Me temo que el comentario sobre mis preferencias para la convocatoria de la Selección Literaria Española pertenece al abundante género de la escritura innecesaria, porque el gusto propio ni merece ni requiere explicaciones: ocurre porque sí.
Ahora bien, la literatura, si lo pensamos con detenimiento, pertenece por naturaleza al género de lo superfluo, por más que para muchos resulte imprescindible. Se trata de un lujo, de una extremosidad del lenguaje. Quiero decir que el mundo podría funcionar igual de bien o de mal sin la existencia de la literatura. Los lectores y los escritores nos empeñamos en afirmar, porque lo creemos así, que sin la literatura nada sería lo mismo y que la realidad no valdría la pena. Pero la verdad es que el mundo, que podría prescindir de Shakespeare y Cervantes, no echaría en falta la ausencia de casi ninguno de nosotros. Nos gusta declarar que sin Cervantes y Shakespeare la realidad sería más pobre, que no dispondríamos del conocimiento sobre las pasiones que tenemos gracias a sus obras, que la vida resultaría mucho más roma de lo que a veces resulta; pero me temo que lo que queremos decir es tan solo que nuestra vida sería más roma, que nuestro conocimiento sería menos profundo, que nuestra realidad resultaría más pobre. Nada hay más agradable que elevar a categoría la más insignificante de nuestras anécdotas.
Ahora bien, ya he dicho que escribir es también el arte de concederse caprichos, y este libro, en cierta medida, constituye un antojadizo inventario de antojos.
Voy a investirme también de Seleccionador Literario Hispanoamericano y de Seleccionador Literario Universal. Defiendo que las listas son el sistema filosófico de quienes no somos filósofos. Parecen ordenar la realidad, domesticar el caos, obran como una especie de álgebra terrenal para quienes no sabemos álgebra. Cualquier inventario encierra una cosmovisión.
Las personas que nos gustan y las que nos disgustan. Nuestras comidas favoritas y las que no soportamos. Los libros que nos hechizan y los que no han podido contagiarnos su hechizo. Las ciudades en las que nos gustaría vivir y en las que no viviríamos nunca. Las películas que nos encantan y las que no comprendemos cómo pueden encantar a los demás. Desde esta perspectiva que adopto como comisario de abastos, y no solo desde esta perspectiva, pensar y vivir consisten en establecer catálogos de cosas.
Podría pasarme los días escribiendo listas de preferencias, de aborrecimientos, de dudas: listas sobre cualquier asunto. Debo también un libro de listas, un inventario de inventarios. A lo mejor no he hecho otra cosa más que organizar enumeraciones de mis gustos en cada una de las páginas que he escrito. A menudo uno cree que medita acerca del universo, y lo único que consigue es hacer una urgente y apresurada lista de la compra.
Selección Literaria Hispanoamericana:
PORTERO: El Inca Garcilaso de la Vega.
DEFENSAS: Rómulo Gallegos, Bernal Díaz del Castillo, sor Juana Inés de la Cruz y José Hernández.
CENTROCAMPISTAS: Borges, García Márquez, Neruda y Rubén Darío.
DELANTEROS: Idea Vilariño y Juan Rulfo.
RESERVAS: Onetti, Carpentier, Roberto Arlt, Vargas Llosa, José María Arguedas, Julio Cortázar, Jorge Ibargüengoitia y Julio Ramón Ribeyro.
Selección Literaria Internacional:
PORTERO: Homero.
DEFENSAS: Dante, Shakespeare, Josep Pla, Pessoa.
CENTROCAMPISTAS: Dickens, Tolstói, Stendhal, Henry James.
DELANTEROS: Vladimir Nabokov y Faulkner.
RESERVAS: Tácito, Marcel Proust, Chéjov, Kafka, Joseph Conrad, Isak Dinesen, Joseph Joubert y Coetzee.