entidad nombrarlo entrenador titular del equipo y arriesgarse a la primera línea del frente. El interino, mientras siga siendo un empleado de confianza al que nombrar entrenador interino, nunca dejará de ser empleado del club, ese segundón en la sombra que tiene el empleo garantizado. Pero, en el caso de que ascendiera a primer entrenador y se volviese visible a plena luz del día, estaría condenado a dejar de ser empleado del club en el futuro, porque no hay entrenador que cien años dure (salvo en algunos casos de entrenadores ingleses, porque los ingleses, tanto en el fútbol como en cualquier otro ámbito, necesitan mostrarse estrafalarios para sentir que su idiosincrasia permanece inalterada e inalterable).

El entrenador interino es una figura shakespeariana, un personaje que debe aprender a manejarse en la corte para salvar su pellejo, a mostrar capacidad, pero sin altanería, a postularse como un trabajador útil, pero sin ínfulas y sin demasiadas ambiciones.

Ahora bien, no existe ningún entrenador en la tierra que se considere capaz para ser interino, y no se considere capaz para ser entrenador permanente, de manera que la naturaleza de su figura esconde por necesidad un fundamento trágico. Se le valora por parte de los que dirigen el cotarro del asunto en cuestión, pero no lo suficiente. Se le considera capacitado, pero no lo suficiente. Es apreciado por la afición, pero no lo suficiente como para reclamar que sea el primer entrenador del equipo.

Debe permanecer en la sombra, hacerse fuerte en la sombra, para volver a ella y ocupar su lugar de discreto privilegio umbrío. Un secretario en la corte de un monarca absoluto, contento a la fuerza con su papel de burócrata.

La historia de los segundones constituye la intrahistoria del mundo.